jueves, 26 de abril de 2018

LOS AMIGOS DE ISRAEL


Por HERMANN TERTSCH
El País  Viernes, 10.10.03

COLUMNA

Sucedió hace dos días en un restaurante madrileño. Antiguos alumnos de una de las universidades norteamericanas más prestigiosas -forja de cuadros de élites, cuna de líderes del futuro, que diría un poeta- escuchaban a Miguel Ángel Moratinos el largo relato de sus experiencias, preocupaciones, pesadillas y también esperanzas de siete años de viajes y negociaciones febriles como representante especial de la UE en Oriente Próximo. Moratinos está como siempre, brillante en la exposición de sus conocimientos, deprimido por el deterioro de la situación, con su buena fe intacta y consciente de la mala fe que despliegan tantos otros protagonistas del gran drama palestino-israelí que nos roba vidas día a día, con abrumadora constancia, en Haifa como en Gaza, en Beirut como en Bagdad: allí, ayer, un compatriota nuestro, el sargento y segundo agregado en la Embajada española en Bagdad.
Un comensal, que sin mayor complejo se presentó como extremista de derechas, protestante ultrarreligioso y ciudadano norteamericano, comentaba sus discrepancias con Moratinos mientras éste hablaba. No son las que ustedes suponen. Moratinos hacía una decidida defensa del derecho de Israel a gozar de seguridad dentro de sus fronteras. El ultra, figura por lo demás infrecuente en las buenas universidades norteamericanas, venía a decir que la pretendida necesidad de seguridad de Israel nos estaba generando inseguridad a todo el resto del mundo y que la culpa de todo lo que sucede, de los muertos en Irak, de la guerra, del terrorismo y sus horrores "es de los judíos". "La Casa Blanca está infiltrada por la gente de Sharon". No hablaba así un neonazi de Dresde, un cabeza rapada de Parla, un estibador en paro en Chicago ni un miembro del Ku Klux Klan. Era un miembro del mundo financiero de Madrid, norteamericano, que hoy puede estar comiendo frente a cualquiera que lea estas líneas en un restaurante madrileño de cierto nivel. Moratinos no tuvo que escuchar estas palabras que le habrían amargado la cena. Le habrían disgustado profundamente. Porque lleva muchos años defendiendo a Israel frente a muchos árabes pero no pocos israelíes asimismo. Y sabe que todo Oriente Próximo tendrá paz y prosperidad o guerra y miseria según lo que pase en esos pocos kilómetros cuadrados que son Israel y los territorios ocupados. Nuestros muertos en Bagdad son muertos de la tragedia junto al Jordán.
Pero sí conviene que lleguen a oídos de todos aquellos que insultan por sistema a quienes critican el suicida proceder del actual Gobierno de Ariel Sharon. En las últimas semanas, el nuevo embajador israelí en Madrid se prodiga en los medios de comunicación descalificando a todo el que no aplauda la alegría de los llamados asesinatos selectivos de selección bastante aleatoria con frecuencia. No es fácil tener que defender lo indefendible, cierto. Pero no lo es menos que en Madrid se echa mucho de menos al anterior embajador, Herzl Imbar, un hombre sabio que sabía identificar a los amigos del Estado de Israel y era plenamente consciente de los enemigos que éste tiene a medio plazo en su propia Administración. Sharon huye hacia ninguna parte cual un Ibarretxe obeso, intentando hacerle un órdago a la historia y a la realidad inmediata. Parece no darse cuenta de que Washington, en su confusión general, no ha dejado de perder respeto internacional por su disposición a la humillación pública por parte de ese primer ministro que, según las leyes de la guerra, debió ser juzgado por rebelión durante la guerra de Yom Kipur, hace ahora treinta años.
¿Cuántos muertos le costaron al Ejército israelí entonces la obscena vanidad de este hombre cuando se negó a ayudar a otra unidad? ¿Cuántos le está causando ahora que intenta, con la inapreciable ayuda de su letal aliado Yasir Arafat, buscar una guerra total supuestamente redentora en la que todos los demás han de morir por sus ambiciones que son tan antipalestinas como antieuropeas, tan antinorteamericanas como antiisraelíes. Este gran sacerdote del odio cree eterna la impunidad que le volvió a dar Washington en el Consejo de Seguridad de la ONU a principios de semana. Pues no lo es. El derechista anglicano que escuchaba a Moratinos le manda el mensaje. Dentro de veinte años, EE UU tendrá más electores musulmanes que judíos. El comentario del comensal norteamericano del miércoles en un restaurante de lujo en Madrid será lema electoral. Ni la histeria antimusulmana, ni la prepotencia nuclear ni los judíos norteamericanos con su mala conciencia, su dinero y su poder, van a evitar que algún día, si nadie convence a Israel de que debe cambiar el rumbo y deshacerse de sus enemigos internos, los saboteadores sistemáticos de su convivencia con los pueblos de la región, los judíos en Palestina vuelvan a sentir el vértigo de la enemistad global y de la soledad ante la tragedia que sintieron en Europa en el siglo pasado. Aún hay tiempo. Despreciar los consejos de los auténticos amigos, como Moratinos, es malo. Lanzarse al abismo por indicación de los supuestos amigos y líderes que no escatiman muertos en su épica criminal puede ser fatal.

UN LIBRO SOBRE ‘LA VERDAD’ EN LA GUERRA DE CHECHENIA GANA EN BERLÍN EL PREMIO ULISES AL REPORTAJE LITERARIO


Por HERMANN TERTSCH
El País,  Berlín, 06.10.03

Ryszard Kapuscinski, el gran maestro polaco del reportaje internacional y Premio Príncipe de Asturias de este año, fue el encargado de entregar un galardón sin precedentes en una inmensa carpa engañosa que en su interior escondía un espléndido restaurante parisino, centenares de candelabros y decenas de periodistas y escritores que se reconcilian con la especie y la profesión. En el bosque del Tiergarten, a cinco pasos de la cancillería federal alemana y de la Puerta de Brandenburgo, en el centro de Berlín, se otorgó el sábado el Premio Internacional Ulises al reportaje literario. Es el primero. Se premiaba al mejor libro de reportaje, en una iniciativa de la revista Lettre International, que bajo dirección de su sección alemana -a la batuta de Frank Berberich-, ha logrado un impulso formidable para el fomento del periodismo serio en tiempos de mezquindad, penuria, cólera y basura.
Ganadora fue Anna Politkovskaya, su tremendo y conmovedor libro sobre Chechenia La verdad sobre la guerra. El jurado asegura que decidir al ganador fue labor ardua. Lo que demuestra que los finalistas han presentado libros excelentes porque La verdad sobre la guerra es sin duda uno de los mejores libros de reportaje escritos en décadas y comparable a los ayer mencionados de Egon Edwin Kisch o del propio Kapuscinski.
Horas antes de que se abrieran en Chechenia las urnas para una nueva farsa electoral escenificada en el Kremlin, Politkovskaya cautivaba al jurado con sus implacables verdades sobre el sufrimiento de la población chechena y de los soldados rusos y sus familias, despreciados e ignorados unos y otros por el Kremlin y su presidente, Vladímir Putin, tan agasajado él en Occidente. Politkovskaya ha escrito un protocolo implacable. Admiradora de la corresponsal de EL PAIS en Moscú, Pilar Bonet, Politkovskaya estaba ayer tan fascinada con su premio como indignada por los nuevos desafueros del Kremlin en Chechenia y el desinterés occidental al respecto.
En el jurado estaban, entre otros, Jorge Edwards, el portugués Pedro Rosa Mendes, el turco Nedim Gürsel y Philip Gourevich, de New Yorker. Sus asesores han sido el Nobel Günther Grass, el propio Kapuscinski, que recibirá el Príncipe de Asturias el 24 de este mes en Oviedo; Jean Malaurie, aventurero, científico y escritor, y Jan Stage, un genio del reportaje en Latinoamérica, África y Asia, un incansable danés que murió semanas antes de esta ceremonia de Berlín.

