martes, 15 de mayo de 2018

EL RETORNO DE BERIA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Martes, 11.11.03

COLUMNA

Joachim Fest, periodista, historiador y hombre de sabiduría sobre las relaciones humanas, las miserias europeas y el poder, llega esta semana a España para recordarnos una de las mayores tragedias humanas y de civilización habidas en la historia. Fest ha escrito El hundimiento, Hitler y el final del Tercer Reich, publicado por Galaxia Gutenberg, un protocolo del horror y la impotencia del Berlín de la primavera de 1945. El régimen más criminal sucumbía y su máximo pontífice, Adolfo Hitler, anunciaba, días antes de dimitir de la vida en su búnker y dejar su país postrado en la miseria, que "nos hundiremos pero nos llevaremos al mundo por delante". Se equivocaron, y no sólo las palomas, que se enfrentaban a la muerte con un entusiasmo ridículo en la autoinmolación juvenil, defendiendo patéticas avenidas berlinesas ya en ruinas ante la maquina del odio efectivo del mariscal soviético, Shukov. También el gavilán se equivocaba. Tontos todos en la espiral orgiástica de violencia, violación y muerte, unos se creían los eternos y definitivos vencedores, y los demás, wagnerianos perdedores seguros de dejar algo de dignidad a cambio de sus vidas y despojos. Si Hitler y Goebbels se zambullían en el lodo de la propia miseria y el fracaso gozoso, Laurencio Beria, el señor Yagoda y gospodin Yasov se entusiasmaban con sus supuestos éxitos en la carrera por enterrar a más enemigos de sus fuentes inagotables.
Hoy, de nuevo, en campos de batalla de aquellas guerras de horror, no son pocos los que se ridiculizan a sí mismos con lanzas enhiestas en favor de nuevas tragedias para mayor gloria propia y desprecio de los sufrimientos ajenos. En Georgia, Shevardnadze parece realmente creer estos días en la misma obscenidad en que reflexionaba Lavrenti Beria sobre la superioridad indefinida de la mentira y se reconvoca, nuestro gorbachoviano favorito, como triunfador en unas elecciones en las que nadie puede creerle sino como gran estafador. En Chechenia, Vladímir Putin mata a sus anchas, encantado con la comprensión que se le ofrece desde el exterior, y presume después de haber sido acariciado por tan semejante catadura a la suya como es la de Silvio Berlusconi, presidente hoy, nadie lo olvide, de nuestra digna Unión Europea.
El presidente Lukashenko en Bielorrusia asesina mucho más de lo que advierte, amenaza y habla para llevar a buen término una travesía hacia la nada y hacia el miedo, seguro como los supervivientes de la Wilhelmstrasse en Berlín -de los que tanto y tan bien habla Joachim Fest-, de que quien mata hasta el final es el que mejor lo hace. Las manifestaciones en Minsk, los muertos y los desaparecidos, son minúsculo pie de página en nuestras informaciones sobre el mundo. Mueren gentes en patios interiores, víctimas de palizas y tiros en la nuca, pero poco nos inoportuna esto como poco nos irritó en su día que los polacos mejores se sumieran en las fosas de Katyn, que las élites de una nación fueran inyectadas al lodo.
En Rusia, Vladímir Putin persigue a antiguos cómplices con nombre judío y ganas de buscarle una serie de vueltas a él, ese personaje supuestamente magnífico con ojos de rodaballo que pasea los honores del Kremlin por todos los confines del mundo civilizado. En Azerbaiyán nos regocijamos con una nueva república hereditaria con el júnior de sátrapa admitido, Geidar Aliev, convencidos de que las miserias más o menos pergeñadas o admitidas son menor disgusto que las reales. Al fin y al cabo, habremos de vivir con todas ellas. El nation building, la creación de Estados viables en esos confines de la Europa oriental tan lejana, con seres como Aliev, padre e hijo, con nuestro muy buen Shevardnadze, con el nada criptobolchevique Lukashenko o similares, no es ya un desafío a la buena fe. Es una empresa improbable e inverosímil si siguen imperando personajes que sólo han bebido de la bota intelectual que tan genial y profusamente nos describe Donald Rayfield en su insuperable libro Stalin y los verdugos (Taurus 2003), un enciclopédico relato sobre la depravación. Pero como nada importa y son muchos los que se entusiasman con el maoísmo boliviano, el castrismo venezolano y el bolchevismo cubano, las tonterías argentinas y los absurdos latinoamericanos en común, no hay razón para alarmarse con unas regiones euroasiáticas que cada vez se parecen más a los monstruos que nos devoraron a una población inocente que además se consideraba nuestra. Triste conquista de voluntades la nuestra.

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