miércoles, 8 de agosto de 2018

SIMON WIESENTHAL, EL INFATIGABLE ‘CAZANAZIS’

Por HERMANN TERTSCH
El País  Miércoles, 21.09.05

NECROLÓGICA

En 1945 unos oficiales norteamericanos que le habían ayudado a salir -apenas podía andar- del recién liberado campo de Mauthausen le recomendaron que se volviera "a su casa" en la remota Buczacz en Galicia (hoy Ucrania) y que intentara rehacer su vida y olvidar la pesadilla de los cuatro años de agónico viaje de un campo de exterminio nazi a otro. Se negó. Toda su familia había sido exterminada, como lo había sido el mundo en el que había nacido allá en 1908 en el centro de la geografía cultural del judaísmo europeo oriental definitivamente convertido en humo.
Simon Wiesenthal, un joven arquitecto que había estudiado en Praga y Lemberg (la ucraniana Lvov), sabía que allá no le "quedaba ni un cementerio para llorar", como recordaría en sus memorias décadas más tarde. Y se quedó muy cerca de Mauthausen, primero en Linz y después en Viena, rodeado de una población que había sido fervorosamente nazi y que intentaba imponer una ley del silencio que garantizara impunidad a los criminales y evitara la mala conciencia a todos.
Nadie en aquellos duros años de las décadas de 1950 y 1960, ya en plena guerra fría y con el telón de acero en el patio trasero, toleraba bien por allí el recuerdo. Él convirtió la memoria en el lema de su vida y su lucha contra la impunidad del crimen nazi en una de las grandes gestas individuales de la segunda mitad del siglo XX.
Ya convertido en una leyenda como cazanazis, después de haber localizado a centenares de verdugos, grandes o medianos, carniceros como el jefe de Treblinka Franz Stangl o asesinos de despacho como Eichmann -después secuestrado por agentes israelíes en Argentina, juzgado y ejecutado en Israel-, Wiesenthal siguió insistiendo siempre en que no se veía como un vengador y se resistió con vehemencia a todo intento de culpabilización colectiva de alemanes o austriacos.
En una vieja casa de lo que fue el antiguo barrio judío vienés, frente al canal del Danubio y a un tiro de piedra del solar donde se alzó hasta 1945 el cuartel general de la Gestapo que dirigió el terrible Alois Kaltenbrunner, Wiesenthal recibía en un pequeño despacho repleto de ordenadores y ficheros que sólo él entendía y encontraba.
En su trabajo era inmensamente meticuloso, consciente del revés que suponía cada inexactitud o error porque sabía que tenía enfrente a toda una batería de medios de comunicación dispuestos a difamarle, a grupos revisionistas decididos a descalificarle y destruir su credibilidad y a una sociedad siempre tendente a verle no como un defensor de la dignidad humana sino como un agitador rencoroso y un ser vengativo insaciable.
Detestaba tanto a quienes intentaban ocultar crímenes y culpas como a quienes desde el fanatismo o la superioridad moral de la ignorancia vertían culpas colectivas o hacían acusaciones graves sin pruebas.
Volvió a demostrar su independencia cuando defendió al ex secretario general de la ONU y candidato presidencial austriaco Kurt Waldheim de las acusaciones de ser un criminal de guerra. Wiesenthal rechazó las acusaciones vertidas por el Congreso Mundial Judío y dijo que había que distinguir entre un oportunista ambicioso más o menos inmoral y despreciable y un criminal de guerra. Los enemigos de los matices no le perdonaron aquella intervención.
Si ya en Mauthausen había decidido apuntar y memorizar nombres de verdugos, víctimas y circunstancias, en estos 60 años y a través del centro que lleva su nombre y tiene hoy sedes en todo el mundo, Wiesenthal logró recopilar y ordenar millones de datos en su permanente combate contra el olvido. Nadie como él logró movilizar conciencias, voluntades y recursos para esta ingente tarea y nunca dudó en entrar en polémica, decidido como siempre estaba a que todas las infames campañas de desprestigio y difamación de las que fue objeto tuvieran respuesta.
Fue muy doloroso para él su célebre enfrentamiento con el gran socialdemócrata Bruno Kreisky, de origen judío también, pero por aritmética política muy interesado durante años en acallar a quienes denunciaban sus vergonzantes alianzas con antiguos nazis acomodados en el Partido Liberal (FPÖ). Los insultos a Wiesenthal constituyeron probablemente una de las páginas más tristes de la brillante biografía de aquel otro judío centroeuropeo tantos años canciller austriaco.
Nunca se dejó intimidar por aquel ambiente tan hostil como la Viena de la guerra fría. Nada más salir del campo de Mauthausen, ingresó en la Unidad de Crímenes de Guerra creada por las fuerzas de ocupación norteamericanas.
Pero el enfrentamiento entre los antiguos aliados antinazis -Moscú y Washington- hizo que pronto americanos y soviéticos se dedicaran más al pulso entre ellos en la Europa dividida que a la persecución de criminales nazis. Fue entonces cuando se independizó Wiesenthal y comenzó la empresa personal titánica que lo convirtió en leyenda y en una de las grandes personalidades de la segunda mitad del trágico siglo XX.
Wiesenthal ha muerto el martes en Viena y será enterrado en Israel. Se va a reposar con los suyos porque en Europa se quedó ya entonces sin camposanto. Ha sobrevivido a casi todos los verdugos que llenaban sus archivos y de los que hablaba, inclinado sobre sus ficheros, con una familiaridad cuasi científica. Su labor había concluido. Su vida ha sido un monumento a la dignidad del pueblo judío y de Europa. Nada menos.

