domingo, 30 de abril de 2017

FRITZ STERN ALERTA SOBRE LOS PELIGROS DE LA DESMEMORIA Y EL DETERMINISMO HISTÓRICO

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País  Lunes, 18.10.99

FERIA DEL LIBRO DE FRANCFORT

El historiador expresa su esperanza en el futuro al recibir el Premio de la Paz de los libreros alemanes

"Estamos al final del siglo más cruel de la historia de Europa. Y un pasado semejante no pasa. Está presente en todos nuestros países, pero especialmente en Alemania. Por eso tienen razón quienes advierten contra los peligros de la desmemoria. Lo que es necesaria es la responsabilidad, reforzada por el conocimiento de los errores y crímenes del pasado. Porque el pasado es el que nos demuestra que el curso de la historia siempre está abierto, que lo forjan los hombres. La creencia en el determinismo histórico es un error peligroso". Con su profunda visión del pasado europeo, y especialmente alemán, el historiador Fritz Stern hizo ayer un canto a la esperanza en el futuro en su discurso al recibir el Premio de la Paz de los libreros alemanes, el máximo galardón intelectual que se otorga en Alemania.
Su conmovedora alocución fue interrumpida varias veces por los aplausos de los asistentes al acto en la histórica iglesia de la Paulskirche, primera sede de la Asamblea Nacional alemana durante los turbulentos tiempos de la revolución de 1848. Fue una intensa disertación sobre el papel de la historia en la conciencia del hombre y una firme defensa de la necesidad de la memoria frente a quienes claman, como hizo en una muy controvertida intervención en aquel mismo escenario el escritor alemán Martin Walser, premiado el año pasado, por que se imponga el punto final a la retrospección permanente de los crímenes nazis y se comience a considerar el pasado alemán como uno que en poco o nada difiere de los demás. El discurso de Walser fue interpretado por muchos, entre otros por su amigo el premio Nobel Günter Grass, como un intento desesperado de trivializar los crímenes del nazismo. Como era de esperar, Stern, en un precioso alemán de preguerra con levísimo acento anglosajón, hizo ayer todo lo contrario, en una bella defensa de los logros alemanes del último medio siglo, primero con la implantación sólida de la democracia en el Oeste y después con la unificación. Fritz Stern ha dedicado toda su vida de profesor e historiador en la Universidad norteamericana de Columbia a investigar el pasado de Alemania y Europa, y buscar así, como reconoció ayer, una explicación a su propia historia vivida, a la emigración que, con 12 años, en 1938, tuvo que emprender con sus padres para huir del nazismo. Nacido en 1926 en la ciudad alemana de Breslau, hoy la polaca Wroclaw, la familia de judíos asimilados y convertidos al protestantismo dos generaciones antes tuvo la inmensa suerte o lucidez, o ambas cosas a un tiempo, de percibir el peligro y emigrar a un país totalmente extraño, cuyo idioma no conocían. Era Estados Unidos. Ayer recordó cómo recibían, recién llegados, cartas de amigos y familiares que les informaban de las detenciones y deportaciones hasta que se hizo el silencio, porque todos fueron, inexorablemente, acabando en los campos de exterminio.
Su ópera magna es, sin duda, el libro Oro y acero, que estudia las relaciones entre el canciller de hierro y artífice de la unidad alemana en la segunda mitad del siglo pasado, Otto von Bismarck, y su banquero judío Gerson Bleichröder. Pero Fritz Stern, un hombre afable que combina su inmensa erudición con una imponente generosidad y comprensión de las debilidades del ser humano en situaciones históricas extremas, ha escrito decenas de libros y un sinfín de ensayos sobre la Alemania decimonónica, sobre la República de Weimar y su trágico fin, sobre el nazismo y el nuevo papel de Alemania en Europa. Frente a esos historiadores normalmente jóvenes que se erigen en justicieros y condenan globalmente desde sus cómodas biografías a quienes vivieron aquellos tiempos, Stern siempre intenta entrar en el mundo que es objeto de su estudio no para justificar, sino simplemente para entender. Ayer citó a Primo Levi, que relataba en su libro Es eso un ser humano cómo en su transporte en vagones de ganado hacia Auschwitz y casi muerto de sed vio que tenía al alcance de la mano un carámbano de hielo. Apenas lo había agarrado y, cuando se disponía a saciar la sed chupándolo, un guardia se lo arrebató de las manos de un golpe. "¿Por qué?", preguntó Levi en su desesperación. "Aquí no hay porqués", le respondió su carcelero. Ese "aquí no hay porqués" es el desprecio de todo lo humano, el exterminio verbal, dijo ayer Stern. El por qué es la frase existencial, la que todo hombre hace a su dios o a su destino. Si se le prohíbe la frase, si se niega la respuesta, se le certifica al hombre su no existencia, su falta absoluta de derechos. Ese rechazo al por qué es la expresión auténtica del totalitarismo, la negación de la civilización occidental.

Ante el jefe de Estado, Johannes Rau, y numerosos ministros y autoridades alemanas, Fritz Stern advirtió de que Alemania ha de asumir un papel de gran responsabilidad en el mundo como principal potencia europea y que Estados Unidos no podrá indefinidamente desempeñar ese papel como hizo en los Balcanes. Esa guerra fue, según el historiador, "la primera que no se hizo por egoísmos nacionales ni intereses económicos, sino por decisión de una alianza de democracias de no seguir tolerando una brutal inhumanidad". Sin embargo, también recordó que, durante casi una década, las democracias estuvieron mirando hacia otro lado y que eso es lo que habían hecho la mayoría de los alemanes mientras los nazis exterminaban a los judíos y a los disidentes.

FRANCFORT LANZA AL HÚNGARO ESTERHAZY

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País  Domingo, 17.10.99

REPORTAJE

Pere Vicens fue elegido ayer presidente de la Unión Internacional de Editores

La pequeña Hungría ha sido este año el país huésped de la Feria del Libro de Francfort. A su enorme pabellón ha acudido la mayoría de los editores y escritores de la nación y, con ellos, uno de los autores más interesantes del momento: Peter Esterhazy, al que se le augura una enorme proyección a nivel internacional. En España le acaban de editar un bellísimo y extremadamente inquietante libro bajo el título de "Los verbos auxiliares del corazón". Pero Francfort también tiene acento español. Ayer, la Unión Internacional de Editores convertía a Pere Vicens en su presidente, mientras que escritores como Manuel Vicent y Manuel Rivas han visto cómo sus obras han sido elegidas por editores extranjeros.
"Para explicarle la situación de un escritor húngaro tiene Usted que pensar que los dos idiomas más difíciles de este continente son el vasco y el húngaro. Y el húngaro es tan difícil que no lo entienden ni los vascos".
Peter Esterhazy es hoy la estrella de la literatura húngara que, lejos de estar asediada como el poblado resistente galo de Asterix, está lanzada a la conquista de mercados, siempre por supuesto, traducida. Hungría ha sido este año el país huésped de la feria del Libro de Francfort. Ha tenido este pequeño país un inmenso pabellón en el que han estado además de su presidente, el escritor Arpad Göncz y su primer ministro, el jovencísimo liberal de centro-derecha Viktor Orban, sus editoriales y sus principales escritores. ¿Todos? No, dicen las voces más nacionalistas en Hungría que por medio de su habitual portavoz y líder, Istvan Csurka, ha manifestado que sólo han ido a Francfort escritores judíos, cosmopolitas y nada comprometidos con la idea nacional eterna de la nación húngara.
Esterhazy, que acaba de publicar en España un bellísimo y extremadamente inquietante libro bajo el título de Los verbos auxiliares del corazón (Alfaguara), no es judío aunque tampoco parece que le hubiera importado serlo. Es, sin duda un cosmopolita pero, a juzgar por su literatura, uno de los más húngaros. Su Pequeña pornografía húngara fue publicada hace unos años en España, sin mucha repercusión. En Alemania, sin embargo, Esterhazy es un enorme éxito de ventas y se perfila ya como uno de los grandes que, desde una lengua tan minoritaria como el húngaro, da el salto definitivo a las grandes lenguas europeas y americanas.

Placer inquietante
El libro que ahora se publica en España, un encuentro entre padre e hijos con motivo de la muerte de la madre es conmovedor y en todos los sentidos tremendo. "La literatura debe ser un placer pero inquietante, que tense el alma. Porque placer es también el masaje o los baños de pies". Hay mucha intensidad abismal, vértigo, mucho sentido húngaro de la vida en este libro de un Peter Esterhazy al que se puede calificar con facilidad con esos términos que el nacionalismo considera insultos, tales como urbano o cosmopolita.
No podía ser de otro modo. La familia Esterhazy nunca pensó en términos fronterizos. Por su propia condición. Como una de las familias más poderosas de la aristocracia austro-húngara, los Esterhazy financiaban entre otros a Joseph Haydn sus manías y gastos mientras éste componía. Tenían palacios y fincas inmensas en toda Centroeuropa y tuvieron muchas veces a lo largo de los últimos siglos responsabilidades de Gobierno en el imperio austro-húngaro. Incluso después de caer éste, fue el abuelo del escritor el primer ministro del nuevo, depauperado y empequeñecido estado húngaro que surgió de los acuerdos de Versalles y Trianón en 1919.
Con un apellido como Esterhazy y la llegada al poder de los comunistas en Hungría después de la entrada del Ejército Rojo era después de la Segunda Guerra Mundial más que recomendable la emigración. Pero el padre de Peter Esterhazy decidió quedarse. Su hijo sigue hoy, un año después de su muerte, sin saber bien a que se debió aquella decisión. Pero si conoce bien las consecuencias. Nada más nacer él, toda su familia fue desterrada de Budapest en 1950 y forzada a vivir en una granja muy lejos de todos y todo lo que conocía. El nombre de esta familia era para el régimen comunista una garantía de enemistad. Por eso Peter acabó estudiando matemáticas. "Una materia en la que podía tener esperanza de dedicarme a la enseñanza. Neutra. Políticamente no sospechosa. Podía quizás haber estudiado alguna ingeniería técnica. Pero nunca humanidades. Nunca literatura. Y es cierto que si hubiera intentado estudiar ingeniería agrícola habrían sospechado que quería acabar con la colectivización y reivindicar propiedades familiares". Nunca se le pasó por la cabeza. El escritor nació ya en la situación de paria en que los había convertido el nuevo régimen. Sus padres que habían vivido otros tiempos de opulencia sufrieron mucho más. "Pero jamás les oí quejarse".
Su padre sobrevivió al régimen comunista. Y el hijo se convirtió en un magistral diseccionador de los sentimientos tan vividos en sociedades de historia tan trágica e intensa como la húngara.

