El País Martes,
20.09.05
ELECCIONES EN ALEMANIA | REACCIONES EN EUROPA
Es más que lógica la tentación de muchos de someter a un
psicoanálisis a la sociedad alemana e intentar elaborar teorías sobre los refinados
mecanismos de autocastigo a los que parece recurrir cuando se siente desafiada
por la realidad. Eugenio Xammar, inteligente corresponsal catalán en la
Alemania de entreguerras, achacaba entonces las cuitas alemanas a la falta de
preparación política. Ochenta años más tarde la bisoñez no parece explicación
suficiente para lo que desde fuera podría parecer un esfuerzo inmenso por parte
del electorado alemán para complicarse aún más su problemático presente y su
para nada prometedor futuro. Es difícil de imaginar un resultado más nefasto
para las ambiciones de los partidos de sacar a la primera potencia europea de
su depresión. La tarea de formar Gobierno se convierte ahora en empresa más que
improbable. Por no hablar de gobernar después. El miedo de los alemanes al
futuro (Zukunftsangst) está generando una situación en la que el
futuro da realmente miedo.
Alemania se sume en mayor zozobra si cabe y en Europa se
diluyen las esperanzas de recuperar una potencia rectora con un Gobierno
dispuesto a tomar decisiones. Nadie cuenta ya con la iniciativa de Francia y
Alemania para sacar a la UE de su parálisis. Alemania sólo se va a ocupar de sí
misma y nada indica que con especial éxito. Ningún Gobierno tomará las
decisiones necesarias para la reforma. Hay mandato expreso del electorado para
no hacerlo. Las razones para esta catástrofe europea que supone la prolongación
indefinida de la agonía alemana son muchas. Búsquense explicaciones en el
virtuosismo embaucador de Gerhard Schröder, en la torpeza de Angela Merkel, en
el izquierdismo forzado y populista del canciller, arrastrado por la
candidatura del fatuo ex compañero Oskar Lafontaine, en los votos de castigo
contra Schröder que los ex comunistas han arrebatado a los cristianodemócratas.
Lo único cierto es que los alemanes han demostrado una vez más que el
miedo (Angst) es el dueño máximo de la conducta social y que el
canciller reformista ha convencido a gran parte del electorado de que
finalmente él se ha convencido a su vez de que las reformas no son tan necesarias
como él pretendía. Y se ha erigido en campeón para combatirlas. Enarbolando la
bandera del miedo. Es todo un monumental sarcasmo. Un canciller que acorta en
un año la legislatura tras convencer a todos de que es incapaz de gobernar, se
presenta de nuevo para hacer lo mismo y con el fracaso como bandera, iguala en
votos a la oposición. Parece evidente que Schröder se dio cuenta a tiempo de
que el fracaso de las reformas es la opción que goza de la mayoría social.
Dicha mayoría social miedosa y autocomplaciente busca ignorar a toda costa los
problemas y quien se los recuerda paga. Merkel pidió el voto y sacrificios para
el cambio -como Schröder durante años- y de repente amaneció en la campaña con
un estigma de ultraderechista y neoliberal que le pueden costar su futuro. Los
liberales consiguieron arañar unos puntos en un electorado que cree en la
urgencia de los cambios y teme una gran coalición maniatada por concesiones al
populismo, los Verdes se defendieron dignamente con Joschka Fischer de gran timonel
y Lafontaine y su conglomerado rojipardo ha acabado dañando más a Merkel que a
Schröder.
Contaba hace tiempo el gran analista Robert Leicht que
Schröder era consciente ya en 1998 de que la coalición rojiverde nacía cuando
socialmente estaba ya superada y de que hubiera preferido ya entonces una Grosse
Koalition con la CDU para llevar a cabo las reformas estructurales
necesarias para impedir que el proceso de desertización industrial y
pauperización sea irreversible. Si es así, Alemania ha perdido siete preciosos
años. Schröder y Merkel como posibles jefes de una gran coalición son hoy ya
dos opciones igual de patéticas, cuestionados dentro y fuera de sus partidos.
Lo trágico del resultado es que no existe alternativa democrática. Los
resultados no podían ser peores pero la situación puede serlo pronto, de no
producirse un alarde de responsabilidad.
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