miércoles, 25 de julio de 2018

EL ASALTO A LA CIUDAD

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 12.07.05

COLUMNA

Ayer se conmemoró en Bosnia el trágico asalto a una pequeña ciudad, Srebrenica. El resultado del mismo, hace ahora diez años, lo conocen todos. Al menos 8.000 hombres, niños y ancianos fueron ejecutados y enterrados como perros en fosas comunes. Aquella ciudad llevaba entonces tres años resistiendo en unas condiciones terroríficas, al igual que la capital del país, Sarajevo. El Ejército serbio y los paramilitares a sus órdenes no querían solo tomar Sarajevo, Srebrenica y Tuzla. Ya lo habían logrado en Foca, donde ejecutaron a gran parte de los hombres sobre el puente del río Drina y lanzaron los cadáveres al agua. Esto mismo habían hecho en Kostelnica, donde río abajo las corrientes jugaban con los muertos flotantes como en la nueva película de Spielberg La guerra de los mundos. ¡Ay de las ciudades, ese escenario de encuentro en los valles y junto a los grandes ríos y costas amables donde la comunicación permite a los hombres juntarse para intercambiar experiencias y noticias, mercancías y sentimientos! Sus enemigos las odian porque en ellas surge hace miles de años la riqueza de la comunicación y la libertad y dignidad del individuo, porque en ellas es tan difícil imponer verdades únicas y la peor represión nunca puede evitar complicidades humanas entre gentes de diversa procedencia, religión y etnia. Allí todo se mezcla y nada queda en estado puro.
Las odiaban los fanáticos de la tribu que dirigían Ratko Mladic y Radovan Karadzic como las detestan en el fondo todos los nacionalismos que no por casualidad idealizan la vida primitiva en el campo y las amables arcadias de quienes piensan y sienten todos igual. Siempre fueron objetivo de todos los que quieren imponer la tiranía. Los ciudadanos siempre han sido los peores súbditos. Lo sabía Slobodan Milosevic, a quien derribaron los belgradenses con el apoyo de los habitantes de la otra ciudad serbia que es Nis. Como lo sabían Mao Zedong y Pol Pot, que exterminaron a sus burguesías. La ciudad siempre genera pecado e ideas disolutas y disolventes, que se juntan o enfrentan y generan otras que a su vez plantean preguntas, fomentan la curiosidad y crean lazos humanos en constante ampliación y movimiento. La ciudad es la libertad y tiene otra vez muchos enemigos fuera de sus muros imaginarios, pero también dentro de la fortaleza civilizadora.
Londres es la ciudad por antonomasia. Allí, junto al Támesis que lleva a todos los mares del mundo, se ha inventado mucho de lo que hoy constituye el mundo moderno. La megápolis del comercio, la industria y las comunicaciones ha sido también la cuna de la democracia y el bastión de la misma en los peores momentos para la sociedad abierta. En Londres, los enemigos de nuestra civilización de ciudades nos han atacado a todos y lo han hecho con bombas en las arterias de nuestra cultura de la movilidad, de la comunicación e información, de nuestra libertad.
No es en realidad nada distinto, salvo en su carga simbólica, a lo que nuestro enemigo moderno, el terrorismo, lleva haciendo ya años. Ayer, el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, de visita en Madrid, otra ciudad castigada por quienes quieren doblegar la voluntad y el desafío ciudadano, tenía toda la razón al considerar uno de sus mayores éxitos el restablecimiento de las comunicaciones entre las ciudades y el regreso a las mismas de sus alcaldes antes huidos ante el terrorismo de las FARC. Si las ciudades pueden defenderse, la democracia siempre estará a salvo por mucho dolor que puedan causar sus enemigos. Por eso los ciudadanos han de defenderse con firmeza tanto de sus enemigos como de quienes les sugieren claudicar con cantos de sirena sobre la paz perpetua e imposibles conciliaciones. Ninguna democracia puede hoy permitirse ninguna paz que no pase por la derrota del terrorismo, su enemigo mortal. Porque hunde su dignidad y libertad y la convierte en rehén, esto sí a perpetuidad, de quienes la quieren destruir con bombas o rendición encubierta.

EL NUEVO OSKAR ROJIPARDO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Jueves, 07.07.05

ANÁLISIS

Lafontaine ha vuelto para vengarse del SPD con una retórica nacional y socialista

La descomunal cabeza de bronce del autor del manifiesto comunista aguanta el chaparrón veraniego con el gesto inalterado. No así el hombre bajito que, debajo mismo de las barbas del profeta de la sociedad sin clases, arenga con secas gesticulaciones, timbre irritado y cara congestionada a unos centenares de ciudadanos congregados en la plaza de Chemnitz, la ciudad germanooriental que durante más de cuatro décadas de comunismo llevó precisamente el nombre de Karl-Marx Stadt. Simbología vetusta para la campaña electoral en la Alemania del Tercer Milenio. "Hay que acabar con esta política de mierda, con esta cerdada antisocial, del Gobierno [socialdemócrata] de Schröder", grita el orador. "¡Eso, exacto!", responde el público. "Hay que proteger a los padres de familia alemanes y a las mujeres alemanas para que los fremdarbeiter [trabajadores foráneos, término utilizado durante el nazismo] no les arrebaten los puestos de trabajo", proclama. Gritos de asentimiento en el público: "¡Jawohl, Ja, So ist es!". El semanario Die Zeit, cuyo editor es el ex canciller socialdemócrata Helmut Schmidt, describiría indignado dicha escena de apertura de campaña: "Bajo la severa mirada del busto de Carlos Marx experimentó sin escrúpulo con el lenguaje de Goebbels". "Qué bajo ha caído", sentencia el otro gran semanario alemán Der Spiegel.
Populismo a raudales, sin escrúpulos ni mesura. Alemania ya tiene a su Jörg Haider, su Pim Fortuyn o su Le Pen, pero ni el más demente entre los profetas habría sido capaz de imaginar hace unos años que se llamaría Oskar Lafontaine. Quién hubiera dicho, sin ser tomado por loco, que el que fuera todopoderoso presidente del Estado del Sarre, presidente del SPD -el partido legendario de la izquierda democrática europea- y efímero ministro federal de Economía volvería a la política cargado de mensajes de resentimiento en los que se mezcla la retórica paleocomunista con el lenguaje más parduzco del pasado alemán. Si se entera Willy Brandt muere de nuevo. Uno de sus nietos, quizás el favorito, al que en su día se unieron las esperanzas de revitalización del SPD en una política de izquierdas, es ya el máximo líder de una extraña alianza de izquierdistas antisistema, comunistas sin reciclar integrados en el Partido del Socialismo Democrático (PSD), heredero del partido comunista de la RDA, y sectas más o menos antidemocráticas que pescan en el río revuelto de la crisis en la que se halla sumida Alemania. Lafontaine ha dado así el salto de la excentricidad más o menos simpática a la sinrazón más peligrosa.
Música para los oídos de la extrema derecha son los lemas electorales que Lafontaine, pese a las críticas de su antiguo partido, no deja de proferir. Dice aquel adalid de la "nueva izquierda" que "la inmigración forzada [de mano de obra] la demandan en Alemania los 10.000 de arriba", término utilizado sobre todo por los comunistas para referirse a los grandes capitalistas. Y promete expulsar de Alemania a "quienes no hablen nuestra lengua y no paguen sus impuestos según su capacidad". Advierte de que el "pueblo alemán", una "comunidad de destino", se juega "el futuro de la identidad de Europa a finales del siglo" y subraya la amenaza de que suceda como en "Estados Unidos, donde en medio siglo los blancos ya no serán mayoría". En la sociedad alemana asustada y confundida que Schröder deja tras siete años de Gobierno, frases así asustan a muchos pero atraen a no pocos. Según los últimos sondeos, el nuevo partido surgido de la unión de la WASG (Alternativa Trabajo y Justicia Social) y el PDS ya es la tercera fuerza del país con un 12%, con lo que ayuda decisivamente a hundir al SPD por debajo del 30%.
Socialismo en estado puro y nacionalismo a raudales son la fórmula con la que Lafontaine se promete irrumpir en el Bundestag en las elecciones en septiembre. No es de extrañar por tanto que haga competencia directa a los nacionalsocialistas, los neonazis del NPD, que también ha experimentado una transformación aunque más estética que de contenidos. En el reciente congreso del partido en Sajonia no se vieron ya zamarras de cuero ni botas claveteadas, sino jóvenes con corbata y señoritas muy urbanas que ya no se saludan con brazo en alto y no beben cerveza, sino té, en las sesiones de trabajo. Su programa va dirigido a los mismos electores que el de Lafontaine: parados, jubilados, pequeños empresarios, jóvenes y profesionales, la suma de las supuestas víctimas de las imprescindibles reformas que los grandes partidos, SPD y CDU, quieren imponer. Su lema El sistema está acabado es el mismo que evoca en discursos y en su nuevo libro, Política para todos, el ex nietísimo de Willy Brandt. Y ambos pueden resumirse con la nada original fórmula de "quitarle a los ricos para darle a los pobres"; eso sí, siempre que sean alemanes. Los nazis siempre fueron muy sensibles en el ámbito social, como recuerda Götz Aly en su libro El Estado popular de Hitler, el mejor libro sobre el nazismo publicado el pasado año.
Hay que querer mucho al Napoleoncito del Sarre, convertido en gran líder rojipardo, para no percibir lo patético que resulta su retorno con semejantes compañías y recursos políticos. Hay quienes dicen que dimitió como ministro, tras sólo cinco meses en el cargo, por agravios imaginados multiplicados tras una noche de copas y que desde entonces, hace seis años, el arrepentimiento por su decisión sólo es comparable al odio que tiene a Schröder, al que hace culpable de todas sus desgracias. Su dimisión supuso la primera gran crisis del Gobierno de coalición entre SPD y Verdes que ahora parece resignado a perder las elecciones, pero jamás pensó que Lafontaine pudiera contribuir tanto a ello. Ante un probable éxito electoral del nuevo tribuno, comienza a hablarse de una gran coalición entre CDU y SPD para acometer las reformas y hacerle frente. Pero esto conlleva el riesgo de hacerlo crecer.
Sea por odio a sí mismo o por odio al SPD, está claro que no ha elegido mal la hora de la venganza y que le hará mucho daño al SPD que presidió. Esto le ayudará a acariciarse su incombustible autoestima, pero es un flaquísimo favor, el enésimo pero el peor, que le hace a la democracia y a la sociedad de Alemania.

