martes, 15 de mayo de 2018

LLOROS CONTRA NOSOTROS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 16.12.03

COLUMNA

Era previsible. Nada más conseguirse lo que algunos reclamaban con ahínco y recordaban como caso pendiente y prueba del fracaso occidental, todo se ha vuelto reprimenda. En Europa, más aún que en Oriente Próximo, son legión los que quieren minimizar las consecuencias de la captura del sátrapa. Habrá más muertos. Pero siempre los habrá porque los vivos tienen por esencia vocación de muertos. Unos dicen que a Sadam sólo se le ha capturado por el vil metal, intentando devaluar la operación; otros hablan de traidores, porque todos sabemos dónde están los malos en esta larga y sangrienta historia, y para muchos de los que no cesan de equivocarse los malos son, por supuesto, los que han impedido a Sadam seguir matando con la naturalidad con que llevaba haciéndolo durante tres décadas. Lógico que a algunos les moleste.
El señor Llamazares, de Izquierda Unida, un coqueto defensor de la sociedad libre frente al imperialismo, en la que tendría mejores compañeros en Sadam y Laurenti Beria que en cualquier demócrata español que como tal se sintiera, asegura que el problema no está en el sátrapa iraquí que ha asesinado a decenas de miles de sus compatriotas, sino en la perversa actuación ilegal de EE UU, Reino Unido y el Gobierno de España, esa terrorífica fuerza del mal. Y por supuesto, también son culpables esos miserables polacos que ya demostraron su catadura al derribar al imperio soviético que tan bien financiaba los coqueteos de Llamazares y su partido con experimentos sociales que habían causado, cuando don Gaspar aún no había hecho la primera comunión, millones de muertos, más que Sadam en todo caso.
Visto lo visto y oído lo que aún habremos de oír más veces, hay que decir a muchos de los que hoy lloran por el hecho de que EE UU haya tenido éxito, y con ellos, quienes asumieron el riesgo de la intervención en Irak y, por tanto, de los muertos, propios, norteamericanos, británicos, polacos y españoles, que no se lamenten tanto porque, vengan las dificultades que vengan, aún hay gente y estadistas con responsabilidad que no dudarían en saber morir por lo mismo que han muerto tantos jóvenes que están en Oriente Próximo para cambiarnos el mundo, para nuestra mayor seguridad, y modificar la vida en el mayor foco de conflicto de la actualidad.
En San Sebastián avisan a Maite Pagazaurtundúa de ciertos deseos perentorios de matarla, y en Madrid y Barcelona no son pocos los que acusan a Maite y a Fernando Savater de ser culpables de que quieran matarlos. Cuando en Israel mueren 10 niños, la culpa es de sus padres, y cuando son los niños palestinos quienes son carne de cañón, alguien en Jerusalén intenta convencernos de que era inevitable. Una mierda. Culpable de las muertes en Irak es Sadam y nunca volverá a serlo. Culpables de las muertes que hubo y por desgracia habrá en el País Vasco son aquellos que matan y aquellos que los defienden y, de alguna manera, aquellos que creen poder negociar con quienes matan y quienes negocian con ellos.
Hay pocas ocasiones en la historia en que tanto poder como el de EE UU haya sido tan necio en la aplicación de sus poderes. Tiempo habrá para la democracia americana de castigar a sus trotskistas de hemeroteca, tan bien instalados en compañías e instituciones en Washington, con el desprecio social y el destierro político. Hay pocas ocasiones en las que un Estado minúsculo como Israel se haya permitido ser tan arrogante ante el gran poder del siglo XXI. Pero también son pocas en la historia europea las veces en que países con tradición y peso han sido tan ciegos y necios ante las amenazas existentes. Y que además hayan profundizado en su ineptitud con el sabotaje sistemático a quienes, desde allende el Atlántico, no han hecho sino salvarles de calamidades de propio cultivo. Más vale un amigo que parece tonto que un enemigo declarado con vocación -normalmente falsa- de espabilado. Es hora de sensatez, en Europa, en EE UU y en el mundo en general. Los nihilismos, cretinismos y nacionalismos que hemos generado y amparado desde el romanticismo alemán sólo nos llevan a catástrofes muy alemanas. Y todo el cariño a la nación alemana no es suficiente para justificar este tipo de suicidios. Ni en Euskadi, ni en Cataluña, ni en el resto de España; tampoco en Europa, Israel, Irak o Siria. Ha caído un criminal, Sadam, como días antes cayeron otros menores en Euskadi. Que vayan cayendo. Y que nadie nos insulte con la manifestación de las simpatías que albergan por ellos por razones cada vez menos digeribles.

