Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
10.10.03
COLUMNA
Sucedió hace dos días en un restaurante madrileño. Antiguos
alumnos de una de las universidades norteamericanas más prestigiosas -forja de
cuadros de élites, cuna de líderes del futuro, que diría un poeta- escuchaban a
Miguel Ángel Moratinos el largo relato de sus experiencias, preocupaciones,
pesadillas y también esperanzas de siete años de viajes y negociaciones
febriles como representante especial de la UE en Oriente Próximo. Moratinos
está como siempre, brillante en la exposición de sus conocimientos, deprimido
por el deterioro de la situación, con su buena fe intacta y consciente de la
mala fe que despliegan tantos otros protagonistas del gran drama
palestino-israelí que nos roba vidas día a día, con abrumadora constancia, en
Haifa como en Gaza, en Beirut como en Bagdad: allí, ayer, un compatriota
nuestro, el sargento y segundo agregado en la Embajada española en Bagdad.
Un comensal, que sin mayor complejo se presentó como
extremista de derechas, protestante ultrarreligioso y ciudadano norteamericano,
comentaba sus discrepancias con Moratinos mientras éste hablaba. No son las que
ustedes suponen. Moratinos hacía una decidida defensa del derecho de Israel a
gozar de seguridad dentro de sus fronteras. El ultra, figura por lo
demás infrecuente en las buenas universidades norteamericanas, venía a decir
que la pretendida necesidad de seguridad de Israel nos estaba generando
inseguridad a todo el resto del mundo y que la culpa de todo lo que sucede, de
los muertos en Irak, de la guerra, del terrorismo y sus horrores "es de
los judíos". "La Casa Blanca está infiltrada por la gente de
Sharon". No hablaba así un neonazi de Dresde, un cabeza rapada de
Parla, un estibador en paro en Chicago ni un miembro del Ku Klux Klan. Era un
miembro del mundo financiero de Madrid, norteamericano, que hoy puede estar
comiendo frente a cualquiera que lea estas líneas en un restaurante madrileño
de cierto nivel. Moratinos no tuvo que escuchar estas palabras que le habrían
amargado la cena. Le habrían disgustado profundamente. Porque lleva muchos años
defendiendo a Israel frente a muchos árabes pero no pocos israelíes asimismo. Y
sabe que todo Oriente Próximo tendrá paz y prosperidad o guerra y miseria según
lo que pase en esos pocos kilómetros cuadrados que son Israel y los territorios
ocupados. Nuestros muertos en Bagdad son muertos de la tragedia junto al
Jordán.
Pero sí conviene que lleguen a oídos de todos aquellos que
insultan por sistema a quienes critican el suicida proceder del actual Gobierno
de Ariel Sharon. En las últimas semanas, el nuevo embajador israelí en Madrid
se prodiga en los medios de comunicación descalificando a todo el que no
aplauda la alegría de los llamados asesinatos selectivos de selección bastante
aleatoria con frecuencia. No es fácil tener que defender lo indefendible,
cierto. Pero no lo es menos que en Madrid se echa mucho de menos al anterior
embajador, Herzl Imbar, un hombre sabio que sabía identificar a los amigos del Estado
de Israel y era plenamente consciente de los enemigos que éste tiene a medio
plazo en su propia Administración. Sharon huye hacia ninguna parte cual un
Ibarretxe obeso, intentando hacerle un órdago a la historia y a la realidad
inmediata. Parece no darse cuenta de que Washington, en su confusión general,
no ha dejado de perder respeto internacional por su disposición a la
humillación pública por parte de ese primer ministro que, según las leyes de la
guerra, debió ser juzgado por rebelión durante la guerra de Yom Kipur, hace
ahora treinta años.
¿Cuántos muertos le costaron al Ejército israelí entonces la
obscena vanidad de este hombre cuando se negó a ayudar a otra unidad? ¿Cuántos
le está causando ahora que intenta, con la inapreciable ayuda de su letal
aliado Yasir Arafat, buscar una guerra total supuestamente redentora en la que
todos los demás han de morir por sus ambiciones que son tan antipalestinas como
antieuropeas, tan antinorteamericanas como antiisraelíes. Este gran sacerdote
del odio cree eterna la impunidad que le volvió a dar Washington en el Consejo
de Seguridad de la ONU a principios de semana. Pues no lo es. El derechista
anglicano que escuchaba a Moratinos le manda el mensaje. Dentro de veinte años,
EE UU tendrá más electores musulmanes que judíos. El comentario del comensal
norteamericano del miércoles en un restaurante de lujo en Madrid será lema
electoral. Ni la histeria antimusulmana, ni la prepotencia nuclear ni los
judíos norteamericanos con su mala conciencia, su dinero y su poder, van a
evitar que algún día, si nadie convence a Israel de que debe cambiar el rumbo y
deshacerse de sus enemigos internos, los saboteadores sistemáticos de su
convivencia con los pueblos de la región, los judíos en Palestina vuelvan a
sentir el vértigo de la enemistad global y de la soledad ante la tragedia que
sintieron en Europa en el siglo pasado. Aún hay tiempo. Despreciar los consejos
de los auténticos amigos, como Moratinos, es malo. Lanzarse al abismo por
indicación de los supuestos amigos y líderes que no escatiman muertos en su
épica criminal puede ser fatal.
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