miércoles, 25 de abril de 2018

UNA ‘LACRIMA SUL VISO’


Por HERMANN TERTSCH
El País  Domingo, 05.10.03

ANÁLISIS: EL FUTURO DE EUROPA

A la política hay que llegar llorados, se suele decir. Mucho más a las responsabilidades de Gobierno, cabe añadir. Los jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Roma en la Conferencia Intergubernamental parecen haber olvidado esta norma tan sobria. Todos parecen haber llegado a la Ciudad Eterna enfadados, regañones y llorosos. Así las cosas, lo más sensato es esperar a que ellos se vuelvan a casa y los equipos negociadores se pongan a pulir el proyecto de Constitución Europea que la Convención ha presentado.
Cuando Europa se apresta a dar el paso más importante hacia su unidad política, los líderes europeos nos amenazan con un espectáculo nada edificante de lloros y reprimendas. Todos simulan haber sido estafados. A nadie puede extrañar que a los 10 candidatos que ingresan el año próximo se les haya puesto cara de tontos después de ratificar en referéndum un ingreso sobre las bases del Tratado de Niza que Alemania y Francia deciden modificar semanas después. Ni que España y Polonia, y no sólo ellos, teman que el nuevo reparto de poder que se sacó de la chistera Giscard en la Convención nos lleve poco menos que a un orden similar al surgido del Congreso de Viena de 1815 por el cual los grandes, ahora dos, mandan y los demás tragan.
Pero pasada la cumbre plañidera todos habrán de mostrar al menos un poquito de generosidad -escasa como está la grandeza- y dejar lista para la aprobación una Constitución que dé ese gran valor añadido a la calidad de vida de una ciudadanía europea. Vean el resto del mundo, vean lo ya logrado en Europa y lo que cabe conseguir. Y no sean lloronas.

TRILLO CONDICIONA LA REDUCCIÓN DEL DESPLIEGUE ESPAÑOL EN IRAK A LAS DECISIONES DE LA ONU


Por HERMANN TERTSCH
El País,  Diwaniya, 28.09.03

LA POSGUERRA DE IRAK

El ministro de Defensa visita a las tropas destacadas en Diwaniya y Nayaf

"Esperamos que España haga una gran aportación a la paz en Irak", dijo un líder chií

España podría reducir su contingente de tropas destacado en Irak si para diciembre se han unido a la coalición internacional países hoy ajenos a la misma, según manifestó ayer el ministro de Defensa, Federico Trillo, en su primera visita a la base española en Diwaniya. Trillo, que también visitó las bases de los destacamentos de Honduras, El Salvador y la República Dominicana, integrados bajo mando español en la propia Diwaniya y en Nayaf, se mostró confiado en que los movimientos habidos en la ONU sean el preludio de una ampliación de la coalición.
"Es demasiado pronto para hablar de plazos y efectivos", afirmó Trillo. Pero insistió en que "existe una esperanza fundada en ampliar el consenso con una nueva resolución".
Según el ministro, en Nueva York, de los tres países que formaron un eje de resistencia a la intervención militar en la pasada primavera, dos, Alemania y Rusia, ya han cambiado de actitud. "Y espero que también Francia rectifique". Trillo ha reiterado en los últimos días en diversos medios su pesar por lo que califica de "obstinación" de Francia en negarse a cooperar en la coalición internacional en Irak.
El ministro llegó por la mañana a Bagdad en un Hércules de las Fuerzas Aéreas Españolas procedente de Kuwait y prosiguió de inmediato vuelo hacia Diwaniya en helicóptero artillado. Allí le esperaban el jefe del destacamento español, el general Alfredo Cardona, con sus mandos. El ministro español comenzó así su visita de dos días a las tropas españolas apenas un mes después de que éstas asumieran sus responsabilidades en la zona Central-Sur bajo mando actual de Polonia y se completara allí el repliegue norteamericano. La zona Central-Sur, habitada casi en su totalidad por población de creencia chií, muestra un nivel bajo en conflictividad que contrasta radicalmente con la escalada de violencia y atentados contra las fuerzas de la coalición y de las Naciones Unidas que se han producido en el llamado triángulo suní entre Bagdad, Faluya y Tikrit.
En este sentido se manifestó el Presidente del Consejo Municipal de Nayaf -la ciudad sagrada del chiísmo-, Jaleb Al Normani, que acudió al cuartel de El Salvador para saludar al ministro y habló de las afinidades del pueblo iraquí con el español y de su convicción de que las fuerzas españolas actúan con sinceridad y buena fe. "Tenemos buenos recuerdos históricos de los españoles. Esperamos que España haga una gran aportación a la pacificación del Irak", manifestó este líder religioso chií que afirmó estar seguro de que españoles e iraquíes "nos parecemos mucho".
Trillo se mostró muy satisfecho de los progresos conseguidos por las tropas españolas. En Diwaniya se ha restablecido el suministro de electricidad, han reabierto varias fábricas y todos los indicios sugieren que la desaparición de las tropas norteamericanas de las calles de esta ciudad así como de Nayaf ha sido una importante aportación al bajo nivel de conflictividad en la región. Insistió en que la ampliación de la coalición contribuiría a la estabilidad y a la seguridad y por tanto a la reconstrucción. Y subrayó que los fallos en los servicios básicos y el desempleo son los que crean el malestar social que después nutren la hostilidad contra las fuerzas de la coalición internacional.
Tras sus visitas a los tres cuarteles centroamericanos y a una unidad nicaragüense de expertos en desactivación de explosivos que también trabaja en la zona, Trillo destacó que es la primera vez que España y países iberoamericanos se han unido en la cooperación militar internacional. Hasta ahora la comunidad iberoamericana de naciones se basaba en su cultura común del pasado. Según el ministro, "esta cooperación tiene una clara proyección hacia el futuro".
El ministro se mostró manifiestamente irritado ante las sugerencias de algunos periodistas sobre la legitimidad del término de "resistencia" en vez de "terrorismo" para calificar los ataques contra las fuerzas internacionales. "Cada vez hay más indicios de que los ataques están dirigidos por una misma fuente que es la resistencia terrorista sadamista". Antes ya había insistido en que "quienes atacan a sedes y funcionarios y representantes de las Naciones Unidas no pueden recibir el calificativo de resistentes, sólo el de terroristas".
El ritmo maratoniano de la jornada de ayer puede quizás explicar el lapsus que el ministro de defensa tuvo cuando después de su visita al batallón de Honduras visitaba al de El Salvador. Ante la tropa formada Trillo se despidió con un ronco "viva Honduras" que, como un solo hombre corearon los salvadoreños. "Viva Honduras". Advertido sobre su error, dijo que "perdonen, ha sido un lapsus". Y vaticinó de "luego se hará eco la prensa de ello". El "Viva El Salvador" fue coreado con mucha mayor rotundidad.
Federico Trillo saluda, en Diwaniya, a las tropas nicaragüenses que forman parte de la Brigada Plus Ultra. / EFE

