Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
09.07.03
COLUMNA
El Cementerio Británico de Madrid es una diminuta joya
inverosímil en el corazón de un barrio popular y bullicioso al sur del río
Manzanares. Bajo árboles centenarios yacen allí familias de ingleses hace
tiempo extinguidas, judíos centroeuropeos, rusos blancos, algún aristócrata
alemán y otros muertos en su día amantes de la peculiaridad de aquel remanso de
reposo muy frondoso y fresco en la linde del secarral manchego que hoy ya es
ciudad abigarrada, nerviosa y cruel. Los muros que lo protegen no fueron
ideados para semejante entorno. Hoy, vándalos y menesterosos lo asaltan para
robar a los muertos lo único que les queda, una piedra con inscripciones
hebreas o cirílicas o unos tristes hierros con forma de letra. Este verano he
ido allá a visitar la tumba de mi padre, una modesta réplica de un gran panteón
de inspiración masónica que se puede ver en el cementerio central de Viena. Y
comprobé que a mi padre le han robado el nombre. Las letras de cobre o de
latón, del Eckehardt Tertsch que allí enterramos y lo recordaban, deben estar
en oferta por el rastro o en alguna quincallería.
Perdonaría al pobre miserable que salta los muros de un
cementerio para buscar algo que convertir en dinero si no se me hubiera
transformado en el máximo representante de la falta de piedad, no ya hacia los
muertos, también hacia los vivos, que rige en las relaciones humanas, sociales
y políticas en la actualidad. Por más que buceo en libros de historia, en
biografías y en la literatura de décadas y siglos pasados, no logro encontrar
encanallamiento semejante al actual en tiempos de paz y supuesto consenso
triunfal de la democracia. Hay que hundirse mucho para tanta miseria. Se roban
nombres de vivos y muertos, se venden y se compran. El presidente de la máxima
potencia mundial ha robado el nombre a miles de seres humanos de los que nada
sabemos salvo que están presos en Guantánamo u otras cárceles en EE UU,
Afganistán o Irak. El flamante presidente -gracias al cielo y a las reglas aún
vigentes en la UE tan sólo por seis meses- de esta Europa que se mece en la
superioridad moral infinita, roba el nombre a quien osa criticarle y lo llama
"kapo" en el Parlamento europeo. Y en Madrid, un escritor muy sensible
roba el nombre a una diputada electa por no haber votado a favor de su cabeza
de lista en la sesión de investidura en el Parlamento regional y la llama
"rata". Con centenares de ratas corriendo por las alcantarillas
comenzaba una película cuyo objetivo era robar el nombre a todos los judíos
alemanes. La hizo un tal Joseph Goebbels, para nada un imbécil por cierto,
figura muy mencionada en las últimas semanas en nuestro país. Bienvenidos sean
todos a los años treinta del siglo pasado.
Los partidos tradicionales que han sido los pilares del
sistema democrático en Europa occidental en la posguerra muestran síntomas de
disolución, putrefacción y agonía. Y el vacío que crean la desconfianza, la
perplejidad y el miedo de la ciudadanía lo llenan los triunfadores tan exentos
de dudas como de escrúpulos. En Rusia, el presidente anuncia como programa la
aniquilación sistemática de quienes considere sus enemigos, sin nombres. No es
la primera vez. Y nadie se extraña. En EE UU se anuncian leyes para arrebatar
más nombres a la ciudadanía. Y en Italia -perdón, en Europa- se preparan las
maquinarias para liquidar nombre, fama, prestigio y buena reputación de
aquellos que se avergüenzan de que la nueva Europa sea presidida con métodos de
la Cosa Nostra.
Mientras, fuera del mundo feliz de la prosperidad en que
vivimos aún los afortunados en este globo cada vez más pequeño, los nombres han
sido abolidos por decreto o por necesidad. No tiene mucho sentido, al fin y al
cabo, identificar las tumbas de millones de africanos que mueren de sida o a
machetazos entre sí. Como tampoco lo tiene buscar el patronímico de los miles
de ejecutados en China cada año.
Tranquilos, también suceden cosas en el mundo que son motivo
de esperanza. Europa es más grande y no sufre en la actualidad guerra alguna.
En Donosti se muestran contentos en un seminario de la universidad y la
Asociación de Periodistas Europeos, quienes han logrado no tener berlusconis en
su andadura democrática inicial. Y no es improbable que Berlusconi sea el
primer presidente de la UE que acabe pagando en la cárcel sus desmanes. Pero el
envilecimiento del trato personal en la res pública, la falta de
piedad y de comprensión, obliga a pensar que podemos estar preparando nuevos
tiempos de odio y miseria, de falta de leyes iguales para todos, es decir,
falta de ley, y de sociedades desestructuradas de seres sin nombres, sin letras
ni identidad. En ese sentido, el cementerio británico de Madrid es hoy un
augurio plantado en el centro del mundo, una metáfora del disgusto junto al Manzanares.
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