El País Viernes,
27.02.04
La desaparición de Borís Trajkovski, el mismo día en que su
país presentaba en Dublín su candidatura al ingreso en la UE, es una terrible
tragedia para Macedonia. Sólo el futuro revelará las dimensiones de la misma.
Este joven líder, procedente de un nacionalismo secuestrado siempre por su
violento pasado, había logrado convencer a la mayoría de los ciudadanos,
eslavos y albaneses macedonios, de que juntos eran capaces de construir un
futuro de esperanza y liberarse de la maldición que durante siglos convirtió
sus montañas y el valle del río Vardar en permanente campo de batalla y
miseria. De confesión protestante en un partido ortodoxo, se convirtió en el
puente ideal para abrir un proceso de reconciliación entre etnias con una larga
historia de enfrentamientos.
Trajkovski nació en 1956 en Strumica, en un rincón que
forman las fronteras macedonias con Grecia y Bulgaria, escenario desde la
primera guerra balcánica de inimaginables matanzas. Ingresó en los años noventa
en el VRMO, antigua organización nacionalista guerrillera, que sólo tras su
llegada a la presidencia, en 1999, logró zafarse del fanatismo que lo definió
desde su creación bajo el imperio otomano. En el difícil marco de una situación
económica muy grave, fue ante todo Trajkovski, con su capacidad de generar
expectativas, quien logró que la guerrilla albanesa de Macedonia entregara sus
armas y que el aparato eslavo pusiera fin al hostigamiento de la minoría. Con
pragmatismo, generó esperanza donde sólo había rencor. Fue también quien llevó
al Gobierno a jóvenes capaces, en parte formados en el exterior, y creó firmes
lazos con la OTAN y la UE.
Sólo cabe esperar que su desaparición no desate una lucha
por el poder que convoque a los fantasmas del pasado. Javier Solana se mostraba
ayer desolado, y no era sólo por las buenas relaciones personales que habían
entablado; también porque es consciente de que la tragedia es una pésima
noticia para los Balcanes y Europa.
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