NUEVAS AFRENTAS DEL TRÍO DE KÖNIGSBERG

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 05.07.05

COLUMNA

¿Se puede saber que hacían de nuevo el aún canciller federal alemán, Gerhard Schröder, y el aún no dimisionario presidente francés, Jacques Chirac, erigiéndose en representantes de la Unión Europea en una cumbre con el presidente Vladímir Putin para arreglar el mundo? Los dos grandes líderes del fracaso del núcleo europeo han pasado un conmovedor fin de semana en Kaliningrado celebrando con Putin el 750º aniversario de la fundación de Königsberg, la antigua capital de Prusia Oriental, que desde su destrucción hace 60 años se llama Kaliningrado. Han acudido diligentes a un festejo preparado por el Kremlin como afrenta a otros miembros de la UE, al excluir de la invitación, cursada a más de 40 países, a Polonia y Lituania, precisamente los Estados vecinos de ese enclave ruso en territorio europeo.
La falta de sensibilidad histórica del canciller alemán es tan conocida como el arrogante desprecio que despliega Chirac hacia unos países centroeuropeos y bálticos que recuerdan tan bien los asaltos alemanes y rusos a sus territorios como la indiferencia francesa cuando sucedían. En dichos países se toma nota, con estupefacción, del enésimo desplante franco-alemán. Aunque a nadie debiera extrañar que estos dos no se acuerden de tragedias ajenas en el siglo XX, sí parecen haber olvidado su propia situación actual.
La cumbre ruso-franco-alemana, celebrada en el antiguo balneario prusiano de Rauschen, hoy Sowjetlogorsk, no podía tener otro resultado inmediato que la generación de más desconfianza entre miembros de la UE, resultado sin duda apetecido por Putin. Éste ya había tenido gran éxito en ello cuando logró casi plena asistencia a los actos de exaltación soviética en el 60º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Los hoy socios de la UE, que vivieron el mayo de 1945 como mero relevo de una bárbara ocupación extranjera por otra, no oyeron en Moscú ni una palabra de pesar o reconocimiento a su sufrimiento de medio siglo que siguió a la llamada liberación.
El encuentro trilateral de Sowjetlogorsk ha estado revestido de toda esa simbología multipolar que gusta al eje antiestadounidense que se fraguó antes de la intervención norteamericana en Irak, cuya doctrina suprema es el antiatlantismo. Putin disfruta dándoles cancha a los dos prejubilados, aunque sabe que ambos van a la cita del G-8 en Gleneagles (Escocia) con poco más que su presencia física. Simbolismos aparte, esta semana sí que tendrá Putin una cita realmente importante. El jefe del Estado de China, Hu Jintao, inicia el jueves una visita a Rusia para intensificar las -éstas sí- excelentes relaciones bilaterales. Las reticencias europeas -que no de Schröder y Chirac- a poner fin al embargo de armas a China otorgan especial relieve a la reforzada cooperación militar ruso-china, que vuelve a los niveles óptimos de antes de la ruptura de Mao Zedong con la URSS en 1956.
Aquí está de nuevo ese fantasmal eje de ocasión, París-Berlín-Moscú-Pekín, eso sí, con las dos capitales occidentales como parientes débiles, y las orientales, conscientes de su poder y decididos a poner coto a molestos movimientos democráticos en casa y entre el Cáucaso y la frontera china. Objetivo de estas dos es dinamitar la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). Este organismo, el único que desde el atlantismo promueve los derechos humanos y la democratización en zonas de crisis, ha sido decisivo en los reveses a los intereses antidemocráticos de Moscú y Pekín. Putin y Hu Jintao hablarán de ello, y el encuentro de Königsberg les será útil porque aumenta los recelos entre democracias europeas. Moscú no quiere más revoluciones democráticas como las de Georgia o Ucrania. La reciente matanza de centenares de manifestantes contra la satrapía del presidente Karímov en Uzbekistán ha sido aplaudida por Putin. Schröder y Chirac han callado, como ya hicieron cuando el Kremlin quiso revivir como imperio con su estafa en Kiev. Es humano que estas dos tristes figuras busquen consuelo en Königsberg, donde les tratan con respeto y se le ríen los chistes antibritánicos a Chirac. Pero es patético que presten servicios a las maniobras antiatlánticas de Putin. Hay formas más dignas de decir adiós al cargo. Incluso desde la irrelevancia se puede ser algo leal.

UNA GUERRA SIN CUARTEL

Por HERMANN TERTSCH
El País  Domingo, 03.07.05

REPORTAJE

"Estamos sorprendidos por el reducido número de prisioneros encontrado. No nos han dado ninguna explicación sobre dónde puede estar el resto y eso nos preocupa". Este escueto y muy diplomático comentario del 31 de julio de 1995 de Christophe Girod, vicepresidente del Comité Internacional de la Cruz Roja para los Balcanes, ya reforzaba, tres semanas después de la toma de Srebrenica por las fuerzas serbias dirigidas por el general Ratko Mladic, los peores temores de muchos que para algunos era ya certeza. Los cálculos hechos por las autoridades bosnias, los observadores militares de la ONU y la OTAN, basados en testimonios de quienes habían llegado a territorio controlado por el ejército bosnio, habían ido filtrándose poco a poco a lo largo de esos días y venían a coincidir en tres puntos clave.
Primero: tras la toma de Srebrenica, las fuerzas serbias separaron a todos los varones sanos entre 14 y 65 años -unos 15.000- del resto de la población -unos 25.000-, mujeres ancianos y niños pequeños.
Segundo: los hombres, hacinados en grandes bolsas humanas en campo abierto, apartados de sus familias, recibieron numerosas informaciones sobre la ejecución masiva de prisioneros en edad militar en los alrededores del enclave y se lanzaron a la huida en carrera desesperada por los campos de minas. Desperdigados y bajo un intenso fuego de ametralladoras y morteros serbios, tan sólo lograron llegar a territorio bosnio entre 6.000 y 7.000 hombres.
Tercero: los demás supervivientes fueron capturados por las tropas de Mladic y encerrados en escuelas y otras instalaciones públicas.
Fotografías de satélites norteamericanos de los días 13, 14 y 15 de julio, hechas públicas semanas más tarde, mostraban, primero, grandes aglomeraciones de prisioneros a cielo abierto, y, días después, terrenos sin rastro humano, removidos por excavadoras y huellas de maquinaria pesada. Quienes veían las imágenes sabían ya lo que había sucedido, pero la postura oficial de la comunidad internacional seguía evitando conclusiones.
De los más de 8.000 prisioneros que debían estar en manos serbias, la Cruz Roja sólo logró ver a poco más de 200 en la primera visita que permite el general Mladic. A lo largo de las semanas siguientes llegan a zona bosnia supervivientes que hablan de pilas de cadáveres y camiones repletos de prisioneros que volvían vacíos a recargar en los centros de detención.
Es difícil definir la impotencia de la comunidad internacional durante aquel trágico año, pero sólo era la lógica consecuencia de la debilidad y división demostrada especialmente por Europa durante los tres años de guerra previos, y, antes, durante los largos preparativos para esta operación de limpieza étnica, pensada, organizada y dirigida por el régimen de Milosevic. Aquella tragedia comenzó como buena nueva con el hundimiento de los regímenes comunistas en Centroeuropa. Desmoronada la ideología sobre la que basaban su legitimidad histórica, los aparatos comunistas de las diferentes repúblicas encuentran en el nacionalismo su ideología sustitutoria.
Milosevic, un líder carismático joven y osado, derriba a la cúpula de grises aparatchiks serbios y moviliza al pueblo contra un enemigo exterior, un pueblo odiado, imprescindible en su estrategia. Ese papel lo cumplen los albaneses kosovares, musulmanes en su mayoría, que habitan una provincia autónoma en el sur y que, según las leyendas nacionales serbias, es la cuna y el baluarte del espíritu nacional. La palabra mágica para lograr la incondicional adhesión del pueblo serbio a su proyecto supremacista es Kosovo. De allí se extendería la fuerza expansionista nacionalista que en Bosnia tendría por enemigos a otros musulmanes, los bosnios.
En Kosovo comienza Milosevic la aplicación de su plan para hacer de los serbios la nación hegemónica en la agónica Yugoslavia forjada por Tito con represión masiva del nacionalismo y un sistema de equilibrio de poderes en la dictadura. Este sistema quedó definitivamente periclitado por la exigencia de supremacía racial serbia formulada por el caudillo, un comunista que no habla de comunismo y convierte el mito nacional medieval en doctrina de Estado.
Si en 1987, con su ascenso al poder en Serbia, ya consigue liquidar la autonomía de Kosovo y de la Voivodina, donde conviven serbios con una minoría húngara, en 1989 comienza la aplicación brutal del régimen de apartheid en Kosovo, donde la exigua minoría serbia pasa a asumir todos los poderes y la mayoría albanesa es desposeída de sus derechos.
Croacia y Eslovenia se rebelan contra los intentos de Milosevic en convertirlas en minorías en una Yugoslavia de hegemonía serbia. Llegan las proclamaciones de independencia en junio de 1991, y con ellas la guerra. Un año más tarde se extiende inevitablemente a Bosnia, donde conviven musulmanes, croatas y serbios. Milosevic quiere unir todas las "tierras serbias" desde la Krajina a Kosovo, y por tanto hacer suya Bosnia entera. Si al principio la guerra parece un paseo militar para los serbios, pronto Croacia se organiza con fuerte ayuda exterior y no tardan en llegar los primeros fracasos del ejército serbio.
En 1995, Croacia logra romper las defensas serbias en su territorio y en una gran ofensiva por la Krajina provoca una inmensa oleada de refugiados serbios hacia el sur. En la guerra sin cuartel por territorio propio limpio de individuos de otras etnias se inscribe la matanza de Srebrenica.
Es el presidente Bill Clinton, quien decide una intervención para poner fin a las matanzas y a la sistemática humillación de las fuerzas de la ONU que culminaron en Srebrenica con la vergonzosa actuación de unas tropas holandesas que entregaron sin resistencia a la población musulmana a sus verdugos. Mucho se ha escrito sobre la ignominia de aquel negro capítulo de la historia europea. Pero aún está por escribir el relato completo de la pasividad, cuando no connivencia, de una Europa dubitativa e impotente ante los sistemáticos crímenes serbios de la población civil que comenzó ya en 1991, después emulados por los croatas. Su impunidad, que no quedó rota hasta después de la frágil Paz de Dayton, después de 300.000 muertos, 10.000 desaparecidos y cuatro millones de refugiados.
La falta de decisión de las democracias frente al racismo nacionalista dejó así en Bosnia, en Srebrenica, un testimonio imperecedero y una advertencia sobre el inconcebible potencial criminal.