Simon Wiesenthal en junio de 1990. BERNARDO PÉREZ

LOS MIEDOS ALEMANES

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 20.09.05

ELECCIONES EN ALEMANIA | REACCIONES EN EUROPA

Es más que lógica la tentación de muchos de someter a un psicoanálisis a la sociedad alemana e intentar elaborar teorías sobre los refinados mecanismos de autocastigo a los que parece recurrir cuando se siente desafiada por la realidad. Eugenio Xammar, inteligente corresponsal catalán en la Alemania de entreguerras, achacaba entonces las cuitas alemanas a la falta de preparación política. Ochenta años más tarde la bisoñez no parece explicación suficiente para lo que desde fuera podría parecer un esfuerzo inmenso por parte del electorado alemán para complicarse aún más su problemático presente y su para nada prometedor futuro. Es difícil de imaginar un resultado más nefasto para las ambiciones de los partidos de sacar a la primera potencia europea de su depresión. La tarea de formar Gobierno se convierte ahora en empresa más que improbable. Por no hablar de gobernar después. El miedo de los alemanes al futuro (Zukunftsangst) está generando una situación en la que el futuro da realmente miedo.
Alemania se sume en mayor zozobra si cabe y en Europa se diluyen las esperanzas de recuperar una potencia rectora con un Gobierno dispuesto a tomar decisiones. Nadie cuenta ya con la iniciativa de Francia y Alemania para sacar a la UE de su parálisis. Alemania sólo se va a ocupar de sí misma y nada indica que con especial éxito. Ningún Gobierno tomará las decisiones necesarias para la reforma. Hay mandato expreso del electorado para no hacerlo. Las razones para esta catástrofe europea que supone la prolongación indefinida de la agonía alemana son muchas. Búsquense explicaciones en el virtuosismo embaucador de Gerhard Schröder, en la torpeza de Angela Merkel, en el izquierdismo forzado y populista del canciller, arrastrado por la candidatura del fatuo ex compañero Oskar Lafontaine, en los votos de castigo contra Schröder que los ex comunistas han arrebatado a los cristianodemócratas. Lo único cierto es que los alemanes han demostrado una vez más que el miedo (Angst) es el dueño máximo de la conducta social y que el canciller reformista ha convencido a gran parte del electorado de que finalmente él se ha convencido a su vez de que las reformas no son tan necesarias como él pretendía. Y se ha erigido en campeón para combatirlas. Enarbolando la bandera del miedo. Es todo un monumental sarcasmo. Un canciller que acorta en un año la legislatura tras convencer a todos de que es incapaz de gobernar, se presenta de nuevo para hacer lo mismo y con el fracaso como bandera, iguala en votos a la oposición. Parece evidente que Schröder se dio cuenta a tiempo de que el fracaso de las reformas es la opción que goza de la mayoría social. Dicha mayoría social miedosa y autocomplaciente busca ignorar a toda costa los problemas y quien se los recuerda paga. Merkel pidió el voto y sacrificios para el cambio -como Schröder durante años- y de repente amaneció en la campaña con un estigma de ultraderechista y neoliberal que le pueden costar su futuro. Los liberales consiguieron arañar unos puntos en un electorado que cree en la urgencia de los cambios y teme una gran coalición maniatada por concesiones al populismo, los Verdes se defendieron dignamente con Joschka Fischer de gran timonel y Lafontaine y su conglomerado rojipardo ha acabado dañando más a Merkel que a Schröder.
Contaba hace tiempo el gran analista Robert Leicht que Schröder era consciente ya en 1998 de que la coalición rojiverde nacía cuando socialmente estaba ya superada y de que hubiera preferido ya entonces una Grosse Koalition con la CDU para llevar a cabo las reformas estructurales necesarias para impedir que el proceso de desertización industrial y pauperización sea irreversible. Si es así, Alemania ha perdido siete preciosos años. Schröder y Merkel como posibles jefes de una gran coalición son hoy ya dos opciones igual de patéticas, cuestionados dentro y fuera de sus partidos. Lo trágico del resultado es que no existe alternativa democrática. Los resultados no podían ser peores pero la situación puede serlo pronto, de no producirse un alarde de responsabilidad.

