viernes, 28 de abril de 2017

POLONIA, HUNGRÍA Y LA REPÚBLICA CHECA AFRONTAN LA CRISIS CON SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Berlín, 23.04.99

GUERRA EN YUGOSLAVIA. CUMBRE DE WASHINGTON

La cumbre del 50º aniversario de la Alianza Atlántica no va a ser la fiesta que muchos auguraban hace aún pocos meses. Los tres nuevos miembros que asisten apenas un mes después de su ingreso en la OTAN llegan al encuentro de Washington con sentimientos muy encontrados. Al ingresar en la Alianza, Polonia, Hungría y la República Checa lograron el pasado día 12 de marzo una de sus máximas aspiraciones desde que con las revoluciones democráticas de 1989, volvieron a ser Estados soberanos. Cumplieron todas las condiciones, hicieron grandes esfuerzos para modificar sus Ejércitos.
Pero la reunión de Washington ya no es una cumbre para celebrar la victoria de las democracias en la guerra fría y el reencuentro con los primeros Estados de Europa central y oriental que se incorporan a la Alianza y a su sistema de valores. Es una cumbre de trabajo para acordar los preparativos para una guerra caliente que la Alianza sabe que tiene que ganar si quiere subsistir. Los tres nuevos miembros tienen preocupaciones comunes pero también algunas bien distintas. Así, mientras en Washington se habla de preparativos para una cada vez más probable intervención terrestre, junto a la frontera de Hungría las fuerzas serbias ya se preparan para la misma y refuerzan sus defensas. Para Hungría es un grave dilema. La invasión de Kosovo desde Albania es extremadamente difícil por las barreras que supone la alta montaña y la nula infraestructura. La entrada en Kosovo de las tropas de la OTAN por Macedonia obligaría a una peligrosa operación por el estrecho valle del río Vardar y choca además con graves dificultades políticas por la fuerte oposición de gran parte de la población macedonia que si tiene que optar entre serbios y albaneses lo hará siempre por los primeros.
Para los macedonios eslavos la principal amenaza de desestabilización de su joven Estado no procede del presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, sino del crecimiento demográfico albanés y de la siempre recurrente amenaza de una Gran Albania. Casi un tercio de la población de este Estado es de etnia albanesa.

Solidaridad ortodoxa
También en otros países, como Bulgaria o Rumanía, la solidaridad ortodoxa con Serbia crea problemas a los Gobiernos, en general todos de acuerdo con que el problema de seguridad de la región se llama Slobodan Milosevic. Mientras el Parlamento rumano aprobaba ayer abrir el espacio aéreo a la OTAN, en Bulgaria se producían manifestaciones a favor del régimen serbio. De ahí que, en el caso aún improbable, pero ya no impensable, de que la OTAN intervenga en toda Serbia para acabar con el régimen de Milosevic, la entrada natural sería la Plataforma Panónica que comparte Hungría con Serbia y llega hasta la misma periferia de Belgrado. El grave problema emergente es la minoría de 350.000 húngaros que viven en la provincia septentrional de Serbia, en Voivodina, que de hecho son ya rehenes de Belgrado ante un posible conflicto. Esta minoría es la que lleva al Gobierno húngaro a descartar su presencia militar en Serbia.
Hungría ya cedió a la OTAN su espacio aéreo en octubre pasado, cuando aún no era miembro de la Alianza y por primera vez se estudiaba una ofensiva aérea contra Serbia después cancelada por los futiles acuerdos entre el enviado especial de EEUU, Richard Holbrooke y Milosevic. Pero los costes de la guerra también en materia de seguridad para los húngaros de la Voivodina se disparan. Y, sin embargo, los húngaros son con diferencia quienes más defienden la intervención armada contra Milosevic con un total del 65% de la población.
Polonia, un país que ha ingresado en la OTAN con el entusiasmo general de la población, también se manifiesta rotundamente en favor de la intervención, eso sí desde una posición más cómoda. Primero porque no tiene frontera con Yugoslavia y segundo porque tiene una continuidad territorial con la OTAN en sus fronteras con la República Checa y Alemania. Hungría es el único miembro de la OTAN que está aislado territorialmente de sus aliados. La resistencia de Austria a ingresar en la Alianza -que más de un miembro considera ya una manifiesta insolidaridad -, y el retraso de Eslovaquia, debido a los años perdidos bajo el autócrata y nacionalista Vladímir Meciar, son las principales causas de que esto sea así.

Si en Hungría y en Polonia la inmensa mayoría de la población y de la clase política se han manifestado en favor de la intervención y están dispuestos a cargar con los costes de una Alianza que les otorga la ansiada garantía de seguridad frente a posibles sobresaltos orientales resulta paradójica la división que la guerra ha creado en el seno de la República Checa. Este país, que durante años parecía el alumno aventajado en la carrera de adhesión a la OTAN y a la Unión Europea, es hoy, de los tres miembros, el más inestable políticamente, el más dubitativo económicamente y el menos constante en el terreno de la solidaridad militar ante la crisis. El presidente Václav Havel apoyó la intervención como mal menor ante la obstinación de Milosevic. Pero que el primer ministro Milos Zeman y el ex primer ministro Václav Klaus se apresuraran a criticarla fue una sorpresa que no ha sentado nada bien ni en Bruselas ni entre los nuevos compañeros de ampliación de la OTAN. La población está dividida en partes iguales a favor y en contra de la intervención.

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