MUEVAN FICHAS


Por HERMANN TERTSCH
El País  Miércoles, 24.09.03

COLUMNA

El secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, puede e incluso debe criticar la intervención norteamericana en Irak como ayer hizo en inequívocos términos ante la Asamblea General en Nueva York. Al fin y al cabo, es la organización que él preside la que fue ignorada por Estados Unidos cuando decidieron ir a la guerra para acabar con el régimen de Sadam Husein. El presidente norteamericano, George Bush, tampoco podía ayer hacer otra cosa que defender su línea oficial, según la cual un inmenso Ejército norteamericano se dedica a reconstruir escuelas e infraestructuras en Irak, actividad benefactora que simultanea con la lucha contra el terrorismo en todo el mundo y en aquel país árabe en particular. El presidente de Francia, Jacques Chirac, que siguió ayer a Bush en la tribuna de oradores, tampoco podía perder la ocasión de presentarse como el adalid del multilateralismo, tan igualitario y exquisito como inexistente, y además quimérico.
Pese a todo ello, las fichas se están moviendo con cierta fluidez entre los grandes protagonistas del inmenso desaguisado político generado en vísperas de la guerra de Irak. Y las mueve, como casi siempre, la necesidad. El canciller alemán, Gerhard Schröder, ha llegado a Nueva York advirtiendo contra "cualquier tentación de crear un bloque contra Estados Unidos", que es precisamente lo que hizo con Francia y Rusia antes de la guerra. El canciller alemán, aún no repuesto de la humillante derrota de su partido socialdemócrata en las elecciones en Baviera el pasado domingo, quiere cerrar definitivamente el capítulo de su enfrentamiento con Bush, que sólo le produjo rédito político en la campaña para su reelección. Hoy se ven Schröder y Bush por primera vez en 16 meses, algo sin precedentes entre los líderes de Washington y su principal aliado continental durante medio siglo. Bush ya ha mostrado públicamente "comprensión" hacia la postura de Schröder, en lo que puede considerarse un gesto cordial por parte de este presidente norteamericano. Y Chirac ha anunciado que "no está en su ánimo" vetar una nueva resolución del Consejo de Seguridad para aumentar el papel de la ONU en Irak sin poner en duda que el control efectivo seguirá en manos de la coalición liderada por EE UU mientras la situación lo requiera. Ayer, ante la Asamblea, ni siquiera recordó su "exigencia" de que el traspaso de la plena soberanía a manos iraquíes se hiciera en el plazo de un mes, quizás porque repetir las bromas suele ser de mal gusto. Rusia, por su parte, el tercer miembro del efímero eje antiamericano que Schröder no quiere repetir, se ha limitado a recordar a Washington que "ya os advertimos" de los peligros.
A estas alturas todos saben que los peligros de un deterioro de la situación afectan a todos. La opinión pública norteamericana comienza a reaccionar ante la chapuza de posguerra, la interminable serie de improvisaciones y demostraciones de ignorancia e incompetencia de sus aguerridos planificadores civiles en el Pentágono de Donald Rumsfeld. Está costando un lento pero continuo goteo de muertes de compatriotas y unas sumas ingentes de dólares, a las que ahora habrá que añadir 87.000 millones más. La popularidad de Bush ha bajado a su mínimo absoluto del 50%, y ya es también la mitad de la población la que cuestiona la oportunidad de la intervención. Y las elecciones presidenciales se acercan inexorablemente. Así las cosas, y al margen de la retórica grandilocuente, todos comienzan a reconocer intereses comunes y la necesidad de cooperar para ganar definitivamente el pulso a quienes quieren llevar a la región a un estallido generalizado. La primera condición para encauzar la situación, al margen de la resolución que ampare esta cooperación en Irak, es la reactivación de la Hoja de Ruta en Palestina. Esto requiere de la firme decisión de Bush de parar los pies a Ariel Sharon. Y esto no es fácil en Washington en época preelectoral.

LOS ASTROS DE LA MUERTE


Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 09.09.03

COLUMNA

Los palestinos, o mejor dicho, su autoridad tan poco autónoma como sensata, han vuelto a demostrar que saben equivocarse en perjuicio propio todas las veces que haga falta. Nadie mejor que ellos se rompe mejor una mano para molestar al enemigo. Y muchos lo celebran como un triunfo. Ariel Sharon, por su parte, ha ratificado la convicción de todos aquellos que creen que su política no es sino una manifestación extrema de la desviación psicopatológica de toda la cultura israelí del poder que emana de la cultura judía de la sumisión. También los israelíes y su Estado habrán de comprobar tarde o temprano que esta orgía de prepotencia de sus crímenes de alta tecnología que son la caza a base de misiles de ancianos venerados entre los suyos en la zona más poblada del mundo que es Gaza, no aporta nada a su seguridad y, sin embargo, sí es garantía de que algunos de los niños cuyo nacimiento han celebrado hace poco no podrán concluir una vida pensante que merezca tal nombre.
Finalmente, el presidente norteamericano George Bush nos revela que sus convicciones de poder mover el orden mundial en la región más vital para la seguridad internacional y la lucha contra el terrorismo de raíz islamista no tienen consistencia ninguna y que él, muy personalmente, está a punto de fracasar tan estrepitosamente como su coqueto grupo de intelectuales neoconservadores que, sin creer tener que escuchar a nadie, se lanzó a la piscina con un manto tan almidonado de razón que hoy ya saben que no aguantan su peso. Empapados de realidad, jadean mucho, pero pocos creen ya que alcancen ninguna orilla. Ellos que lo sabían todo se ahogan y arrastran hacia las profundidades todas las posibilidades de que en Palestina se matara menos, se hablara más y se pudieran recoger las cosechas de palestinos e israelíes sin el miedo a morir arrancando un tomate. Así están hoy las cosas, después de las efímeras ilusiones de una Hoja de Ruta que no nació muerta como algunos dicen, pero que muchos acordaron violar y matar antes siquiera de ser púber.
No se nos olvide, por supuesto, Europa, que con Estados Unidos debiera haber sido la fuerza capaz de imponer a los adalides de la muerte, esa siniestra constelación de los astros -Arafat y Sharon- en danza permanente de alarde de su propio poder y decisión, una lógica distinta a la que ellos consideran única. Sharon tuvo avisos, nunca los necesarios, de que tenía que acabar con la obscenidad de los asentamientos y un muro divisorio que es monumento a la ofensa y repugna a todo aquel que crea en el ser humano. Europa no parece haber dado tampoco los avisos necesarios a un Arafat que no concibe más lógica que la elevación del sufrimiento común para buscar un triunfo de su propia posición y no la solución paulatina del drama de su pueblo. Europa y su magnífico representante y bregador en la región que es Javier Solana, han demostrado mucha más buena voluntad que su protegido Arafat, pero no menos impotencia. Mientras, Bush comienza a combinar su arrogancia con la incompetencia y sus hombres en Palestina e Irak inspiran casi una inverosímil ternura en una especie de patético teatro de sombras que nos hace difícil adivinar cualquier luz. ¡Sin muertos ni dolor habría sido un magnífico espectáculo edificante para generaciones venideras!
Abu Mazen ha dimitido porque se sabía liquidado por la alianza de los sumos sacerdotes del dolor que son Arafat y Sharon. Abu Alá, que ha aceptado ser su sucesor como primer ministro palestino, no parte con mejores premisas que su antecesor en el cargo. Si no hay un gran gesto por parte de Washington que imponga, en el sentido más estricto, un gesto amplio y comprensible para todos de conciliación, como sería la paralización general e inmediata de los asentamientos y de la construcción del miserable muro, no vamos a la reordenación de Oriente Medio que algunos listos civiles pretendían en el Pentágono que sería rápido, barato y bonito, sino a la explosión de una crisis con todo el poder destructor de décadas acumulado. Habrá entonces madres, hermanas y viudas, padres e hijos llorando por esquinas que, denlo por hecho, no estarán sólo en Gaza o Jerusalén.
Dos palestinos, en un puesto de control en Jerusalén. REUTERS

