El País Martes,
21.12.04
COLUMNA
La imagen se aferra a la retina. Es portada en periódicos de
todo el mundo. Tres pistoleros matan en la calle, a plena luz del día, a unos
iraquíes que trabajaban en la comisión que organiza las elecciones generales de
enero. No había nadie cerca que pudiera ayudar a estos infelices cooperantes en
la creación de condiciones para que los iraquíes puedan elegir a su Gobierno
por primera vez en la historia. Miles de iraquíes han muerto de la misma forma
en los últimos meses, en las colas de alistamiento para la policía y el
ejército que han de proteger el desarrollo de los comicios, inaugurando
instalaciones de agua potable para la población o intentando normalizar los
suministros de alimentos o electricidad a sus compatriotas. O acudiendo a rezar
como el domingo en Nayaf y Kerbala.
Desde que quedó claro que -salvo catástrofe que hasta hoy no
se ha dado- las elecciones serán el día 30, los grupos terroristas de sectores
del sunnismo, de la red internacional del jordano Al Zarkawi y bandas de
delincuentes se han lanzado a una espiral de violencia para impedir la
consulta. No les conviene el éxito de este gigantesco paso hacia la plena
legitimización de un Gobierno iraquí y de un parlamento constituyente, un hito
histórico en Oriente Próximo. Pese a ello, centenares de individuos, partidos y
listas conjuntas se han inscrito ya para participar en las elecciones. Decenas
de miles de iraquíes se juegan la vida -como los tres muertos del domingo-
preparando los comicios. Millones parecen dispuestos a votar pese a las
amenazas. Como hicieron los afganos hace poco.
Parecería lógico esperar que todo ello generara en el mundo
una corriente de simpatía y apoyo hacia esta oportunidad para los iraquíes de
decir en las urnas "sí" al Gobierno de la mayoría y respeto a las
minorías, "no" al terror y a las dictaduras vitalicias. Cabría pensar
que incluso los más críticos con la invasión, pasados los momentos más duros de
desavenencias transatlánticas, se avendrían a participar en este proyecto de
estabilización de Irak en el que la alternativa a la victoria de la democracia
es el triunfo de un enemigo a muerte de todas nuestras sociedades abiertas.
Pues no en Europa. Cada atentado terrorista contra el pueblo iraquí y su
derecho a expresarse se recibe en la mayoría de los medios europeos como una
bienvenida confirmación de que la razón está con los Gobiernos europeos que no
apoyaron -cuando no sabotearon- la política de Washington y sus aliados.
"Se lo advertimos y allá se apañen", parece la consigna de mucho
Gobierno y de unas sociedades fáciles de convencer de que están más seguras
parapetadas tras la neutralidad. Las demandas de ayuda de EE UU y los
iraquíes han sido ignoradas sistemáticamente. "Solidaridad atlántica"
lo llaman. O la soberbia del débil, insensible a las consecuencias de su
pasividad.
Si esta postura es casi tan cobarde como irresponsable y
ciega, roza la infamia al glorificar como insurgentes o resistencia nacional a
quienes aterrorizan a los iraquíes. Una insurrección popular es algo muy
distinto en cantidad y calidad como bien saben quienes se esconden tras este
término para no hacer nada ante la barbarie que intenta dinamitar los comicios.
Es posible que, con sólo cien instructores de cada país de la OTAN ayudando a
las tropas iraquíes, estuvieran hoy vivos los tres trabajadores citados y
muchos de los muertos de estos meses. La traición a los aliados americanos,
británicos y de otros países y ante todo al pueblo iraquí, lo es también a la
seguridad europea. La paz por separado como respuesta a una amenaza común es
indigna y además inútil como demuestra la historia. En Europa tiene tradición.
Aquí ya somos especialistas. Hay quien cree que así gana simpatías y seguridad.
En realidad sólo genera desprecio y fama de presa fácil. El presidente George
W. Bush ha sido proclamado "persona del año" de la revista Time por
aguantar y convencer a su pueblo de que hay que hacerlo. Las democracias
europeas, que existen gracias a la decisión de Washington de combatir a la
tiranía con sangre americana vertida lejos del hogar, jamás han exportado la
democracia a ninguna parte. Si llegara a Irak, se recordará que fue a pesar de
ellas.
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