Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
03.06.99
DÍAS DE FIESTA PARA LA LITERATURA
Las ruinas y la deportación en la posguerra, el muro de
Berlín, Willy Brandt arrodillado en el gueto de Varsovia o el canciller Helmut
Kohl son las imágenes que mejor simbolizan la Alemania de la segunda mitad de
este siglo. Otra, tan imprescindible, es la de este hombre grande fumando en
pipa y hablando siempre sin miedo. Es Günter Grass. Ha escrito miles de páginas
en un alemán tan bonito como directo desde que irrumpió en la literatura
alemana en 1959 con una obra posiblemente no superada, aquel Tambor de
hojalata, el reflejo del alma del niño Oskar Mazerath. Grass ha escrito siempre
sobre Alemania. Como tantos grandes de las letras y el pensamiento germano,
vive dolido el drama nacional de la obsesión por el bien y la lamentación del
mal. Desde que murió su amigo Heinrich Böll, Grass es la conciencia, a veces
iracunda, de una nación que cada vez hace menos caso a las llamadas a la
reflexión. Es un héroe anacrónico que recuerda a estos tiempos tontilocos los
compromisos de la literatura con la historia y con la vida.
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