TRAGEDIA Y POLÍTICA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 06.09.05

COLUMNA

Los que hemos nacido y vivido en estas sociedades desarrolladas, nunca tan sofisticadas como pretendemos pero insólitamente prósperas y crecientemente estructuradas, con acceso al legado de valores, informaciones, costumbres y emociones -plasmados todos en cultura- que nos convierten en miembros más o menos conscientes de la vanguardia de la civilización -gracias, una vez más, a Fernando Savater por su último artículo-, tenemos muy graves problemas para asimilar una secuencia tan larga de tragedias como la que pasa ahora por el aterrador episodio del naufragio de Nueva Orleans y la cuenca del Misisipí. Otras culturas parecen tener menos dificultades para asumir la pérdida, soportar el dolor desgarrador y el luto y retomar la quebrada sinfonía de la supervivencia individual y colectiva sin hundirse en la duda existencial ni planear cual buitres a la busca de explicaciones convenientes. Recuerdan mejor que la desgracia existe y es parte sustancial de la batalla inteligente en la vida del ser humano y sus colectivos y no caen en pataletas pueriles que claman contra lo "incomprensible" o, en juicio aún más infantil, lo "injusto".
Algo debe tener que ver con nuestras expectativas y con ese optimismo histórico básico que impregna toda nuestra cultura y que otra vez demuestra ser un arma de doble filo. Ha sido este arma -que implica la exploración del bien como conocimiento útil para el prójimo y generaciones futuras- determinante para forjar los principios, códigos y criterios del modelo de convivencia más eficaz, más justo y más compasivo jamás habido en la historia de la humanidad. Que los pasos dados en esta dirección, incluidas las grandes revoluciones políticas y sociales de la libertad -entre las que destacan la francesa, la americana y la de la emancipación de la mujer- tengan su detonante en el concepto del ser humano como reflejo del Dios cristiano, en el valor absoluto de la persona y de la vida, es algo tan evidente que no importa nada que sea ya moda muy antigua y arraigada el negarlo y que tanta vigencia tenga el absolutismo de lo relativo.
Las miserias, las crueldades, los defectos, corrupciones y traiciones que salpican y corroen nuestros actos humanos y, por supuesto, nuestras organizaciones sociales no pueden eclipsar el hecho de que la sociedad democrática y libre con el Estado de derecho como buque insignia son triunfos de la buena voluntad, de la inteligencia y la generosidad frente al egoísmo, la miseria moral, el oscurantismo y la reacción. Todos nos vemos obligados a actos de disciplina intelectual cotidianos para que no nos paralice la vida el desprecio a nuestros semejantes que la convivencia hace, más que lógicos, inevitables. El concepto de la persona como sujeto máximo de culto de fe, religiosa o no -siempre trascendente-, que elimina y descalifica por igual castas, clases, abolengos, etnias y naciones como fuentes de privilegio, beneficio o distinción, ha sido la piedra angular de la cultura democrática por la que tantos en los últimos siglos han luchado y muerto. Esta cultura ha tenido que pagar siempre el peaje de los miserables que medran de la vulnerabilidad que genera la voluntad ajena de dignidad. Es una grandeza más de "nuestra civilización" con su premisa de que nadie es lacayo ni objeto de capricho de un Dios de la ira, sino individuo hecho a la imagen y semejanza del creador, con ese "rayo divino" que en cada época tuvo su definición y en cuya existencia, pese a la Primera Guerra Mundial y Auschwitz, los dos grandes funerales por nuestra civilización, creen incluso quienes no lo saben.
Pero también es cierto que esta convicción cultural que tan lejos nos ha llevado en nuestro poder de llorar y proteger al prójimo nos hace extremadamente quebradizos ante la adversidad como los narcisos entre los seres vivos, tan dispuestos siempre a llorarnos a nosotros mismos. Como también lo es que la vileza cotidiana por la que se expresa el instinto de supervivencia y poder -el mismo- intenta reconvertir la tragedia en un arma más de imposición, al impostar el luto para buscar beneficios en las consecuencias del dolor ajeno. Sin duda, los responsables de proteger a la población por sus cargos y autoridad, cuando hacen dejación de su poder de intervención a favor de las víctimas de una tragedia, se hunden en la ignominia. Han vuelto a hacerlo. No menos, sin embargo, aquellos que sólo ven en la tragedia una ocasión bienvenida para incorporar a la lista de víctimas a quienes siempre desearon un drama semejante para mayor gloria propia.