RUSIA, PUTIN Y NOSOTROS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 09.12.03

COLUMNA

"Llora, mi triste Rusia, llora, porque te hundes en la oscuridad". Con esta cita del lamento de un anciano mushik, un pobre campesino en la ópera Boris Godunov, termina el último embajador francés Maurice Paléologue el magistral diario de su paso por San Petersburgo durante el proceso revolucionario, la I Guerra Mundial y el ocaso del zarismo. Paléologue tuvo un inmenso éxito con su libro en Francia y Alemania. Es el suyo quizás el más ilustrado y menos ideológico de los testimonios occidentales de aquellos años de lucha entre oscurantismos en Rusia en la que la minoría ilustrada siempre tuvo que perder. Y el editor de Paléologue en Alemania, Benno von Siebert, dice en la edición de 1925 que en Occidente "muchos veremos los últimos acontecimientos con la tristeza de lo que habremos de percibir como una ocasión perdida". La ocasión perdida entonces a la que se refieren ambos era la de encontrar una vía hacia la civilización de la tolerancia y la compasión en un inmenso imperio regido por el miedo, el desprecio al individuo, la procacidad en el lucro, la corrupción y el sistemático abuso del poder. Y mucho más en la ilusión de que Rusia pudiera romper esa sumisión milenaria que ha hecho de la selección negativa un factor de identidad nacional y ha llevado por sistema al poder e influencia a los mayores desalmados y los más faltos de escrúpulos.
En las elecciones del domingo no hubo sorpresas porque la lógica rusa se había impuesto mucho antes. Un tercio convencido, un tercio comprado y un tercio aterrorizado es una aritmética propia de la cultura que se ha vuelto a imponer en Rusia y ha hecho trizas las esperanzas de tener un gran vecino de la Europa Unida que defendiera valores comunes y diera el salto civilizatorio hacia lo que aquí llama Giovanni Sartori la buena sociedad. Todos los que allí, en Moscú, en la lucha política y en las elecciones, han defendido esa vía y la ruptura con lo peor que es esa "Rusia eterna" han perdido. Los liberales no mafiosos se difuminan políticamente y los más prooccidentales como Yablinski no tienen tampoco ya ni un escaño. El nacionalismo autoritario ruso, con sus dos caras del partido Rusia Unida del presidente Vladímir Putin y del fascistoide Partido Liberal Democrático (obscenidad pura el nombre) de Vladímir Zhirinovski se ha hecho con la mayoría absoluta en el Parlamento y tienen a los comunistas postrados porque nada ofrecen ni proponen ni mandan. Putin, tan reverenciado en Occidente, ha pergeñado unas elecciones en las que solo podía ganar él y en la que más que ideología se ha dirimido una guerra entre oscuras mafias, unas mejor situadas al amparo del Kremlin que otras. Putin gana y, como en las grandes pujas habidas durante siglos en Moscú y San Petersburgo, quienes quieren que Rusia entre en la ruta de la ilustración y se aleje de Rasputin, no sólo pierden, sino que quedan en la perfecta irrelevancia. Putin no tiene ya porqué jugar al tierno estadista. Tiene lo que quiere y en marzo del año próximo repetirá su éxito electoral en las presidenciales como probablemente lo haga cuatro años más tarde.
Las esperanzas en ver una Rusia distinta a la que Isaiah Berlín o Tomas Garrigue Masaryk nos han descrito como lugares de genio, miseria y sobre todo pasión, en los seres humanos tanto como en su desgraciada organización social, se ha vuelto a romper y pasarán muchos años antes de que esa nueva oportunidad de la que hablaban Paléologue y Von Siebert en los años veinte se nos presente a los vecinos de los rusos, pero ante todo a los rusos. Lo triste es que nosotros -Occidente o los ilustrados- hemos ayudado al pequeño alférez de la KGB, como se ayudó a otro pequeño alférez hace 70 años, en aquella ocasión austriaco, a dominar todos los cables de mando en un gran país. Es un hombre que es enemigo de todo lo que creemos quienes consideramos que vivir es algo más que subsistir y que existe algo mejor que el poder por ser temido y la sumisión por miedo a que te acorten una vida miserable. La Rusia Eterna soñada por Tólstoi, del honor, de la dignidad y la lúcida solvencia, vuelve a ser la Rusia de Dostoiesvki, del miedo, el vértigo y la competencia mortal. Gracias a Putin, gracias a las trágicas circunstancias de una inmensa sociedad postrada, pero también a todos nosotros. Enhorabuena.