MELANCOLÍAS OTOÑALES


Por HERMANN TERTSCH
El País  Jueves, 04.09.03

TRIBUNA

Cansino ya el Sol tras su atroz alarde estival, los días se acortan y se agitan a un tiempo. Por implacables que sean los veranos, son los otoños y los inviernos los que, en la cultura europea al menos, imponen a los hombres esa cura de humildad y reflexión, la percepción de fragilidad y transitoriedad que invita a mejorar la vida propia y las relaciones con los demás antes de que se agote el tiempo que cada uno tiene otorgado. El otoño, ese ensayo anual de la vejez, llama a hacer balance, a lamentar y desear no repetir pasados errores y pecados. Como dice Rainer Maria Rilke en su poema Herbsttag (Día de otoño): "Ha llegado el momento, el verano fue largo. Ha llegado el otoño. Quien aún no tenga casa, ya no la construirá. Quien ahora esté solo, lo estará mucho tiempo. Velará, leerá, escribirá largas cartas y vagará por las alamedas, por las que se mueven las hojas". El otoño nos hace pequeños, tristes y lúcidos. O debiera.
No podemos pedir tanta introspección, emoción y tamaña poesía a la política española ni a sus protagonistas. Pero sí puede que sea un buen momento, después del calor caído y sufrido, para que los españoles en general, la sociedad y la clase política, reflexionemos con menor angustia y algo de fresca serenidad sobre nuestra casa común y, si consideramos tenerla, su solidez para afrontar los cambios climáticos externos, muy fríos de guerras, crisis e inseguridad que ya no se auguran, sino son certeza. Y sobre nuestra propia disposición para generar fuerzas y sentimientos que nos ayuden y neutralicen tendencias a la automutilación. Nuestros hijos y nietos vivirán, todos lo tememos, con más desasosiego que las generaciones que nos despedimos.
El libre albedrío vuelve a ser forma de vida como en el medievo y las grandes angustias que todo individuo necesitaba en Europa como parte del instinto de supervivencia antes de la Paz de Westfalia vuelven a ser actuales. Los Estados protectores de sus ciudadanos habrán de hacer grandes piruetas para seguir simulando serlo. No lo serán ya en la medida en que lo fueron, con lo que desaparece uno de los más eficaces baremos del progreso humano. Pero además, todos los Estados, los más democráticos incluidos, pueden perder el alma de la que emanan sentido de la justicia y compasión. Nos alejamos de la ilustración y de todo el positivismo rectilíneo en el que nacimos, crecimos y nos formamos los adultos de los países bienaventurados del siglo veinte. Los tiempos se tornan rudos en las ciudades en las que ya vivimos casi todos. La calle es peligrosa. En Bogotá y en Bagdad, pero también en Berlín y Madrid. Los que hace diez años se conformaban con un insulto más o menos grosero en un litigio o malentendido, hoy disparan con calibre 6,35 milímetros o con una Magnum. Los contratos sociales nos estallan, cada vez con más violencia, por la cola. Primero fue el lenguaje, hasta que su virulencia se tornó en hechos. En España, como siempre, se despliega más elocuencia en todo ello.
Hay pocos inocentes. Hay mucho de lo que reflexionar tras este verano de calor, fuego y muertos en la huida o en la desolación entre paredes desnudas de hospitales. Puede que todo venga desde lejos. Pero parece evidente que durante meses hemos mostrado mucho de lo peor de nosotros mismos, tanto la sociedad como la clase política y todos aquellos que forman el vértice del protagonismo social. Por supuesto que sigue existiendo la virtud en las relaciones humanas como en las actividades públicas. Sin la emoción, el candor y el consuelo que aquélla genera, la vida sería insoportable o simplemente despreciable. Pero el desastre ético, estético, escénico y acústico ha sido perfecta y profusamente expresado hasta el esperpento en nuestros hábitos sociales, mediáticos, culturales y políticos. Todos somos algo culpables de que la basura rampante ruja con toda su procacidad y arrogancia, despreciando con carcajada grotesca todo "lo verdadero, lo bello, lo bueno", ese lema de devoción por la excelencia que adorna tantos de los teatros de nuestro viejo mundo, en los que Calderón y Goethe, Molière y Schiller, Lope y Shakespeare cantaron y describieron la gran epopeya del ser humano por ser mejor ante Dios y los hombres. ¿Dónde quedó aquella vocación de excelencia en la vida pública? Hoy cada vez la recuerdan menos. Algunos ni saben que existió. Pero la hubo. También aquí en España y no hace mucho de ello. Pero recordarlo dejaría en muy mal lugar a muchos que hoy se solazan en el éxito social de jaurías más o menos vergonzantes.
Bajemos por tanto al lodo donde todos seremos iguales. Ésa parece la consigna. La profanación del lenguaje y de las formas ya no es una afición exclusiva de una mafia negra o rosa. La falta de escrúpulos y consideración ante el efecto de las palabras sobre menores o mayores, sobre la seguridad de la ciudadanía, sobre la economía, el bienestar y la salubridad general, ese repugnante hábito que era patrimonio durante tanto tiempo de nazis, golpistas, fanáticos religiosos, travestidos narcisistas y payasos, ha contagiado a políticos, intelectuales y grandes comunicadores de la mañana. Se miente y se desprecia con entusiasmo y se insulta con fruición. Melancolía produce ya no sólo el otoño que nos viene, sino el recuerdo que nos queda.
Somos una sociedad que salió de la dominante inmundicia política e intelectual hace apenas un cuarto de siglo y dio ejemplo al mundo de cómo emerger con ilusión y dignidad. Hoy la inmundicia, inexplicablemente, vuelve a acosarnos por todas partes. Tenemos un millón de motivos para sentirnos orgullosos de compartir una identidad que se revolvió contra su pasado miserable, perdedor y pendenciero y dio a sus hijos una vida infinitamente mejor que cualquier otra siquiera imaginada pocos años antes. De la cochambre y el miedo surgió un país para todos y pocas historias de éxito son tan emocionantes, pocos progresos en el bienestar y la libertad tan espectaculares y ejemplares como la española después de 1978. Parece mentira que quienes hoy parten de una situación tan infinitamente mejor para regular una "buena sociedad" desde la política, la cultura y los medios de comunicación no hagan sino insultar a nuestro pasado reciente, conquista común de nuestra Constitución. Parece mentira que los últimos restos de la España negra e inmunda que son los nacionalismos, cursis, violentos o simplemente arrogantes y provincianos, hoy sean inspiradores de políticos y partidos que podrían apoyarse en su larga tradición de sensatez y vocación de servicio al país y a la ciudadanía.
Ahora, después de este verano tórrido, tenemos que ver con tristeza que son muchos los que han perdido la memoria aunque su edad no justifique la amnesia. Adultos con responsabilidad política y vocación de poder nos sugieren que sus rivales nos llevan a la lógica de la checa o del general Yagüe. Se llaman viles y cobardes entre sí. O sugieren que otros buscan compatriotas muertos en beneficio propio. Unos hoscos por naturaleza, otros débiles en esencia y carácter, nos dicen que los electores debemos elegir entre bandos que hace tiempo dimos en inmensa mayoría por disueltos. Intelectuales y actores se lanzan a la cruzada de convencernos de que si ganan quienes ellos no quieren, los españoles habrán demostrado que son unos imbéciles que se merecieron la Inquisición y a Franco. Y alimentan a un tiempo las paranoias identitarias de tanto etnicista fanático de intereses muchas veces extremadamente prosaicos y zurrón cargado de víctimas. El lumpen político y mediático se nutre y expande gracias a las debilidades del resto de los ciudadanos. De ellas extrae la justificación cuando no exaltación de la bajeza que les es vocación y profesión. De ahí la responsabilidad indirecta en semejante pestilencia de todos aquellos que no medran y se declaran a disgusto en ella.
Parafraseando a Rilke, "el verano ha sido largo, ha llegado el otoño, quien no tenga casa (u obra o mensaje) no lo tendrá en estos agitados tiempos que se nos echan encima". Nadie parece capaz de pasear por las alamedas y pensar en sus propios errores en vez de lanzar descalificaciones cainitas al adversario real o rival imaginario. La primavera llega en marzo. Quienes no hayan reflexionado lo suficiente para entonces por las alamedas sólo tendrán ese recurso de la impotencia de seguir lamiéndose heridas, aullar sus cuitas en el insulto y refugiarse en las estrecheces de su secta. Quienes quieran servir a su país, a un Estado que tanto mejor nos ha servido a todos los españoles en el último cuarto de siglo, al margen de quien lo dirigiera, tienen otoño e invierno para reflexionar. Y para dejar de alimentar al lumpen con sus debilidades. Aún hay tiempo.
Como siempre, quien más poder o influencia tiene es el que mayor responsabilidad carga. Y quien mejor ejemplo puede dar. El presidente José María Aznar, se ha despedido de su partido con un nuevo éxito. Ha tenido muchos en ocho años. Partido y electores del mismo los han sabido agradecer. Pero sin duda crecerán en la memoria de todos los españoles no cegados por fobias o sectarismo si durante la larga despedida de la jefatura de Gobierno que acaba en primavera supiera ser humilde y pedir perdón por las ofensas -queridas o no- que haya podido cometer durante su mandato, todas ellas simbolizadas en la mayor que por desgracia cometió ya en la recta final de una trayectoria que la inmensa mayoría de los españoles aplauden. Fue su afirmación de que españoles pueden desear la muerte de otros españoles para dañarle a él y a su partido. Debe hacerla. La enmienda. Demostraría con su ejemplo que aún tenemos fuerzas todos para excusarnos y enmendar. Y ponernos así a salvo de un encanallamiento general que amenaza con destruir lo mejor que España ha hecho en siglos, que es esta democracia bajo esta Constitución, con este régimen territorial y con este jefe de Estado. Aznar ha contribuido a que así sea. Puede aún prestar ese último gran servicio.
El domingo nos partió el corazón la muerte de un hombre que ha sido el mejor ejemplo imaginable del esfuerzo humano por la superación y la excelencia, Mario Onaindia. Él logró la grandeza pese a que las miserias ajenas y un cáncer igual de miserable le habían arrebatado el éxito que merecía ese hombre hecho de bondad e inteligencia. No hubiera sido otro que el ver en su amado País Vasco el triunfo de la ciudadanía frente a la tribu y de la verdad frente a la mentira al servicio del odio.
La grandeza ha sido siempre, recordémoslo, un bien muy superior al éxito. Y cuando este último ya está asegurado, sería imperdonable no aspirar al galardón supremo en la trayectoria entre los hombres. Sería, insisto, un gran servicio a la patria en esa despedida otoñal. Nos daría un ejemplo y nos haría mejores y más fuertes a todos ahora que tanto frío de incertidumbres hemos de afrontar.