METÁFORA DEL MUNDO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 30.08.05

COLUMNA

Su Excelencia Susilo Bambang Yudhoyono, muy sobrio general del Ejército antes que presidente de la República de Indonesia, es una apuesta del sureste asiático -mirando desde Europa- y por eso se presupone que "sabe dar órdenes" y puede evitarnos muchos lutos, no sólo a su país y a su región, sino al mundo entero. Lo dice él, suave de maneras, presidente educado e improbable del país más improbable y accidental, que tiene el mandato constitucional de defender la unidad de un Estado de 10.000 islas (dos grandes, unas medianas y las demás tal como son), 200 etnias, casi 200 millones de habitantes, una mayoría del 87% de musulmanes, unos pueblos dispares que gritan y una mayoría que, cuando tiene algún dilema con el destino, no recurre a los sindicatos ni a los partidos, sino, cada vez con más insistencia, a Dios. El país islámico más poblado del mundo intenta ser democrático sin ofender a su mayoría, que cree en un Dios que, se supone, no respeta mayorías.
Ayer, en el Hotel Dharmawangansa, una joya nueva de maderas tropicales en el centro de Yakarta, este ex general con talante de comprensión inmensa, nadie sabe aún si genuino o esforzado, rodeado de nada misteriosos indonesios vestidos con mono negro y armados con ametralladoras que sólo se hicieron visibles cuando terminó de hablar ante un grupo de periodistas y analistas de política internacional, dejaba claro que sabe "ahora que aún no nos han golpeado, pero que trabajan, se coordinan y reclutan para ello". Indonesia "los perseguirá". "Contamos con la inmensa mayoría de un pueblo que es ejemplo de tolerancia y libertad de religión". Nadie sabe aún si lo de este presidente, que quiere luchar al mismo tiempo contra el fanatismo, la más prosaica pero omnipotente corrupción y los enemigos secesionistas y totalitarios, va a salir bien del empeño cuando sólo lleva en el cargo diez meses. Pero desde luego lo esperan todos quienes quieren creer que desde aquí se puede exportar estabilidad y combatir al fanatismo.
Hace unos días, Bambang Yudhoyono -perdonarán la treta fonética- reunió a los responsables de su Gobierno, el Ejército y la policía para anunciarles que se elevaba el nivel de seguridad en toda la nación. Desde Europa llega información de que los atentados son inminentes. Las acciones terroristas masivas del islamismo fanático han dejado de ser posibles y son muy probables. En realidad nunca dejaron de serlo. No parece sólo cuestión de fechas. En la idílica isla de Bali en 2002, en el Hotel Marriot en 2003 y en la Embajada de Australia en 2004, en pleno centro de Yakarta, las bombas del terrorismo islamista estallaron ahora. Cientos de muertos. La obsesión por la seguridad, la voluntad de seguir vivo, los ciudadanos, convierten el sureste asiático en agrupación de sociedades en las que el Estado legítimo democrático busca fórmulas de autodefensa contra un islamismo que quiere imponerse, no ya a otras religiones, sino a la versión ciudadana de la propia. Son metáfora del mundo. Este Estado lucha por ser democrático como en sus inicios de la descolonización, en los que la dura realidad en la guerra fría lo hacía imposible porque dos bandos, comunistas y anticomunistas -las sutilezas eran inútiles- planteaban matar o morir. Hay quienes quieren que vuelvan a verse obligados a que la opción no exista.
Hoy, Asia del Sur, rodeada de potencias emergentes no siempre bienintencionadas -la China cuasi reina, la gran India, del Pakistán también potencia nuclear, de la miserable y sin embargo presente Corea del Norte, un Japón populista nacionalista, los rivales comerciales, las madrazas de Pakistán-, busca con ansiedad aliados tanto internos como externos. La clave está en encontrar un compromiso entre la realidad, sus miedos y su certeza. Si lo consiguiera el general, podría conseguirlo el resto del mundo.