POETAS Y ADALIDES EN LA EUROPA ‘LIGHT’

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 28.06.05

COLUMNA

El señor Volen Siderov es un búlgaro solemne, líder de un partido con el nombre poco tranquilizador de Ataka, en cuyos mítines se anuncia con fanfarrias. Es además un racista, ultranacionalista y milenarista, es decir, un fascista balcánico de manual. Los últimos sondeos previos a las elecciones búlgaras, en los que se debieron utilizar métodos galaico-israelitas, le daban entre el 1,6% y el 2,6% de los votos. Superó el 8% y consiguió 23 escaños en el Parlamento de Sofia. Su objetivo declarado es conseguir una Bulgaria "limpia", sin turcos ni gitanos. No ha aclarado cómo logrará esa hazaña que exige la desaparición del 25% de la población. Porque, si las estadísticas pueden estar en lo cierto con que los turcos pamukos representan en torno al 10%, es una mala broma del censo oficial establecer en menos del 4% a su población gitana. Cuadrupliquen la triste cifra y estarán más cerca de acertar.
Todor Yivkov, aquel dirigente comunista búlgaro cuya bonhomía sólo sabían captar Nicolae Ceaucescu y Leonidas Breznev, intentó ya en 1983 dejar el país "limpio" de pamukos y expulsó a unos cientos de miles. Ya vuelve a haber tantos como antes. La limpieza étnica es un mito europeo recurrente. Sidorov es hombre de letras -periodista-, no podía ser de otra forma, como lo es Radovan Karadzic, cuyas olvidadizas memorias fueron un éxito de ventas en Serbia. Mucho intelectual europeo tenemos -escritores, periodistas y por supuesto filólogos- buceando por las sentinas del nacionalismo. A pocos días de cumplirse el décimo aniversario de la matanza de Srebrenica, y con Karadzic y Ratko Mladic aún huidos de la justicia, otro gran poeta europeo cuya obra en la última década se concentra en la negación cuando no apología del crimen, el alma tierna del austriaco Peter Handke, ha tenido el mal gusto de obsequiarnos con una cariñosa defensa de Slobodan Milosevic en la revista alemana Literaturen. Handke visitó a Milosevic en la prisión en Scheveningen, junto a La Haya, y reafirmó en un tedioso panfleto su vocación como Céline balcánico. Sólo le falta ya una buena dosis de ese antisemitismo tan en boga de nuevo en nuestro continente de la tolerancia. El antisemitismo sirve de baremo perfecto para medir la falta de autoestima de las democracias y de su voluntad de autodefensa.
No deja de ser lógico que, cuando la clase política no difunde sino una nada solemnizada y la arrogancia del nuevo rico semiculto que quiere vendernos la reinvención del mundo, quienes no se refugien en el cinismo o la privacidad se lancen por senderos de certezas, por falaces que sean. Desde que cayó el muro de Berlín y se hundió el sueño de unos pocos y la pesadilla de millones, las esperanzas han sido tan efímeras como el éxito de un sinfín de poetas y adalides que nos anunciaban tiempos gloriosos. La mayoría de ellos no pudo siquiera hacer todo el daño que anunciaban porque la atracción del proyecto común europeo en la Unión aún mantenía su fuerza centrípeta y disciplinadora. El espectacular éxito de la España constitucional de los últimos 25 años fue para todo el este de Europa un modelo a emular y la confirmación de que las renuncias a pasiones y venganzas podían tener una inmensa recompensa. Hubo decenas de Zirinovskis y Siderovs fugaces. Sólo Milosevic tuvo tiempo otorgado para llenar tumbas.
Hoy, ni la UE ni España deslumbran a nadie y el respeto dentro y fuera se desmorona. Si el despecho a la clase política hierve, y no sólo en Francia u Holanda, en una Turquía mil veces engañada, Mein Kampf de Hitler es el cuarto libro más vendido. En los Balcanes, los demócratas tiemblan ante un posible portazo de la UE que sería un cheque en blanco para mafias y nacionalistas. Y en el seno de la UE, quienes simulan que allí no pasa nada son ya tan peligrosos para las instituciones como quienes las quieren dinamitar. Incapaces de deshacerse de sus propios mitos, inercias y corsés ideológicos, fracasados y esclavos de su propio populismo dulcificador, nutren mitos antagónicos y agresivos y amenazan con dejar inermes y desprestigiadas a las democracias ante sus nuevos enemigos.

XX CONGRESO EN EL ORIENTE PRÓXIMO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 21.06.05

EL FUTURO DE EUROPA | LA SITUACIÓN EN ITALIA

No se parece en nada la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, al que fuera efusivo secretario general del PCUS, Nikita Jruschev. Pero lo que dijo ayer la señorita Condi en una conferencia multitudinaria en El Cairo recuerda al acto de contrición del máximo líder soviético en el XX Congreso cuando reveló los "errores" del partido y los crímenes de Stalin ante unos camaradas estupefactos. La secretaria de Estado manifestó ayer que "durante 60 años mi país ha buscado en Oriente Próximo la estabilidad a costa de la democracia y no ha logrado ni lo uno ni lo otro. Esto cambia ahora". Busque el lector por su cuenta, pero yo no conozco en la historia de Estados Unidos ningún mea culpa de semejante rotundidad y calado. El país más poderoso del planeta proclama que su política en la región más explosiva política y militarmente y de mayor importancia estratégica para la estabilidad del mundo ha sido una interminable cadena de errores que determinaron su fracaso. Ahí es nada. Y lo hacía ayer ante los dignatarios de un régimen, el egipcio, que con la monarquía saudí ha sido el más beneficiado de esa política ahora condenada por "errónea y fracasada". Después, para dar énfasis al mensaje, Condoleezza Rice se fue a ver a miembros de la oposición perseguida por el régimen de Hosni Mubarak al que antes había exigido algo tan inimaginable como limpieza en el proceso electoral ante los comicios de septiembre. Ni Mubarak ni la casa real del agónico rey Fahd tuvieron ayer su mejor día. Rice viajó a continuación a Arabia Saudí, a cuya monarquía exhortó desde El Cairo a poner fin a la represión a la disidencia y a la negación a la mujer de sus derechos.
Tampoco fue buena la jornada de ayer para otro dictador de la región, el joven presidente sirio Bachar Assad, que presenció un nuevo capítulo del desmantelamiento de su poder en Líbano. El más radical adversario de nuevas componendas con Damasco, Saad Hariri, hijo de Rafia Hariri, el ex primer ministro asesinado en febrero pasado, se ha erigido en vencedor en las elecciones con lo que el Gobierno prosirio de Lehoud puede tener los días contados. A la retirada total del Ejército sirio que concluyó recientemente, y tras la previsible caída de Lehoud, comenzará la dura tarea de desactivar al otro ejército sirio no uniformado y tan bien infiltrado en las fuerzas armadas y la policía libanesa como lo han permitido los 30 años de hegemonía de Damasco en Beirut. La nueva reordenación de Oriente Próximo está plenamente en marcha y, aunque pueda irritar a muchos, se produce a grandes rasgos de acuerdo con los planes esbozados por los trotskistas del Pentágono, los neoconservadores intervencionistas que la idearon y que prepararon la guerra en Irak como factor desencadenante. La condena de Rice a la política de Washington en la región desde la posguerra es un paso más en esta dirección como lo es la destrucción de los asentamientos israelíes en la franja de Gaza.
Junto a la frontera siria está la ciudad turca de Antakya (Antioquia) que Mustafa Kemal, Atatürk, arrebató a Damasco en 1938 mediante un referéndum auspiciado por Francia. Hasta el pasado año toda su provincia aparecía en los mapas sirios como territorio propio. Aquí, donde San Pedro y San Pablo establecieron su primera iglesia cristiana en una inmensa gruta del monte Silpius y los romanos construyeron, un siglo después, junto a las cataratas de Dafne, la urbanización de veraneo más elegante y sofisticada del Imperio, el Gobierno turco y la Comisión europea han reunido estos días a diplomáticos, analistas y periodistas para estudiar la nueva situación de Turquía tras la debacle de la UE en su cumbre de Bruselas. Nadie es sinceramente optimista en Turquía, por mucho que el Gobierno de Erdogan insista en que las negociaciones para el ingreso se iniciarán como está previsto el 3 de octubre gracias, por supuesto, a propios méritos. Pero el sentimiento de agravio de los turcos hacia Europa crece por momentos. Como dicen algunos, "nada excluye que cuando quieran ellos, en 20 años, nosotros no queramos". Quién sabe cómo será Oriente Próximo entonces y quien puede vaticinar qué será de Europa.