Pasado sin sentido
Entiende muy bien lo que les pasa a sus compatriotas "porque todos confundieron libertad con felicidad. Se fueron los rusos y todos creían que a partir de ese momento todo sería maravilloso. Pero resulta que seguían peleándose en sus matrimonios. Los seres humanos seguían molestándose unos a otros. Y todos se lamentaban y lamentan. Hasta los verdugos de entonces. En Occidente no se entiende bien hasta qué punto la gente ha vivido humillada, personal y colectivamente, bajo los regímenes comunistas. Por eso y por la carga biográfica, que todas las generaciones que vivieron adultas aquello, llevan como un globo cargado de plomo sobre sus cabezas, es muy difícil que perciban el éxito de la transición a la democracia y libertad. La gente está en un mundo que no entiende y los mayores jamás lo entenderán. Ven sus vidas fracasadas. Repasan el pasado y no le ven sentido. Por eso no hay alegría. Y yo soy un buitre que se lanza sobre todo lo alegre y me desazona que la gente no perciba las cosas bellas y bonitas que nos pasan".

Esterhazy combate el pesimismo cultural, a veces con dureza e incluso crueldad. Pero todo indica que será, con la novela que está concluyendo y saldrá en húngaro en primavera, una de las voces literarias más relevantes en los próximos años.

TOM WOLFE ARROPA CON SU ENCANTO BURLÓN SU NOVELA “TODO UN HOMBRE” EN ALEMANIA

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País  Sábado, 16.10.99

Günter Grass deja de lado la literatura en Francfort y habla de las energías renovables

La Feria del Libro de Francfort hizo ayer una leve concesión a la espectacularidad con la presencia simultánea de Tom Wolfe, el legendario autor de La hoguera de las vanidades, que presentaba su nuevo y monumental libro, Todo un hombre, y la llegada del esperado premio Nobel Günter Grass, preocupado en denunciar problemas medioambientales. Wolfe hizo un despliegue de sus dotes de seductor para conquistar a la prensa alemana y no dudó en afirmar que su nueva obra representa "el futuro de la novela".
Günter Grass habló ayer mucho menos de literatura que de los problemas energéticos del mundo y de la falta de fe en el futuro de los políticos, científicos y el gran capital. Incluso hubo algún momento de cierta excitación ante la posibilidad de que Grass se topara en la sala de literatura alemana con su enemigo declarado, Marcel Reich-Ranicki, el gran buda de la crítica literaria alemana, que acudía a firmar su libro de memorias, esperado, comentado y temido como todo lo que escribe su pluma, mil veces calificada de viperina. No hubo incidentes entre los dos grandes adversarios de la literatura alemana contemporánea. Wolfe, por su parte, con mucho menor interés por los problemas globales de la humanidad que Grass, se dedicó, bien protegido por sus editores de la casa Kindler, a desplegar su indudable encanto burlón con los medios alemanes, porque es, al fin y al cabo, la edición alemana la que ha venido a vender. Venía de Berlín, donde ya había comenzado la promoción desde su muy lógico cuartel general, en el célebre hotel Adlon, incendiado por el Ejército Rojo en 1945 y reconstruido en lujoso art déco después de la caída del muro.

El futuro de la novela
Nunca ha sido tímido Wolfe, en su inevitable traje blanco. Tampoco modesto cuando asegura a la prensa alemana que su nuevo libro, Todo un hombre, es ni más ni menos que el "futuro de la novela". Ya está trabajando en su nueva obra, que, según asegura, no tardará en llegar tanto como ésta. Será una novela con escenario en un campus universitario.
Si Grass dice que la novela moriría al dejar de ser subversiva, Wolfe dice que la novela puede morir de aburrimiento, de falta de sangre, y, desde luego, no por la competencia de las tecnologías modernas. La letra impresa es superior a todos los otros medios, según Wolfe, al cine y a la televisión, a la radio y a Internet, porque sólo el lector puede introducirse en la mente de otro ser humano y experimentar pensamientos y sentimientos ajenos, vivir en el mundo del otro. Cuando Harriet Beecher Stowe llevó a sus lectores blancos a ver el mundo con los sentidos de un negro en La cabaña del tío Tom había sonado la hora final para el esclavismo. Por eso también, según Wolfe, el libro más importante de los últimos 80 años ha sido Un día en la vida de Iván Denissovich, del escritor ruso Alexandr Solzhenitsin, porque hace ver a través de los ojos de un prisionero el mundo de los campos de trabajo soviéticos.
Mientras Wolfe promocionaba con exquisitez su obra, de cerca de mil páginas, y Grass defendía, con el premio Nobel alternativo Hermann Scheer, las energías renovables, los agentes literarios, un fenómeno relativamente nuevo que ha asaltado el mercado y tiene aún muy confusas a las editoriales, seguían ayer con su actividad febril y presencia multitudinaria. El pabellón de que disponen en la feria es un hervidero en el que se trabaja, se negocia, se especula y se intoxica con cada vez mayor profesionalidad.
En los pabellones de literatura alemana, muy concurridos, se percibe, sin embargo, una atmósfera muy relajada, como si todo lo realmente importante en lo que a derechos y proyectos se refiere se hubiera hecho ya antes de la feria y los anuncios sobre novedades que se producen estos días en Francfort fueran más anuncios que novedades. Muy distinto es el ambiente en el pabellón de literatura anglosajona, donde sí está claro que el ejército de jóvenes vendedores y compradores, con aires de implacables agentes de Bolsa de la City londinense o de La hoguera de las vanidades descrita por el ilustre visitante, trabajan con el frenesí del que piensa que le va la vida en ello.

En todos los pabellones se ha notado la concentración de empresas editoriales y la fagocitación de los pequeños. Más posiblemente, en el francés y en los anglosajones. Pero los alemanes están pendientes, obsesionados cabe decir, con la amenaza del levantamiento de la unidad de precios de los libros que muchos se temen que la Comisión Europea va a decretar tarde o temprano. Mientras en algunos países existen posiciones enfrentadas al respecto, en Alemania el consenso es, al menos públicamente, total. Grass y el Gremio de Editores, pero también grandes grupos que con libertad de precios podrían fácilmente estrangular a los pequeños competidores, se manifiestan en contra de las supuestas intenciones del comisario responsable de Competencia en Bruselas, Monti, al que públicamente todavía elogian en comparación con su antecesor, Van Miert, pero al que consideran en realidad tan peligroso como aquél. El libro no está en peligro de extinción, en eso están de acuerdo todos: Wolfe, Grass, los editores y el propio Monti. Pero muchos piensan que la liberalización de los precios de los libros mataría a muchos de los que hoy viven de y para ellos.

“LA LITERATURA SÓLO SOBREVIVIRÁ SI ES SUBVERSIVA”

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Behlendorf
El País  Viernes, 15.10.99

ENTREVISTA

Le han dado el Nobel 98 años después de recibirlo Thomas Mann. Pocos escritores han tenido en este trágico siglo alemán la relevancia de estos dos hombres tan diferentes. Günter Grass es hoy ya leyenda viva de la literatura alemana. Nadie, ni sus muchos críticos, le discute el honor. Esta semana ha salido a la venta en España su último libro, Mi siglo (Alfaguara), calidoscopio histórico de 100 narraciones cortas en las que despliega su virtuosismo de lenguaje y capacidad narrativa.
Mañana cumple 72 años. Está en la cima de una carrera no ya de novelista, sino de artista total en el sentido clásico. Seguirá escribiendo, pintando acuarelas, haciendo litografías y tallas. La forma y la palabra son las dimensiones que este hombre sereno e inquieto ha combinado desde muy joven con tanta maestría como gozo. Porque Grass disfruta mucho, y se le nota. Hasta cuando se enfada con sus compatriotas, o con el mundo. En el pequeño taller que tiene junto a su casa, en el remoto pueblito de Behlendorf (Estado de Schleswig-Holstein), ha recibido a EL PAÍS para hablar de literatura y política, del pasado y la memoria, de la culpa y la responsabilidad. De todo aquello que le ocupa y preocupa desde antes de escribir una novela que revolucionó a la Alemania de la posguerra y asombró al mundo: El tambor de hojalata.
Después ha escrito muchas de las mejores y más conmovedoras páginas de la literatura alemana. En su taller, rodeado por inmensos castaños y un jardín de frutales y flores, dibuja y pinta, escribe sus obras, siempre a mano, para transcribirlas en su vieja Olivetti mecánica y mejorar, cambiar y retorcer las frases hasta que, al recitarlas, le cristalizan en el oído.