EL MAL SIN SENTIDO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 29.07.03

COLUMNA

Quien lamente que Jorge Videla, Emilio Massera y Alfredo Astiz rindan cuentas por sus crímenes -por supuesto supuestos- en Buenos Aires, La Haya, Madrid, Vladivostok o Sotogrande, tiene un serio problema para rendirse cuentas a sí mismo. De ahí que el fiscal de la Audiencia Nacional de España, Eduardo Fungariño, debiera reflexionar algo y, si le gusta evitar ridículos, no meterse en evidencias. Hay miserias que no se curan con el tiempo. Por el contrario, crecen hacia dentro en las sociedades e individuos si no hay catarsis de justicia. El presidente argentino, Néstor Kirchner, tiene una vocación populista considerablemente tosca. Pero si siendo así rompe con la cruel impunidad de los verdugos impuesta a las víctimas y sus familiares, no sólo crea realidades bienvenidas, sino que manifiesta asimismo transformaciones en la sociedad argentina dignas de aplauso. Algo se mueve allí al margen de los pánicos y entusiasmos efímeros. Sin aceptación popular, políticos como Kirchner no se meten en semejantes jardines. La talla no es suya, sino del momento, pero supone una buena noticia desde aquel país tan maltratado, más por sus políticos, pero también por su ciudadanía.
Lejos del barrio bonaerense de Palermo, por el que algunos torturadores paseaban sus perros afganos hasta hace pocos días, en La Haya, Biljana Plavsic, una muy culta profesora de Universidad, adalid de la matanza de musulmanes bosnios junto al poeta Radovan Karadzic, éste aún huido, era condenada a 10 años de cárcel. Era especialista en despertar los peores instintos de la gente seguidora serbia a la que despreciaba casi tanto como a sus enemigos musulmanes o católicos. Nadie piense que Plavsic era una persona desequilibrada como Karadzic, el rencoroso marginado y ninguneado eterno en la escena intelectual de Sarajevo. No era un chetnik de los montes, sino una mujer llamémosla pulida. Pero como tantos otros en la historia del crimen político gozaba de una perfecta permeabilidad entre su vida formal tan civilizada como obsequiosa y su vertiente maníaca y destructora. Como su cómplice Nicola Koljevic, gran experto en Shakespeare, entusiasta del crimen masivo hasta que, como un personaje más de sus dramas tan queridos, se quitó la vida. Recordemos la ternura de Joseph Goebbels con sus niños a los que se llevó a la muerte en abril de 1945 sin consultarlos, las conmovedoras escenas de Stalin ñoñeando con su hija Svetlana o aquella inolvidable caricia de Nicolae Ceaucescu a su mujer y cómplice, Elena, momentos antes de ser ejecutados. Deberíamos recordar a diario que esa permeabilidad en esta dualidad abismal no es patrimonio de los grandes monstruos políticos surgidos del fértil regazo europeo del siglo XX.
Este mes de julio ha sido publicado en una revista alemana de historia un texto inédito hasta ahora de Ernst Jünger, un monstruo también, de las letras, de la guerra y la lucha de los hombres y los insectos. Un año antes de morir, Jünger contaba en una cena en El Escorial sus esfuerzos denodados por conseguir ciertos escarabajos que aún no tenía en su colección. Había cumplido ya los 102 años. El texto ahora revelado es un informe de Jünger sobre la selección y ejecución de 50 prisioneros franceses en el otoño de 1941 en represalia por un atentado contra un teniente coronel de los ocupantes alemanes en París. Jünger utiliza su glorioso dominio del alemán para hacer una descripción de las medidas tomadas que hiela la sangre. Es un Mefistófeles de Goethe diseccionando la vida y el destino con el bisturí de un funcionario poeta.
Nadie le hará el favor a Ibarretxe de compararle, ni a él ni a su prosa ahora conocida en su "octavo borrador", con un ser tan excepcional -en el bien y en el mal, tan cercanos- como Jünger. Pero algo recuerda también al Jünger ocupante y relatante, salvando las distancias, ese texto de huida hacia adelante del gran gurú del consuelo lacio al muerto y apoyo comprensivo a la pistola humeante que parece ser la tierna solución de Ajuria Enea a eso que llaman "el problema vasco". ¡Qué sobriedad de tono se puede adoptar al proponer la opción más enajenada y el disparate más absoluto! ¡Qué tono de civilidad, urbanidad y educación se puede desplegar para lanzar una proposición salvaje y preñada de desconfianza y desprecio inmisericorde hacia los muertos, de sangre y odio, con coquetería leguleya! Plavsic ha sido condenada en La Haya, Milosevic lo será, Koljevic se pegó un tiro. Es siempre difícil saber qué opción tomará Mefistófeles cuando vea que todo el mal que su ambición e irresponsabilidad producen es sólo eso, un mal sin sentido, una miseria insensata lejana del consuelo que era la prosa de Jünger.