DE LA CONMOCIÓN AL ESPERPENTO


Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 14.06.05

COLUMNA

Ya nadie se ríe de la calamitosa situación en que se halla el proceso de integración europeo, ni siquiera los más entusiastas celebrantes del triunfo del no en el referéndum sobre el Tratado Constitucional celebrado en Francia. Ni la mayoría gloriosa que brindaba con cerveza en Holanda. Los que se reían porque habían cosechado un gran éxito al hundir el barco ya saben hoy que no disponen de repuesto para mantenerse a flote en una mar más que bravía. Los que creían que podían hacer como que no había sucedido nada más allá de un "contratiempo" han podido ya, reposadamente, tragarse sus palabras. Por no hablar de aquéllos, tan sesudos y almas apaciguadas, que recomendaban a los franceses que se lo pensaran un rato más para llegar a pensar lo contrario a lo que piensan. El espectáculo que los líderes europeos están dando desde aquel 29 de mayo que tan lejano se antoja amarga hasta a la más terca de las sonrisas. Nuestros europeístas ejemplares de retórica solemne y gesto trascendental cuando escuchan la oda a la alegría parecen haberse convertido en una caterva de bisnitzas, como se llamaba en la Rumanía comunista a los traficantes en el mercado negro.
Una de las pocas voces que se han alzado y merece algo más como respuesta que un gesto aburrido y despectivo es la de Felipe González. Preguntado por Soledad Gallego-Díaz en este periódico si los problemas no se deberían a que "quizá los nuevos líderes europeos sean poco europeístas, como Blair", el ex presidente del Gobierno español dice: "Déjeme que le diga algo en serio. No me preocupa estar en desacuerdo con su idea de Europa. Me preocupa que no exista una idea de Europa. Me tranquilizaría mucho que existiera un grupo de gente que sepa lo que quiere hacer. Luego me gustará o no hacia dónde la orientan, luego los ciudadanos decidirán si aguantan o no. Pero, aunque sea duro decirlo, el problema es que no existe una orientación. No veo esa orientación (....). Y no sé qué propósito tiene todo esto si no es puro oportunismo".
Si esto lo llega a decir otro ex presidente del Gobierno, José María Aznar, que sin duda suscribe estas palabras de su íntimo enemigo, habría sido calificado de vil lacayo de los esfuerzos del eje del mal Washington-Londres-Varsovia por dinamitar la honesta política "europeísta" del eje del bien franco-alemán. Horrorizará a ambos coincidir, pero puede consolarles el hecho de que lo hacen en la razón. Cuando se habla hoy de oportunismo en Europa, hay que estar muy rendido ante las sirenas del Sena o del Spree para no pensar de inmediato en Gerhard Schröder y Jacques Chirac. Son los principales responsables de la grotesca situación actual porque han sido ellos quienes han contagiado su debilidad política a todo el proyecto europeo mientras fracasaban estrepitosamente en reformar sus escleróticas legislaciones, su economía y su administración, multiplicaban la incertidumbre y acusaban a la UE de sus fracasos. Todo ello sin dejar de despreciar a los demás y dedicarse a jugar al directorio de la Unión de los 25. Ambos podían haberse -y habernos- ahorrado el bochorno, especialmente Chirac, con un inusitado alarde de dignidad como habría sido su dimisión. Es significativo que nadie esperara tal cosa. En realidad no se trata sólo de que Chirac y Schröder carezcan de una idea para Europa. No tienen siquiera ya un mínimo proyecto para su propio país. Y aunque lo tuvieran no tienen los medios para llevarlo a cabo. Al menos Schröder ya ha convocado unas elecciones anticipadas para perderlas, eso sí, forzado por la amenaza de ser derrocado por su propio partido (SPD). Chirac insiste en secuestrar a Francia para otros dos años de agonía, si los que se rebelaron en las urnas del referéndum no se rebelan antes en la calle.
La cumbre anual de la UE, el jueves y el viernes en Bruselas, puede acabar mostrando en toda su crudeza el estado real de las cosas. Continuará el esperpento. Los nuevos miembros asisten estupefactos al espectáculo. Muchos se preguntan a qué las prisas para llegar a un club en amago de clausura. Ya no es la Constitución la que está en juego sino el principio básico de que todos los miembros tenemos un interés superior común.

DESMENTIDO A HANDKE

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 07.06.05

COLUMNA

No era un cortometraje de Peter Handke. Seis jóvenes, en camisetas mojadas de sudor y sangre son obligados a bajar de un camión con las manos atadas a la espalda. Unos hombres con uniformes serbios y la boina roja de la banda paramilitar de los Escorpiones, les ordenan que se tumben en la cuneta. Unos y otros son identificables en las imágenes. Los prisioneros han sido torturados. Sangran por la cabeza y el cuello. Cuando están tumbados, uno de los militares enfocados por la cámara apunta hacia ellos y dispara. Se oyen otras de armas que no se ven en la grabación. Los cadáveres quedan allí y los ejecutores se alejan hacia el camión. ¿Fin del cortometraje? No; hay más. Hay más grabaciones en posesión del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, en La Haya, y de las autoridades serbias. La emitida muestra tan solo la ejecución de seis de los 8.000 bosnios asesinados por las fuerzas serbias tras la caída de Srebrenica en julio de 1995.
Un escalofrío sacudió a la sociedad serbia cuando la televisión pública emitió las imágenes. Todos pudieron ver y muchos reconocer a los protagonistas: algunas madres musulmanas, a sus hijos desaparecidos; algunos vecinos, al oficial al mando, al que cosía a tiros a los aterrados jóvenes; algún hijo reconoció a su padre como verdugo. Todos han visto ahora lo que muchos sabían, otros intuían, pero tantos se negaban a reconocer. Por primera vez los líderes y la prensa de Serbia no se lamentan de montajes de enemigos de la patria ni conspiraciones antiserbias. De repente parecen haber olvidado el victimismo tras el que escondían su obstinación por negar lo evidente. El primer ministro, Borís Tadic, dijo querer "arrodillarse ante las víctimas para honrarlas" y pidió excusas por los crímenes cometidos en el nombre de Serbia. La prensa y la televisión han hablado de "vergüenza nacional".
Hay más. Hay escenas de las torturas a jóvenes musulmanes, por mero sadismo. Hay imágenes de un Pope ortodoxo bendiciendo a los asesinos mientras matan y pidiendo a Dios que los ayude a exterminar al enemigo. Por supuesto que no está registrado todo el horror de la mayor matanza desde la II Guerra Mundial, en la que en menos de 72 horas fueron ejecutados los 8.000 varones de Srebrenica. Pero las que hay las irán viendo poco a poco los ciudadanos serbios en una cura de desnazificación para los más recalcitrantes y en una catarsis nacional que tanto se ha hecho esperar. Belgrado intenta crear un ambiente propicio para la entrega a La Haya del responsable directo de estas muertes, el general Ratko Mladic, y de su jefe político e ideológico, Radovan Karadzic. Las autoridades serbias saben que si no entregan a estos criminales nunca darán el paso definitivo a la comunidad de naciones. Ya se han producido las primeras detenciones de los asesinos identificados en el vídeo. La fiscal de La Haya, Carla del Ponte, elogia por primera vez a las autoridades serbias que ponen fin a la insufrible negación mentirosa de aquel crimen en masa. Quizás, debieran seguir este ejemplo todos aquellos que negaron la matanza de Srebrenica, a su cabeza el escritor austriaco Peter Handke, que dedicó todo un libro exculpatorio a los asesinos. Los serbios saben ya que no eran héroes los asesinos y que Srebrenica no es un mito antiserbio. Gran momento para que rectifique el alma sensible austriaca y lamente los homenajes con que le gratificó el verdugo de Srebrenica.
Pero también los croatas saben que ahora, dada la convulsión profunda que padece la UE y la movilización en contra de la ampliación, hay que ser un candidato más que perfecto para no ver la puerta de la integración cerrada para mucho tiempo. Si Mladic está en La Haya para el aniversario de la matanza de Srebrenica, el 11 del mes próximo, Zagreb estará bajo una presión insoportable para entregar a La Haya a Ante Gotovina. Pero si Serbia y todos los países balcánicos tienen que hacer esfuerzos para enfrentarse con su pasado, la UE no puede cerrar las puertas a una región que necesita soñar con un futuro mejor para que aquello no se repita. Si la falta de incentivos democratizadores se extiende, nadie excluya nuevos vídeos de horror. En Zagreb, el presidente croata convocó a líderes balcánicos de todas las etnias y Estados para advertir todos a la UE que no puede olvidar, entre tanto problema suyo, el potencial de conflicto existente. El mensaje es claro: la ampliación a los Balcanes de la UE, por larga y dificultosa que sea, nunca costará tanto como el negársela.

LOS LÍDERES DE LOS BALCANES TEMEN EL REGRESO DE LA VIOLENCIA SI LA UE PARA LA AMPLIACIÓN

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Zagreb, 06.06.05

Líderes de todas las repúblicas ex yugoslavas hicieron anteayer en Zagreb un encendido llamamiento a la Unión Europea a no olvidarse en su actual crisis, de la prometida ampliación hacia los Balcanes ya que de ésta depende la estabilidad de toda la región. Tanto el anfitrión, el presidente de Croacia, Stipe Mesic, y su primer ministro Ivo Sanader, como el primer ministro de Montenegro, Milo Djukanovic; el primer ministro de Eslovenia -único país ya miembro de la UE-, Janez Jansa; el primer ministro de Kosovo, Bajram Kosumi; el ministro de Exteriores de Bosnia Herzegovina, el serbio Mladen Ivanic y la viceprimera ministra de Macedonia, Radmila Sekerinska, advirtieron de que la ruptura de las promesas hechas por Bruselas o una nueva dilación en los procesos de acercamiento e integración de esta región en la UE pondrían en peligro la cooperación interregional, frenarían las inversiones y generarían inmensas frustraciones que podrían aprovechar los nacionalistas de todos sus países para retomar la senda de la violencia.
El presidente croata Mesic dijo que quienes se oponen o torpedean el acercamiento a la UE en los Balcanes son aquellos que quieren preservar sus privilegios y creen más en la violencia que en la ley y aseguró que el precio por no entrar sería muy superior al del ingreso. También advirtió a los ciudadanos de la UE de que si tienen miedo a la ampliación a los Balcanes deberían tener más miedo a que no se produjera.

