viernes, 28 de abril de 2017

EL DRAMA Y LA FARSA

Por HERMANN TERTSCH
El País  Viernes, 14.05.99

TRIBUNA

Los adversarios de la intervención militar contra el régimen de Slobodan Milosevic son muchos y tan variados como sus motivos. En un extremo están las críticas desde la sincera preocupación, como la del gran escritor húngaro György Konrád, publicada ayer en este periódico. Y las de tantos que creen que sólo ha agravado la suerte de los kosovares y unido a los serbios a la larga lista de víctimas del drama balcánico. En el otro extremo se puede situar al escritor Peter Handke, definitivamente convertido en el Louis Ferdinand Céline del fin de siglo. Cerca de éste se encuentran todos los que sólo se han acordado de la larga tragedia de Kosovo como pretexto para cerrar filas contra su gran enemigo, que es la OTAN. O quienes, pese a sus coletillas políticamente correctas de condena a Milosevic, defienden al caudillo que encarna las esencias que añoraban algunos intelectuales desde que el Este europeo, incluidos los rusos, cometió la impertinencia de deshacerse de sus regímenes comunistas. Éstos seguirán viendo en el drama balcánico una vil conspiración del imperio yanqui del mal. Y algunos se dedican a astracanadas como presentar denuncias contra Javier Solana ante el Tribunal de La Haya. La memoria corta es imprescindible para hacer de la intervención de la OTAN, como intentan, un acto de agresión concreta para nada relacionada con las matanzas, fosas comunes, segregación racial institucionalizada y amenazas a los vecinos que han caracterizado 10 años de poder de Milosevic. Es difícil de vender la necesidad de la intervención de la OTAN. Sus derroteros inciertos, sus errores y sus imprevisiones son evidentes. Pero más lo son los éxitos de la propaganda de Milosevic, tan bien difundida por esos rebaños de cámaras de televisión que el régimen serbio pastorea a capricho. Han llevado a todas las cadenas del mundo a abrir durante cincuenta días sus telediarios con imágenes de los muertos accidentales, a falta de otras más espectaculares de sangre albanesa o de violaciones en vivo de miles de mujeres que les puedan disputar la apertura de los telediarios. Milosevic sólo "echa a los albaneses". La OTAN mata con saña. Algún día se escribirá la historia de esta voluntaria sumisión de los medios de las democracias a los dictados de un asesino.

Pero no todo son malas noticias. Porque cada día es más patente la quiebra de la muy cacareada unidad serbia en torno a Milosevic. Dos días antes de que, el 22 de diciembre de 1989, los rumanos derribaran al sátrapa de Bucarest, cualquier encuesta pública en Rumanía hubiera reflejado una unanimidad entusiasta de apoyo a Ceausescu y su ilustre mujer. Ahora, el matrimonio es otro. Pero el apoyo a la pareja es probablemente la misma. La televisión serbia ya está calificando de traidores al líder del Partido Democrático, Zoran Djindjic; al presidente de Montenegro, Milo Djukanovic, y al ex general y dirigente socialdemócrata Obradovic. Y Djindjic acaba de declarar a un diario alemán, desde Montenegro, donde parece haberse refugiado, que lo único que falta es que "pongan precio" a su cabeza. La cabeza del periodista Curuvija tenía precio desde que la mujer de Milosevic, Mirjana Markovic, lo acusó de traidor en un artículo. Lo mataron días después. Vuk Draskovic ha huido del barco. El número de desertores aumenta. Y también el número de mandos militares bajo arresto. Djindjic, Djukanovic y Obradovic ya dicen en público que la tragedia actual sólo puede terminar cuando caiga Milosevic. Como lo dicen medios oficiales en los países vecinos de Serbia. La intervención ha sido el último y único recurso que había para cortar un cáncer criminal que amenazaba a todos los Balcanes. Estamos pagando, los albaneses ante todo, los serbios también, y todos los demás implicados, no haber intervenido decididamente contra Milosevic hace más de un lustro. Ahora, sin embargo, pese a sus dotes en la supervivencia política y la colaboración que recibe del exterior, la campaña ha de seguir. Hasta que se cumplan las condiciones. Supondrá, antes o después, el fin de Milosevic. Y Serbia, con todos los Balcanes, podrá volver a respirar.

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