EL ALEMÁN BENEDICTO

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 23.08.05

COLUMNA

El nuevo Papa de Roma, el alemán Benedicto XVI, acaba de reunir en Colonia a un millón de jóvenes entusiasmados con su mensaje antirrelativista cuando la revista Der Spiegel, adelantado y preclaro símbolo del relativismo alemán de posguerra, nos trae a la portada esta semana un retrato cariñoso de Karl Marx y nos anuncia la resurrección del pensador renano sin que se perciba ánimo de burla ni al lector ni al santo laico barbudo.
Son contrastes sólo aparentes en una Alemania angustiada y necesitada de referencias, en la que, paradójicamente, parecen ser los adolescentes cristianos los únicos no sumidos en la cuasi proverbial crisis existencial de la nación. Si, tras el nombramiento del cardenal Ratzinger como sucesor del papa Juan Pablo II, los alemanes hicieron considerables esfuerzos por reprimir todo lo posible su muy legítima alegría -no los fueran a acusar de quién sabe qué-, el Foro Mundial de la Juventud ha dado rienda suelta al entusiasmo de unas multitudes jóvenes sin complejos y en búsqueda no de verdades ni dogmas religiosos, políticos o sociales, sino de autenticidad.
Quienes mucho se rieron de Wojtyla y los polacos "meapilas" harán otro tanto con el "inquisidor" Ratzinger y las "masas cantoras" de Colonia. Pero si no quieren volver a tragarse sus chistes fáciles, como antaño, quizás debieran tomarse un poco más en serio lo sucedido estos días en Alemania y, desde luego, no tomarnos el pelo con un revival de las cualidades redentoras de las doctrinas del pensador moroso.
El papado de Karol Wojtyla fue lo peor que les pudo pasar a quienes apostaban por el cinismo y la resignación para perpetuar la dictadura comunista y defender los dogmas chatos del determinismo histórico. Todo indica que el de Benedicto XVI -por lógica, más breve- puede movilizar las conciencias individuales con consecuencias imprevisibles. Si con el primer viaje a su país natal, Polonia, Juan Pablo II desató el movimiento que habría de devolver la libertad y la dignidad a las naciones y los individuos oprimidos por una ideología corrupta, criminal y mentirosa, el nuevo Papa, mucho más intelectual que su antecesor, ha realizado la primera visita a su país natal y levantado una inaudita oleada de entusiasmo con su llamada a la activación de la valentía y la fuerza del individuo. Si el primero llamó a la insumisión contra la opresión, éste llama a la activación del sentido trascendente del individuo -también del no religioso- en la libertad y la confianza frente a la docilidad que impone el reduccionismo no laico, sino antirreligioso. Por ello pone énfasis no ya en el diálogo intereclesial, sino en lo que cabría llamar comunión transreligiosa.
Alemania era en principio un campo de prueba especialmente difícil para este propósito. Desarticulada la sociedad y desprestigiados los conceptos de autoridad, valores y referencias éticas después de la gran pesadilla nazi y la implicación de todas sus elites con aquel movimiento criminal, en ningún país europeo ha estado la Iglesia católica tan tentada de ganarse aceptación por la renuncia a sus principios y códigos. Ninguna iglesia como la católica alemana ha tenido un movimiento seglar e intelectual tan activo y jaleado para imponer unas reformas a gusto del "consumidor" y una modernización que concluyera en la demolición de sus estructuras jerárquicas y su denostada organización, que han permitido a la Iglesia católica mantener su unidad y no confundir modernidad con modas.
Como representantes de la línea que impidió que el Concilio Vaticano II acabara convirtiendo, como tantos querían, a la Iglesia en un movimiento sesentayochista con sus diversas teologías más o menos convenientes para profesores universitarios o guerrilleros de jungla, Juan Pablo II, Ratzinger y otros han sido calificados de energúmenos inquisitoriales y otras lindezas. El respeto mundial demostrado a Juan Pablo II y la recepción a Ratzinger en Alemania sugieren que los tiempos peores para la Iglesia católica pueden haber pasado, y que su claridad y firmeza la agradecen también muchos ajenos a la misma fe, incluso, no creyentes.
Si todo el mundo sufre hoy la incertidumbre, en Alemania, donde, tras el desastre del nazismo y la guerra, la identidad y la confianza se fundaron exclusivamente en la prosperidad material, la crisis económica ha causado estragos anímicos. El Papa no va a sacar a Alemania de su crisis. Pero muchos creen ya que este Papa puede ayudar tanto a su patria como Juan Pablo II a la suya. Desde luego, mucho más que el santo laico de Tréveris, que hace bien en no salir de su tumba en el cementerio londinense de Highgate. No nos lo vayan a malinterpretar de nuevo.