Patio trasero conflictivo
En el Palacio de la Casa de la Nación se reunieron, entre fuertes medidas de seguridad, unos 80 líderes políticos y empresarios para estudiar las relaciones con la UE tras el rechazo del Tratado Constitucional por parte de Francia y Holanda. Muchos de ellos enemigos acérrimos entre sí hace apenas una década, durante dos días de diálogo han coincidido ante todo en el miedo a que Europa, dadas sus dificultades internas, se olvide una vez más de su conflictivo patio trasero suroriental hasta que vuelva a ser demasiado tarde. Destacaron que el objetivo de entrar en la UE es el motor principal para las reformas que se realizan a ritmo muy desigual en la región pero también la base para una estabilidad que en algunos países es más frágil de lo que muchos piensan. De darles la espalda la UE, todos los Gobiernos moderados de la región tendrían serias dificultades para combatir a los radicales que se beneficiarían rápidamente de la resignación y falta de perspectivas.
Convocados por el Gobierno croata y la Fundación Bertelsmann, los líderes balcánicos recordaron que, pese a los considerables avances en la cooperación económica y política, las tensiones étnicas siguen siendo un severo obstáculo para la cooperación en la región y tienen un inmenso potencial de conflicto que Europa occidental tiende a olvidar. Una de las tareas clave y urgentes para reducirlo es solucionar el conflicto sobre el estatuto final de Kosovo.

SOBRE POPULISMO, MIEDO Y HARTAZGO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 31.05.05

COLUMNA

Hasta aquí hemos llegado y quien ahora no vea y no oiga las señales de alarma en Europa debe de estar muerto y si no, merece estarlo políticamente. El electorado francés ha rechazado por 54,68% en contra y el 45,32 a favor el Tratado constitucional de la Unión Europea. El pasado 25 de febrero, el Congreso de Francia, la unión de las dos cámaras, había votado a favor del texto con 730 votos a favor y tan solo 66 en contra. Las cifras hablan alto y claro sobre la ruptura total de sintonía entre los ciudadanos y sus representantes. En Alemania, el 12 de mayo, el Bundestag aprobó la Constitución por abrumadores 569 votos a favor con solo 23 en contra. ¿Alguien cree que los ciudadanos habrían respondido de forma similar? Afortunadamente para los partidarios del proyecto que ahora se estanca, en Alemania la Constitución, redactada cuando aun estaba viva la memoria de un populismo de consecuencias criminales terroríficas, impide estas consultas dadas a la manipulación de miedos y pasiones. No es difícil imaginar una victoria del no en Alemania.
Chirac convocó el referéndum para mayor gloria propia, seguro de la victoria, mecido por su nada escasa autoestima, convencido de poder movilizar tanta gente en favor del Tratado como en contra de la política del presidente George Bush. A Zapatero le salió bien porque la oposición, arrastrando los pies, eso sí, pero sin otra opción razonable, le apoyó en la campaña por el sí. Esto contrarrestó el voto al no de las fuerzas antisistema, por lo demás aliadas del Gobierno. En Francia por el contrario y por diferentes motivos, amplios sectores de los partidos establecidos se unieron al movimiento antisistema, manipulador del miedo, del odio y del egoísmo nacionalista de izquierdas y derechas. De nada ha valido la unanimidad de los medios ni las plegarias de los partidarios del sí ni su sistemática y arrogante descalificación del discrepante. Holanda vota mañana. Ganará el no con mayor rotundidad.
Cuando las fuerzas antisistema consiguen mayorías o las dominan, hay que plantearse la validez y capacidad de supervivencia del sistema mismo. Es ya evidente que con las elites políticas marcadas por la tragedia de la II Guerra Mundial desapareció en las dos pasadas décadas la alerta de los políticos contra cualquier tipo de populismo. Es más, cada vez se ha utilizado más desde dentro del sistema democrático como arma supuestamente legítima, potenciada exponencialmente por la revolución mediática.
Un diario madrileño hablaba ayer de Francia como "el enfermo de Europa". No es Francia. Europa parece un lazareto. Francia y Alemania necesitan urgentemente una operación a corazón abierto y los pacientes se niegan. Nadie sabe aun quien puede hacerla en Francia y se verá si la recién nombrada candidata democristiana a la cancillería Angela Merkel puede realizar esta ingente tarea tras su probable victoria en septiembre. Para sacar a Alemania de su propia agonía podría pensarse en una Gran Coalición entre CDU y SPD. Pero un Gobierno sin alternativa parlamentaria corre el riesgo de crear una oposición no al Gobierno sino a la democracia. El populismo no es ya una amenaza latente. Está aquí. Lleva ya una década corroyendo las democracias europeas desde dentro. Berlusconi y Haider fueron pioneros. Le Pen o los antiglobalizadores tienen sus propias formas. Pero tampoco Chirac, Schröder y Zapatero han dudado en utilizarlo. Todos tienen el común denominador de alimentar apetitos emocionales fáciles de colmar -véase el antiamericanismo o la turcofobia- para ganar popularidad sin afrontar las necesidades reales y los miedos de la ciudadanía. La vieja Europa está enferma y los galenos solo parecen preocupados por su propia supervivencia. Carecemos de dirigentes con sentido de la historia y con convicciones. Nuestros supuestos estadistas son meros profesionales del poder, hijos del relativismo, aprendices de brujo que pactan entre sí o con el diablo según la coyuntura. Su arma una vez legitimada se ha vuelto contra ellos. El populismo, galopando sobre miedo y hartazgo, ha tirado del freno de emergencia. Hasta aquí hemos llegado. Ahora reflexionen, propongan y actúen. Con urgencia. Las revueltas en las urnas son un sobresalto pero más lo son las callejeras.

ALEMANIA COMO PROBLEMA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 24.05.05

DERROTA DEL SPD | ANÁLISIS

Sería muy fácil ahora echar toda la culpa de la catástrofe electoral del Partido Socialdemócrata (SPD) en Renania del Norte-Westfalia (NRW) al canciller federal, Gerhard Schröder, por su debilidad, sus titubeos, su oportunismo a veces obsceno, su falta de criterio y su incapacidad para evitar que sus gobiernos parecieran siempre un feliz gallinero. Y desde luego no tiene culpa Peer Steinbrück, el pobre ya saliente presidente del land más poblado, más poderoso y más socialista por ser escenario del inicio de la reconstrucción industrial alemana después de la II Guerra Mundial. Tampoco se pueden atribuir mayores méritos al partido triunfador, la Unión Democristiana (CDU). Sólo ha tenido que esperar ver pasar el cadáver de su enemigo ante su puerta. La CDU no tiene, en su política económica, un programa alternativo al propuesto por Schröder, salvo diferencias de estrategia, acentos y prioridades. Y los liberales del FDP y los Verdes, en coalición con el SPD, en el Gobierno podrán poner más énfasis unos en la promoción industrial y los otros en problemas de reciclaje.
Pero en la gran cuestión están de acuerdo los cuatro partidos parlamentarios: ha llegado el fin del sistema económico alemán, el gran demiurgo que todo lo regulaba, legislaba, ordenaba y repartía con una generosidad que al pueblo alemán a partir del milagro económico nunca le pareció suficiente. Tres lustros después de la unificación el fenómeno quizás más llamativo de la fusión de dos sociedades crecidas en sistemas diversos es que han sumado sus defectos mientras siguen siendo diferentes. Los ciudadanos de la RDA tenían un demiurgo que les daba limosnas de supervivencia a cambio de su libertad y hoy esperan esto y mucho más de su nuevo Estado. Los alemanes occidentales, a través de sus inmensas redes formadas entre grupos de interés interconectados, siendo conscientes de que la situación es alarmante y requiere sacrificios, aplauden las reformas que les exigen a otros y bloquean todas las que a ellos afectan.
Es cierto que Alemania tiene hoy probablemente los líderes políticos más mediocres desde la fundación de la RFA en 1949. La política está tan desprestigiada que los jóvenes más brillantes buscan el éxito social fuera de la política, y en gran parte, fuera de sus fronteras. Las élites alemanas que obraron el primer milagro económico alemán a partir de 1871 y sobrevivieron a duras penas la derrota de la Primera Guerra Mundial, se extinguieron definitivamente durante el Tercer Reich, tanto por la huida de cerebros, en gran parte judíos, como por el desprestigio de la mayoría de los referentes sociales por su complicidad con el nazismo. Alemania es hoy un país con un número muy considerable de millonarios, una clase media con su estatus en deterioro continuo, una creciente clase media baja en franca precariedad y unas considerables bolsas de pobreza, sobre todo en el Este. La falta de esperanza, la resignación, se percibe hasta en los líderes de opinión. Hoy está claro que el SPD ganó a Helmut Kohl demasiado tarde. Que cuando socialdemócratas y verdes llegan al poder eran ya parte del orden anquilosado e incapaces de movilizar energías en la sociedad alemana para emprender los grandes cambios imprescindibles, para la economía, porque amenaza la bancarrota; para la política, porque Europa no se puede permitir que la nación más grande y poderosa sea un país paralizado por el pesimismo, con la clase política desprestigiada y por ello con unos ciudadanos propensos a asumir otros ideales que les den energía e ilusión. No estoy comparando la situación con Weimar, aunque hay quienes lo hacen. Alemania y Francia están en una situación en la que crece la tentación de que cada miembro de la UE se salve por su cuenta. Veremos qué pasa en el referéndum en Francia. Desde luego, un núcleo europeo franco-alemán exhausto y convulso no puede pretender ser directorio de nada por mucho que lo pretendan sus agónicos líderes actuales. Es difícil creer que, con la ágil reacción de convocar elecciones en otoño, Schröder pueda dividir hasta tal punto a la CDU en la pugna interna por el nombre del candidato a canciller como para ganar una tercera vez. Lo evidente es que el problema alemán no se soluciona con el relevo de un líder o partido. Hay voces que abogan en este momento clave para el futuro de Alemania por la Gran Coalición, con buenos precedentes. Pero muchos temen que, dada la resistencia social a los cambios que habría de imponer, podrían surgir movimientos antisistema realmente peligrosos. El problema radica en el estado de ánimo de la ciudadanía, esa maldición histórica, la ciclotimia alemana. Esto no resta responsabilidad a la clase política que a veces da tanta vergüenza como algún turista en Jerusalén.