Pregunta. Fuera de Alemania, con respecto al Nobel, hay euforia entre muchos, todos lo consideran merecido, y, sin embargo, aquí sigue habiendo gente a la que se le nota la dificultad de congratularle.
Respuesta. Tiene usted razón. Cuando me dieron el premio, ya me referí en una conferencia de prensa a esa gente que ni siquiera puedo llamar críticos. Son adversarios que me rechazan políticamente y se intentan presentar como críticos. Les pedí amablemente que dejaran de morderse las uñas y que intentaran alegrarse al menos un ratito conmigo. Pero no lo consiguen. ¡Qué le vamos a hacer!

P. Pero ¿piensa que el premio ha impulsado cierto cambio de actitud en Alemania?
R. Por supuesto, de toda Alemania, de todos los rincones de Alemania he recibido sacas enteras de correspondencia felicitándome, también infinidad del extranjero. La felicidad por el premio es, por tanto, generalizada.

P. Tiene más motivos que nunca para felicitarse. Además, el sábado es su cumpleaños, y ayer salió [por el miércoles] a la luz su última obra, Mi siglo, en castellano. ¿Este libro es de alguna forma un final? ¿Qué planes tiene ahora?
R. De momento, todo lo sucedido desde el premio está resultando bastante agotador. Ahora acudo a la Feria de Francfort. Como ganador del Nobel tengo el deber de hablar y enfrentarme a las preguntas que se me hagan. Pero a largo plazo tengo aún muchos planes. Tengo intención de seguir escribiendo, pero, además, en mi otra profesión como dibujante y con mi obra gráfica, también tengo intención de hacer cosas. Eso sí, y para contestarle con un chiste, ¡que nadie espere ya nada de mí para lo que queda de siglo! En todo caso, en el siguiente.

P. Hablando de siglos. Mi siglo me ha parecido fascinante, porque supone un alarde de capacidad narrativa, de inventar cien veces a un narrador que cuente de forma verosímil un acontecimiento habido en el año que le toca, y que todos juntos recreen ese calidoscopio que da una visión del siglo. Se convierte usted cien veces en otros tantos personajes.
R. Así comienza precisamente el libro: "Yo, intercambiado conmigo mismo, he estado presente, año tras año". Un escritor tiene que ser capaz de hacer esto. En el fondo, la idea es muy simple. Está ahí, en la calle: cien años, cien historias. Y entonces es cuando comienza la obra del autor, el trabajo; pero también el placer, el excitante placer de sumergirse en tantos personajes. Son todos personas que no han hecho historia, sino que han vivido la Historia como destino y que han tenido que reaccionar ante ella, como víctimas o como verdugos, como cómplices, como fugitivos, en todo tipo de situaciones, hombres y mujeres, niños y viejos, gentes en todo tipo de profesiones y circunstancias, y en las más diversas regiones del mundo y de la vida. Ésa era mi ambición literaria: conseguir crear, provocar un eco de este siglo con las más diversas voces.

P. Habla usted de provocación. Yo también la veo, pero en otro sentido. Usted, para un libro, se sumerge en cien personalidades, crea un elenco de cien narradores, mientras tantos escritores hoy sólo se tienen a sí mismos como tales y acaban escribiendo de sí mismos.
R. Es cierto que no deja de ser curiosa esta tendencia narcisista de la literatura que se observa, es lo que se puede llamar la literatura del ombliguismo. No digo que en alguna ocasión no pueda ser interesante. Pero con eso no se puede acometer una vida como escritor. Cada uno tiene una sola biografía, y no está nada claro que sea interesante. En todo caso, a mí jamás se me ocurriría escribir mi autobiografía. Primero, porque la forma literaria no me parece interesante. Y segundo, porque prefiero mentir en la ficción, en la novela. ¿Para qué iba a hacerlo en una autobiografía?

P. Ahora quiero acusarle de otra provocación. Sé la gran estima que tiene por su traductor al español, Miguel Sáenz. Pero reconocerá usted que encargarle a alguien traducir Mi siglo no deja de ser una crueldad. Los cien personajes distintos hablan dialectos y formas de lenguaje totalmente diversos, antiguos y modernos, suavos y bávaros, niños judíos en cuasi yiddish, el engolamiento del emperador, un asesino de las SS o un estudiante del 68 que boicotea a Adorno. ¿No abusa de ellos?
R. Mire, yo creo que soy el único autor que reúne regularmente a sus traductores y repasa con ellos, muchas veces línea a línea, las obras para ver las dificultades. En las traducciones, las fuentes de errores pueden ser muy altas y sólo se pueden reducir si se realizan a tiempo este tipo de conversaciones entre el autor y el traductor. Yo siempre les digo, además: "No puedo tener ningún tipo de consideración con vosotros, porque si comenzara a tenerla acabaría escribiendo una lengua global y plana, inolora e insípida". De ahí mi desconsideración, pero además estoy tan seguro de Miguel Sáenz que sé que ha conseguido un buen resultado.

P. El libro Mi siglo es lengua e historia. La historia no le abandona jamás.
R. [Interrumpe] A nadie, todos somos víctimas e hijos de la historia.

P. Sí, señor Grass, pero algunos ahora quieren que la historia les abandone. O al menos que les deje un poco en paz. Por ejemplo, el escritor, contemporáneo suyo, Martin Walser. Cuando le visité la última vez aquí en su casa había provocado usted una fuerte polémica con su discurso laudatorio al escritor turco Yaser Kemal, que había ganado hace dos años el Premio de la Paz de los libreros alemanes. Usted fustigó a los alemanes por la Ley de Extranjería y por los intentos de algunos de presentar el pasado alemán como otro cualquiera, trivializando así el nacionalsocialismo. El pasado año, el premiado fue Walser y fue él quien pidió que se pusiera fin a la continua retrospectiva de excepción en la historia alemana. El domingo recibe el mismo premio el historiador norteamericano de origen judío alemán Fritz Stern, que tuvo que huir ante los nazis en 1938. ¿Cómo ve la postura de Walser? ¿Cree que Stern contestará?
R. Hace muy poco tuve una fuerte discusión pública con Walser al respecto. Soy amigo de Walser y nos peleamos. Yo espero que nuestra amistad lo aguante. No es cierto que el discurso del pasado año de Walser sea antisemita o incluso fascista, como algunos han sugerido. No obstante, considero que su discurso es extremadamente peligroso, porque es el enésimo intento de poner un punto final en la historia. Esto es imposible, y Walser lo debería saber. En realidad, lo sabe, pero el suyo es un desesperado esfuerzo de acabar con el pasado. Es imposible, porque siempre nos alcanza. Y no sólo a los alemanes. Ustedes tienen en España una fuerte discusión cuando han pasado muchos años en que prefirieron callar. Habría buenas razones. Pero eso siempre tiene consecuencias. Llega la generación que pregunta: "Abuelo, ¿cómo fue aquello?". Medio millón de españoles se mataron. Tarde o temprano, las nuevas generaciones preguntan.
Respecto al premiado este año, el historiador Fritz Stern, sé que es un hombre muy riguroso en su trabajo, muy serio, levemente conservador. De lo que estoy seguro es de que si, como espero, alude a Walser, lo haga desde el mayor rigor, sin acusaciones generalizadoras, sino con consideraciones concretas, exactas. Esto me parece muy bien. Además es necesario.

P. Respecto a la nueva literatura alemana que debiera tomar el testigo de usted y sus coetáneos, se habla ya de una generación de los nietos de Grass...
R. Eso es una tontería absoluta que se han inventado los críticos de los suplementos literarios. Esos autores son buenos o llegarán en su día a ser buenos si logran tomar distancia de esa concentración en el yo y se enfrentan a retos y controversias difíciles. Esos escritores están ahí, también los ha habido antes, pero los calificativos los ponen los críticos. Ha habido excelentes narradores que han sido liquidados o ignorados porque no cumplían con los requisitos del Zeitgeist. Ahora, de repente se dice que hay que narrar, como si antes no se narrara. Y la cuestión de las generaciones no tiene nada que ver con la literatura. Conozco a mucho joven autor que se comporta como un anciano, y por la otra parte, en este otoño literario no estoy yo solo. Ahí está Hans Magnus Enzensberger con un libro de poemas escrito en un tono totalmente nuevo; Siegfried Lenz ha escrito una nueva novela... Es decir, mi generación sigue escribiendo y no nos preocupan nada esas necias y limitadoras cuestiones de generaciones que se puede inventar Der Spiegel porque le divierten, pero que nada tienen que ver con la realidad.

P. Pero en el Grupo 47, del que usted surge como escritor, con Uwe Johnson, Enzensberger, Ingeborg Bachmann, Walser, hasta Peter Weiss, ¿no se veían como una generación literaria?
R. Lo que era más fácil entonces era aceptar maestros. Esto puede resultar extraño a los jóvenes escritores. Yo, a lo que podemos llamar media generación mayor que yo, Heinrich Böll o Arno Schmidt, los admiraba. E intentaba aprender de ellos. Recuerdo que escribí dos ensayos titulados Sobre mi maestro Alfred Döblin. Aprendí mucho de Döblin, del que, por desgracia, sólo se conoce bien Berlin Alexanderplatz: en todo lo que es la artesanía literaria, pero también en cuanto a la actitud que debe tener un escritor a través de los años. Y sigo aprendiendo. En el Grupo 47 aprendíamos el oficio.