LA GESTA DE GAZA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 16.08.05

LA RETIRADA DE GAZA

La retirada total de Israel de la franja de Gaza ha comenzado ya sin más incidentes que las previstas y muy comprensibles protestas de los muchos ciudadanos israelíes y judíos de todo el mundo que, por motivos religiosos, políticos o de mera seguridad, consideran un error, cuando no una traición, el abandono de este territorio ocupado en 1967. Sin entrar en el peso real de sus razones, lo cierto es que estos adversarios de la retirada de Gaza son una minoría en la sociedad israelí, en su representación parlamentaria en el Knesset y también y muy claramente entre la diáspora judía. Esto se percibe de especial manera en Nueva York, donde la muy numerosa, potente y plural comunidad judía, que ha nutrido durante décadas con colonos ortodoxos y dinero a los asentamientos en Gaza y Cisjordania, apoya abiertamente la política de Sharon. La oposición en la comunidad neoyorquina no ha pasado de los insultos a Sharon en las sinagogas ortodoxas.
Se puede especular sobre los motivos que han llevado a Sharon a una decisión histórica que rompe con todo el gran proyecto religioso y filosófico que llamaba a los judíos a dominar, colonizar y crear prosperidad y vida piadosa judía en unos territorios que según la ortodoxia Dios le había asignado a su pueblo. Es evidente que el gesto tiene mucho más calado que el hecho de la evacuación de unos cuantos miles de colonos de unos asentamientos rodeados por casi millón y medio de palestinos hacinados en un minúsculo y mísero erial con la mayor densidad de población del mundo. Y está claro que lo que según todos los indicios Sharon ya ha conseguido en Gaza -la retirada total sin una fractura social irreversible- no lo lograría ningún primer ministro israelí en una Cisjordania con asentamientos que ya son ciudades prósperas en práctica vecindad con Jerusalén. En este sentido, la retirada de Gaza es sólo una cesión a medias porque consolida asentamientos cisjordanos -véase Ariel- como territorios israelíes innegociables. Así visto, puede verse como un precedente de este hecho histórico la evacuación de colonos judíos de la península del Sinaí en 1982, aunque allí el territorio se cediera a un Estado, el egipcio, que acababa de firmar la paz con Israel y no a un débil organismo palestino incapaz de imponer su ley a su propia población.
Pero no deja de ser una cesión el hecho de que Israel renuncie a su presencia en un territorio en el que más de un millón de palestinos viven y mueren para destruir el Estado judío, en el que toda política de moderación fracasa y el terrorismo islamista tiene uno de sus caldos de cultivo más fértiles. El islamismo radical ya intenta presentar como victoria la retirada israelí de Gaza, como ya hizo en su día, con notable éxito, con la salida de Líbano. El capital político que especialmente Hezbolá logró sacar de aquella muy sensata decisión de Israel explica sin duda gran parte de los sentimientos encontrados de muchos israelíes partidarios de la retirada de Gaza, pero conscientes de estar optando por la decisión menos mala pero no exenta de peligros.
Pero independientemente de causas y efectos, la retirada de Gaza, su debate en el seno de la sociedad y del Parlamento de Israel demuestran, de forma nada paradójica, la grandeza de los ideales de este Estado en el momento de renunciar a lo que para muchos de sus ciudadanos era uno de sus principales valores. Todos los intentos de socavar el Estado y la democracia invocando "derechos históricos o bíblicos" han fracasado ante la firmeza de los defensores del sistema parlamentario. Y todo ello en el marco de una creciente efervescencia en todo el mundo islámico en el que el fanatismo antijudío y antioccidental intenta movilizar a las sociedades fracasadas contra las democráticas, libres y prósperas. Las sociedades europeas comienzan a ser conscientes de que tienen, como Israel, un enemigo mortal en su entorno y en su seno que no tiene otra reivindicación que negarles el derecho a la existencia en libertad y seguridad. Quizás ahora les sea más fácil valorar temores y esperanzas de un Estado que vive así desde su fundación. Y aplauda la gesta democrática que es, no ya la retirada en sí, sino el alarde de firmeza del Estado de derecho que la ha precedido.

CON VARSOVIA FRENTE A MINSK

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 02.08.05

COLUMNA

Es un país pequeño acaudillado por un dictador sin escrúpulos y fanático de sí mismo en el que el miedo es la piedra angular de la doctrina de Estado, y quienes revelan no albergar el suficiente temor patriota son sometidos a tratamientos preceptivos para la corrección de tan peligrosa carencia. Periodistas impertinentes desaparecen tras recibir en sus domicilios visitas nocturnas de desconocidos, intelectuales insumisos son apaleados ante sus casas o en camino al trabajo, las organizaciones de defensa de los derechos humanos sufren constante acoso e intimidación y los periódicos oficiales, ya todos, coinciden en la loa hiperbólica y entusiasta del jefe del Estado, ese gran timonel infalible.
No, no se trata de la Rumania bajo Nicolae Ceaucescu ni de la Cuba actual, aunque las similitudes entre la isla caribeña y la inmensa prisión instaurada por un mafioso político en el noreste del Viejo Continente, en la misma frontera de la Unión Europea, son más que evidentes. Porque Aleksandr Lukashenko, el delincuente que se hizo con las riendas de Bielorrusia durante la disolución de la URSS persigue y encarcela a la disidencia con la misma saña que el anciano galaico-antillano y ha logrado con similar éxito cerrar sus fronteras a toda influencia subversiva del pensamiento democrático. Satrapías tenemos aún varias en repúblicas ex soviéticas, pero en Asia Central. En Europa sólo sobrevive ya Lukashenko, a la cabeza de la fusión de fuerzas de mafia, aparato industrial y administrativo y cuerpos represivos. El hundimiento del régimen similar de Leonid Kuchma ante la revolución naranja de la Ucrania europea ha reforzado la convicción del líder bielorruso -nada errónea por cierto- de que sólo podrá mantener su régimen confiriendo masiva credibilidad a los métodos represivos. Está en ello.
Era por tanto consecuente Lukashenko cuando el pasado mes lanzó a su policía, a sus jueces y a su Administración contra la mayor asociación independiente en el país que es la Unión de Polacos de Bielorrusia. Si Polonia fue la vanguardia de los pueblos de Europa central y oriental en la lucha contra la dictadura comunista, los polacos de Bielorrusia, aunque no lleguen al medio millón y al 5% de la población, son una constante irritación para la dictadura. Bien informados por la radio y la televisión de Polonia, más estructurados que la población bielorrusa y católicos como las fuerzas que se levantaron contra Kuchma en Ucrania occidental, los polacos de Bielorrusia son ya el principal objetivo de la represión del régimen. En una clásica operación bolchevique, su directiva electa fue detenida, desposeída de su mandato y sustituida por agentes polacos del régimen. Su periódico ya no publica sino lo mismo que el resto de la prensa.
Así las cosas, Varsovia retiró la pasada semana a su embajador en Minsk en el último episodio de una escalada de tensión que había llevado a las expulsiones de diplomáticos y otros gestos hostiles. Polonia vuelve a demostrar la consecuencia de una política exterior que recuerda muy bien pasados tiempos propios. Con la República Checa y Hungría como firmes aliados en ello, la política de solidaridad democrática de Polonia es ya una de las facetas más dignas de la política exterior de Europa. Quienes se sientan incómodos con ella deberían avergonzarse. Las razones son obvias. Varsovia recuerda tan bien cuando el apoyo occidental a la disidencia polaca abría espacios de libertad como cuando los intentos de conciliación con el régimen comunista inducían a ignorar a la oposición democrática y ésta caía en un pozo negro de represión. Lukashenko está envalentonado por una vecina Rusia que ya le emula en la represión y por la actitud de la UE, que parece no querer saber lo que pasa en su frontera oriental. Cabe esperar que después del espantoso ridículo en su política hacia Cuba, la UE no abunde en el error. Debe expresar su firme apoyo a la política de Varsovia hacia Minsk. Lukashenko ha de saber que la brutalidad de su régimen tiene un precio.