VIVIR CON LA MENTIRA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 17.05.05

COLUMNA

El anciano Enric Marco, de eso cabe poca duda, se habría muerto como gran símbolo de las víctimas españolas del Tercer Reich y, en su muerte, habría sido enterrado con todos los honores, rodeado de los pocos supervivientes de los campos nazis que aún viven, miles de simpatizantes y entre un mar de banderas republicanas por las que éstos lucharon en España, en Francia y en su cautiverio. Lo ha estropeado todo Benito Bermejo un historiador maniático de los datos -como debe ser- y el suficiente tiempo para dedicarse a investigaciones menores con fiero ahínco. Marco habría muerto orgulloso de su mentira y probablemente convencido de que su vida falsa había sido una gran gesta por una causa justa. Marco fue treinta años otro y a punto ha estado de recibir los honores de su segundo yo.
El terremoto que sacudió a Europa desde 1914 hasta 1945 no sólo segó decenas de millones de vidas y cambió prácticamente la de todos los supervivientes. Obligó a millones de personas a llevar una doble y triple vida en las que la biografía real muchas veces tendía a ser reprimida por las falsas. En el caso de los grandes criminales nazis no fue el caso. El doctor Mengele siempre siguió siendo Mengele y Eichmann siempre fue Eichmann hasta su ejecución en Israel. Ellos sólo cambiaban de identidad como si de un disfraz se tratara. Pensaban que lo que habían hecho estaba bien y lo habrían vuelto a hacer de presentarse la ocasión. Es difícil imaginarse a Mengele despertándose por la noche por una pesadilla en la que viera caras de niños gemelos judíos o gitanos, aterrorizados cuando él se disponía a inyectarles dosis distintas de cloro en el iris de los ojos para comprobar los efectos de coloración. El escritor Martin Pollack cuenta magistralmente en su libro El muerto en el búnker -que sale en español para la Feria del Libro- cómo siguió 40 años después los pasos de la huida de su padre, un destacado oficial de las SS, especialmente sanguinario en el frente del este, que hizo de criado en una granja y se inventó allí toda una leyenda de vida pasada, para ser asesinado después por el campesino que le iba a ayudar a cruzar los Alpes hacia Italia.
Pero, sin duda, la vida falsa de quienes no eran perseguidos son las más intrigantes por sus motivos. Hubo casos de niñas supervivientes que se hacían pasar por su hermana muerta porque creían que ella había sido más lista, guapa y apreciada por los padres también muertos. Hubo muchos que intentaron, y en ocasiones consiguieron, hacerse pasar por su cuñado gaseado para hacerse con sus posesiones. Fueron centenares de miles en todos los países ocupados los que, habiendo colaborado o no con los invasores, se hicieron una leyenda de resistentes muchas veces tan frágil que vivieron toda la vida con temor a ser descubiertos. Ellos sí se despertaban por la noche cuando soñaban que se les aparecía alguien como el historiador que persiguió a Marco hasta el fondo de su mentira. Como los que participaron en los saqueos de las casas de los judíos deportados y negociaron con el botín para ocupar después puestos destacados en la sociedad de su pueblo o ciudad. Igual que en Alemania nadie había sido nazi el 10 de mayo de 1945, tras la liberación de Francia fueron cuatro mujeres novias de alemanes, Petain y Laval los únicos que al parecer no habían estado en el maquis. Mitterrand es todo un ejemplo. Algún escritor español no le va a la zaga. Todo mentiras. Vidas inventadas para poder sobrevivir con una dignidad que ellos sabían era farsa o para paliar los sufrimientos y las carencias humillantes de la vida suplantada. Lanzados todos a la intemperie y en plena lucha por la supervivencia, cuando todo estalla a nuestro alrededor y nada es ya como fue, me atrevo a creer que son mayoría los que quieren salir de su piel y ser otro, tener otra biografía. La dignidad consecuente nunca es mayoritaria.

HITLER, SCHILLER, STALIN

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 10.05.05

EL FIN DE LA II GUERRA MUNDIAL EN EUROPA

El mundo entero recuerda estos días uno de los acontecimientos más decisivos para la humanidad: la derrota final y el hundimiento del III Reich, el Estado nacionalsocialista que desencadenó la guerra más terrible habida entre humanos e inventó la industria moderna del crimen para exterminar a un pueblo, el judío. Cincuenta millones de muertos, gran parte de Europa en escombros y la milenaria cultura judía desaparecida de la faz de Europa fueron el resultado inmediato de esa peste parda del odio y la arrogancia que intoxicó a una nación hasta convencerla de que toda otra identidad era inferior a ella, y ella dueña de las vidas del resto de la humanidad.
El día 9 de mayo, ayer, no era sólo el 60º aniversario de la firma de rendición en Berlín, después de la de Reims un día antes. Era también el bicentenario de la muerte de Friedrich Schiller, uno de los dioses de las letras alemanas. Poeta y dramaturgo romántico, idealista de la nación cultural sublime, pero también del caudillo trágico como su "Wallenstein", fue rápidamente adoptado, igual que el poeta Hölderlin, como escritor favorito del nazismo.
Weimar, donde Schiller y Goethe convivieron hasta la muerte del primero, se convirtió pronto en ciudad favorita de reuniones nazis en las que se gritaba sin cesar "Nos cagamos en la república judía de Weimar". Cuando los nazis llegaron al poder, Hitler iba muy a menudo a Weimar y se alojaba en el hotel Der Elephant, desde cuyo balcón arengaba a las masas.
La ciudad que había dado nombre a la república democrática fue una de las más nazis desde muy pronto y junto a ella se construyó el campo de concentración de Buchenwald. Mucho se ha especulado sobre la influencia del idealismo alemán, del movimiento Sturm und Drang (Asalto y empuje), sobre el pensamiento nazi. Schiller, cuyas baladas se sabían hasta los niños campesinos alemanes antes de la guerra, fue secuestrado por el nazismo, que buscaba un superhombre que nada tenía que ver con el hombre excelso con el que soñaba el poeta.
El hecho es que la ilustración alemana nada pudo hacer contra el ascenso del nazismo que, una vez en el poder, captó por conversión o por cobardía a la burguesía culta y a las élites. De la desaparición de éstas, por complicidad con el crimen o descrédito por no oponerse al mismo, sufre aún la Alemania actual. Sin referentes sociales de excelencia, es una sociedad gris en la que ni individuos, ni gremios ni instituciones quieren asumir sacrificios, y todos son expertos en ventajismos. En eso se han estrellado todos los intentos de reforma. Pero un logro fundamental no se lo puede negar nadie. Es plenamente consciente de cómo se torció la historia desde Schiller hasta Hitler. Ningún país del mundo ha escarbado tanto en sus propios horrores como ellos. Ni ha sido, al menos desde los setenta, tan honesto al convertir la verdad histórica en la base de su democracia.
En Rusia mientras tanto, Borís Grislov, el presidente del Parlamento, un títere de Putin, califica a Stalin como "un hombre extraordinario", "caudillo de la patria que hizo mucho por el país", aunque hubiera "excesos en la política interna". Y en calles de Moscú se veían carteles que daban vivas al Ejército Rojo por haber "liberado" el Báltico, Crimea -de donde Stalin deportó a los tártaros- y Ucrania, donde el miedo al bolchevique llevo a centenares de miles de ucranianos a luchar codo a codo con los alemanes.
El 9 de mayo de 1945 es para muchos pueblos europeos el principio de una peor pesadilla que la ocupación alemana, porque la rusa pretendía ser eterna con la aquiescencia de las democracias occidentales. Para colmar el vaso del insulto se acaba de inaugurar un monumento en el que aparecen como heroicos guerreros contra el nazismo un soldado soviético, uno británico, uno americano y uno francés. Los polacos, que sí lucharon contra los alemanes, crujen de ira ante la presencia del francés. Como le sucedió al general Jodl cuando fue a firmar la capitulación. Preguntó asombrado: "Y los franceses, ¿qué hacen aquí?". En todo caso, si en Francia se han abierto fisuras en la gran mentira sobre su papel en la guerra, en Rusia se ha puesto rumbo de retorno a la mentira total.