CONFUSIONES FRANCO-ALEMANAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 02.12.03

COLUMNA

Ahora que tan triste actualidad tiene el fenómeno en Europa viene al caso. El líder socialista austriaco, Víctor Adler, solía decir que el antisemitismo es el socialismo de los tontos. Quienes realmente creen en el mito de que el pueblo judío no alberga tantos tontos como cualquier otro ya ha demostrado a un tiempo su antisemitismo y su estulticia. Los odia porque los cree superiores y los cree superiores porque es tonto. Las tonterías nunca suelen ir solas cuando se juzga desde la ignorancia. Con los alemanes ha sucedido algo de lo mismo durante mucho tiempo. Siglos de prejuicios externos les habían otorgado características esenciales de raza donde lo que había era sólo -eso sí, ni más ni menos- bienfuncionantes estructuras culturales que, en un caso miles, en el otro mil años vigentes, se han hundido en doce años de III Reich y medio siglo de democracia igualitarista en el mínimo denominador común. Judíos y alemanes siempre han tenido un número similar de individuos tontos, vagos e insolentes que otros países que llevan la fama, véase españoles, italianos, rumanos u otros pueblos cargados de pícaros -que no héroes- en su literatura. Judíos y alemanes destacaron por una adoración de la excelencia y un culto a la formación que los hacía distintos, pero sólo en la medida en que mejoraba actitudes y resultados, en ningún caso por cualidades del colectivo de sus individuos.
Ya no es así, y si se nota en Israel, donde el culto a la excelencia ha dado paso a la exaltación de la fuerza, no menos en Alemania, donde el miedo y la falta de ánimo atenazan a toda una gran potencia y la han sumido en su mayor crisis desde la creación esperanzadora y llena de éxito de la República Federal tras la tragedia y la destrucción del efímero Imperio de los Mil Años. Si uno hace ahora muros para proteger conquistas y asentamientos que sólo generan guerra, los otros cavan trincheras para evitar cambios imprescindibles para que no se extiendan, en general parálisis, la pobreza y la desesperanza de tantos otros compatriotas.
Trece años después de la unificación, los congresos concatenados del Partido Socialdemócrata (SPD), sus socios Los Verdes y la Unión Democristiana (CDU) sólo demuestran la estrechez de miras de los dirigentes y la agorafobia de militantes y por extensión de una población que no saben sino inocularse miedo a perder unas seguridades ya inviables en el futuro abierto y global. En el SPD, hundido en las encuestas, las reformas propuestas por la comisión del ex presidente Roman Herzog se diluyen cual azucarillos; en la derecha, el triunfante bávaro Stoiber se erige en defensor del proteccionismo socialdemócrata de pro, eso sí, con más del 60% de su electorado, cada vez más reaccionario, tan social como insolidario. Angela Merkel se distrajo ayer con un discurso que a todos ha de gustar y nada supone. Y a Los Verdes no se les ocurre sino una versión decimonónica del Robin Hood con impuesto patrimonial omnipresente ante su impotencia de ofrecer alternativa alguna. El Gobierno alemán, con el francés, entierra alegremente el Pacto de Estabilidad y quieren compensar sus debilidades internas asumiendo en exclusiva el puente de mando en la nueva Unión Europea. Israel no muestra inteligencia, Alemania ignora lo que es competencia y Francia olvidó lo que es grandeza. Nadie puede impedir que pueblos fuertes que se creen elegidos retocen en sus errores. Sí se les puede advertir de que el resto de los damnificados lo percibimos. Y que no intenten confundirnos al resto con su propia enorme confusión y sus tristes y peligrosos espectáculos.

EL PIVOTE DE GEORGIA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 25.11.03