DE IDENTIDADES Y PARTICULARISMOS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 26.07.05

COLUMNA

"Revolucionarios airados que responden espontáneamente a las provocaciones enemigas" -según fuentes oficiales cubanas- se concentraron el sábado en La Habana ante las viviendas de diversos disidentes cubanos para acusarlos de "mercenarios" y "vendepatrias" y amenazarlos con palos y barras de hierro. Considerando la diferencia horaria, este acto heroico de reafirmación patriótica casi coincide en el tiempo con uno similar frente a la casa de la concejal socialista de Azpeitia Manuela Uranga Segurola. El cóctel molotov lanzado contra la fachada no causó más que un susto, pero, al fin y al cabo, de eso se trata tanto en el caso vasco como en el caribeño. Si hay muchos motivos para preguntarse por qué la kale borroka, que hace un año y medio parecía erradicada, ha sido de nuevo reactivada con juvenil entusiasmo, lo de Cuba es un poco más de lo mismo. Mientras los piquetes gubernamentales aterrorizaban a los disidentes y a sus familias, la policía detenía a una treintena de disidentes para incentivar el miedo y demostrar a los opositores lo solos que están.
Era de suponer que algo molestos estarían los 25 miembros de la Unión Europea que, por iniciativa del Gobierno español, suspendieron las sanciones a Cuba hasta el punto de dejar que en el futuro sea Castro quien haga las listas de invitados de las embajadas en la celebración de sus respectivas fiestas nacionales. Según informaba ayer nuestro periódico, "la Comisión Europea continúa extremadamente preocupada por la actual situación política en Cuba, señaló el Ejecutivo comunitario a través de un comunicado". "Aunque la Comisión está satisfecha por las noticias de la liberación de Marta Beatriz Roque, la detención de varios disidentes cubanos el viernes 22 de julio ilustra la extrema tensión social en Cuba en estos momentos", subraya la nota oficial. Es fácil de satisfacer en estas cosas nuestra Comisión Europea. El régimen cubano detiene a 30, suelta después a 20 y la Comisión subraya lo feliz que está porque la señora Roque sólo ha pasado un día en comisaría. Aquí nos pasa un poco igual. Después de casi cuarenta años matando y casi mil cadáveres, ETA no mata en dos años y ya nos están asegurando que la "violencia de baja intensidad" es un entusiasmante indicio de madurez que los auténticos demócratas han de aprovechar para el diálogo por la paz. Viene todo ello a ser algo así como "el violador de mi hija lleva dos años sin violarla, por lo que voy a invitarle a tomar el té. No se vaya a enfadar".
El inmenso despliegue de buena fe en el trato de la Unión Europea a Cuba viene a cosechar los mismos modestísimos éxitos que el alarde de comprensión hacia los nacionalismos que no matan y los que no lo hacen ahora y de momento. En lo que se han convertido ahora estas recepciones en las sedes diplomáticas en La Habana se vio en la Embajada de Francia el 14 de julio, cuando el ministro cubano Felipe Pérez Roque, en la solemne fiesta de la libertad, igualdad y fraternidad, defendió con orgullo esta manida práctica nazi de utilizar al lumpen paramilitarizado contra individuos discrepantes. No cuentan las crónicas que a algún invitado se le cayera la cara de vergüenza.
Los abertzales cubanos o vascos que acosan viviendas de quienes dicen no lo son, tienen de nuevo en común la convicción de que han ganado el pulso a quienes están en contra de sus métodos, pero no dispuestos a castigarlos. Los españoles -España es diferente- debiéramos ser los primeros en sospechar de los regímenes que recurren a su "hecho diferencial" para justificar lo injustificable. El hecho de que la dictadura, la tortura y la ejecución sean tradición milenaria y presente arraigado en China no los hace menos repulsivos. Y nuestra incontrolada empatía hacia otras civilizaciones no puede llevarnos a aceptar tradiciones tan abominables como las que abolimos nosotros en la larga senda al Estado de derecho de la mano del humanismo y el respeto al individuo. Quien no relativiza hoy todo bajo el Zeitgeist (espíritu de los tiempos) corre el peligro de ser tachado de cavernícola. E puore, la civilización democrática occidental sí es mejor, más humana y eficiente que las demás. En todo menos en la firmeza de sus líderes en defenderla.