P. ¿Me puede explicar su relación, tan tormentosa, con el gran buda de la crítica literaria alemana, Marcel Reich Ranicki?
R. No, mire, de eso sí que prefiero no hablar. Esa cuestión está muerta definitivamente para mí. Por desgracia. Lo lamento, pero es así.

P. Hay una nueva polémica ahora en Alemania, surgida a raíz de una conferencia del filósofo Sloterdijk en la que declaraba muerto el humanismo como fórmula de alejar de la barbarie al hombre y proponía recurrir para ello a nuevas técnicas como la ingeniería genética. Su amigo Jürgen Habermas y otros filósofos cercanos a la Escuela de Francfort han respondido con virulencia.
R. Mire usted, he leído la conferencia de Sloterdijk y me parece una estupidez. Habermas tiene razón. Lamento lo de Sloterdijk. Se hizo conocido con un libro llamado Crítica de la razón cínica, que era un interesante intento de criticar la Ilustración con los medios de la Ilustración. Lo leí con gusto. Desde entonces ha echado por la borda la Ilustración y se ha metido por veredas que tienen algo involuntariamente cómico. Y ahora llega a estas cosas del cultivo del ser humano, traído por los pelos. Me parece demasiado tonto todo ello.

P. Pero ¿no forma parte de esa ofensiva intelectual contra la Escuela de Francfort y contra lo que podemos llamar las bases teóricas de la Alemania democrática de la posguerra?
R. Sabe usted, es esa historia más bien necia, a veces incluso cariñosa, a veces no; esa historia del asesinato del padre, que se varía hasta la saciedad. Todos vienen de Adorno y ahora quieren matarlo. Yo, por supuesto, estoy totalmente con Habermas en todo esto. Y no sólo en esto. Durante la unificación alemana, nos constituimos en "la banda de los tres", los reventadores del juego, los que estábamos en contra de lo que se hacía. Habermas, Walter Jens y yo. Y nuestros temores se han justificado. Alemania sigue dividida. Mire los resultados de las pasadas elecciones en Berlín. En el Oeste votan a la CDU; en el Este, al PDS . Peor, imposible.

P. Ya que estamos en la política, la última vez que hablamos aquí se perfilaba la catástrofe electoral para Kohl. Hoy es Schröder quien cosecha una derrota tras otra, y Oskar Lafontaine ha abandonado todos los cargos y ataca a su propio partido. Usted le ha recomendado a Lafontaine que "calle la boca, coja su vino tinto y busque una nueva ocupación". Tonos duros, ¿no?
R. Me duele muchísimo lo que ha pasado. Considero a Lafontaine un gran talento político, y no tenemos muchos, ni en Alemania ni en Europa en general. Pero siempre ha tenido un ego desmesurado, y esto conlleva peligros. Además de su impaciencia, que le hacía plantear cuestiones interesantes que dejaban de interesarle pocas semanas después. Tuvo una época buena cuando estuvo como presidente del partido con Schröder como candidato. Después vino la victoria. Él sabía a lo que se enfrentaba cuando asumió el Ministerio de Finanzas. Conocía el endeudamiento que heredaba el Gobierno de 16 años de Kohl. Podía haberse entendido que no aceptara ese puesto. Pero, para mí, no tiene disculpa alguna que abandonara el puesto de presidente del SPD y su escaño parlamentario. Eso no se lo podía hacer a los electores ni se lo podía hacer a su partido. Pero si encima lo hace, su única opción era permanecer callado. Si toma esa opción particular, esto le impide volver a meterse en el debate político. Y eso es todo lo que quiero decir al respecto.

P. ¿Cree que el SPD y el Gobierno de Schröder se van a recuperar?
R. No me cabe la menor duda. Las dificultades del SPD no son nuevas, forman parte de una tradición de más de cien años. Comenzó con las peleas de Kautsky y Bernstein a principios de siglo. Lo único que no pueden hacer es abandonar su vocación de defender a los más débiles, los que no han nacido en la parte más cómoda de la sociedad. Las circunstancias cambian, y los medios, también. Pero creo que lo conseguirán, y creo que Schröder irá creciendo en su cargo como canciller. Creo que se recuperarán después de estos reveses.

P. Hablemos de la globalización, fenómeno que tanto le preocupa en diversos terrenos. Pero primero en la cultura. ¿No le parece que ferias literarias como la de Francfort están lanzándonos a una cultura masificada que acaba en niveles ínfimos?
R. No se trata de los medios. La literatura sólo sobrevivirá en la medida en que siga siendo subversiva. La peligrosidad de la literatura, la peligrosidad tantas veces sobrevalorada por las censuras, es lo que la mantiene viva. De convertirse en mero entretenimiento, entonces sería como una moqueta, no sería nada.

P. ¿Hay más interés literario hoy que cuando escribió El tambor de hojalata?
R. Entonces había mucha hambre de literatura tras tanto tiempo de aislamiento. Hoy, en cambio, sufrimos más bien de sobreinformación, o de demasiada supuesta información. Pero a mí me da la impresión de que estamos en un proceso diferente. Que los más jóvenes y los niños no es que renieguen de la televisión, sino que diferencian más que las generaciones anteriores. Son más selectivos y buscan más el libro. Lo que está claro es que nadie va a llevar a las masas hacia el libro. Quien quiera hacerlo acaba escribiendo trivialidades. La composición de la sociedad culta es y será distinta a la que fue y no se define por su propiedad.

P. Otra globalización: la de la persecución de crímenes de guerra. ¿Quién nos hubiera dicho hace unos pocos años que Pinochet estaría hoy detenido en Londres y el Tribunal Internacional de La Haya funcionando lenta pero continuamente?
R. Es cierto. Ya en Núremberg, aunque fueran los vencedores quienes juzgaban, había una aspiración de hacer de la justicia una cuestión global. Estoy totalmente en contra de que se persiga a los pequeños diablos que simplemente se adaptaron por oportunismo a regímenes como el de la RDA u otros. Pero estoy totalmente de acuerdo con que se persigan todos los crímenes, y esto afecta tanto a Pinochet como a Milosevic o al croata Tudjman. No sé si habrá juicio contra Pinochet, pero de cara al futuro el hecho mismo de su persecución y la decisión de los tribunales es una advertencia para todos los actuales y futuros dictadores, pero además un salto cualitativo en la voluntad de perseguir a los criminales. Eso sí, en el caso de Pinochet, me gustaría que algunos responsables directos del golpe que estaban en Estados Unidos también tuvieran que asumir responsabilidades, porque es un hecho que las autoridades norteamericanas tuvieron una influencia decisiva en este golpe. Ya ni lo niegan, y además ahí están las pruebas. Esto no disminuye en absoluto la responsabilidad de Pinochet, por supuesto.

P. Finalmente, la globalización económica. ¿Cree posible que volvamos a vivir una supremacía de la política sobre la economía? ¿Cree que hay una aportación potencial de los intelectuales al respecto?

R. Sólo hay que ver cómo se mueven los mercados financieros, sobre todo en cuestiones especulativas, siempre fuera de todos los controles democráticos y de los Estados. Pero es un gran reto para la política, porque no podemos seguir así. Los políticos tienen lógicamente que pensar en términos de corto y medio plazo, pero también habrían de tener la capacidad de tener proyecciones. Porque el gran reto ante el nuevo siglo va a ser la lucha por conseguir una política energética viable, renovable, que debe ser la solar. Pero, para imponer políticas de futuro, los políticos han de recuperar un poder que hoy no tienen, como meros gestores que son de los grandes movimientos económicos y financieros. La primacía de la política es necesaria para afrontar los grandes retos del nuevo siglo.

BERTELSMANN Y XEROX SE UNEN PARA MEJORAR LA FUTURA EDICIÓN DIGITAL

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Francfort, 15.10.99

El acuerdo fue firmado en Francfort


Bertelsmann, uno de los mayores grupos editores del mundo, anunció ayer en la Feria del Libro de Francfort una alianza con Xerox para cooperar en el mercado de la impresión de libros por encargo. Bertelsmann y Xerox quieren unir fuerzas para capitalizar la demanda de libros agotados, reproducciones e impresiones especiales, así como los encargos de publicaciones directamente alimentadas desde Internet. Se trata ante todo de crear una vía de producción directa entre la red y la industria de la impresión que, sin merma de la calidad, produzca con gran aproximación las necesidades del momento, por lo que quedan extremadamente reducidos los gastos de almacenaje y su riesgo implícito. Según las compañías participantes, esta alianza influirá en el potencial de crecimiento de la producción digital de libros. Según han anunciado, el proyecto se pone en marcha de inmediato y traerá a corto plazo una considerable reducción de gastos, así como un aumento de las posibilidades de hacer frente a necesidades propias y de terceros en la impresión urgente de publicaciones encuadernadas. Ayer, también en Francfort, se ofreció otra cifra y otra realidad. Un total de 34 escritores y periodistas han sido asesinados en el mundo en el primer semestre de este año, según la organización Writers in Prison.