COLUMNA

El mayor pecado de Shevardnadze ha sido perder la amistad de Moscú y Washington

Algunos momentos históricos confieren a sus protagonistas, voluntarios o no, un aura de grandeza que a la postre demuestra haber sido poco merecido o al menos extremadamente efímero. Son líderes que brillan intensamente en una crisis y muy pronto se comprueba que el fulgor no era propio y se apagan en la mediocridad. Aunque hoy muchos jueguen con la tentación, habría que ser extremadamente injusto para explicar en estos términos el tristísimo final político de Eduard Shevardnadze, ya ex presidente de Georgia, que fuera el ministro de Asuntos Exteriores que ayudó a explicar y encauzar en el mundo hechos consumados como la disolución del Pacto de Varsovia, el hundimiento del comunismo y la disolución de la Unión Soviética. Shevardnadze se ha ido para evitar un baño de sangre que era inminente en Georgia. Eso le honra tanto como haber participado en evitar que se produjera en Europa central en los años ochenta y en Rusia poco después.
Hoy ya casi hemos olvidado que la tragedia armada y el horror estuvieron muy cerca en el seno del imperio soviético cuando éste agonizaba, y que sus principales campos de batalla y muerte habrían sido Estados que, en una evolución que entonces sólo un demente habría vaticinado, dentro de pocos meses serán miembros plenos de la Unión Europea. Que hubiera tan pocos muertos en Estonia, Letonia y Lituania, en Polonia, Alemania Oriental o Checoslovaquia, lo debemos en muy gran parte a hombres como Shevardnadze, surgidos de un pueblo en el que la violencia ha sido identidad desde el principio de los tiempos, y formados en un régimen que idolatraba esta violencia en la defensa de su supremacía total hasta el final de los mismos. De ahí que para explicar las actitudes de gentes como Shevardnadze o Mijaíl Gorbachov no sea suficiente alegar al pragmatismo, a la necesidad o a la fuerza y evidencia de los hechos. Hay en el fondo de sus conductas ese factor humano que los totalitarismos del siglo pasado, el nazismo y el comunismo, intentaron por todos los medios extirpar en sus huestes. Fracasando en el intento. Probablemente, algunos de estos hombres de generaciones nacidas bajo Stalin tienen dicho factor humano más activo que algunos nuevos yuppies occidentalizadores con fruición, cuyo máximo mérito sea, de momento, haber nacido más tarde.
Mijaíl Saakashvili, el jovencísimo líder de la oposición que ha derribado a su mentor y padre político en Tbilisi, ha estudiado en Estrasburgo y en la Universidad de Columbia, pero aún habrá de demostrar su propio factor humano cuando tenga que mostrar autoridad frente a las luchas cainitas, mafiosas y tribales georgianas, influidas por todas las que se dirimen en el Cáucaso -Chechenia incluida- y por las maniobras de Moscú y Washington para el reparto del poder y de la fiesta del petróleo que se anuncia en la región. Georgia no es el campus de la Columbia University.
Shevardnadze no ha podido, por su propia escuela, por su esencia de homosovieticus, acabar con la corrupción económica ni los abusos de poder del aparato estatal. Pero su mayor pecado ha sido perder la amistad de Moscú, a quien no se ha querido doblegar, y la de Washington, que ve en Saakashvili un hombre de los suyos. Shevardnadze era un hombre de tiempos pasados. Su previsible sucesor exhala modernidad, ambición y agresividad. Habrá que ver si al final de su carrera se recuerda tanto su factor humano como el de su antecesor.

MIEDOS EUROPEOS, PESADILLAS ISRAELÍES

Por HERMANN TERTSCH
El País  Miércoles, 19.11.03

COLUMNA

"El nacionalsocialismo, a pesar de que nos cueste aceptarlo, es una obra del hombre y (...), como tal, debe ser analizada sin echar mano de instancias sobrenaturales". Rafael Argullol, en un breve y bello prólogo del Diccionario crítico de mitos y símbolos del
nazismo, de Rosa Sala Rose (Acantilado), rebate así todo el mito sobre lo demoniaco y supuestamente inhumano que pueda haber en el nazismo y todas las actitudes políticas, llámense ideologías, que surgen del rechazo en busca angustiosa de la identidad y la certeza, y acaban en la liquidación del otro rechazado para buscar certeza en uno mismo como pueblo o individuo. Querer mejorar el mundo por medio del exterminio de aquello que se considera lo entorpece o empeora es una actitud extremadamente humana.
Y moderna, porque sólo en la modernidad se ha podido concebir la liquidación en masa, en cadena industrial, de aquéllos a los que consideramos nocivos o amenazantes para los nuestros. Uno de los grandes pensadores sobre el nazismo, Zygmunt Bauman, calificó el Holocausto como un "fenómeno de la modernidad", en ningún caso un brote de barbarismo. Así fue y así es. La industria del crimen inventada para el Holocausto no tiene parangón en la historia de la humanidad, y cualquiera que busque ignora, con voluntad o sin ella, la esencia de esa hora estelar del hombre racional asesino que nos deparó el siglo XX.
Hay quienes parecen hoy de nuevo pensar que es una casualidad el hecho de que los millones de seres humanos que murieron convertidos en humo o lodo en el Holocausto eran judíos. Mal pensado. Porque la historia europea está llena de claves, desde los pogromos de Francfort en el medievo a los de Rusia en el siglo XIX, pasando por la España católica triunfal y, recuerden, también Inglaterra, que señalaban a los judíos como el cuerpo extraño a extirpar del suelo europeo. Y es la historia europea la que hoy alimenta ese antisemitismo que durante un tiempo calló por pudor en el regazo que lo generó y hoy celebra gozoso poder refugiarse tras un muy comprensible rechazo a la deplorable política de tierra quemada y odio sistemático de un régimen en la remota tierra de Israel. Su mayor potencia no está hoy en tierras europeas. Ha sido exportada con gran éxito. A tierras árabes, asiáticas y latinoamericanas. Pero aquí mama de su buena y mala conciencia.
Sólo hay un país en Europa, que es la pequeña Bulgaria, que tuvo una sociedad que se levantó realmente en contra de la aniquilación de sus judíos durante el pogromo global desatado en un principio por las leyes raciales de Núremberg y después por la conferencia de Wannsee. Los demás, unos con más entusiasmo que otros, participaron en aquel inmenso aquelarre de sangre. Cuando Hitler comenzó a matar judíos, los rusos y ucranianos ya lo tenían por costumbre, los rumanos y los húngaros lo esperaban con ansiedad, y los franceses dejaron hacer. Alemania creó la industria de la muerte, pero casi todos los demás se peleaban por administrar materia prima.
A nadie debe, por tanto, sorprender el inmenso recelo hacia Europa que existe en Israel y el fácil uso que un Gobierno como el de Ariel Sharon puede hacer del mismo para movilizar a su opinión pública contra las críticas hacia su imperdonable, irresponsable y cuasi suicida conducta en Palestina. La arrogancia europea, con su petulante superioridad moral a la hora de juzgar y valorar acontecimientos fuera de su territorio, indigna a quienes no viven en el jardín de bienestar y -eso sí, ya supuesta- seguridad de este continente tan bien tratado en los últimos 60 años a partir de aquella hecatombe en la que fueron precisamente los judíos las víctimas principales.
El nacionalsocialismo y la idea de exterminar a los judíos no son producto islamista ni árabe, ni de ningún religioso campesino del desierto y la miseria. Surgen entre nosotros en bellas capitales, con Nicolás II en Moscú y Karl Lueger en Viena. Por eso, Europa no puede aplaudir timorata a Israel como presbiterianos de EE UU. Pero debe saber que su alma depende mucho de que Israel sobreviva a sus propios errores y miedos. Porque es parte nuestra.

