Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
11.03.99
TRIBUNA
La presencia de Richard Holbrooke, una vez más, en Belgrado,
pendulando entre el hotel Hyatt y la residencia de Slobodan Milosevic, es todo
un símbolo de la situación en que se halla de nuevo la Alianza Atlántica, y la
comunidad internacional en general, ante la crisis de los Balcanes.
El superbombero de la Administración norteamericana profiere antes y
después de los encuentros con Milosevic todo tipo de amenazas a su anfitrión
para el caso de que éste no se avenga a lo que se le exige, en este caso, que
acepte el despliegue de tropas internacionales en Kosovo. Pero éste no se
aviene, ni a la primera ni a la segunda ni a la tercera. Y las amenazas cada
vez suenan más hueras y sin sentido. "Milosevic está en rumbo hacia una
colisión con la OTAN", dijo ayer Holbrooke. ¿Antes no? Parece que ya se ha
instalado un cierto pudor en la retórica de los representantes
occidentales. Pero además de negarse de plano a lo que se le demanda desde la
OTAN con tanto ímpetu como falta de convicción, el anfitrión belgradense se
siente al parecer en la necesidad de humillar un poco más al amenazante enviado
Holbrooke. Por eso ha lanzado horas antes en la frontera de Macedonia y en el
norte de Pristina la ofensiva militar que la OTAN aseguró que impediría por
todos los medios a su alcance. Y ha comenzado a detener en controles cerca de
localidades fronterizas con Macedonia a todos los hombres adultos kosovares que
huyen con sus familias de los bombardeos. Mujeres, ancianos y niños, a pasar
frío, terror y hambre en el monte. Los hombres, a comisarías o centros de
detención, de momento. Es de esperar, por ellos ante todo, pero también por
Holbrooke y por todos los dirigentes del Grupo de Contacto y la OTAN, que los
hombres detenidos ayer no acaben como aquellos que fueron separados de sus
familias en Srebrenica hace cuatro años.
Holbrooke fue el que impuso a Milosevic el alto el
fuego de octubre pasado bajo la amenaza -siempre amenazando- de que cualquier
despliegue de nuevas fuerzas militares serbias en la región supondría una
intervención militar de la OTAN. Aquel acuerdo fue violado prácticamente de
inmediato. Pero para Milosevic debe ser casi conmovedor que Holbrooke ni
siquiera se atreva ya a recordar públicamente aquel acuerdo, ahora que los
tanques serbios no sólo se han desplegado más que nunca durante la crisis, sino
están además arrasando aldeas albanesas sin mayores contratiempos.
Si Holbrooke y los demás mediadores vuelven a irse de
Belgrado con las manos vacías, es más que probable que el castillo de
Rambouillet pueda ser alquilado la próxima semana para algún evento más
práctico que la prevista segunda ronda de conversaciones. Porque, a la vista de
este espectáculo, los albaneses que se habían declarado, no sin reservas,
dispuestos a firmar el acuerdo de paz, ya amenazan con boicotear el encuentro.
Está claro que Milosevic no tiene ningún respeto a la OTAN. Pero si la Alianza
y sus representantes no se la tienen a sí mismos, no pueden esperarla tampoco
de los otros contendientes. Así, la situación se pudre por horas y cada vez son
más las víctimas y los costes de la no intervención y de la intervención que,
al final, será necesaria.
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