GÜNTER GRASS CONSIDERA QUE NO EXISTE PELIGRO DE QUE EL LIBRO DESAPAREZCA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Francfort, 14.10.99

El premio Nobel, que llega hoy a la Feria de Francfort, defiende el precio fijo de los libros

Günter Grass, el nuevo premio Nobel de Literatura, considera que la política de fusiones y concentración editorial es, sin duda, un serio peligro para las pequeñas casas editoriales, pero también para los jóvenes escritores y para la pluralidad del mensaje cultural. Grass dijo esto ayer en su casa en Behlendorf (en el Estado de Schleswig-Holstein), durante una larga entrevista con el enviado especial de EL PAÍS que se publicará mañana. El escritor alemán asegura, sin embargo, que el peligro de la futura desaparición del libro, de la que tanto se habló hace unos años, es inexistente.
Günter Grass opina que todo el entramado mediático es lógico en los tiempos actuales, pero que la autentica literatura "será, como ha sido siempre, un fenómeno minoritario, marginal". "Las masas no van a ir al libro". "La literatura que quiere llegar a todos acaba siendo redacción global. No se puede hacer literatura para el [diario de masas] Bild. Es sencillamente un contrasentido", manifestó. El mundo que ha invadido las ferias literarias está marcado por la inmediatez y la urgencia. "Y la literatura no es acelerable". Grass se mostró, por otra parte, preocupado con la posibilidad de que la Comisión Europea levante la unidad de precios obligatoria que rige en el mercado del libro alemán. "Esto sí que sería un durísimo golpe para toda la industria, para editores y libreros". Las ventajas derivadas de una liberalización de los precios de los libros para los grandes grupos y las grandes superficies sería, y en esto Grass coincide con prácticamente todo el mundo cultural de lengua alemana, un golpe irreversible para la pluralidad y la supervivencia de las pequeñas empresas editoriales y de libreros.

Homenajes
Precisamente hoy llegará Grass a Francfort, al mayor evento mundial en el terreno editorial y multimediático. Durante tres días recibirá toda una serie de homenajes del mundo editorial y cultural, de sus amigos escritores y el consabido acoso de la prensa. Además, inaugurará dos exposiciones con obra gráfica suya. El sábado celebrará una conferencia de prensa que ha puesto inmenso interés en celebrar conjuntamente con Hermann Scheer, uno de los galardonados con el Premio Nobel alternativo. Scheer es un socialdemócrata alemán amigo de Grass que ha destacado por su lucha en favor de las energías alternativas. En este sentido, ayer, durante la entrevista en Behlendorf, Günter Grass dejó claro que piensa utilizar su reforzada influencia internacional gracias al Premio Nobel para luchar, en el foro de la Feria de Francfort y en todos los demás, en favor de las energías renovables. Hasta el punto que manifestó: "Scheer debería tener un sitio en el Gabinete del canciller Schröder, como ministro de investigación y ciencia, por ejemplo".
La concentración y el continuo movimiento de editoriales y sus cambios rápidos o paulatinos de contenido y vocación son una de las obsesiones de todos los observadores de la Feria de Francfort.

Nada más comenzar la de este año, se ha sabido que el grupo editorial Georg von Holtzbrinck se lleva a Hamburgo la editorial Kindler para situarla bajo el paraguas de Rowohlt. Ésta, a su vez, también se hará cargo de S. Fischer. No se excluye que todo este movimiento en Holtzbrinck tenga una rápida repercusión, a partir del año próximo, en el contenido de estas líneas editoriales de tanta tradición en la literatura alemana y, sobre todo, en el terreno del libro de bolsillo.

UNA NUEVA ERA EN LA NOVELA ALEMANA TRAS EL NOBEL DE GRASS

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Francfort, 13.10.99

El Premio Nobel a Günter Grass parece haber enfervorizado hasta a los más escépticos observadores del panorama literario alemán. La subida a los altares del malhumorado padre de las letras ha llevado ahora a algunos críticos a anunciar una nueva era en la novela alemana tras años de sequía. Hace ya 40 años que Grass escribió El tambor de hojalata. Tiempo, por tanto, según algunos, de que surjan los nietos de Grass, aunque éste nunca vaya a reconocerlo. Sus colegas, los miembros de la generación del 47, desde Martin Walser a Ingeborg Bachmann, Uwe Johnson o Hans Magnus Enzensberger; los grandes de la posguerra, como Peter Weiss o Max Frisch y Friedrich Dürrenmatt, ya no son representativos de la nueva literatura alemana, según algunos.
Menos aún el "atontado" Peter Handke, tal como dice, con su habitual acritud, en unas recientes declaraciones, Reich-Ranicki, el gran buda de la crítica literaria alemana, ahora con renovado protagonismo por haber sacado puntualmente para la feria sus memorias, todo un paseo por la literatura alemana de la segunda mitad de este siglo.

Nuevos portentos
Por eso saltan ahora, al estilo de los nietos de Willy Brandt, versión narrativa, con una nueva generación que algunos saludan con entusiasmo y otros consideran que será aún más efímera que algunas camadas de escritores jóvenes o eternamente jóvenes surgidos en la literatura de otros países. Así, el crítico Volker Hage se lanzaba esta semana a calificar en Der Spiegel como los nuevos portentos de la novela alemana a un grupo en el que se encuentran Karen Duve, Judith Hermann, Thomas Brussig, Ingo Schulze, Sylvia Szymanski y Michael Kleeberg, entre otros. Según Hage y otros entusiastas, por fin vuelve a haber en la novela alemana escritores con ganas de contar historias, sin el complejo del agotamiento del mensaje que ha mantenido maniatadas o dedicadas al circunloquio baldío a generaciones enteras de literatos alemanes.

Los más escépticos creen un poco precipitado querer otorgar relevancia a lo que consideran una serie de novelas más o menos logradas, algunas bastante poco, pero, en todo caso, no merecedoras de un lanzamiento de marketing que, con motivo de la Feria del Libro de Francfort, quiera ahora medrar de una bonanza literaria alemana que se debe, hoy en día casi en su totalidad, a un hombre tan poco aplaudido por sus propios compatriotas en el pasado reciente como es Günter Grass.

FRANCFORT LANZA UN ALEGATO POR LA CREACIÓN LITERARIA Y ALERTA SOBRE LOS PELIGROS DEL ÉXITO

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País  Miércoles, 13.10.99

La feria arranca con la despedida de Peter Weidhaas, director durante casi un cuarto de siglo

La Feria del Libro de Francfort comenzó ayer con un fuerte alegato de su dirección a favor de la creación literaria y la propiedad intelectual frente a las crecientes tendencias a convertir este gran certamen cultural mundial en un mero foro comercial del mundo editorial y sus nuevas tecnologías. Peter Weidhaas, considerado el padre de la Feria del Libro de Francfort, se despedía ayer tras casi 25 años como director de la misma. Durante su mandato se han duplicado los visitantes, triplicado los expositores y cuatriplicado la superficie de exposición.
Peter Weidhaas no fue autocomplaciente, y advirtió sobre los peligros de esta evolución en el mundo cultural, en el que las grandes corrientes de éxito, que galopan sobre la concentración industrial, acaban haciendo desaparecer o convirtiendo en fenómenos de marginalidad irrelevante a otras corrientes culturales que en absoluto desmerecen por su valor y calidad. "Estamos asistiendo a una competencia de exterminio", dijo. Según Weidhaas, a quien sucederá en el cargo el hasta ahora director de la Feria de Arte de Basilea, Lorenzo Rudolf, la globalización sigue siendo, como lo fue el año pasado, una de las claves para entender la evolución del mercado y la creciente presión sobre los sujetos más pequeños y menos capitalizados de la industria.
Pero se perfilan otras como es la inmensa proliferación de la venta de libros por Internet. Si el pasado año aún existían serios temores de que esta evolución pusiera en grave peligro la existencia de los libreros tradicionales, hoy la situación se puede valorar de forma mucho más diferenciada, según indicó ayer el artífice del espectacular crecimiento de la Feria de Francfort.

Premios virtuales
Cada vez son más los clientes que compran libros vía Internet, pero también los libreros que hacen uso de esta fórmula de venta que los hace más accesibles a clientes que por una u otra causa no frecuentan las librerías. En este sentido y gracias a esta nueva vía ha aumentado también la venta especializada desde las librerías. Por todo ello, la Feria de Francfort ha instituido unos premios para las librerías que destaquen en sus ofertas en la red. Todos los ponentes en la jornada inaugural de la feria destacaron esta creciente relevancia de Internet en el mundo editorial, pero todos insistieron asimismo en que la materia prima con la que se forja todo el negocio inmenso que viene a plasmarse a esta feria es la creación, el esfuerzo intelectual de escritores y poetas, de académicos y científicos, sin quienes toda la maquinaria restante carecería de sentido.
La creación que entra hoy en los mercados editoriales es universal en el sentido más amplio, y abarca, como dijo ayer Weidhaas, "desde los libros de intriga de John Grisham (de Memphis, Tennesee), los escritos mitológicos de un Paulo Coelho de Brasil, la historia de una familia de Kerala en el sur de la India escrita por Arundathi Roy hasta, por hablar de un ejemplo de Alemania, la filosofía de Jürgen Habermas, que vive aquí, en Hamburgo".
La feria quiere, y logra según sus responsables, no sólo plasmar esta universalidad, sino preservar también muchas de aquellas voces que pueden quedar marginadas en este proceso de globalización y de inmensa influencia de los grandes grupos predominantes en el mercado.