LETANÍA POR SREBRENICA


Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 15.07.03

COLUMNA

Hace muchos años, cuando la ONU no existía y la Liga de las Naciones era ya difunta, cuando la inmensa mayoría de los que hoy viven no estaban a este lado del espejo, cuenta el poeta checo Jaroslav Seifert, premio Nobel de Literatura, en unas de las más conmovedoras memorias jamás escritas -Toda la belleza del mundo-, su visión de lo que supuso la ocupación de Praga por los nazis y especialmente la represión alemana tras el atentado que costó la vida, el 27 de mayo de 1942, a Reinhardt Heydrich. "Nos parecía que los manantiales se habían vuelto amargos y que los pozos habían perdido ese maravilloso sabor de sus aguas. Hasta el canto de los pájaros se nos antojaba más vacilante. Quizás ni lo oíamos. Detrás de la oscura ventana quedaba acurrucada la vida". Días después de la muerte del asesino supremo en el Protectorado y gran líder carismático en las SS de Heinrich Himler, el joven Seifert y unos amigos oyeron por la radio una larga lista de ya ejecutados. Uno de los primeros era su amigo Vladislav Vancura. Era una ejecución muy calculada. Con él mataban simbólicamente a una generación de brillantes intelectuales, condenaban un talante y dejaban claro el propio. Cuenta el gran poeta que Vancura comenzó a aparecérsele en sueños. "Veía los gestos familiares de sus manos, pero cuando quería dirigirme a él, se marchaba hacia su oscuridad".
El sábado se celebró en una gran campa de Bosnia el entierro de más de tres centenares de Vancuras que, como todos los demás ocho mil ejecutados en Srebrenica en 1995, nos debieran venir constantemente a visitar a los europeos. La mayor parte de aquellos ejecutados aún están en fosas comunes o en bolsas sin identificar. Dice Seifert, recordando a Vancura: "No soy muy riguroso cuando digo que los muertos vienen a nosotros. No es así. Eso es un engaño que nos hacemos porque en realidad somos nosotros los que vamos hacia ellos. Cada día estamos más cerca. Un día engrosaremos sus filas y entraremos en los sueños de quienes dejamos atrás". Cierto, sin duda. Pero el acto de visitar a los muertos por mucho que ellos nos visiten es en sí una ceremonia que da vida a los vivos, dignifica a los que están y enaltece a los que se fueron. Por eso, miles de viudas y huérfanos se reunieron en aquella campa el pasado sábado a rezar, pero también a recordar y recordarnos a todos los demás lo que allí pasó y por qué pasó. Un acto de purificación para todos y una ceremonia de la advertencia para todos aquellos que desde el relativismo moral y político creen poder sobrevivir dejando al prójimo a los pies de los caballos de odio y metal.
Niños, hombres y ancianos -recuerden, ocho mil- murieron a manos del ejército serbio en la mayor matanza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que Europa no hizo nada por evitarlo porque era incapaz de hacerlo como lo sería hoy en similar situación. Y esa organización tan coqueta y bondadosa que son las Naciones Unidas y que según algunos debe ser el único garante de nuestra seguridad, presente con tropas holandesas en Srebrenica, a la que había declarado "ciudad segura", fue la que entregó ocho mil ejecutables al carnicero vestido de militar que era el general Ratko Mladic y que sigue tan suelto, de momento, como Bin Laden, Sadam Husein y José Ternera. Hace ocho años que murieron los ahora enterrados, pero por fin sabemos quiénes eran. El sábado fueron a visitarlos los vivos al escenario de su muerte.
Cuenta, en otras memorias memorables, Milovan Djilas, partisano, político, disidente y siempre hombre valiente y libre, cómo los ustachas croatas mataban en Foca en el verano de 1941 a los hijos de las familias serbias importantes de la ciudad. Y cómo los chetniks serbios mataban a los musulmanes doblados sobre tinajas para llenarlas de sangre. "Después tiraban a los musulmanes encadenados y flotaban juntos río abajo", recordaba Djilas. Y en Macedonia se ejecutaba a los prisioneros cociéndolos en barriles de acero hasta que se sacaban los esqueletos limpios de carne. Eso también es Europa. En 1941. También más tarde. A punto de entrar en el nuevo milenio, volvíamos a lo mismo. Mladic alineaba a los musulmanes en el puente sobre el Drina en Foca, los ejecutaba con un solo tiro y los volcaban sus soldados con un mero empujón al río. Por el Drina y por el Una flotaban en los años noventa los cadáveres como cuando Djilas luchaba en Yugoslavia y Vancura moría en Praga y hacía sufrir a Seifert para que le brotara poesía.
Pero los europeos, nosotros, tan elegantes y sofisticados, tan sensibles ante todo, seguíamos mirando a aquello que pasaba en Bosnia, que somos nosotros, con la exquisita displicencia que nos da ese señorío que nos otorgamos, vayan ustedes a saber por qué. Y llegó la caída de Srebrenica, una ciudad cercana a Foca en Bosnia oriental, aislada durante meses, asediada por los serbios y supuesto enclave protegido por la ONU, esa supuesta solución beatífica a todos los problemas de seguridad del mundo. Entonces, como somos todos muy pacifistas, las fuerzas holandesas con mandato de defender a la población civil de Srebrenica, no desenfundaron ni una pistola. Ni siquiera elevaron la voz ante aquellos bárbaros triunfantes que creían en lo que hacían. No fuera el general Mladic a hacerlos a todos rehenes, dado lo poco impresionable que siempre se había mostrado cuando los europeos o el Consejo de Seguridad le regañaban a él o a su jefe Slobodan Milosevic. No estamos para líos. Mientras, en Europa, las plañideras eran otras, esos intelectuales que decían que las críticas a Milosevic por su supuesto trato rudo a los bosnios se debían a que era un líder de izquierdas.
El Ejército serbio comenzó entonces a coger prisioneros a todos aquellos varones que tuvieran vello en los genitales. Suele pasar a partir de los catorce. Con mala suerte, antes. Y se llevaron a ocho mil y trajeron excavadoras y se pusieron a disparar y a enterrar a aquellos europeos en fosas. Durante días. Las mujeres partían de allí por el monte en una procesión interminable, camino hacia Tuzla y Sarajevo, con su también incesante letanía en los labios que eran llantos y rezos entrenzados con la queja y la incomprensión gimiente ante tanta crueldad, tanto odio y también, o sobre todo, tanta cobardía de aquellos que sistemáticamente lanzan al mundo sus proclamaciones de superioridad moral.
Nuestro superhéroe europeo Jacques Chirac se enfadaba ya entonces mucho, después, cuando todos eran ya conscientes de que los musulmanes con vello en la entrepierna jamás retornarían de ese viaje con Mladic, que era un viaje hacia la muerte para ellos y uno hacia la miseria e impotencia para tantos otros. Y proclamaba estar indignado porque hay cosas que en Europa no se hacen. Recordó a Múnich. Al acuerdo de Chamberlain y Daladier con Hitler en 1938. Pero no sabía que iba a ser prueba viva de que si Múnich para el Reino Unido fue la excepción lamentable, para Francia es la regla luctuosa. Si hubiera escuchado bien, tanto entonces como el pasado sábado, habría oído en la letanía de las viudas y los huérfanos las imprecaciones de quienes sabían y saben que se dio protección y cobertura efectiva a los asesinos de Srebrenica por impotencia, por comodidad, por pereza mental y, es triste, por la miseria intelectual a la hora de evaluar lo que se podía ganar y perder en la defensa de unos principios que, tras Auschwitz, muchos creíamos que habían sido declarados intocables por las democracias europeas.
Gracias a la Alianza Atlántica, no hemos tenido más Srebrenicas entre el Adriático y el Cáucaso desde entonces. Se intervino por decisión de Washington. Era la menos mala de las opciones. Y se intervino años después en Kosovo cuando las pequeñas Srebrenicas se multiplicaban tanto como la percepción de una insufrible impotencia europea ante la hemorragia generada por el fascismo etnicista del Belgrado de Milosevic. La letanía de Srebrenica tiene por ello un mensaje claro aparte del llamamiento al llanto de todos por el dolor habido y no evitado, por todos esos Vancuras de todas las edades que dejamos morir por desidia y que el poeta Seifert llora después de muerto. Si no logramos pensar por fuera de nuestra cotidianeidad glotona y cómoda sin historia ni memoria, sin duda morirán antes otros para visitarnos y gesticular en nuestros sueños. Si no logramos creer lo suficiente en nuestra identidad como seres libres y sociedades abiertas, seremos incapaces de frenar a quienes saben muy bien ser enemigos con causa, y si nadie entre nosotros, ciudadanos libres en la sociedad humana más próspera y piadosa jamás habida, es capaz y está dispuesto a sacrificarse por ella, es probable que hayamos definitivamente perdido el derecho a vivir en ella. Desde los bosques bosnios de Srebrenica seguirá llegando mientras vivamos su letanía de amargura y advertencia contra los horrores de guerra y el crimen, pero también de la destrucción de la autoestima y de la quiebra de la dignidad.

