El País Martes,
23.08.05
COLUMNA
El nuevo Papa de Roma, el alemán Benedicto XVI, acaba de
reunir en Colonia a un millón de jóvenes entusiasmados con su mensaje
antirrelativista cuando la revista Der Spiegel, adelantado y preclaro
símbolo del relativismo alemán de posguerra, nos trae a la portada esta semana
un retrato cariñoso de Karl Marx y nos anuncia la resurrección del
pensador renano sin que se perciba ánimo de burla ni al lector ni al santo
laico barbudo.
Son contrastes sólo aparentes en una Alemania angustiada y
necesitada de referencias, en la que, paradójicamente, parecen ser los
adolescentes cristianos los únicos no sumidos en la cuasi proverbial crisis
existencial de la nación. Si, tras el nombramiento del cardenal Ratzinger como
sucesor del papa Juan Pablo II, los alemanes hicieron considerables esfuerzos
por reprimir todo lo posible su muy legítima alegría -no los fueran a acusar de
quién sabe qué-, el Foro Mundial de la Juventud ha dado rienda suelta al
entusiasmo de unas multitudes jóvenes sin complejos y en búsqueda no de
verdades ni dogmas religiosos, políticos o sociales, sino de autenticidad.
Quienes mucho se rieron de Wojtyla y los polacos
"meapilas" harán otro tanto con el "inquisidor" Ratzinger y
las "masas cantoras" de Colonia. Pero si no quieren volver a tragarse
sus chistes fáciles, como antaño, quizás debieran tomarse un poco más en serio
lo sucedido estos días en Alemania y, desde luego, no tomarnos el pelo con
un revival de las cualidades redentoras de las doctrinas del pensador
moroso.
El papado de Karol Wojtyla fue lo peor que les pudo pasar a
quienes apostaban por el cinismo y la resignación para perpetuar la dictadura
comunista y defender los dogmas chatos del determinismo histórico. Todo indica
que el de Benedicto XVI -por lógica, más breve- puede movilizar las conciencias
individuales con consecuencias imprevisibles. Si con el primer viaje a su país
natal, Polonia, Juan Pablo II desató el movimiento que habría de devolver la
libertad y la dignidad a las naciones y los individuos oprimidos por una
ideología corrupta, criminal y mentirosa, el nuevo Papa, mucho más intelectual
que su antecesor, ha realizado la primera visita a su país natal y levantado
una inaudita oleada de entusiasmo con su llamada a la activación de la valentía
y la fuerza del individuo. Si el primero llamó a la insumisión contra la
opresión, éste llama a la activación del sentido trascendente del individuo
-también del no religioso- en la libertad y la confianza frente a la docilidad
que impone el reduccionismo no laico, sino antirreligioso. Por ello pone
énfasis no ya en el diálogo intereclesial, sino en lo que cabría llamar
comunión transreligiosa.
Alemania era en principio un campo de prueba especialmente
difícil para este propósito. Desarticulada la sociedad y desprestigiados los
conceptos de autoridad, valores y referencias éticas después de la gran
pesadilla nazi y la implicación de todas sus elites con aquel movimiento
criminal, en ningún país europeo ha estado la Iglesia católica tan tentada de
ganarse aceptación por la renuncia a sus principios y códigos. Ninguna iglesia
como la católica alemana ha tenido un movimiento seglar e intelectual tan
activo y jaleado para imponer unas reformas a gusto del "consumidor"
y una modernización que concluyera en la demolición de sus estructuras
jerárquicas y su denostada organización, que han permitido a la Iglesia
católica mantener su unidad y no confundir modernidad con modas.
Como representantes de la línea que impidió que el Concilio
Vaticano II acabara convirtiendo, como tantos querían, a la Iglesia en un movimiento sesentayochista con sus diversas teologías más o menos
convenientes para profesores universitarios o guerrilleros de jungla, Juan
Pablo II, Ratzinger y otros han sido calificados de energúmenos inquisitoriales
y otras lindezas. El respeto mundial demostrado a Juan Pablo II y la recepción
a Ratzinger en Alemania sugieren que los tiempos peores para la Iglesia
católica pueden haber pasado, y que su claridad y firmeza la agradecen también
muchos ajenos a la misma fe, incluso, no creyentes.
Si todo el mundo sufre hoy la incertidumbre, en Alemania,
donde, tras el desastre del nazismo y la guerra, la identidad y la confianza se
fundaron exclusivamente en la prosperidad material, la crisis económica ha
causado estragos anímicos. El Papa no va a sacar a Alemania de su crisis. Pero
muchos creen ya que este Papa puede ayudar tanto a su patria como Juan Pablo II
a la suya. Desde luego, mucho más que el santo laico de Tréveris, que hace bien
en no salir de su tumba en el cementerio londinense de Highgate. No nos lo
vayan a malinterpretar de nuevo.
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