Una judía llora sobre el ataúd de una víctima del atentado de Estambul. REUTERS

EL RETORNO DE BERIA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Martes, 11.11.03

COLUMNA

Joachim Fest, periodista, historiador y hombre de sabiduría sobre las relaciones humanas, las miserias europeas y el poder, llega esta semana a España para recordarnos una de las mayores tragedias humanas y de civilización habidas en la historia. Fest ha escrito El hundimiento, Hitler y el final del Tercer Reich, publicado por Galaxia Gutenberg, un protocolo del horror y la impotencia del Berlín de la primavera de 1945. El régimen más criminal sucumbía y su máximo pontífice, Adolfo Hitler, anunciaba, días antes de dimitir de la vida en su búnker y dejar su país postrado en la miseria, que "nos hundiremos pero nos llevaremos al mundo por delante". Se equivocaron, y no sólo las palomas, que se enfrentaban a la muerte con un entusiasmo ridículo en la autoinmolación juvenil, defendiendo patéticas avenidas berlinesas ya en ruinas ante la maquina del odio efectivo del mariscal soviético, Shukov. También el gavilán se equivocaba. Tontos todos en la espiral orgiástica de violencia, violación y muerte, unos se creían los eternos y definitivos vencedores, y los demás, wagnerianos perdedores seguros de dejar algo de dignidad a cambio de sus vidas y despojos. Si Hitler y Goebbels se zambullían en el lodo de la propia miseria y el fracaso gozoso, Laurencio Beria, el señor Yagoda y gospodin Yasov se entusiasmaban con sus supuestos éxitos en la carrera por enterrar a más enemigos de sus fuentes inagotables.
Hoy, de nuevo, en campos de batalla de aquellas guerras de horror, no son pocos los que se ridiculizan a sí mismos con lanzas enhiestas en favor de nuevas tragedias para mayor gloria propia y desprecio de los sufrimientos ajenos. En Georgia, Shevardnadze parece realmente creer estos días en la misma obscenidad en que reflexionaba Lavrenti Beria sobre la superioridad indefinida de la mentira y se reconvoca, nuestro gorbachoviano favorito, como triunfador en unas elecciones en las que nadie puede creerle sino como gran estafador. En Chechenia, Vladímir Putin mata a sus anchas, encantado con la comprensión que se le ofrece desde el exterior, y presume después de haber sido acariciado por tan semejante catadura a la suya como es la de Silvio Berlusconi, presidente hoy, nadie lo olvide, de nuestra digna Unión Europea.
El presidente Lukashenko en Bielorrusia asesina mucho más de lo que advierte, amenaza y habla para llevar a buen término una travesía hacia la nada y hacia el miedo, seguro como los supervivientes de la Wilhelmstrasse en Berlín -de los que tanto y tan bien habla Joachim Fest-, de que quien mata hasta el final es el que mejor lo hace. Las manifestaciones en Minsk, los muertos y los desaparecidos, son minúsculo pie de página en nuestras informaciones sobre el mundo. Mueren gentes en patios interiores, víctimas de palizas y tiros en la nuca, pero poco nos inoportuna esto como poco nos irritó en su día que los polacos mejores se sumieran en las fosas de Katyn, que las élites de una nación fueran inyectadas al lodo.
En Rusia, Vladímir Putin persigue a antiguos cómplices con nombre judío y ganas de buscarle una serie de vueltas a él, ese personaje supuestamente magnífico con ojos de rodaballo que pasea los honores del Kremlin por todos los confines del mundo civilizado. En Azerbaiyán nos regocijamos con una nueva república hereditaria con el júnior de sátrapa admitido, Geidar Aliev, convencidos de que las miserias más o menos pergeñadas o admitidas son menor disgusto que las reales. Al fin y al cabo, habremos de vivir con todas ellas. El nation building, la creación de Estados viables en esos confines de la Europa oriental tan lejana, con seres como Aliev, padre e hijo, con nuestro muy buen Shevardnadze, con el nada criptobolchevique Lukashenko o similares, no es ya un desafío a la buena fe. Es una empresa improbable e inverosímil si siguen imperando personajes que sólo han bebido de la bota intelectual que tan genial y profusamente nos describe Donald Rayfield en su insuperable libro Stalin y los verdugos (Taurus 2003), un enciclopédico relato sobre la depravación. Pero como nada importa y son muchos los que se entusiasman con el maoísmo boliviano, el castrismo venezolano y el bolchevismo cubano, las tonterías argentinas y los absurdos latinoamericanos en común, no hay razón para alarmarse con unas regiones euroasiáticas que cada vez se parecen más a los monstruos que nos devoraron a una población inocente que además se consideraba nuestra. Triste conquista de voluntades la nuestra.

