Por HERMANN TERTSCH
El País Martes,
29.09.98
TRIBUNA
Cambio político rotundo en Alemania. Cambio de era, cambio
de expectativas y prioridades, cambio de humor social incluso. Die Zeit war
reif, el tiempo, el momento estaba ya maduro para el cambio, más incluso de lo
que los institutos demoscópicos y los políticos se atrevían a creer antes del
27 de septiembre. Los resultados de las elecciones del domingo suponen un
terremoto político y no sólo para Alemania. Son espectaculares por la
rotundidad de la derrota de Helmut Kohl, por la incuestionable voluntad general
del giro a la izquierda y por las consecuencias que pueden tener a medio plazo.
Habrá de pasar aún bastante tiempo, no sólo el que requieren las negociaciones
para la formación de Gobierno, para que puedan medirse las dimensiones reales
de este cambio. Si durante la campaña no ha existido un entusiasmo en favor del
cambio parecido al que Willy Brandt logró despertar en 1969, se ha debido
posiblemente menos a falta de ganas que a un miedo difuso a que Kohl lograra de
nuevo imponerse. Ahora, cuando todo está ya decidido, se antoja insoportable la
idea de más años bajo un canciller Kohl reafirmado en la política de parálisis
de la última legislatura. Eran muchos los que desde hace tiempo pensaban que
Kohl había cometido un error de graves consecuencias -para él, pero ante todo
para su partido- con su intento de recabar apoyo popular para gobernar una
quinta legislatura. Y gran parte de ellos estaban en su entorno. El jefe del
grupo parlamentario, Wolfgang Schäuble, y el ministro de defensa, Volker Rühe,
lo sabían, pero Kohl nunca ha sido persona que aceptara consejos no pedidos y
menos en los últimos años. Así, la CDU/CSU, convertida en una asociación de
aplauso incondicional al canciller, le ha acompañado a la peor derrota de su
historia.
Al final, Kohl ha demostrado una grandeza política y humana
que sin duda no tenía cuando llegó al poder en 1982, pero que fue adquiriendo
con la satisfacción que genera la certeza de haber entrado por derecho propio
en los libros de historia. La forma en que reconoció la derrota, asumió toda la
responsablidad del fracaso y felicitó al vencedor le hacen acreedor de ese
respeto que, en el momento del ocaso político, le atestiguaron el canciller
electo y los líderes mundiales.
El nuevo canciller socialdemócrata tiene tanta ambición como
Kohl en pasadas décadas. Ideológicamente puede situársele cerca del primer
ministro británico, Tony Blair, es decir, en ningún sitio en particular. Lo que
no quiere decir que no tenga principios. Es un nieto de Willy Brandt huido
hacia posiciones más centristas. Pero tiene toda la voluntad de poder que al
SPD le ha faltado desde 1982. Y tiene literalmente hambre de hacer cosas y la
transmite. Esta desbordante vocación emprendedora ha marcado la diferencia y se
ha ganado la confianza de los alemanes.
La CDU ha entrado en una crisis que puede ser larga. Con los
resultados del domingo, la hipótesis de una gran coalición queda prácticamente
descartada. Con la fuerza del SPD y suya personal, Schröder podrá negociar un
acuerdo de coalición con Los Verdes que los comprometa a una cooperación leal y
a bloquear las posibles excentricidades de su base contra el mundo empresarial
y el mercado, así como a renunciar a toda política que ponga en cuestión los
compromisos y la fiabilidad de Alemania en el mundo. Los Verdes, que han
perdido votos, aceptarán, por sus deseos de entrar en un gobierno federal y
porque la responsabilidad de hacer fracasar esa coalición y las expectativas
creadas por ella supondría un suicidio político.
Los mercados y el mundo financiero pueden estar tranquilos.
La parálisis de la difunta coalición bajo Kohl era mucho más amenazadora para
sus intereses que un nuevo dinamismo. Con su mayoría en Bundestag y Bundesrat,
la nueva coalición puede llevar a cabo las reformas de pensiones, fiscal y
laboral en las que Kohl fracasó. Previsiblemente no diferirán mucho. Con
Schröder llega al poder en Alemania una nueva generación que ve en la Unión
Europea una institución incuestionable en la que participará con más
pragmatismo que Kohl, que la había convertido ya en peldaño metafísico de su
propia ascensión a las cumbres de la historia. Y en cuestiones como son la
solidaridad internacional o la concesión de la ciudadanía alemana a los
extranjeros que viven desde hace décadas en este país, el nuevo Gobierno puede
pronto marcar las diferencias. La nueva Alemania puede muy pronto mostrar una
cara que refleje la voluntad política de sus ciudadanos y no sólo la de sus
grandes compañías y el Bundesbank. Schröder es posiblemente menos estatalista
que muchos conservadores alemanes. Pero lo que sí queda claro con el comienzo
de la nueva era es que se han acabado los tiempos de los grandes gurús del
neoliberalismo dogmático y pararreligioso dispuestos a sacrificar a la sociedad
entera en el altar del mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario