El
País Martes, 26.10.04
COLUMNA
Quien no haya escrito ya su libro, artículo o arenga contra el presidente norteamericano, George W. Bush, habrá de darse prisa porque le queda tan sólo una semana para hacerlo y convertirse así en abanderado de la causa más piadosa del nuevo milenio. La precipitación no debe disuadir del empeño porque el producto de urgencia resultante difícilmente desmerecerá de otras obras sobre el mismo personaje, escritas con mayor sosiego y omnipresentes en las librerías. Hay que atreverse porque realmente no resulta difícil la tarea. Si el ex presidente del Gobierno de España José María Aznar es extremadamente "caricaturizable", como bien decía el domingo el ex presidente de la Generalidad de Cataluña Jordi Pujol, qué no podrá hacerse en caricatura de su amigo George, cuyos gestos, andares, retórica y ademanes -desde hace cuatro años irritándonos ante nuestros televisores- parecen inventados por un vitriólico dibujante de cómics francés.
Da mucho juego un ex alcohólico que deja el frasco porque
dice que Dios le ha hablado, que gana unas elecciones de forma al menos
sospechosa, que se empeña en destruir en un país remoto unas armas que no
existen y se obstina en continuar una guerra que según la mitad de su
electorado potencial para la reelección y mucho más de la mitad de la población
mundial cree un disparate, cuando no un crimen. Si a eso se añaden sus
conexiones, amistades, sinergias y complicidades con el gran capital, su
apariencia más bien zafia, su enciclopédica ignorancia y su nula cultura
gastronómica, estamos, desde luego, ante un monstruo al que hay que decapitar
-políticamente, se entiende- para llevar su cabeza a los blasones de todas las
fuerzas del bien para mayor orgullo de generaciones venideras. Quien no odie a
Bush como es debido ha de ser, a buen seguro, una mala persona.
¿Y su contrincante, John Kerry? Es un senador católico, rico
de casa y archimillonario consorte, con modales infinitamente mejores, afición
a deportes elegantes, saboreador de la comida francesa. Sabe -su rival
probablemente no- que el Ducado de Liechtenstein no es una marca de cerveza y
que Goethe no era un lugarteniente de Hitler. Y dice que tiene planes -"I
have a plan"- para acabar con la guerra en Irak, para establecer lazos
íntimos a través de este Atlántico hoy teñido -por culpa de Bush- de
desconfianza y discordia, para poner en marcha un "new new deal" que
eleve a clase media a las decenas de millones de compatriotas pobres, para
combatir la marginación, generalizar los seguros médicos, fomentar la bondad
que todos llevamos dentro. Y todo ello por el simple método de quitarles
privilegios fiscales a los amigos de Bush y a su cómplice y vicepresidente,
Dick Cheney, tan siniestro o más que el "Dirty [sucio] Dick" que fue
Richard Nixon.
Así las cosas, levitando por estas alturas del análisis
político y la sobria valoración de la situación mundial y de nuestros intereses
nacionales, son evidentes las razones por las que los europeos, y sobre todo
nosotros, los españoles, adalides de la ofensiva mundial a favor de la armonía
cósmica y en contra del mal, con las manos extendidas y ofreciendo las
mejillas, hemos decidido que tiene que ganar Kerry. ¡Faltaría menos! Todos
seguimos con emoción los avatares de la lucha de nuestro héroe demócrata y su
Sancho Panza, Michael Moore, contra las fuerzas de las tinieblas, culpables de
todas las muertes habidas en los últimos años, incluidas las que reclama para
sí "la resistencia" iraquí. Alborozadas, las emisoras de radio nos
informan de que Kerry ha ganado todos los debates. Un día después, abatidas,
añaden el detalle de que Bush mantiene su ventaja. Para volver horas más tarde
a comunicar triunfantes que Kerry se acerca, que hay un cuerpo a cuerpo, que el
bien está a punto de batir al mal.
Y, sin embargo, en esta atmósfera cargada por el
"espíritu de Navidad", se mueven aún algunos zombies por
Europa que no acaban de creer que si gana Bush se acaba el mundo por culpa de
unos cuantos norteamericanos imbéciles, ni que un Kerry victorioso vaya a venir
corriendo a Europa a agradecer un apoyo tan entusiasta que cimentará la paz y
la amistad en el globo. Bush merece perder las elecciones. Kerry probablemente
no merezca ganarlas. Pero, gane quien gane, las realidades son más tercas que
las caricaturas caprichosas con las que se simplifica el mundo con tanta
alegría. Ni con Bush ni con Kerry va EE UU a pedir perdón por ser la
megapotencia del siglo. Ni por defender sus intereses nacionales. Nosotros
haríamos bien en defender los nuestros, con sobriedad, con menos Chomsky y
Moore y algo de sentido común.
Kerry (Izquierda) y Bush, en su debate del 8 de
octubre. REUTERS
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