LAS TRES GUERRAS DE SHARON Y ABBAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 19.07.05

COLUMNA

Israel lleva dos días concentrando tropas en los límites de la franja de Gaza y no disimula los preparativos para una operación militar como la que hizo antes de que comenzara la frágil tregua que algunos dan ya por muerta. Sus aviones y sus francotiradores han reiniciado la caza de dirigentes de Hamás y no sin éxito. Los terroristas palestinos por su parte no dejan de lanzar, desde hace cinco días, sus misiles -de fabricación casera, cierto, pero en ocasiones letales- sobre los asentamientos judíos. Los intentos de la Autoridad Palestina de evitarlo con algo más que palabras de sosiego han sido tan escasos como la convicción de que pudieran tener algún efecto. El presidente palestino, Mahmud Abbas, se sabe impotente. Mientras, los colonos de Gaza y Cisjordania, lograban ayer concentrar a varias decenas de miles de personas en una manifestación contra la retirada de Gaza, que habrá de iniciarse dentro de 28 días. Y continúa el goteo de actos de desobediencia de soldados israelíes que se adhieren al movimiento opuesto a la retirada de Gaza. Como continúa el goteo de muertes. ¿Nada nuevo bajo el inclemente sol de Palestina?
No exactamente. Tenemos probablemente por primera vez a un líder palestino que sabe que Hamás bombardea a la población israelí para darle a él y para vender a la población palestina la retirada israelí de Gaza como una conquista propia con la que borrar después del mapa electoral y político a Al Fatah. Tenemos a un primer ministro Ariel Sharon decidido a salir del pozo negro de Gaza en las condiciones establecidas por él y aprobadas por el Knesset (Parlamento) y por el Tribunal Supremo. Y tenemos a un frente de colonos radicales y otros extremistas israelíes que intentan impedir por la fuerza una decisión del Parlamento que apoya la inmensa mayoría del pueblo israelí. Es decir, tenemos tres guerras en una y ante una situación en la que muy pronto se verá si hay triunfadores o todos acaban perdiendo por igual.
Si el enfrentamiento civil armado en Palestina puede darse prácticamente por iniciado, comienzan a hacerse fuertes los temores de que podríamos estar también ante el primer gran enfrentamiento civil en la historia del Estado de Israel. Los colonos y sus aliados comenzaron ayer una movilización para intentar entrar por la fuerza en Gaza, rompiendo las verjas y resistir en el interior todos los intentos de ser evacuados o expulsados hacia territorio de Israel. El diario Haaretz advertía alarmado de que las fuerzas de seguridad y el Ejército han de garantizar por todos los medios que se imponga la voluntad democrática porque de lo contrario se colocaría en grave peligro al Estado. Pero el conflicto entre israelíes se ha enconado tanto que en cualquier momento puede producirse un incidente en el que colonos armados se enfrenten a su propio Ejército.
Si los palestinos y los árabes en general se pueden permitir las profundas desavenencias y guerras intestinas que libran entre ellos desde el final del colonialismo en la región, la sociedad y el Estado de Israel se juegan con su unidad su supervivencia. Está meridianamente claro que Sharon quiere salir de Gaza para reforzar su presencia en gran parte de Cisjordania y perpetuar allí los grandes asentamientos. Pero también está ya claro que se ha autoimpuesto una agenda que tiene que cumplir y que le ata de pies y manos. No puede ceder ante los colonos un ápice de la autoridad del Estado ni dejar ninguna duda a Hamás de que sus ataques tendrán siempre respuesta antes, durante y después de la retirada de los territorios meridionales. También aquí hay poco margen. Una operación militar de envergadura en Gaza podría empantanar la retirada.
Las próximas semanas serán una gran prueba tanto para Abbas como para Sharon. La diferencia está en que un Abbas derrotado dejaría la situación como está, es decir muy mal. Pero una derrota de Sharon ahora sumiría a Israel en una crisis que solo pueden desear quienes todavía sueñan con hacer desaparecer a este pequeño Estado. Lo habrán de tener en cuenta sus feroces colonos y también aquellos siempre dispuestos a condenar a Israel cuando osa defenderse del enemigo interno y externo.
Simpatizantes de Yihad Islámica, en una protesta en Gaza. EFE