Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
05.06.99
TRIBUNA
Con escuchar el jueves en las diferentes emisoras de radio
en España a un ejército de avisados contertulios valorando, por supuesto antes
de conocerlos, los términos del acuerdo de paz impuesto a Slobodan Milosevic
por la comunidad internacional, se podía uno explicar muy bien por qué este
país ha tenido una de las opiniones públicas peor informadas, más histéricas y
sectarias del mundo occidental durante una crisis que, afortunadamente, parece
entrar en su recta final. Desde la derecha montaraz a la izquierda
paleocomunista, estaban todos de acuerdo en que la OTAN ha fracasado, en que
Milosevic ha "negociado" con éxito y la culpa de todo lo sucedido,
cómo no, la tiene ese foco intrínseco de perversidad que es Washington. Hay
días en que, realmente, nadie nos gana a simplezas. Unos por supina ignorancia
y otros por simular desesperadamente cierta coherencia con la retahíla de
afirmaciones gratuitas y augurios incumplidos que han formulado desde el 24 de
marzo. Lamentablemente para ellos y para Milosevic, hay un hecho perfectamente
claro, y es que el sátrapa balcánico ha capitulado ante la OTAN y de forma
incondicional. Y que esta rendición que le impone unas condiciones mucho más severas
que las que despreció en Rambouillet se la han hecho firmar un enviado de la
UE, Martti Ahtisaari, y uno de Rusia, Víktor Chernomirdin, que apoyaban todos y
cada uno de los puntos que la integran y que son casi textualmente las de la
Alianza. Milosevic se ha tenido que tragar sus palabras y tendrá que pagar, más
pronto que tarde, por sus actos. Hasta tal punto sabe el régimen de Belgrado el
auténtico alcance del acuerdo de paz que no se ha atrevido aún a hacerlo
público ante la sociedad serbia que le pasará factura por la tragedia de que es
responsable.
Por supuesto que Milosevic y su aparato político, mafioso y
militar van a intentar manipular una vez más los términos de esta capitulación.
Pero su margen de actuación es ya mínimo. Y el duro invierno al que se
enfrentan los serbios por obra y gracia de su líder anuncia convulsiones
políticas y sociales cuya consecuencia previsible es el final del régimen de
Slobo, la peor tragedia sufrida por la nación serbia desde su derrota ante el
Ejército otomano hace más de seis siglos.
Los contactos para establecer los pasos de la retirada total
de las fuerzas serbias de Kosovo han comenzado ya. Habrá que establecer otros
para el regreso de los refugiados. Queda mucho que definir y sin duda habrá una
y otra vez reveses y dificultades. No hay motivos para la euforia y sí para la
máxima concentración y coordinación del ingente esfuerzo para que las
principales víctimas de este conflicto, los albaneses kosovares, puedan volver
a sus lugares de origen y construir un futuro en el que se sientan seguros ante
cualquier hipotética amenaza del norte.
Pero el marco general está definido y no tiene vuelta atrás.
Y supone -qué le vamos a hacer, queridos tertulianos- un éxito rotundo de la
OTAN y de la comunidad internacional, pero también de todos aquellos dirigentes
que en los momentos más difíciles han mantenido la cabeza clara y presentes los
principios en que se basan las sociedades libres. Los que se alegraron de los
problemas causados por accidentes en la intervención de la Alianza y se
apresuraron a equipararlos con los crímenes sistemáticos del régimen de
Milosevic tienen un motivo más para su indignación. Lejos de dividirse, la OTAN
se ha mantenido unida y ha conseguido el apoyo de Rusia para poner fin a un
genocidio y hacer reversible la repugnante política del racismo
nacionalcomunista de Belgrado. Y Kosovo nunca volverá a depender del capricho
de Belgrado. Cuando concluya el protectorado que habrá de instaurarse en la
hasta ahora provincia serbia, este territorio puede ser una nueva república
yugoslava dentro de Yugoslavia, como la propia Serbia o Montenegro. El futuro
dirá.
Ahora comienza una nueva etapa. Concluya ésta cuando sea, en
tres meses, seis o diez: es muy improbable que Milosevic pueda sobrevivirla.
Políticamente al menos. Es posible que una condena de por vida en La Haya sea
la única alternativa que acabe quedándole para evitar compartir la suerte de
Ceausescu. Con la capitulación de Milosevic se abre una magnífica posibilidad
de regeneración democrática en todos los Balcanes y más allá de la región. Y
debería recordarse siempre como una lección de que el coste de no hacer frente
al crimen aumenta sin cesar con el paso del tiempo. Las democracias han estado,
al final, pese a sus titubeos, a la altura. La sociedad serbia lo estará cuando
examine el fracaso de su aventura, castigue a los culpables y depure sus
estructuras. Estamos en el principio de una difícil empresa. Pero estamos
también presenciando la agonía de la perversión política europea más grave
desde la caída de Berlín en 1945.
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