El País Martes,
03.02.04
COLUMNA
Dos noticias de ayer merecen la conmoción del mundo por sus
implicaciones más allá de las carnicerías habituales y los devaneos de los
virus mutantes en pollos y demás bestezuelas que también amenazan con
convertirse en paisaje de nuestras vidas. El primer ministro israelí, Ariel
Sharon, ha anunciado el desmantelamiento de todos los asentamientos en la
franja de Gaza. Todos y totalmente. Nadie se lo cree aún, pero no está nada mal
el potencial de tal nueva, siquiera como anuncio. En otra parte de este mundo
convulso, en el lejano Karachi, el venerado padre de la bomba atómica
paquistaní, Abdul Qadeer Jan, ha confesado públicamente formar parte de una red
internacional que ha suministrado información y tecnología militar a diversos
países, entre ellos Irán, Libia y Corea del Norte. Es de esperar que se les
congele la sonrisa a los que ironizan con los temores sobre armas de
destrucción masiva.
Son dos noticias tremendas, sólo equiparables, por dar un
ejemplo, a la que nos informara de que el máximo representante en funciones de
un Gobierno autonómico español se reúne en un país vecino para hacer planes de
futuro con la cúpula terrorista responsable de mil compatriotas muertos.
Compatriotas, por cierto, de todos los sentados en tan amigable mesa. Mal que
les pese. Años de esfuerzo le había costado al "ingenuo" lograr el
favor de la cúpula etarra. Pero, una vez en las instituciones gracias al
"tripartito", su caché era ya el adecuado para tan digno encuentro.
Cual hombre que ha inaugurado el mundo, se lanzó a la búsqueda de la paz
perpetua, consciente de que las soluciones imaginativas son lo único que puede
acabar con esa perversa utilización del terrorismo por parte de sus víctimas,
los que claman por solidaridad en estos días en la Caravana de la libertad de
¡Basta Ya! o los que, con éxito significativo, han promovido la lucha legal,
pero sin cuartel, del Estado de derecho contra esa pesadilla que tanto nos ha
visitado a los españoles durante treinta años antes de convertirse en pesadilla
global.
Resulta, por tanto -el reverenciado sabio nuclear paquistaní
Qadeer Jan dixit-, que sí existen armas de destrucción masiva circulando
por el mundo con mucha alegría y que sí hay muchos países deseando tenerlas
para aterrorizar y extorsionar a propios y ajenos. Es probable que los miembros
de los servicios de información, de casi todos los países del mundo, sufrieran
-como tantos periodistas frente a sus redactores jefes- ese síndrome de Estocolmo
que lleva al exceso de celo en el entusiasmo de la defensa o justificación de
la opinión del superior, por poco que se comparta o sea intelectualmente
digerible. Pero eso son miserias personales. Y, sin embargo, las armas de
destrucción masiva existen -haberlas, haylas-, siempre las habrá y están al
alcance de muchos que no tienen siquiera que ser Estados. Los regímenes que las
han usado, como el de Sadam Husein contra los kurdos, son, incluso juzgados con
buena fe hasta el límite del cretinismo, sospechosos de volver a usarlas.
¿Qué ha fallado? Mucho, casi todo. Desde el ayatolismo del
Pentágono hasta los complejos del rencor de ciertas capitales europeas. O la
mera debilidad y vaciedad política. Pero, sobre todo, ha habido un elemento de
sabotaje clave. La reordenación de Oriente Medio para acabar con su fanática
hostilidad hacia las sociedades libres necesitaba y necesita una solución para
el dislate y drama que es el conflicto palestino-israelí. Sin avances, allí
nada se moverá hacia lo mejor. Sharon puede ser ya un muerto viviente atado al
bloque de hormigón de las diversiones financieras familiares. Pero ha
demostrado infinita procacidad en defensa de sus intereses personales, cual
híbrido de un personaje de Dostoievski y el financiero corrupto con gomina.
¿Abandona ese pozo negro que es Gaza para quedarse con toda Cisjordania? Es una
idea idiota que, sin embargo, merece discutirse. Como la persecución de los
traficantes de armas nucleares reverenciados. Pakistán se mueve, Sharon siente
la necesidad de moverse. Libia y Siria se mueven, y también Irán. Aquí,
mientras tanto, nos dicen dirigentes institucionales que, o se hace lo que
quieren, o volvemos al 1936. ¡Para darse ánimo!
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