VLADÍMIR GROZNY

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 04.11.03

CRISIS EN RUSIA

Iván Grozny, mejor conocido por aquí como Iván el Terrible, fue un gran líder para unas huestes desalmadas que pusieron las primeras piedras de un imperio ruso, ni mucho menos tan estable como la mitología nacionalista asegura, pero sí con ese cierto orden que el terror impone cuando es unilateral y está dispuesto a utilizar todas sus armas. Seres piadosos suelen hablar en este sentido de "la paz de los cementerios" aunque ni siquiera es necesario que así sea si los métodos de sepelio son lo suficientemente contundentes como para permitirse el enterrar sólo las ambiciones, las ilusiones o las opciones de los rivales y no sus cuerpos, por lo demás tan corruptibles habitualmente como sus almas. Pedro el Grande, un zar que ya comía a veces con cubiertos gracias a la insistencia de sus asesores alemanes, no conocía tampoco otra técnica que la decapitación, en contadas ocasiones metafórica, para impartir modales e imponer el orden en aquel imperio de la Rusia eterna que se gestaba a espaldas de Europa. Después se merece un recuerdo Stalin, ese georgiano poco pulido en maneras pero de cerebro tallado con esmeril. Éste se tomó más en serio el término de "aniquilación" en sentido estricto cuando había que tratar con rivales reales o supuestos, disidentes forzosos o imaginados.
Hoy, nuestro flamante presidente de la Rusia democrática, Vladímir Putin, demuestra que todas las clases de urbanidad recibidas en almuerzos y ágapes en Camp David, la Casa Blanca, el Palacio Buckingham, El Elíseo o La Moncloa no le han alejado un ápice de sus ancestros en el olimpo ruso del poder de aplastamiento del prójimo. El triste suboficial del KGB con vocación de delator entre los soviéticos estacionados en la República Democrática Alemana, elevado a los altares del "gran estadista" por los líderes de Occidente y por sus implacables castigos contra la población civil chechena, nos demuestra ya que sabe de la historia de su país y de la forma en que tratar a sus ciudadanos, si son judíos mejor que mejor.
Mijaíl Jodorkovski, propietario del mayor consorcio petrolífero de Rusia, judío, como todos los millonarios rusos beneficiario del expolio de la propiedad estatal soviética en la pasada década, renunció ayer a sus derechos como jefe de la compañía después de que Putin le expropiara la mayoría de sus acciones. Parece haber entrado en razón después de que el pasado 25 de octubre, el Kremlin decidiera cargarlo de cadenas y encarcelarlo por unos cargos que podrían aplicarse al 95% de los rusos que viven con cierto bienestar y por supuesto a todos aquellos que ayudaron a Putin a estar donde está, en la cúpula de un Estado totalitario que pretende que las democracias se olviden de todos sus principios bajo la amenaza de que toda otra alternativa sería el caos social y la ruina para sus socios, además de la pérdida de un aliado fiel en una lucha contra el terrorismo en la que nunca nadie supo realmente dónde estuvo Putin. Pudo estar bajo los edificios que volaron en Moscú y tanto lo auparon a la presidencia -culpables los chechenos, claro- o en el suministro de tecnología nuclear a Corea del Norte o a Irán. Pero Bush insiste en que ve "una mirada sincera" en esos ojos de pez de su fiel amigo en jornadas campestres. Su Dios le conserve la mirada. A Bush, el omnicreyente.
Los enemigos de Putin en Rusia parecen rendirse hoy, ante una indiferencia exterior que sólo muestra leves indicios de resquebrajarse. Pero todos aquellos que hayan dado por muerto el proceso de democratización de Rusia iniciado hace 12 años y se contenten con el cómodo modelo chino del capitalismo bajo la dictadura -la de Pekín ya del FSB (ex KGB) en Moscú- pueden algún día tener una mala sorpresa. Porque Putin tiene más rivales que Iván Grozny y Pedro el Grande y los tiempos hoy fluyen con celeridad. Aquí no se apuesta por nadie bueno, pero siempre es malo apostar por quien no sólo entierra en vida y liquida los principios propios, sino que, además, no tiene en absoluto las garantías de ganar. A medio plazo al menos.