Inabarcable

El gran espectáculo del mercado editorial comenzará en realidad hoy, con la apertura de todos los pabellones nacionales y de las editoriales. Ayer todavía, mientras la dirección presentaba sus resultados y expectativas y se disponía a la solemne sesión inaugural presidida por Arpad Gönzc, el jefe del Estado húngaro, país huésped de honor de este año, los obreros y técnicos de los miles de editoriales presentes instalaban a última hora los centenares de miles de libros que componen esta exposición prácticamente inabarcable. Al margen del negocio editorial en sí, se celebrarán durante los próximos seis días varios centenares de actos de todo tipo, desde conciertos a exposiciones, pasando por decenas de lecturas públicas por parte de autores, este año con especial presencia húngara. La presencia española en estos actos públicos es, sin embargo y paradójicamente, casi nula. La dirección ha destacado también la tendencia a mayor presencia en pabellones conjuntos de pequeñas editoriales que ya no pueden competir por cuestiones de costes con los grandes grupos. Que las pequeñas editoriales sean cada vez menos no es sino reflejo de ese proceso de concentración que en algunos países como Francia ha alcanzado ya niveles alarmantes.

LUCHA DE CONCIENCIAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Martes, 12.10.99


Nadie lo ha dicho aún explícitamente, pero al final de la Feria del Libro de Francfort está ya garantizada una nueva polémica sobre la historia alemana. Y parece fácil adivinar que se encontrarán en la misma los dos grandes de la literatura alemana, Günter Grass, flamante premio Nobel y ya universalmente reconocido padre de las letras alemanas de la segunda mitad del siglo, y su colega en el legendario Grupo del 47, gran literato y sin embargo hoy su máximo y favorito rival como polemista, Martin Walser. Pero será otro quien abra el debate, un hombre de no menor entidad intelectual y peso moral, que es el historiador Fritz Stern, hoy norteamericano, huido de Alemania por su origen judío en 1933. El próximo domingo recibirá en la Paulskirche, la iglesia más simbólica para la historia alemana, el Premio de la Paz, que entrega la Asociación de Libreros Alemanes en la clausura de la feria. Es el premio que el pasado año recibió Walser y que agradeció con un discurso que abrió viejas y profundas heridas en muchos, Grass entre ellos. Walser vino a pedir el final del luto por el nazismo y a reivindicar el hastío de muchos alemanes por la perpetuación del mismo. Nadie duda de que Stern, autor de una magnífica biografía de Bismarck y gran conocedor del alma alemana, hablará de lo que sabe y, por tanto, responderá a Walser y a todos los que, desde dicho hastío de la memoria o desde lo que llama "una escuela posmoderna" de equiparación de valores, intentan dar visos de normalidad o trivialidad al horror del pasado. Con Grass, Walser, ahora Stern o hace unos años Jorge Semprún con la memoria también por protagonista, la Paulskirche vuelve todos los años a ser el foro de la gran meditación en voz alta sobre la culpa, el pasado, Alemania y Europa.

HUNGRÍA Y GÜNTER GRASS PROTAGONIZAN LA FERIA DEL LIBRO DE FRANCFORT QUE SE INAUGURA HOY

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País  Martes, 12.10.99

385.000 títulos se presentan esta semana en la mayor concentración editorial del año

Se discute ya sobre si se trata o no de la última del milenio, esta Feria del Libro de Francfort que se inaugura hoy, dedicada a Hungría y con Günter Grass como protagonista inevitable. No hay, por el contrario, discusión respecto a todos los demás superlativos que caracterizan a la mayor concentración del mundo en el campo editorial y literario. Las marcas y los techos del año pasado vuelven a superarse y serán 385.000 títulos los que presente en una semana la industria frente a los 365.000 de 1998. Todos los años se preguntan los observadores si la feria puede crecer más. Y todos los años lo hace, pese a los muchos que la consideran ya inabarcable.
La avalancha de publicaciones y nuevos productos editoriales en todo tipo de nuevos soportes audiovisuales e informáticos hacen del programa y del recinto ferial una jungla de eventos y actuaciones en más de 180.000 metros cuadrados. A la misma se prevé que acudan en sólo cinco días cerca de 300.000 visitantes, editores, agentes, libreros, bibliotecarios y también escritores. Los periodistas llegados para contar lo que sucede y ayudar voluntaria o involuntariamente a la mayor gloria del negocio serán más de 10.000. El volumen del comercio aumentará asimismo, según los expertos, en torno a un 2%. Y en Francfort no se encuentra una habitación ni con la intercesión de un premio Nobel. Tan sólo hay una cifra que cae una vez más respecto a la celebración de la anterior y es la de expositores individuales. Son unos 6.600, unos 180 menos que el año pasado, los que acuden a Francfort este año a comprar títulos, negociar derechos y licencias, vender traducciones. Y esta cifra es una de las más significativas porque demuestra cómo continúa la implacable concentración en el mundo editorial. Todos los años hay que lamentar bajas entre pequeñas editoriales que han sido absorbidas o han fenecido por asfixia en una de las industrias de competencia más implacable. En muchos países son ya unos pocos los grandes grupos que acaparan la inmensa mayoría de los beneficios.

Editoriales españolas
Todas las editoriales españolas de entidad están presentes y firmemente convencidas de tener que estarlo, sobre todo después de los éxitos editoriales en el exterior que lograron en los últimos años con algunos escritores como Arturo Pérez-Reverte o Javier Marías. La concentración en la industria se hace cada vez más patente en Francfort. En Hungría, el país protagonista como huésped de honor este año de la feria, media docena de compañías acaparan ya más del 60% de la producción editorial. Esto sucede en un país en el que hace 10 años aún no había prácticamente ningún grupo editorial privado. Pero además, de la cifra total de negocios de esta industria en Hungría sólo procede de la literatura en torno al 3%. Y esto se refiere a uno de los países con mayor índice de publicación y lectura del mundo.
En Alemania, la literatura aún supone el 11% de la cifra de negocios de un mundo en el que folletos, fascículos coleccionables, revistas especializadas, artículos multimedia y otros productos de gran consumo han pasado hace tiempo a sustituir a novela, ensayo y poesía que, pese a la masiva proliferación de títulos, cada vez aparecen en menores tiradas.
"Todos vienen a Francfort porque todos vienen a Francfort". Con esta frase se promociona una feria que desde hace muchos años ya no tiene necesidad de promoción porque la frase se ha convertido en cierta. Si comenzó hace 51 años como un intento de volver a poner a Alemania en el mapa mundial de la cultura tras el descrédito y el ostracismo que siguieron al nazismo, a la guerra y al holocausto, hoy la feria es un inmenso escaparate de la nueva era del comercio con imágenes y mercancías y sólo muy al margen del intercambio de ideas y formas literarias. Y es una gigantesca plataforma para los contactos y las negociaciones, los tanteos, las subastas y las ventas de un negocio inmenso que, siguiendo las leyes de todos los grandes sectores, tiende a la concentración y a las alianzas estratégicas.
Al margen de las grandes o pequeñas operaciones que los editores y los grupos poderosos tengan entre manos, la feria se presenta como todos los años y, posiblemente para evitar este perfil mercantil tan acusado, con un sinfín de eventos literarios y artísticos. Y destacará asimismo el importantísimo papel que ha adquirido Internet en el acceso a la literatura pero especialmente en la venta de libros. Si la literatura húngara será protagonista este año -el año próximo lo será la griega- con György Dalos, con su triunfador actual Peter Esterhazy y con el gran padre vivo de sus letras, György Konrad, también celebra su regreso a Francfort, tras años de ausencia oficial, la literatura iraní. Se han convocado veladas literarias con Cees Nooteboom, con Ephraim Kishon y con los portugueses Mario Carvalho y Teolinda Gersao y anunciado exposiciones de la obra gráfica del ahora mil veces celebrado Günter Grass.

En todo caso, la dirección de la feria intenta desesperadamente dar la impresión de que los escritores siguen siendo protagonistas en un evento en el que, sin plano ni agenda, sería más difícil encontrar a un escritor que en cualquier capital europea a cualquier hora del día.

“HABEMUS” PELEA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Madrid, 10.10.99

