El País Domingo,
15.08.04
ANÁLISIS
Se ha muerto muy viejo, con 93 años, y días después del 60
aniversario de la insurrección de Varsovia. Es su partida casi un símbolo de
que se nos va lo que más necesitamos y perdemos lo que más apreciábamos. Se
siente uno, como cuando murió el insigne poeta checo Jaroslav Seifert, huérfano
puro y desconsolado con el adiós que ayer nos dio desde Cracovia Czeslaw
Milosz, el poeta polaco que encarnó vida, emoción y esperanza en tiempos
terribles del siglo XX en los que todo parecía por su patria y Centroeuropa un
páramo de mediocridad, sumisión y terror. La belleza de su palabra y
sentimiento, su denuncia valiente de toda la miseria que implicaba el régimen
de vida al que habían sido obligados a someterse sus compatriotas, primero bajo
los nazis y después bajo los comunistas, conmoverán aun durante generaciones a
todos los que crean en la dignidad del individuo y en el simple coraje del
alma. Como Seifert en Praga, Milosz, como gran polaco, fue un premio Nobel que
incomodó mucho a los miserables que consideran la obediencia de espíritu un
bien social o profesional y la sumisión y el vasallaje intelectual como acto de
disciplina exigible.
Sabemos que es ley de vida, pero no deja de rebelarnos el
hecho de que siempre que nos conmueven despedidas sea por la muerte de los
mejores. Czeslaw Milosz hizo durante más de setenta años su particular camino
de esperanza, que no de olvido, con la palabra tenue, a través de una Europa,
una Polonia en particular, que vio y sufrió lo peor de lo que es capaz el ser
humano, pero también lo mejor y más excelso que sabemos hacer quienes tenemos
plazo fijo en esta tierra. Hombres de su cultura y humanidad, de su profunda
generosidad al hacer báscula moral del prójimo, nos son casi ya extraños. Por
eso hemos de redoblar ya no el pesar por su marcha, porque su legado es tan
cuantioso que todos podemos gozar del mismo, sino la convicción de que son
Seifert y Milosz, esos dos centroeuropeos maravillosos que nos dejaron, dos de
los faros en la sensibilidad, emoción y capacidad de querernos que los seres
humanos siempre han intentado articular en palabras y que en los casos de estos
dos hombres, que siempre habremos de llorar mientras podamos, lo consiguieron
con una singular fuerza que mueve al alma.
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