LA HONESTIDAD REQUERIDA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 03.05.05

COLUMNA

En pocas semanas, el Gobierno de Ankara ha logrado malograr gran parte de los espectaculares avances que había realizado en su afán por ingresar en un futuro previsible en la Unión Europea. Así es, mal que nos pese a quienes creemos que la incorporación de Turquía a Europa es una de las grandes apuestas geopolíticas del siglo que comienza y que, pese a sus dificultades y riesgos, puede suponer una baza fundamental para extender los valores de la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho hacia la región del Cáucaso y Oriente Medio, los dos principales focos de conflicto, de inseguridad y de terrorismo del mundo. Sin avances en la pacificación y en la generación de sociedades civiles en el Cáucaso y Oriente Medio, el siglo estará, en todo caso para los europeos, marcado por "el discurso del odio" del que habla André Glucksmann en su último libro (Taurus). Es decir, las próximas generaciones vivirán atenazadas por el terrorismo, la sangre, el miedo y la regresión en las libertades que las democracias habrán de asumir en su autodefensa, como advierte otro gran libro aparecido recientemente en España, éste de Michael Ignatieff (El mal menor, Taurus).
El origen de este rápido desafecto entre la UE y Turquía después de años de acercamiento está en parte en las reacciones airadas de Turquía a la creciente prevención u oposición a su ingreso por parte de algunos Estados de la UE, que ha despertado un nacionalismo antieuropeísta que es menos islamista que laico. Pero la causa principal está, como suele pasar tanto en el Viejo Continente, en la historia. El pasado 24 de abril se cumplió el 90º aniversario del comienzo del genocidio de los armenios por parte de las tropas turcas. Murieron más de millón y medio durante una simulada deportación cuyo fin era el exterminio de los armenios del este de Anatolia. El hecho de que 90 años después un Gobierno democrático turco se sienta aún incapaz de reconocer y lamentar unos hechos perfectamente probados le resta mucha más credibilidad de lo que Ankara cree. El que encima haya hecho una campaña mundial de presiones para impedir que instituciones, Parlamentos y Gobiernos extranjeros recordaran aquel primer gran genocidio del siglo XX no ha hecho sino empañar aún más su imagen. Nadie va a pedir reparaciones ni territorio a Turquía, sólo se trata de que su democracia no puede ser homologada mientras se asiente sobre tamaña falsedad histórica como es la negación de aquellos terribles hechos, igual que Alemania nunca habría sido una democracia si no hubiera asumido la responsabilidad de Auschwitz. Muchos alemanes no querían hacerlo, pero sus gobernantes en la posguerra sabían que sin el reconocimiento de la culpa jamás regresarían a la comunidad de naciones civilizadas. El primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, acaba de reconocer la bestial conducta de su ejército durante la invasión de China y ha pedido perdón. Las protestas de los nacionalistas japoneses por este gesto honesto de arrepentimiento han sido mínimas. El Gobierno turco habrá de tener el valor tarde o temprano de hacer algo similar. Honrará así a la verdad, a la democracia turca y a sus dirigentes.
Esta honestidad requerida a una democracia que aspire a crecer sobre bases sólidas se echará probablemente de menos el día 9 de mayo en Moscú en la celebración de la derrota de la Alemania nazi organizada por el presidente Vladímir Putin. Después de honrar a sus millones de muertos durante la contienda, Putin debería, como en su día Willy Brandt ante el monumento del ghetto de Varsovia, arrodillarse en memoria de los millones de bálticos, centroeuropeos y balcánicos que murieron y sufrieron bajo la dictadura soviética que vino a reemplazar a la nazi. Y volverse a arrodillar por los centenares de miles de civiles chechenos y otros caucásicos que sus tropas han masacrado estos últimos años con su política de tierra quemada. Pero esto no sucederá. No sólo porque evidentemente Putin no es Brandt, sino porque el presidente ruso -el chequista más querido de Occidente- no tiene la más mínima intención de crear una democracia real basada en la verdad histórica. Putin hace tiempo que se ha decidido por un modelo soviético-zarista. Y para ser Zar no hace falta la honestidad frente a la historia que la democracia requiere como imprescindible.

EUROPA, EL MUNDO Y LA BENDITA BUENA FE

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 19.04.05

COLUMNA

Era aquella una época, no hace tanto tiempo, en la que los principios sobre los que se habían construido vida política y social común, solidarias y siempre valientes, emociones compartidas, convivencia y agenda de contactos, intereses y amores, duraban en buenos términos lo que ahora, más o menos en día soleado, tarda un ciervo pequeño en comerse siete rosas en la tumba de un extraño en el cementerio de Viena. Había miedo, fascismo, comunismo y guerra. Había horror después de la guerra que a tantos se había llevado y había esa inmensa cobardía y culpa que todos los días recordaba que tantos de los muertos habían sido jaleados. Todas las tumbas nos eran propias de una forma u otra. Y sí, el coraje había sido tan compartido como la enajenación que a tantos nos llevó a creer en el crimen.
Era aquella guerra fría que todos comentan pero nadie es capaz de sentir en su plena gelidez si no se vence ante las lápidas musgosas de toda Centroeuropa. Atrás quedaron los tiempos idílicos de "die schöne Leich", el cadáver bonito que todo vienés necrófilo quiere acompañar. Pero existía la fuerza de existir y del resistir mientras quedara hálito. Y de creer en aquello por lo que habían muerto tantas vidas que parecían recordarnos a nosotros tanto como nosotros a ellas.
Siempre fue el cementerio de Viena, la mitad de la superficie de Zúrich y siempre el doble de divertido que aquella ciudad tan borde y pija suiza, un baremo fundamental para grabar la felicidad en la tierra de gentes siempre maltratadas por la historia pero siempre dispuestas a darles a sus ganas de vida la inteligencia que sólo de la vida brota. Quien conozca un cementerio de esa categoría nunca podrá olvidar gestos y gestas de quienes en ellos reposan, nombres que cantan gestas y salmodias.
Era aquélla una época muy dura, tras muchos millones de muertos, en ese maldito siglo XX, que se habían hacinado entre redes metálicas y frías tumbas colectivas abiertas, unas con más lápidas elegantes ya judía o rusa, británica u ortodoxa, húngara, austriaca, checa, eslovaca, rutena, serbia o croata, otras sólo con la cara de la tierra. Estaban allí las niñas pequeñas reposando junto a sus tíos, madres, padres y abuelos. Allí, al final de la pesadilla, era donde el cementerio se convertía en centro de encuentro y reunión de quienes sobrevivimos a lo que los europeos nos hicimos así, de tal forma, como los grandes monstruos perfeccionados de la humanidad, siempre a costa de nuestros muertos.
En esta Europa donde tantos han intentado, con éxito tantas veces, convertirse en seres humanos de plena dignidad y en la mayor libertad jamás experimentada, tenemos, queridos europeos autosuficientes, los más inmensos depósitos de seres queridos muertos. En Sedán, en Verdún, en Normandía, en Katyn, en Stalingrado y Paracuellos, en Badajoz y en Auschwitz, en Salónica y Srebrenica. Nosotros los europeos hemos generado la mayor movilización del odio y del crimen jamás habida. Hemos sabido matar mejor que nadie, más rápido que nadie y más barato que nadie. Nuestra buena fe puede existir. Pero los muertos no la corroboran.
Que nosotros los europeos hoy, traumatizados por nuestras guerras -humillación total al ser liberados sistemáticamente por otros de nuestros propios horrores criminales y de nuestra culpa rotunda-, nos queramos presentar como los seres más sensibles del planeta que ignoramos las necesidades de autodefensa de otros, nos puede convertir en seres extremadamente coquetones con emociones y lamentos ajenos pero no nos da derecho nunca a presentarnos como los garantes de esa superioridad moral que nos hace jefes de los criterios internacionales sobre el buenismo a ser impuesto.
Europa cada vez es menos mundo y quien no se dé cuenta está ciego o quiere realmente vender a los europeos un mundo que ya no existe. Europa puede compensar que no está en el Pacífico con su potencial económico, su experiencia, su capacidad moderadora y la autoridad de la buena fe. Pero para tener buena fe hay que tener autoridad y quizás sea ahí donde el Viejo Continente cruje con todos sus interlocutores. Y no sin razón.

lunes, 23 de julio de 2018

LA FIESTA MACABRA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 12.04.05

COLUMNA

Gerhard Schröder, probablemente el canciller más fallido de la Alemania democrática, que hunde ánimo, empleo y esperanza en un país que, cuando estuvo como está, se puso a imaginar soluciones que todos recordamos, no hace más que reírse. Foto preciosa con Putin, ese hombre. Algunos dudamos de que todo ello tenga tanta gracia. Peor es aún, para los que sufrimos de la incurable obsesión de la memoria, que se ría tanto Schröder con Vladímir Putin, en su día educado para carnicero del escudo y la espada (KGB) de un régimen criminal cuyas víctimas se cuentan en decenas de millones y que diariamente nos hace desayunar con muertes, decapitaciones, violaciones, secuestros y extorsiones en su país tan supuestamente moderno. Digo que no sé de qué se ríen Schröder y Putin tanto cuando uno está hundiendo a su país en la precariedad y la desesperanza, los ejércitos de parados y el bloqueo vital, y el otro se dedica a lo que siempre supo hacer, que es movilizar a lo peor de la sociedad rusa para reprimir e impedir por decreto y gracias a sus fuerzas del miedo toda posibilidad de modernización.
Cuando Rusia y Alemania se llevan bien y se ríen tanto juntas, son muchos los europeos que han de pensar que los tiempos no son realmente los mejores y que nos llegan tiempos de amenazas. Si los demás europeos están como hoy, con los franceses más inseguros y corruptos que en tiempos de su triste república y la vecina Weimar, los italianos asfixiados por un ególatra como el que hizo la marcha sobre Roma, y la dignidad enterrada en el Vaticano con mucho fasto pero bajo tierra al fin, quienes recuerdan el Siglo XX tienen derecho a estar algo inquietos.
Hubo en su día un desfile conjunto de la Wehrmacht y el Ejército rojo en Brest-Litovsk en 1939 -en efecto, cuando los nazis y los comunistas estaban tan de acuerdo y eran tan amigos, después del acuerdo entre Ribbentrop y Molotov- y se pusieron a inmolar Polonia a partes iguales. Ahora, por supuesto, nadie va a ser tan enajenado como para creer en paralelismos. Un buen wirtschaftsabkommen (acuerdo económico) entre los dos gigantes, como acaban de firmar dos líderes que destacan el uno por llevar a su país hacia la pobreza y el otro por hacer retornar al suyo a las peores miserias del desprecio al individuo, puede generar grandes expectativas, promesas de inversiones, sugerentes beneficios comunes y por tanto colmarnos a todos de buen humor y proyectos ingentes de armonía que abarquen generaciones y civilizaciones. Por supuesto que a los dos grandes timoneles que ya no defienden sino sus muy amables supervivencias como presidentes accidentales que no querrán irse nunca porque nunca más volverían, no les importa mucho que el comercio privado -y en este caso se puede hablar del único honrado- entre ambos países se haya desmoronado por inseguridades jurídicas, por extorsiones y amenazas y por la propia incapacidad de ambas economías.
Pero hay cosas que dan, como diría mi hija María, "en lo habría que pensar y que, de verdad no me puedo de creer". Es muy lista María, pero batalla aún con la lengua. El día 8 de mayo se celebra la derrota del régimen nazi, el más vil y criminal nunca organizado por seres humanos. Putin y Schröder lo quieren convertir en una gran ceremonia en la que se unan Alemania y Rusia en un nuevo Brest-Litovsk -algo más civil-, los viejos amigos y enemigos, ya unidos en el amor y la cooperación industrial, armamentista, vuelco continental contra rivales transatlánticos y europeos no desmemoriados que insisten en recordar que todo lo libre que ha sido alguna vez Europa lo ha sido precisamente porque ese gran mar de Colón ha unido principios y no separado.
Que Schröder y Putin celebren como gran fecha el final del nazismo queda elegante. Pero que al mismo tiempo convoquen la celebración de la inauguración de casi 50 años de tiranía que Stalin impuso en toda Europa Central y en buena parte de Alemania es una obscenidad que Putin ha asumido encantado. Y a Schröder la historia le da igual. Millones de europeos del centro y del este fueron condenados aquel día a una vida indigna y en muchos casos muy breve, siempre a expensas del capricho criminal del nuevo régimen. Todos celebramos el fin del Tercer Reich, pero hacen bien aquellos líderes del Este de Europa que no irán a la siniestra ceremonia que celebra la renovación de la esclavitud en Europa para mayor gloria del nuevo sátrapa del Kremlin.