TRIBUNA

Un nuevo fantasma recorre Alemania. Ese país que muchos creían ya definitivamente sumido en problemas ordinarios (paro, deterioro de la competitividad industrial, insolvencia presupuestaria), soluciones pragmáticas (la tercera vía de Blair y Schröder) y consuelos mundanos (música tecno, televisión basura y turismo desenfrenado), vuelve a sus esencias. "Ecce gran polémica, habemus pelea filosófica", decía, sin ocultar la ironía tras el fingido entusiasmo, el semanario Der Spiegel. Las peleas filosóficas tienen tradición en Alemania. Algunas, como ésta, adquieren, precisamente por surgir en Alemania, un carácter muy especial. Todo empezó en julio, cuando Peter Sloterdijk vino a propugnar una política de intervención genética para la mejora sistemática del ser humano. Y no de su sistema inmunológico, sino de su carácter e inteligencia.
Según Sloterdijk, el género humano ha fracasado en sus intentos de mejorarse por medio del humanismo, la ilustración y la cultura. Por eso es necesaria una alianza entre la filosofía y la ciencia capaz de modificar la estructura genética humana para lograr ese salto cualitativo que haga de esta "madera torcida de la humanidad" un género humano mejor.
Ahí es nada que un filósofo alemán defienda intervenciones que recuerdan al doctor Mengele. El alma alemana necesitaba al parecer algo de profundidad, algo abismático después de tanto tiempo de debatirse entre banalidades y vanidades sobre la creación de empleo y la capacidad o incapacidad del canciller y su enemigo Oskar Lafontaine, ése que acusa en un nuevo libro a los socialdemócratas de algo tan chusco como la traición a la izquierda eterna. Pero esta propuesta de Sloterdijk supera para muchos todo lo tolerable.
La polémica estaba servida y si Sloterdijk quería debate, se ha salido con la suya. De El proyecto Zaratustra califica su colega Thomas Assheuer sus propuestas, rememorando a Friedrich Nietzsche y a su concepto del superhombre. Sloterdijk rechaza las críticas masivas como las reacciones políticamente correctas de filósofos adormilados. E insiste en su diagnóstico. El ser humano se ha convertido en su propia mascota, dice parafraseando a Nietzsche. Es ya un ser embrutecido que no puede salir con las actuales fórmulas de formación espiritual e intelectual de un vertiginoso proceso de embrutecimiento. El humanismo ha fracasado porque alimenta la violencia frente a la que en un principio se presentó como antídoto, asegura Sloterdijk. El sueño de la reanimación del humanismo que surge después de la Primera Guerra Mundial y se alimenta artificialmente después de 1945 ha fracasado. Por ello hay que buscar otro remedio que prometa mayor efectividad y éste es, dice, la colaboración entre filosofía y científicos para crear un nuevo ser humano que responda mejor a estos ideales. Las tendencias actuales al salvajismo y la bestialización cotidiana a través de los medios hacen impensable que la solución esté precisamente en una ilustración que no se produce. Si el humanismo ha llevado a la domesticación del hombre, las nuevas técnicas de manipulación genética ofrecen la posibilidad de cultivar a un hombre que trascienda al actual. Dicho de otra forma, si la educación -la ilustración- no ha tenido los resultados apetecidos hay que recurrir, y pronto, a la selección. Como primera medida, Sloterdijk propone poner fin al "fatalismo de la natalidad" en favor de una natalidad opcional y la (sic) "selección prenatal". Y ésta habría de ser dirigida por una élite. No especifica cuál.
Sloterdijk asegura que sus tesis han sido manipuladas por sus críticos. Dice que el hombre siempre ha sido creado por las reglas de clases sociales y castas. "Todo esto también son reglas de selección y combinación. Ahora tenemos además posibilidades de optimización biotécnica".

Estamos de nuevo ante el vértigo de las soluciones drásticas al pesimismo cultural, aunque terriblemente dramatizado por la propuesta de soluciones hasta ahora impensables y hoy posibles. Va a ser difícil que la filosofía, la política y la jurisprudencia se sustraigan a este debate a medio plazo. Y será aún más difícil establecer reglas que permitan evitar unos daños genéticos físicos y negar al mismo tiempo intervenciones que influyan sobre rasgos de carácter que puedan ser dañinos para la sociedad o el individuo mismo. El debate no es, por tanto, absurdo. Pero a nadie puede extrañar que las terribles certezas de este filósofo alemán al respecto provoquen en muchos un terrible escalofrío.

"CUANDO PIENSO EN ALEMANIA"

Por HERMANN TERTSCH
El País  Viernes, 01.10.99

TRIBUNA

"Martin Walser ha sido uno de los primeros en felicitarme, lo que me ha alegrado muy especialmente". Esta frase de Günter Grass durante su conferencia de prensa tras el fallo de la Academia Sueca que le otorgaba ayer el Premio Nobel de Literatura no es una frase cortés más en el ambiente de lógica alegría que se respiraba en Lübeck durante la comparecencia del autor ante los medios. Grass nunca se ha sentido mínimamente inclinado a mayor cortesía que la que desprende con naturalidad su bonhomía. Sí era el reconocimiento a un colega, otro grande de las letras alemanas, con quien ha mantenido una tremenda polémica, casi podría decirse que reyerta intelectual, en los últimos tiempos. Y todo en torno a la idea que obsesiona a Grass sin duda más que a Walser, la idea de Alemania y del pasado. Walser se declaró poco menos que harto de la insistencia en la culpa del pasado de Alemania. Lo hizo en la Paulskirche, la iglesia de Francfort, símbolo de la Asamblea Nacional alemana, al recibir el Premio de los Libreros, el más importante de Alemania. En el mismo lugar, Grass había pronunciado un discurso diametralmente opuesto un año antes. Las diferencias entre ellos son insalvables. Su respeto mutuo, incuestionable, por implacable que fuera el intercambio de golpes y reproches. Grass acusa a Walser de defender una "normalización" imposible del pasado alemán. Imposible y dañina. Porque a Grass siempre le ha dolido Alemania. Unas veces, esta pasión le ha llevado a la ira, y otras, a cierta melancolía. En una ocasión le indujo a emigrar nada menos que a Calcuta. Pero regresó y nunca ocultó que, también rodeado del espanto de la miseria de los más miserables de la India, nunca dejó de palpitar en él aquel "Denk ich an Deutschland" ("Cuando pienso en Alemania") que formuló el poeta Heinrich Heine.
Decía ayer Walter Jens que hoy mismo todos los alemanes, incluso aquellos -posiblemente la mayoría- que desde hace años consideran a Grass un viejo chiflado cada vez que habla de política, historia o ética, se apropiarán de él como gloria propia. Probablemente sea inevitable. El canciller Gerhard Schröder dijo ayer que todos los alemanes se sienten orgullosos de su premio Nobel. Desde ayer, cabe añadir. Schröder jamás habría pedido consejo a Grass tal como hacía el canciller Willy Brandt, el político al que más ha admirado el escritor. Y es que en la Alemania actual, como recordaba ayer el propio premiado, los sesentayochistas, hoy en todos los partidos, no parecen considerar necesaria esa interacción entre políticos e intelectuales que Brandt tanto apreciaba.
Grass observa con paternal preocupación a Alemania, porque él es posiblemente el más alemán de los escritores vivos en esta lengua. A través de su vida y de su obra, de su implacable independencia de todas las corrientes, ha clamado en defensa del recuerdo y de la conciencia, últimamente con frecuencia en el desierto. El anterior premio Nobel alemán, su gran amigo Heinrich Böll, aún tuvo hasta su muerte un entorno, unos seguidores de su obra y de su persona. Grass, mucho más joven, ha tenido tiempo de ver una unificación alemana que no le gustó por esas actitudes tan alemanas como la prepotencia y la obediencia irreflexiva, que él combate desde su germanidad díscola, crítica y profundamente reflexiva. Pero añade a su discurso y a su obra un infinito espectro de percepciones del mundo que van desde lo grotesco a lo tierno, desde la ira al humor y a la ironía.

Universo

Con su talento, su mirada generosa y su inmensa energía, este hombre ya casi anciano ha forjado un universo maravilloso a partir del alma de un joven intoxicado de odio que vestía el uniforme de las juventudes hitlerianas en su Danzig natal. Los españoles pueden entrar en él gracias a un traductor, Miguel Sáenz, que merecería, de haberlo, el Premio Nobel de traducción por su Thomas Bernhard, por su nuevo Kafka y por supuesto por Günter Grass. Es una obra literaria, una vida al fin y al cabo sin concesiones. Y una persona maravillosa a la que le gusta mucho regañar a sus compatriotas. Ayer concluyó la conferencia de prensa con una reprimenda a los informadores por haber empujado y atropellado a una compañera en sus ansias por coger los mejores puestos en la sala. "Esto, comprenderán, es intolerable". A diferencia de otras muchas veces, sus compatriotas presentes le dieron la razón.

CONDUCTAS MODIFICADAS

Por HERMANN TERTSCH
El País  Jueves, 30.09.99

TRIBUNA

Las tropas internacionales bajo mando australiano han desembarcado en Timor Oriental y han podido confirmar los peores rumores sobre el salvajismo desplegado por las milicias anexionistas con la complicidad y muchas veces abierta colaboración del Ejército indonesio. No hay, ni posiblemente haya nunca, cifras exactas de las víctimas de la orgía de sangre orquestada después de que un referéndum organizado por Naciones Unidas y convocado por Yakarta como elemento clave en su calendario de democratización concluyera con el incontestable resultado de más del 78,5% a favor de la independencia con más del 98% de participación. Puede desde luego criticarse mucho la falta de previsión de la ONU por no tomar medidas preventivas ante una violencia que era previsible, aunque quizá no en las dimensiones adquiridas luego. Y hay que condenar sin duda la mala fe del Ejército indonesio, que ha armado, animado y apoyado a las milicias en vez de garantizar la seguridad tal como el Gobierno indonesio se había comprometido a ordenarle. Es más que probable que el Ejército y no sólo éste hayan querido dar una lección al presidente Habibie y demostrarle quiénes mandan realmente en aquel gran país de 200 millones de habitantes, cientos de tribus y miles de islas.
La democratización de Indonesia es por naturaleza mucho más difícil que el sometimiento por la fuerza militar de todos los pueblos que la componen. Las decenas de conflictos potenciales en el archipiélago podrían recibir un impulso no deseado por nadie si se impone la impresión de que las tropas internacionales y la ONU están en Timor Oriental para defender la independencia frente a Yakarta. No es así. Las tropas están allí, primero, para imponer una seguridad que no existía por culpa de la conducta del Ejército indonesio, y también para garantizar el respeto a los resultados de un referéndum organizado por la ONU y que ya no tiene otra salida que la independencia de Timor Oriental.
Deberían tenerlo meridianamente claro los parlamentarios indonesios que han de votar sobre la aceptación del resultado. Cualquier decisión contraria sería un paso más hacia el aislamiento de Indonesia. No hay que excluir que muchos adversarios de la democracia vean en esta escalada del conflicto una fórmula de abortar la democratización del país. Es de esperar que no se impongan.
La ONU no pudo impedir en 1975 que Indonesia ocupara Timor Este tras la salida de los portugueses, pero ahora ha podido evitar que las milicias continuaran indefinidamente sus matanzas. Y también ha anunciado ya la creación de un tribunal internacional que perseguirá a los criminales y a sus cómplices para juzgarlos. La escuela más cínica del análisis político que auguraba impunidad total para Indonesia por sus vínculos pasados y presentes con Occidente y con Estados Unidos vuelve a mostrarse como una tropa de maniqueos que tienen que forzar angustiosamente las realidades para adaptarlas a sus viejos y simplistas mecanismos de interpretación de los hechos y la historia.
La ONU ha sabido reaccionar con relativa rapidez ante lo inconcebible del horror, y las potencias han sabido hacerle entender a Yakarta que su estrategia de desprecio de tantos años lleva consigo hoy un coste imposible de asumir. Por eso ha aceptado Indonesia no sólo las tropas, sino también un tribunal que, tarde o temprano, tendrá muchas preguntas que hacer a altos mandos del Ejército indonesio. Es un gran paso adelante que no evitará todos los horrores en el futuro, pero con seguridad sí algunos.