ESTADOS VIABLES Y RESIGNACIONES SUICIDAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 28.10.03

LA POSGUERRA DE IRAK

La cadena de explosiones de coches bomba en Bagdad ayer, que se suma al ataque al hotel Al Rashid del día anterior, en el que para mayor gloria de los atacantes se alojaba el número dos del Departamento de Estado, Paul Wolfowitz, parece ya haber confirmado a las conmovidas percepciones mediáticas en Occidente que nos hallamos ante la apertura de la contraofensiva de lo que llaman con cierto tono épico la "resistencia iraquí". Los ataques terroristas de ayer son, sin duda, de enorme gravedad y sí son un indicio serio de que en la ciudad se mueven grupos con un mando centralizado.
El hecho de que estén compuestos hoy sobre todo por voluntarios fanatizados no iraquíes o mayoritariamente por cuadros del antiguo aparato de seguridad de Sadam Husein no cambia nada. Las órdenes que tenían los grupos especiales iraquíes en caso de invasión -destrucción, huida, reagrupación y terrorismo- se han cumplido al pie de la letra, lo que no deja en buen lugar a las fuerzas de información y contrainsurgencia norteamericanas que estaban advertidas sobre estos planes desde un principio.
El objetivo de estos ataques no es tan sólo la generación masiva de inseguridad entre la población y las fuerzas militares y civiles extranjeras. Es, sobre todo, la imposición paulatina a todos ellos -y a la comunidad internacional- de la convicción de que Irak es un país inviable sin el Estado que lo dominaba antes de la guerra y de que todos los intentos de hacerlo viable por otros criterios y métodos están abocados al fracaso. No se trata, por tanto, por diversas, fanáticas y disparatadas que sean las convicciones de quienes cometen los atentados, de ningún proyecto para Irak, sino del mismo nihilismo que tan bien explicó en su día André Glucksmann en su libro sobre el ataque a las Torres Gemelas. Se trata por ello de terrorismo en su estado más puro que quiere castigar con el derramamiento de sangre, indiscriminado o no, unas situaciones, pero sobre todo conceptos, que se odian pero a las que no se presenta otra alternativa que la destrucción y la muerte.
Inviables son hoy decenas de Estados, como muy bien explica Oswaldo de Rivero, embajador de Perú en las Naciones Unidas en su nuevo libro que lleva precisamente ese título (Los Estados inviables, Editorial Catarata y Universidad Complutense). Lo son por muchas razones, pero sobre todo porque, en las descolonizaciones diversas, "la euforia emancipatoria propulsada por el nacionalismo tribal y el Kaláshnikov ha terminado en procesos catastróficos de subdesarrollo e inviabilidad nacional. La ilusión por el Leviatán propio prevaleció incontestada sobre la posibilidad real de comunidades humanas para organizarse como Estados viables".
Hoy hemos llegado a un punto en que los Estados inviables son una amenaza no sólo para sí mismos, sino para quienes sí consiguieron organizarse en un sistema de orden, bienestar y prosperidad. Los leviatanes de pueblos y religiones despiertan por doquier siempre cargados de ira por sus propios fracasos.
En el caso de Irak, se puede o no estar de acuerdo con la intervención misma o su oportunidad. Pero hoy hay que estar muy ciego para no ver que la victoria de la viabilidad para este Estado es condición inexcusable para la seguridad del mundo, para la credibilidad de las democracias y para proseguir en los esfuerzos por sacar a tantos Estados fracasados de los callejones sin salida de su historia y su desarrollo.
Son muchas las fuerzas que se nutren en sus violentas vocaciones y mitos del fracaso y de determinismos históricos que bloquean todas las posibilidades de poblaciones e individuos a emprender un camino de desarrollo y prosperidad.
El esfuerzo por buscar viabilidad para Irak y toda la región se enfrenta por ello a fuerzas que no resisten si no se manifiestan con su único discurso que es el terrorismo. Por eso, ante las tragedias en Irak, pueden ser discutibles todas las medidas políticas, económicas o militares, pero nunca puede considerarse la posibilidad de dar un paso atrás ante hechos como los habidos ayer en Bagdad, por grandes que sean los costos que la perseverancia nos ha de exigir.
Son los zarpazos, sin duda no los últimos, por desgracia, de un monstruo con el que el armisticio es imposible para las sociedades libres si quieren seguir siéndolo a medio plazo. Irak tiene que llegar a ser viable como lo tiene que ser y pronto el nuevo Estado de Palestina. Todos los que obstaculizan que así sea deben saber que los sabotajes y las obstaculizaciones no nos harán cejar en el empeño. Porque somos conscientes de que si no son ellos viables, pronto podría ser que no lo fuéramos nadie.