martes, 24 de abril de 2018

EL ROBO DE UN NOMBRE


Por HERMANN TERTSCH
El País  Miércoles, 09.07.03

COLUMNA

El Cementerio Británico de Madrid es una diminuta joya inverosímil en el corazón de un barrio popular y bullicioso al sur del río Manzanares. Bajo árboles centenarios yacen allí familias de ingleses hace tiempo extinguidas, judíos centroeuropeos, rusos blancos, algún aristócrata alemán y otros muertos en su día amantes de la peculiaridad de aquel remanso de reposo muy frondoso y fresco en la linde del secarral manchego que hoy ya es ciudad abigarrada, nerviosa y cruel. Los muros que lo protegen no fueron ideados para semejante entorno. Hoy, vándalos y menesterosos lo asaltan para robar a los muertos lo único que les queda, una piedra con inscripciones hebreas o cirílicas o unos tristes hierros con forma de letra. Este verano he ido allá a visitar la tumba de mi padre, una modesta réplica de un gran panteón de inspiración masónica que se puede ver en el cementerio central de Viena. Y comprobé que a mi padre le han robado el nombre. Las letras de cobre o de latón, del Eckehardt Tertsch que allí enterramos y lo recordaban, deben estar en oferta por el rastro o en alguna quincallería.
Perdonaría al pobre miserable que salta los muros de un cementerio para buscar algo que convertir en dinero si no se me hubiera transformado en el máximo representante de la falta de piedad, no ya hacia los muertos, también hacia los vivos, que rige en las relaciones humanas, sociales y políticas en la actualidad. Por más que buceo en libros de historia, en biografías y en la literatura de décadas y siglos pasados, no logro encontrar encanallamiento semejante al actual en tiempos de paz y supuesto consenso triunfal de la democracia. Hay que hundirse mucho para tanta miseria. Se roban nombres de vivos y muertos, se venden y se compran. El presidente de la máxima potencia mundial ha robado el nombre a miles de seres humanos de los que nada sabemos salvo que están presos en Guantánamo u otras cárceles en EE UU, Afganistán o Irak. El flamante presidente -gracias al cielo y a las reglas aún vigentes en la UE tan sólo por seis meses- de esta Europa que se mece en la superioridad moral infinita, roba el nombre a quien osa criticarle y lo llama "kapo" en el Parlamento europeo. Y en Madrid, un escritor muy sensible roba el nombre a una diputada electa por no haber votado a favor de su cabeza de lista en la sesión de investidura en el Parlamento regional y la llama "rata". Con centenares de ratas corriendo por las alcantarillas comenzaba una película cuyo objetivo era robar el nombre a todos los judíos alemanes. La hizo un tal Joseph Goebbels, para nada un imbécil por cierto, figura muy mencionada en las últimas semanas en nuestro país. Bienvenidos sean todos a los años treinta del siglo pasado.
Los partidos tradicionales que han sido los pilares del sistema democrático en Europa occidental en la posguerra muestran síntomas de disolución, putrefacción y agonía. Y el vacío que crean la desconfianza, la perplejidad y el miedo de la ciudadanía lo llenan los triunfadores tan exentos de dudas como de escrúpulos. En Rusia, el presidente anuncia como programa la aniquilación sistemática de quienes considere sus enemigos, sin nombres. No es la primera vez. Y nadie se extraña. En EE UU se anuncian leyes para arrebatar más nombres a la ciudadanía. Y en Italia -perdón, en Europa- se preparan las maquinarias para liquidar nombre, fama, prestigio y buena reputación de aquellos que se avergüenzan de que la nueva Europa sea presidida con métodos de la Cosa Nostra.
Mientras, fuera del mundo feliz de la prosperidad en que vivimos aún los afortunados en este globo cada vez más pequeño, los nombres han sido abolidos por decreto o por necesidad. No tiene mucho sentido, al fin y al cabo, identificar las tumbas de millones de africanos que mueren de sida o a machetazos entre sí. Como tampoco lo tiene buscar el patronímico de los miles de ejecutados en China cada año.
Tranquilos, también suceden cosas en el mundo que son motivo de esperanza. Europa es más grande y no sufre en la actualidad guerra alguna. En Donosti se muestran contentos en un seminario de la universidad y la Asociación de Periodistas Europeos, quienes han logrado no tener berlusconis en su andadura democrática inicial. Y no es improbable que Berlusconi sea el primer presidente de la UE que acabe pagando en la cárcel sus desmanes. Pero el envilecimiento del trato personal en la res pública, la falta de piedad y de comprensión, obliga a pensar que podemos estar preparando nuevos tiempos de odio y miseria, de falta de leyes iguales para todos, es decir, falta de ley, y de sociedades desestructuradas de seres sin nombres, sin letras ni identidad. En ese sentido, el cementerio británico de Madrid es hoy un augurio plantado en el centro del mundo, una metáfora del disgusto junto al Manzanares.

