Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
15.05.99
NECROLÓGICAS
Ayer por la mañana, en Viena como él quería, moría el
periodista y maestro de periodistas Francisco Eguiagaray, víctima de un cáncer
y de un sistemático derroche de humanidad. Llevaba tantos años diciendo que se
moría que había hecho creer a la legión de sus amigos y discípulos que era
inmortal. Ayer nos demostró que, en eso, se había permitido engañarnos. Cuando
dejó la agencia Efe en Viena para irse a Moscú de corresponsal de Radio
Nacional -después lo sería de TVE- le dijo un médico austriaco que o se cuidaba
o duraba seis meses. Once años después volvió a Viena y descubrió que aquel
galeno se había muerto jugando al tenis. Esa anécdota la repetía tanto como
hacía repetir a las bandas de música en Budapest, Praga, Varsovia, Berlín
Oriental o Moscú su melodía favorita, la Marcha de Radetzky.
Eguiagaray, nacido en León en 1934, era doctor en Filosofía
y periodista, pero ante todo era, por vocación y por una naturaleza de
apabullante generosidad, profesor. Nada le suponía mayor placer que dar. Era
Eguiagaray un hombre que leía, aprendía, pensaba y entendía por un amor
irrefrenable por la historia -la que fue y la que siempre está siendo-, y por
ese rigor en la búsqueda del conocimiento que había adquirido muy pronto
interno en el colegio jesuita de Villafranca de los Barros. Pero ante todo por
el gozo de regalar a los demás el fruto de su profunda inteligencia y vastísima
cultura. Esto explica que fuera la cabeza de referencia, "la biblioteca
ambulante" que era su memoria prodigiosa, para los periodistas, no sólo
españoles, que han vivido e informado desde Europa central y oriental. Sus
libros Los intelectuales españoles de Carlos V, El padre Feijoo y la
filosofía de la cultura de su época, La operación Perestroika y Europa del
Este, la revolución de la libertad reflejan su inmensa versatilidad.
A veces decía que hubiera preferido ser asesor del canciller Metternich durante
el Congreso de Viena en 1815 o consejero áulico del emperador Francisco José.
Desde luego, los políticos de los últimos treinta años se habrían equivocado
mucho menos en Rusia y en el este de Europa, también en los Balcanes, si
hubieran prestado mayor atención a este hombre rebosante de humanidad y
sabiduría.
En todo caso, para los periodistas en aquella parte del
mundo que sabían escuchar y tenían intención de entender lo que acontecía
percibiendo "los latidos de la historia", Eguiagaray fue el máximo
referente que siempre buscaba contextos y brillaba en la ciencia periodística,
tan ignorada hoy, de distinguir lo anecdótico y superfluo de lo esencial y
significativo. En estos tiempos de periodismo lenguaraz y faldicorto y cultura
de solapa de libro, él se consideraba, no sin razón, un anacronismo. Incapaz de
conspirar y maniobrar, era candidato seguro a perdedor en todas las intrigas. Y
como antítesis del periodista trepador y ansioso por conseguir poder y fama
barata, tan actual como es él, era perfectamente incapaz de tener satisfacción
en reveses ajenos.
Desde su juventud como delegado del SEU y, como solía decir
él, "fascista airado de correajes", hizo un inmenso y rico trayecto
hacia la benevolencia y la magnanimidad que muchos le negaron. En estos últimos
años siguió escribiendo para Abc y para Radio Austria, en la ciudad
que quiso y conoció como muy pocos. Allí ha muerto. Como vivió, como un gran
señor cuya actitud ante el prójimo era demasiado generosa para ser emulada por
muchos. Pero muchos le debemos mucho y le damos las gracias.
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