Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín,
19.04.99
UN NUEVO PARLAMENTO PARA ALEMANIA
La inauguración hoy de la nueva sede del Parlamento Alemán
en el histórico edificio del Reichstag de Berlín es una mera ceremonia. Pero es
sin duda una fecha simbólica a la que se recurrirá en el futuro para explicar
la historia alemana. Porque el Reichstag es un monumento emblemático como pocos
en la vida de un Estado creado pocos años antes de su construcción con la
unificación alemana bajo Bismarck y porque ha sido testigo y protagonista de
las grandes tragedias que han jalonado su existencia.
La apertura del Reichstag como sede definitiva del Bundestag
(Parlamento) simboliza el nacimiento de la nueva Alemania, de la República de
Berlín, un Estado muy distinto a la pequeña y dependiente república
representada por la aldea renana de Bonn. La nueva Alemania, surgida del fin de
la división impuesta por la guerra fría después de la Segunda Guerra Mundial, tiene
y tendrá cada vez menos que ver con las dos partes ocupadas primero y tuteladas
después por los vencedores de la guerra contra el nazismo.
Al mismo tiempo, es un Estado en el que ya no tienen ninguna
influencia las generaciones implicadas en los crímenes del nazismo ni las
siguientes, que consideraban el pasado alemán como un estigma indeleble que
condicionaba toda su política internacional.
Los alemanes del próximo milenio, que tienen desde hoy su
máxima representación parlamentaria en este edificio resurgido como todo el
país de las ruinas, están decididos a no olvidar las tragedias y los crímenes
que se cometieron en su nombre en este siglo que concluye. Pero tienen la firme
determinación de reclamar normalidad para defender sus propios intereses y pretensiones.
Y son también más conscientes de que no pueden seguir escudándose detrás de su
pasado para evitar asumir ciertas responsabilidades internacionales acordes con
su propio peso político, económico y, también, por qué no, militar.
Nacimiento de un Estado
Con el nacimiento de la República de Berlín se entierra el
Estado fundado por Konrad Adenauer, renano, católico y siempre escorado hacia
Occidente, hacia Francia y hacia Estados Unidos especialmente. Nace otro Estado
cuya capital está a cien kilómetros de la frontera polaca, con su intacto
compromiso atlantista, pero también y por primera vez en sesenta años, con
vocación de gran poder central en Europa. Que la República de Berlín ya había
nacido antes de la inauguración hoy del parlamento en el Reichstag quedó
meridianamente claro con la decisión alemana de participar con sus socios en la
Alianza Atlántica en la intervención militar en Kosovo. Difícilmente habría
podido dar este paso el anterior canciller, el democristiano Helmut Kohl,
último gran símbolo de la República de Bonn. Su sucesor, el canciller
socialdemócrata Gerhard Schröder, y su ministro de Exteriores, el verde y ex
militante de la ultraizquierda extraparlamentaria Joschka Fischer, son
plenamente representativos de esta nueva Alemania que se siente legitimada y,
aún más, obligada a dar el salto por encima de las sombras de la historia y
asumir su papel como socio en la Unión Europea y en la OTAN.
Quemado por Hitler
Con la solemne apertura del renovado Reichstag, Alemania no
quiere olvidar el pasado. Por el contrario, los representantes del pueblo se
reunirán a partir de ahora en un edificio que Hitler quemó para liquidar la
democracia en 1933 y que quedó en ruinas cuando el nazismo se desmoronó bajo la
orgía de odio y violencia que había provocado. Alemania es ya un país que, con
todos sus intereses propios, tiene buenas relaciones y aliados en todas sus
fronteras y una excelente reputación como democracia solidaria.
La resurrección del edificio del Reichstag de sus ruinas es
todo un símbolo de esta evolución magnífica que ni los más optimistas podían
soñar cuando sucumbía bajo las llamas en aquellos años trágicos de 1933 y 1945,
años que es necesario recordar para reforzar la voluntad alemana de ser un
factor decisivo de la nueva Europa libre y unida.
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