Y es que, mal que pese a muchos, las lecciones de Kosovo y del calvario del irredento general chileno en Londres están calando poco a poco en el escenario internacional. Han modificado ya las conductas de quienes persiguen los crímenes y probablemente cambien también las de muchos que los cometen o tienen intenciones de cometerlos.

LAS VIRTUDES DE LA TRAGEDIA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Ankara, 26.09.99

La catástrofe de los terremotos puede servir de catalizador para acercar las relaciones entre Ankara y Atenas

"Los turcos, son los turcos. Han salvado al niño". Toda Grecia tiene grabada la imagen de cómo, ante las cámaras de televisión, un grupo de salvamento, llegado de Turquía a las pocas horas de producirse el terremoto en Atenas el pasado 7 de septiembre, rescataba vivo bajo toneladas de hormigón a un niño griego. La emoción general y la voz entrecortada y conmovida de la locutora eran lógicas ante aquella inesperada imagen del niño con vida cuando todo hacía pensar que estaría muerto. Pero había algo más que emoción en aquella frase "son los turcos, son los turcos", que repetía la locutora, dejando vibrar en ella una sensación de estar haciendo una revelación paradójica. ¿Por qué? Sobre todo porque los turcos en la historia moderna oficial griega no salvan a niños griegos sino que se los comen o por lo menos los secuestran. Para la Grecia moderna surgida del ya muy debilitado imperio otomano del siglo XIX, los turcos han sido el enemigo mortal cuyas desgracias eran alegrías propias y viceversa. El Estado griego se creó y creció siempre contra la Turquía otomana, aquel "hombre enfermo de Europa" como lo calificó el zar Nicolás I en 1853. Grecia estuvo siempre desde entonces en el lado de los vencedores. Con una excepción traumática aún hoy para Atenas, que fue el gravísimo error de la invasión de Asia Menor.
El error no fue sólo griego. Todos los aliados vencedores en la Primera Guerra Mundial estaban convencidos de que la decadencia del Estado otomano les daba una magnífica oportunidad para repartirse Turquía. El objetivo era hacer desaparecer al Estado turco y dejarle una mínima región pobre y sin viabilidad, una reserva en su propia tierra. Todos los aliados estaban de acuerdo pero ninguno quería embarcarse en una nueva campaña militar después de la terrible Gran Guerra. Salvo Atenas, en pleno fervor nacionalista, dispuesta a todo para imponer la idea de la Gran Grecia y dirigida por un primer ministro, Eleuterios Venizelos, un brillante estadista que no supo ver que iba a enfrentarse muy pronto, no con la decadente cúpula de la monarquía otomana, sino con uno de los grandes líderes políticos y militares que ha dado este siglo, Mustafa Kemal, después conocido en todo el mundo por el sobrenombre de Atatürk, el padre de los turcos.
Los griegos invadieron Turquía en 1920. Tres años y muchos muertos después la abandonaban derrotados por un Ejército dirigido por aquel nuevo líder decidido a crear un Estado turco fuerte, republicano y laico, con vocación de modernidad europea y dirigido de forma tan autoritaria como lo eran por entonces muchos países europeos.
De aquel fracaso surge la hostilidad de la historia griega moderna contra Turquía. De ella se han nutrido siempre los políticos griegos cuando han querido hacer patria o recurrir al enemigo exterior para ocultar sus fracasos o corruptelas. Pese a su derrota en Asia Menor, los tratados posteriores, especialmente el de Lausanne de 1923, otorgaban a Grecia (gracias a la habilidad de Venizelos y al padrinazgo de los aliados, especialmente Londres) unas condiciones tan favorables que reconvertían su derrota en una victoria diplomática. Por eso Grecia tiene la soberanía sobre un sinfín de islas que están a tiro de piedra de la costa turca. Y por eso los problemas de aguas territoriales y espacio aéreo son aún un conflicto abierto. Como decía hace unos días en Atenas Giorgios de Lastic, uno de los más brillantes analistas griegos, "nuestras relaciones fueron dictadas estando Grecia con los vencedores y Turquía con los perdedores. Por eso no es sino lógico que ésta buscara después un cambio del statu quo y Grecia se aferrara al mismo".
Y después sucedió aquello de Chipre, un caso más de la escalada de conflictos que la descolonización trajo consigo. El Sultán en Estambul, debilitado y en guerra con Rusia, le había cedido la isla a Londres a cambio de apoyo en su lucha contra Moscú. Nada más llegar los británicos, que los griegos siempre consideraron su principal aliado, se alzaron las primeras voces a favor de la Enósis, de la unión de Chipre, con tres cuartas partes de su población griega, con Grecia. Pero inicialmente eran voces del nacionalismo griego más o menos académico.
Mientras los británicos fueron los dueños, la mayoría griega y la minoría turca convivieron sin mezclarse y con creciente tensión debido a la presión integracionista del nacionalismo griego, que acabó recurriendo al terrorismo. Pronto habría de agravarse la situación con la independencia. Ésta establecía en el acuerdo de Zúrich entre Grecia y Turquía en 1959 que el país se mantendría independiente sin vínculos especiales con otro Estado y representaciones proporcionales de ambas comunidades. El presidente habría de ser el arzobispo Makarios y el vicepresidente el líder de la comunidad turca.
Sin embargo, los acontecimientos en Grecia iban a suponer una nueva amenaza para aquel frágil acuerdo. En 1967 toma el poder una junta militar en Atenas, y el discurso anexionista en Grecia y entre los grecochipriotas se intensifica. Makarios, en un principio defensor de esta unidad, pasa a defender la independencia y por tanto será un traidor para los combatientes a favor de la Enósis, de la integración en Grecia. Y el 15 de julio de 1974, la Guardia Nacional, dominada por nacionalistas griegos, da un golpe de Estado y depone a Makarios. La integración en Grecia a la que se oponían tanto los acuerdos de Zúrich como la constitución y la minoría turca era el objetivo. Cinco días más tarde, el Ejército turco desembarca en el norte del país. Y allí siguen un cuarto de siglo después.
En esta breve historia está la clave de una tensión continua entre dos Estados, Grecia y Turquía, que en realidad tienen más intereses comunes que enfrentados. Ahora, la común emoción ante las tragedias comunes puede convertirse en el catalizador que las libere del terrible lastre del pasado. "Los turcos, son los turcos, han salvado al niño" es una frase que se ha instalado en la conciencia popular griega en estos días. Al igual que los turcos en la devastada región de Izmit no dejan de repetirle al forastero que "nuestro Estado no había hecho nada aún y ya estaban aquí los griegos ayudándonos. Nunca lo olvidaremos".
El Estado turco ha alimentado durante décadas la leyenda de que los turcos no tienen otros amigos que a sí mismos y por eso deben alinearse incondicionalmente con ese Estado paternal que los protege de las perversas intenciones del exterior. Ese mito nacionalista ha quedado neutralizado, probablemente de forma definitiva, si Europa actúa con sabiduría. Como también ha quedado en desuso en Grecia la constante agitación nacionalista en contra de Turquía.
El clima es por tanto el ideal para que los políticos de ambos países tengan el coraje y el patriotismo de osar soluciones que pongan fin a esta larga historia de desencuentros.
Atenas parece decidida a dejar de ser el francotirador en la UE. Porque quiere entrar en el club del euro, porque tiene una dirección política decidida a hacer de Grecia un país que cuente no sólo con fondos estructurales sino también con el respeto político de sus socios europeos y porque la propia sociedad griega ya no responde a mensajes primarios con la alegría con que lo hacía bajo Papandreu padre o Mitsotakis. Kosta Simitis y su ministro de Asuntos Exteriores, Giorgio Papandreu, tienen otra calidad política.

Y en Ankara, la transición ha empezado en serio en el terreno político y en el económico. Ganada la batalla contra el terrorismo kurdo, parcialmente desactivada la amenaza islamista radical, nunca ha estado más expedito el camino hacia el Estado de derecho que esa democracia no ha logrado aún completar. En ambos países hay enemigos de este proceso. Pero la tragedia de los terremotos ha abierto los ojos a muchos. La reconciliación en la tragedia es una oportunidad histórica. Todo parece indicar que en Europa hay conciencia de que no puede desaprovecharse esta ocasión para que caiga el muro de hostilidad en el Egeo 10 años después del fin del muro de Berlín.