Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
05.10.03
ANÁLISIS: EL FUTURO DE EUROPA
A la política hay que llegar llorados, se suele decir. Mucho
más a las responsabilidades de Gobierno, cabe añadir. Los jefes de Estado y de
Gobierno reunidos en Roma en la Conferencia Intergubernamental parecen haber
olvidado esta norma tan sobria. Todos parecen haber llegado a la Ciudad Eterna
enfadados, regañones y llorosos. Así las cosas, lo más sensato es esperar a que
ellos se vuelvan a casa y los equipos negociadores se pongan a pulir el
proyecto de Constitución Europea que la Convención ha presentado.
Cuando Europa se apresta a dar el paso más importante hacia
su unidad política, los líderes europeos nos amenazan con un espectáculo nada
edificante de lloros y reprimendas. Todos simulan haber sido estafados. A nadie
puede extrañar que a los 10 candidatos que ingresan el año próximo se les haya
puesto cara de tontos después de ratificar en referéndum un ingreso sobre las
bases del Tratado de Niza que Alemania y Francia deciden modificar semanas
después. Ni que España y Polonia, y no sólo ellos, teman que el nuevo reparto
de poder que se sacó de la chistera Giscard en la Convención nos lleve poco
menos que a un orden similar al surgido del Congreso de Viena de 1815 por el
cual los grandes, ahora dos, mandan y los demás tragan.
Pero pasada la cumbre plañidera todos habrán de mostrar al
menos un poquito de generosidad -escasa como está la grandeza- y dejar lista
para la aprobación una Constitución que dé ese gran valor añadido a la calidad
de vida de una ciudadanía europea. Vean el resto del mundo, vean lo ya logrado
en Europa y lo que cabe conseguir. Y no sean lloronas.
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