El País Martes,
10.05.05
EL FIN DE LA II GUERRA MUNDIAL EN EUROPA
El mundo entero recuerda estos días uno de los
acontecimientos más decisivos para la humanidad: la derrota final y el
hundimiento del III Reich, el Estado nacionalsocialista que desencadenó la
guerra más terrible habida entre humanos e inventó la industria moderna del
crimen para exterminar a un pueblo, el judío. Cincuenta millones de muertos,
gran parte de Europa en escombros y la milenaria cultura judía desaparecida de
la faz de Europa fueron el resultado inmediato de esa peste parda del odio y la
arrogancia que intoxicó a una nación hasta convencerla de que toda otra
identidad era inferior a ella, y ella dueña de las vidas del resto de la
humanidad.
El día 9 de mayo, ayer, no era sólo el 60º aniversario de la
firma de rendición en Berlín, después de la de Reims un día antes. Era también
el bicentenario de la muerte de Friedrich Schiller, uno de los dioses de las
letras alemanas. Poeta y dramaturgo romántico, idealista de la nación cultural
sublime, pero también del caudillo trágico como su "Wallenstein", fue
rápidamente adoptado, igual que el poeta Hölderlin, como escritor favorito del
nazismo.
Weimar, donde Schiller y Goethe convivieron hasta la muerte
del primero, se convirtió pronto en ciudad favorita de reuniones nazis en las
que se gritaba sin cesar "Nos cagamos en la república judía de
Weimar". Cuando los nazis llegaron al poder, Hitler iba muy a menudo a
Weimar y se alojaba en el hotel Der Elephant, desde cuyo balcón arengaba a las
masas.
La ciudad que había dado nombre a la república democrática
fue una de las más nazis desde muy pronto y junto a ella se construyó el campo
de concentración de Buchenwald. Mucho se ha especulado sobre la influencia del
idealismo alemán, del movimiento Sturm und Drang (Asalto y empuje), sobre el
pensamiento nazi. Schiller, cuyas baladas se sabían hasta los niños campesinos
alemanes antes de la guerra, fue secuestrado por el nazismo, que buscaba un
superhombre que nada tenía que ver con el hombre excelso con el que soñaba el
poeta.
El hecho es que la ilustración alemana nada pudo hacer
contra el ascenso del nazismo que, una vez en el poder, captó por conversión o
por cobardía a la burguesía culta y a las élites. De la desaparición de éstas,
por complicidad con el crimen o descrédito por no oponerse al mismo, sufre aún
la Alemania actual. Sin referentes sociales de excelencia, es una sociedad gris
en la que ni individuos, ni gremios ni instituciones quieren asumir
sacrificios, y todos son expertos en ventajismos. En eso se han estrellado
todos los intentos de reforma. Pero un logro fundamental no se lo puede negar
nadie. Es plenamente consciente de cómo se torció la historia desde Schiller
hasta Hitler. Ningún país del mundo ha escarbado tanto en sus propios horrores
como ellos. Ni ha sido, al menos desde los setenta, tan honesto al convertir la
verdad histórica en la base de su democracia.
En Rusia mientras tanto, Borís Grislov, el presidente del
Parlamento, un títere de Putin, califica a Stalin como "un hombre
extraordinario", "caudillo de la patria que hizo mucho por el
país", aunque hubiera "excesos en la política interna". Y en
calles de Moscú se veían carteles que daban vivas al Ejército Rojo por haber
"liberado" el Báltico, Crimea -de donde Stalin deportó a los
tártaros- y Ucrania, donde el miedo al bolchevique llevo a centenares de miles
de ucranianos a luchar codo a codo con los alemanes.
El 9 de mayo de 1945 es para muchos pueblos europeos el
principio de una peor pesadilla que la ocupación alemana, porque la rusa
pretendía ser eterna con la aquiescencia de las democracias occidentales. Para
colmar el vaso del insulto se acaba de inaugurar un monumento en el que
aparecen como heroicos guerreros contra el nazismo un soldado soviético, uno
británico, uno americano y uno francés. Los polacos, que sí lucharon contra los
alemanes, crujen de ira ante la presencia del francés. Como le sucedió al general
Jodl cuando fue a firmar la capitulación. Preguntó asombrado: "Y los
franceses, ¿qué hacen aquí?". En todo caso, si en Francia se han abierto
fisuras en la gran mentira sobre su papel en la guerra, en Rusia se ha puesto
rumbo de retorno a la mentira total.
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