DE LA PAZ A SACRAMENTO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 21.10.03

COLUMNA

¿Qué tienen en común Bolivia -ese paradigma de Estado inviable, cubierto de lodo, óxido de cobre, fosas comunes y cocaleros analfabetos- y California, Estado bendecido, meca del cine, del éxito, del dinero y del glamour? Varias cosas, se dirá. Son la coca, la alegría y la rabia con que se usan las armas, la violencia, el robo y la corrupción. De un par de semanas a esta parte les une además una especial forma de deshacerse de sus mandatarios electos cuando aún no han cumplido la cuarta parte de su mandato. Por supuesto que en Sacramento el gobernador Davis ha sido derrocado con más elegancia que en La Paz el presidente de la República boliviana, Gonzalo Sánchez de Lozada.
Nadie cuestiona culpabilidades aquí. Si a Davis lo llamaban incompetente hasta en los sermones de las iglesias californianas, sorprendentemente ecuménicas en el caso que nos ocupa, al presidente boliviano un clamor popular -aun más convincente, indígena- lo había convertido en el peor rufián de la historia de aquel país andino que, de no ser por los explotadores, españoles o yanquis, habría sido un país alpino, y Oruro habría sido Davos y Cochabamba Zúrich, y los mil y pico dólares per cápita serían, ¿por qué no?, 36.000 dólares por alma y año. Sin duda.
Lo único claro es que bolivianos y californianos han logrado deshacerse de sus líderes recientemente electos. Y que la inmensa mayoría se antoja feliz por el resultado. Hubo un momento en España durante la pasada primavera en que ciertos dirigentes, entusiasmados por la movilización en la calle en contra de la participación española en la guerra de Irak, creyeron por un momento ser capaces de utilizar la vía boliviana para acabar con la legislatura. Las calles se poblaron de banderas de un Estado ya no existente cuyo retorno parecía reclamarse. Los dirigentes electos fueron insultados como asesinos y emuladores de Hitler o Mussolini o Goebbels. Y en el Parlamento se exigió transfuguismo generalizado -¡ese denostado fenómeno poco después!- en una votación secreta que debía acabar con la mayoría gubernamental. Ahora, aquí algunos comparan prácticas fascistas y no sólo fascistas de 1936 (rotura de urnas) con otras que son meras acusaciones que la realidad o la incompetencia no han dejado demostrar. Pero se insiste en lo que hoy, sin pruebas, no es más que calumnia. Y se practica retórica bolivariana en los mítines electorales tanto como en La Paz o Caracas.
En unas ciudades supuestamente aún más limpias como Zúrich o Ginebra, ya se habla, después del éxito de Christoph Blocher, un millonario que finge indignarse con los problemas cotidianos de los suizos, de que podría cambiarse el régimen tradicional de Gobierno que impone el consenso a un Gabinete de todas las fuerzas con presencia electoral. Quieren algunos cambiar las reglas para mejor. ¿Para mejorar quiénes? Muy cerca, en Italia, Silvio Berlusconi ya ha cambiado tantas reglas del juego que nada parece impedirle ganar siempre al margen de la razón y el apoyo que le asista por parte de las gentes o las leyes.
En el País Vasco, España, Europa, un jefe de Gobierno se alegra de las proclamas guerracivilistas del sur de Madrid para reafirmarse en su ambición de crear un Estado indigenista a la imagen del soñado por los sindicalistas bolivianos, en el que todos los traidores o tibios en su entusiasmo han de huir, si no a Miami, sí a Alicante o Madrid si no quieren morir o vivir en miserable existencia de vasallos. En Israel prosigue la caza mutua entre sicarios de dos amos de la guerra, y en la mayor democracia del mundo desaparecen detenidos en las jaulas de Guantánamo. Desaparece por todas partes la retórica de la comprensión y de la compasión y la defensa, ya serena, ya indignada, del derecho y de la verdad. Si en EE UU desaparecen convictos, en Madrid son celebrados por quienes quieren gobernar y en Vitoria por quienes gobiernan. Así las cosas, bienvenida la reedición que ahora publica Taurus en Madrid del libro de Giovanni Sartori ¿Qué es la democracia? Desde aquí se ruega encarecidamente su lectura. Quizás nos pueda salvar aún de males mayores.