Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín,
23.04.99
GUERRA EN YUGOSLAVIA. CUMBRE DE WASHINGTON
La cumbre del 50º aniversario de la Alianza Atlántica no va
a ser la fiesta que muchos auguraban hace aún pocos meses. Los tres nuevos
miembros que asisten apenas un mes después de su ingreso en la OTAN llegan al
encuentro de Washington con sentimientos muy encontrados. Al ingresar en la
Alianza, Polonia, Hungría y la República Checa lograron el pasado día 12 de
marzo una de sus máximas aspiraciones desde que con las revoluciones
democráticas de 1989, volvieron a ser Estados soberanos. Cumplieron todas las
condiciones, hicieron grandes esfuerzos para modificar sus Ejércitos.
Pero la reunión de Washington ya no es una cumbre para
celebrar la victoria de las democracias en la guerra fría y el reencuentro con
los primeros Estados de Europa central y oriental que se incorporan a la
Alianza y a su sistema de valores. Es una cumbre de trabajo para acordar los
preparativos para una guerra caliente que la Alianza sabe que tiene que ganar
si quiere subsistir. Los tres nuevos miembros tienen preocupaciones comunes
pero también algunas bien distintas. Así, mientras en Washington se habla de
preparativos para una cada vez más probable intervención terrestre, junto a la
frontera de Hungría las fuerzas serbias ya se preparan para la misma y
refuerzan sus defensas. Para Hungría es un grave dilema. La invasión de Kosovo
desde Albania es extremadamente difícil por las barreras que supone la alta
montaña y la nula infraestructura. La entrada en Kosovo de las tropas de la
OTAN por Macedonia obligaría a una peligrosa operación por el estrecho valle
del río Vardar y choca además con graves dificultades políticas por la fuerte
oposición de gran parte de la población macedonia que si tiene que optar entre
serbios y albaneses lo hará siempre por los primeros.
Para los macedonios eslavos la principal amenaza de
desestabilización de su joven Estado no procede del presidente yugoslavo,
Slobodan Milosevic, sino del crecimiento demográfico albanés y de la siempre
recurrente amenaza de una Gran Albania. Casi un tercio de la población de este
Estado es de etnia albanesa.
Solidaridad ortodoxa
También en otros países, como Bulgaria o Rumanía, la
solidaridad ortodoxa con Serbia crea problemas a los Gobiernos, en general
todos de acuerdo con que el problema de seguridad de la región se llama
Slobodan Milosevic. Mientras el Parlamento rumano aprobaba ayer abrir el espacio
aéreo a la OTAN, en Bulgaria se producían manifestaciones a favor del régimen
serbio. De ahí que, en el caso aún improbable, pero ya no impensable, de que la
OTAN intervenga en toda Serbia para acabar con el régimen de Milosevic, la
entrada natural sería la Plataforma Panónica que comparte Hungría con Serbia y
llega hasta la misma periferia de Belgrado. El grave problema emergente es la
minoría de 350.000 húngaros que viven en la provincia septentrional de Serbia,
en Voivodina, que de hecho son ya rehenes de Belgrado ante un posible
conflicto. Esta minoría es la que lleva al Gobierno húngaro a descartar su
presencia militar en Serbia.
Hungría ya cedió a la OTAN su espacio aéreo en octubre
pasado, cuando aún no era miembro de la Alianza y por primera vez se estudiaba
una ofensiva aérea contra Serbia después cancelada por los futiles acuerdos
entre el enviado especial de EEUU, Richard Holbrooke y Milosevic. Pero los
costes de la guerra también en materia de seguridad para los húngaros de la
Voivodina se disparan. Y, sin embargo, los húngaros son con diferencia quienes
más defienden la intervención armada contra Milosevic con un total del 65% de
la población.
Polonia, un país que ha ingresado en la OTAN con el
entusiasmo general de la población, también se manifiesta rotundamente en favor
de la intervención, eso sí desde una posición más cómoda. Primero porque no
tiene frontera con Yugoslavia y segundo porque tiene una continuidad
territorial con la OTAN en sus fronteras con la República Checa y Alemania.
Hungría es el único miembro de la OTAN que está aislado territorialmente de sus
aliados. La resistencia de Austria a ingresar en la Alianza -que más de un
miembro considera ya una manifiesta insolidaridad -, y el retraso de
Eslovaquia, debido a los años perdidos bajo el autócrata y nacionalista
Vladímir Meciar, son las principales causas de que esto sea así.
Si en Hungría y en Polonia la inmensa mayoría de la
población y de la clase política se han manifestado en favor de la intervención
y están dispuestos a cargar con los costes de una Alianza que les otorga la
ansiada garantía de seguridad frente a posibles sobresaltos orientales resulta
paradójica la división que la guerra ha creado en el seno de la República
Checa. Este país, que durante años parecía el alumno aventajado en la carrera
de adhesión a la OTAN y a la Unión Europea, es hoy, de los tres miembros, el
más inestable políticamente, el más dubitativo económicamente y el menos
constante en el terreno de la solidaridad militar ante la crisis. El presidente
Václav Havel apoyó la intervención como mal menor ante la obstinación de
Milosevic. Pero que el primer ministro Milos Zeman y el ex primer ministro
Václav Klaus se apresuraran a criticarla fue una sorpresa que no ha sentado
nada bien ni en Bruselas ni entre los nuevos compañeros de ampliación de la
OTAN. La población está dividida en partes iguales a favor y en contra de la
intervención.
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