HAWELKA, JAN PAWEL Y LA NORMALIDAD

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 05.04.05

EL FIN DE UN PAPADO | EL LEGADO DE WOJTYLA

Habría sido perfectamente absurdo que, cuando el mundo se halla conmocionado por la desaparición de un hombre irrepetible que cambió la historia e hizo mejores y más libres a tantos millones de seres humanos desde el inquebrantable postulado de la buena fe, hubiera tenido algún eco la muerte casi simultánea de Josefine Hawelka, la irrepetible Pepi, dueña y alma del Café Hawelka, en la Dorotheagasse, a cuatro pasos de la catedral de San Esteban, templo de la lectura gratuita de prensa, de la escritura más o menos diletante y durante décadas el zulo de algunas de las más mordaces tertulias vienesas. Se ha muerto el Papa, y Pepi Hawelka, que seguro que estaba avisada, le ha precedido en unos días en el corto pasito al más allá. No hay que ser agorero para saber que su marido, Leopold, no la sobrevivirá mucho tiempo. Poldi padece una demencia senil que vuelve literalmente locos a todos los camareros porque el octogenario se niega a quedarse en casa y multiplica el caos de aquella guarida abigarrada de lectores reflexivos, polemistas caóticos y turistas no bien vistos por los asiduos. El Hawelka siempre fue más sociable que el vecino Bräunerhof. Mientras el escultor mágico Alfred Hrdlicka debatía hasta con desconocidos -y por supuesto con Pepi Hawelka- sobre aromas de Armagnac, de aguardiente de albaricoque (Marillenbrant) o sobre la existencia de Dios, Elias Canetti disertaba con amigos sobre Sefarad o las últimas gamberradas retóricas de Bruno Kreisky y el genial cabaretista Helmut Qualtinger se bebía hasta las copas de sus amigos, en el Bräunerhof, Thomas Bernhardt leía gratis y siempre solo los periódicos de medio orbe, incluido EL PAÍS, y tenía perfectamente instruidos a los camareros para abortar por cualquier medio y con la necesaria contundencia todo intento de aproximación de pelmazos que, para Bernhard, eran prácticamente la totalidad de la especie humana.
Pepi era, nadie lo dude, una buena persona. Como Leopold sigue siéndolo en este su último tramo en el que cree moverse por ese café que ha sido el escenario de su vida durante seis décadas y, sin embargo, ya está en otra parte. Pero la normalidad y la belleza tienen aquí, como en tantas otras ocasiones, trampa. Porque antes de ser el Hawelka de los Hawelka era el orgulloso establecimiento de un judío que desapareció, allá pocas semanas después del Anschluss de marzo de 1938, la anexión de Austria al Tercer Reich. Y Pepi y Poldi pujaron en la subasta del proceso de "arización" emprendido entonces, cuando los judíos son desposeídos de sus propiedades, en lo que fue su primer paso hacia Auschwitz. Pepi y Poldi no mandaron a nadie al campo de exterminio y jamás habrían aprobado que al anterior dueño de su café y a su familia les dieran una ducha con gas Zyklon B y después los convirtieran en humo y cenizas con las que jugaba el viento por los campos helados de Oswiecim. Pepi me ha servido miles de cafés y de aguardientes de pera, el mejor de la casa. Pero nunca la oí hablar del pasado sino como "la normalidad". Siempre con la buena conciencia de la normalidad.
La normalidad es el anhelo continuo de quienes no quieren verse importunados. En el caso de Bernhard la distorsionaban los humanos en general. En el de Pepi era aquel judío desconocido cuyo café "heredó". Aquí, en el País Vasco, el 17 de abril se augura también el triunfo de la normalidad, del buen comer y cocinar y del espíritu "jatorra". Las víctimas no pueden arrogarse el derecho a condicionar la vida de quienes no lo son. El crispar no tiene sentido porque la mayoría exige normalidad. Sólo revela mal carácter. Ahora las verdades fluctúan. Con ellas los principios. Pepi nació en el Imperio, malvivió en la república y el austro-fascismo, se entusiasmó con el nazismo, convivió con el Ejército soviético ocupante y fue musa diligente de espíritus exquisitos de la Viena renacida. Todo era para ella normal. Ha muerto al mismo tiempo que un hombre, Juan Pablo II, que sabía indignarse y para el que la simulación de la normalidad era una perfidia. Ambos eran buenas personas. Pero creo que debiera advertirse cierta diferencia.

EL MUNDO DE PATOCKA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 29.03.05

COLUMNA

"El espíritu no consiste, como con frecuencia creen quienes lo conciben de un modo excesivamente cómodo y viven de lo que ya está hecho, simplemente en ocuparse de cosas elevadas o inmateriales, sino que consiste en una relación con el mundo que vive de una comprensión de la totalidad del mundo adquirida mediante la amplitud. Es una interpretación universal que no proviene de la luz intelectual sino de la vital, del choque contra la dura roca de nuestros límites.
Aquel que asume tal posibilidad, es libre en un sentido profundo. Se ha liberado de la mera apariencia, que nos ata a algunas profundas debilidades, a algunas esperanzas vanas. Al despertarse, la libertad deja al descubierto lo aparente como aparente, y al aceptar el peligro logra su propia seguridad, logra para el hombre una vida con raíces propias, con su propio fundamento. Porque al luchar por la libertad, al luchar consigo mismo, se apropia de sí mismo, de lo más profundo que tiene dentro de sí o que es capaz de alcanzar. Es ésa la chispa que le descubre una nueva vida".
Perdonen la larga cita del texto Equilibrio y amplitud vitales del filósofo checo Jan Patocka, escrito en vísperas de la II Guerra Mundial, de actualidad sobrecogedora. Pero creo que viene a cuento en este mundo en el que se multiplican los indicios de un cambio de civilización que hará quizás peor la vida de nuestros hijos, pero casi con toda seguridad la de nuestros nietos. Todo en gran parte porque -se admiten apuestas- nadie que hoy toma decisiones importantes para el mundo sabe quién es Patocka ni ha reflexionado sobre lo que nos dice. Eso ya es mala señal.
El voluntarismo hiperbólico y la permanente solemnización de una retórica hueca para el consumo de un público cada vez menos ciudadano nos invita sistemáticamente a evitar o ignorar ese peligro que -nos dice Patocka- de ser afrontado -e independientemente del resultado- genera la libertad real y la seguridad genuina de la que sólo goza quien se ha liberado del protagonismo -del práctico monopolio- de lo aparente en el gobernar de la cosa pública. Lo dicho vale para la permanente lucha del individuo por vivir realmente con libertad y sin miedo, sin la coacción del pulso siempre pendiente y que jamás se ha osado librar. Pero también es válido para los pueblos dirigidos por líderes cada vez más huidizos ante los peligros y retos que puedan exponerlos a corto plazo y por tanto quedan condenados a gobernar "sin raíces propias, sin fundamentos" con todas las amenazas que ello supone para el bienestar y la seguridad de sus pueblos.
Los voluntarismos elevados y permanentemente solemnizados de los gobernantes en todo el mundo libre -desde la Casa Blanca a la Casa Rosada, desde el Elíseo a la Moncloa, a la Cancillería de Berlín o a Bruselas- son fintas continuas para escapar al enfrentamiento con las realidades duras y hostiles y forman por tanto parte de esa subcultura del liderazgo de la bienaventuranza de la levedad. Ésta, por necesidad, por ley, tiene que acabar, de no haber reacción a tiempo, bajo los pies de los caballos de culturas en estadios que pueden llamarse más primitivos si se quiere, pero que en todo caso son más resolutos y no pierden un segundo en dilemas de concesiones, postergación de conflictos inevitables o demanda de sacrificios a sus súbditos a la hora de obtener réditos de la indecisión del adversario. Podemos aplicar lo dicho al déficit norteamericano, a las negociaciones y pagos de rescates a los terroristas de Irak o Rentería, al calentamiento del planeta, a las ganas de suministrar y cobrar armas a China o a los recientes abrazos de nuestros líderes europeos a Putin, matarife de Chechenia y estrangulador de la incipiente democracia rusa. Todo lo que estamos haciendo en estos campos es intelectualmente explicable. Pero siempre también -dejando al margen incluso la moral- es una huida de ese necesario conflicto con la realidad práctica que es el que puede darnos la necesaria autoestima para nuevos retos. Y un futuro a próximas generaciones que merezca ser vivido.