Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
31.07.99
TRIBUNA
Va a ser difícil porque allí, en los Balcanes, y en Kosovo
especialmente ahora, todos se acuerdan de todo y piensan que jamás podrán vivir
sin definir sus conductas por lo que ha sucedido. Porque ha sido demasiado lo
que ha pasado. Son muchos los que están identificando a sus seres queridos por
los empastes molares y por algún objeto medianamente duro en cuerpos
pestilentes sin signos de identidad. Quien ahora se aterrorice por las
crueldades que albanokosovares están cometiendo, en gran parte delincuentes
comunes, crímenes intolerables, debiera recordar lo que ha pasado en los
últimos años. Los muertos de las últimas semanas son, sin duda, demasiados. Y
los detenidos por estas atrocidades, muy pocos. Pero resulta procaz comparar la
violencia de las últimas semanas desde que las fuerzas internacionales de la
Kfor están en Kosovo con la violencia organizada, genocida y bestial de los
meses anteriores. Los muertos en los Balcanes no son sólo los últimos, tan
trágicos como los primeros. Los muertos, todos, incluidos los 14 serbios de
Gracko, son el terrible testimonio del curso político en el que los Balcanes
quedaron sumidos a partir del momento históricamente tremendo que fue la caída
de los regímenes comunistas. Centroeuropa tuvo éxito.
Los Balcanes pueden tenerlo también. No hay ninguna
perspectiva más nefasta y menos justa que la que condena a la región a la
guerra y la tragedia indefinida. Ahora, en Sarajevo, símbolo de la resistencia
y también de la perversión nacionalista agresiva, se han reunido los jefes de
Estado de los países que vieron que la tragedia balcánica estaba muy cerca de
comprometer todo el futuro europeo en el umbral del siglo XXI.
Críticas justificadas
Miserias, críticas perfectamente justificadas y ataques
ideológicos aparte, está claro que Europa se ha jugado y juega su propia
estabilidad y prosperidad en una zona tan ninguneada y pertinazmente incómoda
como son los Balcanes.
Por eso precisamente, hasta los más desasistidos en su
perspectiva histórica entre los dirigentes occidentales reunidos en Sarajevo
saben que la intervención militar sólo fue un primer paso hacia la estabilidad
de la región.
El futuro en la zona está más abierto que nunca. Podemos incorporar
a la región a la bonita, aunque dura, aventura de integración europea. Podemos
dejar también que los Balcanes se vuelvan a pudrir como los cadáveres que todos
los días se encuentran entre los maizales de aquellos preciosos valles. Es lo
que está en juego.
Sin un efecto muy rápido en el bienestar, los Balcanes
volverían a estallar. Ni los albaneses ni sus vecinos han estudiado en Eton ni
conocen a Isaiah Berlin ni a san Ignacio de Loyola. Si no hacemos nosotros que
funcionen las cosas, ellos aplicarán su implacable lógica del menesteroso.
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