EL SIFÓN DE LA HISTORIA


Por HERMANN TERTSCH
El País  Miércoles, 02.07.03

COLUMNA

"Perdón, fuimos culpables, cometimos injusticias e hicimos daño por odio, rencor y prejuicios. Saberlo, y ante todo decirlo, nos hace mejores a los estados, a los pueblos y a los individuos. Negarlo nos impide ser libres. Para serlo de veras hemos de mirarnos cara a cara los responsables del dolor del siglo XX en Europa, pero también sus hijos y sus nietos. Nos ocupasteis, nos violasteis y nos matasteis. En cuanto pudimos os hicimos lo mismo con todo el frenesí de la venganza y la lascivia que confiere el odio. Casi seis décadas después podemos decir desde la lejanía que el odio nos convierte a todos en iguales". Las heridas eran muy profundas y, sin embargo, las promesas de un futuro común las cierran como ningún bálsamo. La ampliación de la UE, tan arriesgada y tan costosa, ha tenido ya su primer gran éxito moral. Dos vecinos enemigos se han dado un abrazo y reconocido ambos que sus odios fueron una tragedia compartida. Checos y austriacos se reencuentran. Su momento estelar, cerca de la frontera común, en Göttweig, el pasado domingo, puede ser ejemplo para muchos. Los decretos del presidente Edvard Benes que legitimaban la expulsión, liquidación física y expropiación de los millones de germanoparlantes que vivían en Bohemia y Moravia son historia condenada. Desde el domingo.
Aunque no lo crean con lo que cae por aquí en la política nacional española, y con lo que estamos oyendo y leyendo, hay motivos para la alegría en estos tiempos confusos cuando no angustiosos, zafios o trileros. Pavel Kohout ha publicado una nueva novela. Si su magnífico traductor no se despista, tendrá edición española en pocos meses. Después de La hora estelar de los asesinos, quien no lea a Kohout tiene vocación de opaco. Su nueva novela, que publicará Alianza, se titula La larga ola tras la quilla. Peor para el que se lo pierda. La novela de Kohout, como el foro europeo de Göttweig, dirigido por el legendario periodista e intrigante centroeuropeo a favor de la democracia en nuestro continente que es Paul Lendvai, trataban de lo mismo, de la historia convertida en lección de convivencia y advertencia permanente, en escenario de reflexión humilde y serena.
Mientras la prosa checa de Kohout es mecida hacia el castellano, en el monasterio de Göttweig, fundado en el siglo noveno por monjes benedictinos en uno de los más espectaculares tramos del Danubio, muy cerca de Melk, donde Umberto Eco radica su novela El nombre de la rosa, políticos actuales, nuestros y muy contemporáneos, electos además, hablaban el domingo pasado de lo mismo que Kohout en su nueva novela y apenas con menos elegancia y sensibilidad histórica. La crueldad ajena no legitima la propia. La miseria moral de la venganza no es menor que la de la instigación. Porque la instigación puede buscarse en las más remotas esquinas de la historia.
Recupera el ciudadano su confianza en la res pública cuando escucha a políticos hacer un alarde de inteligencia, cultura y buena fe, ese bien tan escaso, en cuestiones que arrastran historia y con ella, como siempre, dolor. No son políticos excepcionales el primer ministro checo, Vladímir Spidla, y el canciller austriaco, Wolfgang Schüssel. Pero existen las "horas estelares" y no sólo para los asesinos de Kohout en la Praga de las postrimerías de la II Guerra Mundial. También para los políticos que, entre cizañas de la cotidianeidad más o menos miserable, ven momentos de exaltación en sus propias posibilidades para hacer puentes por encima de los lodazales históricos que, en Europa al menos, nos acompañan a todos. "Quien juzgue el pasado desde el presente está emponzoñando el futuro". Esta traducción libre de una cita no menos libre que hizo el canciller austriaco, Wolfgang Schüssel, de una frase de Winston Churchill resume la novela de Kohout, con sus abismos personales, pero también el magnífico acto de concordia que Spidla y Schüssel protagonizaron en Göttweig. Kohout hace desaparecer en su novela a los dos personajes de la guerra que, por etnia y odio, después por comprensión, habían entrelazado sus caminos. No son Willy Brandt cayendo de rodillas ante el monumento al gueto de Varsovia este checo Spidla y este austriaco Schüssel. Pero saben, como el legendario socialdemócrata alemán, que sólo esa inmensa sinceridad y elegancia humana puede sacarte del sifón terrible de la historia.

AMBOS O NINGUNO


Por HERMANN TERTSCH
El País  Viernes, 27.06.03

COLUMNA

Es cierto que el documento sobre seguridad exterior y defensa de Europa elaborado por Javier Solana es lo más sensato, inteligente y valiente que se ha elaborado al respecto en la Unión Europea probablemente desde que se fundó. Un hecho que, lamentablemente, no prejuzga su relevancia futura. La historia europea está plagada de buenas ideas anegadas después por el trinomio de realidades, intereses y miserias en mala constelación. No es menos cierto que el comunicado conjunto de Estados Unidos y la Unión Europea, emitido en la cumbre de Washington, es un elogioso y acertado esfuerzo por recomponer una retórica transatlántica común tras la cruel y necia cacofonía orquestada con celo y entusiasmo a ambos lados del Atlántico desde meses antes de la guerra en Irak. En los dos textos se percibe el efecto esta vez tan beneficioso del trinomio mencionado. Realidades tercas, intereses legítimos y miserias inocultables pueden ser buen mimbre para voluntad conciliadora y sentido común.
En Estados Unidos, aunque nuestros protobolcheviques de salón europeos no se hayan enterado aún, soplan malos tiempos para los no menos protobolcheviques de la escuela postroskista que lidera el halcón neoconservador Donald Rumsfeld, a los que tanto escuchó desde el 11 de septiembre el presidente George Bush. En la política norteamericana puede salir indemne e impune un matón o un ladrón, pero nunca un chapuza. Y la situación en Irak está demostrando que las chapucerías del Pentágono en sus planteamientos para la posguerra han sido tan abismales que su máximo responsable, Rumsfeld, no puede ya salir de su actitud defensiva y muy probablemente esté muy cerca del final de su vida pública. Hoy, el único político de la Administración de Washington con presencia internacional aparte de Bush es ese general tierno, al que muchos veían defenestrado hace seis meses, que es el secretario de Estado Colin Powell. Irak permite entender hasta al americano más simple del profundísimo Oregón que EE UU necesita amigos. Para repartir cargas, sinsabores y también víctimas en las grandes empresas imprescindibles como es hoy la creación de un nuevo equilibrio y la pacificación en Oriente Próximo. Y entienden que para tener y mantener amistades es mejor no presumir de pendenciero e insultón, aunque se sea el más uno, grande y libre. EE UU vota el año que viene. La incompetencia del Pentágono es trágica por las víctimas y los daños que produce, pero genera a un tiempo esperanzas en que pronto pierdan su influencia esos peligrosos políticos intelectualizados con entusiasmo experimentador. Es en Irak y en Palestina donde la UE y EE UU se juegan hoy su credibilidad y su seguridad. No está mal que haya atisbos de que existe cierta percepción de que han de ser de ambos o ninguno.
¿Y en Europa? Aquí parece que los más aguerridos adalides de la superioridad moral se han dado cuenta -nunca lo reconocerán más que por la vía de la enmienda- de que se equivocaron antes de la guerra y de que en conflictos inevitables se ha de estar, pese a desavenencias, con quien comparte un máximo de intereses y principios. La equidistancia acaba siendo defensa tácita del enemigo del sistema propio cuando no complicidad suicida. De Madrazos está el mundo lleno. Y no nos podemos permitir Madrazos en Berlín o París. Así las cosas, los europeos que acusan, con razón, a EE UU de mantener una postura unilateral y arrogante, han de darse cuenta de que posturas unilaterales y arrogantes de Europa, en nuestra actual situación y con la proliferación de conflictos externos, retos para la estabilidad y amenazas difusas o concretas, son patéticas y peligrosas. Solana ha acabado, sobre el papel, con el angelismo europeo. El comunicado común transatlántico ratifica la voluntad de aunar, en una situación mundial imprevisible, los esfuerzos por solucionar conflictos. Bienvenidos ambos. Culturalmente, Europa y EE UU no dejarán por ello de alejarse. Pero en los grandes retos de este nuevo siglo incierto debiéramos estar seguros de que nuestro concepto del mundo, del individuo y de la libertad sólo sobrevivirá si los defendemos juntos.