El País Martes,
17.05.05
COLUMNA
El anciano Enric Marco, de eso cabe poca duda, se habría
muerto como gran símbolo de las víctimas españolas del Tercer Reich y, en su
muerte, habría sido enterrado con todos los honores, rodeado de los pocos
supervivientes de los campos nazis que aún viven, miles de simpatizantes y
entre un mar de banderas republicanas por las que éstos lucharon en España, en
Francia y en su cautiverio. Lo ha estropeado todo Benito Bermejo un historiador
maniático de los datos -como debe ser- y el suficiente tiempo para dedicarse a
investigaciones menores con fiero ahínco. Marco habría muerto orgulloso de su
mentira y probablemente convencido de que su vida falsa había sido una gran
gesta por una causa justa. Marco fue treinta años otro y a punto ha estado de
recibir los honores de su segundo yo.
El terremoto que sacudió a Europa desde 1914 hasta 1945 no
sólo segó decenas de millones de vidas y cambió prácticamente la de todos los
supervivientes. Obligó a millones de personas a llevar una doble y triple vida
en las que la biografía real muchas veces tendía a ser reprimida por las
falsas. En el caso de los grandes criminales nazis no fue el caso. El doctor
Mengele siempre siguió siendo Mengele y Eichmann siempre fue Eichmann hasta su
ejecución en Israel. Ellos sólo cambiaban de identidad como si de un disfraz se
tratara. Pensaban que lo que habían hecho estaba bien y lo habrían vuelto a
hacer de presentarse la ocasión. Es difícil imaginarse a Mengele despertándose
por la noche por una pesadilla en la que viera caras de niños gemelos judíos o
gitanos, aterrorizados cuando él se disponía a inyectarles dosis distintas de
cloro en el iris de los ojos para comprobar los efectos de coloración. El escritor
Martin Pollack cuenta magistralmente en su libro El muerto en el búnker -que
sale en español para la Feria del Libro- cómo siguió 40 años después los pasos
de la huida de su padre, un destacado oficial de las SS, especialmente
sanguinario en el frente del este, que hizo de criado en una granja y se
inventó allí toda una leyenda de vida pasada, para ser asesinado después por el
campesino que le iba a ayudar a cruzar los Alpes hacia Italia.
Pero, sin duda, la vida falsa de quienes no eran perseguidos
son las más intrigantes por sus motivos. Hubo casos de niñas supervivientes que
se hacían pasar por su hermana muerta porque creían que ella había sido más
lista, guapa y apreciada por los padres también muertos. Hubo muchos que
intentaron, y en ocasiones consiguieron, hacerse pasar por su cuñado gaseado
para hacerse con sus posesiones. Fueron centenares de miles en todos los países
ocupados los que, habiendo colaborado o no con los invasores, se hicieron una
leyenda de resistentes muchas veces tan frágil que vivieron toda la vida con
temor a ser descubiertos. Ellos sí se despertaban por la noche cuando soñaban
que se les aparecía alguien como el historiador que persiguió a Marco hasta el
fondo de su mentira. Como los que participaron en los saqueos de las casas de
los judíos deportados y negociaron con el botín para ocupar después puestos
destacados en la sociedad de su pueblo o ciudad. Igual que en Alemania nadie
había sido nazi el 10 de mayo de 1945, tras la liberación de Francia fueron
cuatro mujeres novias de alemanes, Petain y Laval los únicos que al parecer no
habían estado en el maquis. Mitterrand es todo un ejemplo. Algún escritor
español no le va a la zaga. Todo mentiras. Vidas inventadas para poder
sobrevivir con una dignidad que ellos sabían era farsa o para paliar los
sufrimientos y las carencias humillantes de la vida suplantada. Lanzados todos
a la intemperie y en plena lucha por la supervivencia, cuando todo estalla a
nuestro alrededor y nada es ya como fue, me atrevo a creer que son mayoría los
que quieren salir de su piel y ser otro, tener otra biografía. La dignidad
consecuente nunca es mayoritaria.
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