domingo, 30 de abril de 2017

MILLÓN Y MEDIO DE JÓVENES BAILAN EN BERLÍN

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Berlín, 11.07.99

REPORTAJE

La Love Parade batió ayer su propia marca de participación en la gran fiesta del 'tecno'

La discoteca total alcanzó ayer su tope en Berlín. El mayor festival de música tecno en el mundo, la gran fiesta conocida como Love Parade (Desfile del Amor), logró reunir ayer en su décimo aniversario alrededor de un millón y medio de aficionados. Algo muy distinto a lo que ocurrió en su primera convocatoria, hace tan sólo 10 años, cuando la ciudad se encontraba aún dividida por el muro y sólo acudieron 150 amantes del tecno a la cita. Alemanes del este y del oeste, japoneses y valencianos, sicilianos y daneses, muchísimos jóvenes, y no tan jóvenes, parecían obedecer una consigna: prohibido enfadarse, a lo largo de la avenida del Diecisiete de Junio, donde más de cincuenta camiones servían de plataforma para la música. Había quienes presentaban claros síntomas de haber consumido las inevitables drogas de diseño vinculadas a este tipo de música, y había también organizaciones que repartían condones y unas pastillas de azúcar con el mensaje de "consume energía, no éxtasis".
"La mayor y mejor fiesta del mundo", "la discoteca total", "la gran orgía de los superlativos". Los organizadores y participantes de la Love Parade en Berlín no escatimaban calificativos ante el impresionante éxito que, de nuevo, en su décimo aniversario, fue ayer la convocatoria del mayor festival de música tecno del mundo. Según las primeras estimaciones, fueron entre 1.200.000 y 1.500.000 jóvenes y no tan jóvenes, llegados de toda Alemania y gran parte de Europa, los que se dieron cita ayer en la larga avenida del Diecisiete de Junio, eje principal del viejo y nuevo Berlín unido. El viernes ya habían comenzado a llegar a Berlín columnas de vehículos, trenes especiales y aviones repletos de ravers, entusiastas bailones discotequeros de la música que, según ellos, refleja como ninguna el espíritu del fin de milenio.
Pero fue ayer, a las dos de la tarde, con puntualidad alemana, cuando estalló la locura al ponerse en marcha, uno tras otro, desde los dos extremos de la avenida —la Puerta de Brandenburgo y la plaza de Ernst Reunter—, los más de cincuenta camiones convertidos en escenarios y en plataformas para decenas de miles de decibelios. Una inmensa masa apenas permitía avanzar a estas carrozas cargadas de altavoces y de centenares de ravers, con el pelo teñido en multicolor o la cabeza afeitada, desnudos o semivestidos, muchos con piercings en la lengua o en la cara, en el ombligo o los pezones, y adornados con boas de plumas fosforescentes o pinturas metálicas.

Prohibido enfadarse
Los invitados que bailaban desde las plataformas móviles —más privilegiados, que no más exhibicionistas que los que les acompañaban el ritmo desde el asfalto— eran, por lo general, los habituales de los grandes templos de la música tecno que participan organizadamente en la Love Parade. Algunos de Berlín, otros de diversas ciudades alemanas y también de ciudades europeas hasta hace pocos años tan lejanas como Praga o Varsovia. Los más resistentes se distribuyeron en más de sesenta grandes fiestas por toda la ciudad para seguir con el ritmo hasta la tarde del domingo.
Está claro que la Love Parade de Berlín ha logrado un éxito impresionante, y no sólo en cuanto al número de gente que logra convocar, sino con el mensaje de que está poco menos que prohibido estar enfadado. La convocatoria en nombre del amor y de la fiesta parecía haber desactivado ayer cualquier síntoma de agresividad en aquel inmenso mar de individuos, muchos de ellos nada serenos, por cierto. Esto es lo que ayer llevó a presentadores de las televisiones alemanas a hablar de un fenómeno de armonía. En todo caso, muchas de las televisiones privadas y públicas de Alemania retransmitieron en directo la totalidad de la fiesta, pese a la reconocida poca variación de la música tecno y las escasas incidencias que se pueden esperar del espectáculo de centenares de miles de jóvenes bailando lo mismo todo el rato.
Berlineses de todos los rincones, alemanes del Este y del Oeste, japoneses y valencianos, sicilianos y daneses, muchísimos jóvenes de todos los antiguos Estados comunistas del este de Europa, pobres y ricos, derechas e izquierdas, habían estado llegando durante toda la mañana en una interminable marea humana de color y de decibelios a la cita en aquella gran avenida que durante todo el siglo XX ha sido escenario de las grandes manifestaciones multitudinarias de la revolución proletaria de 1919 y del nazismo hasta 1945. La Love Parade (el desfile del amor) es ya un fenómeno social, según muchos de sus artífices, tanto o más que aquellas citas reivindicativas. A los partidos políticos no les ha pasado inadvertido, y hasta los jóvenes cristianodemócratas de la Junge Union y las Juventudes Liberales, los yuppies prototípicos de la sociedad alemana, estaban ayer en el desfile, con menos plumas, desnudos y alusiones gestuales a la fornicación que los grupos más coloristas del omnipresente movimiento gay.

Poca intervención policial
La policía de Berlín, que con la Love Parade tiene ya una fecha fija para su mayor despliegue anual, mantuvo durante todo el día una presencia masiva y evidente, aunque discreta, en el gran bosque urbano del Tiergarten, que se extiende a ambos lados de la avenida del Dieciesiete de Junio. Tan discreta como parecía ser el consumo de las inevitables drogas de diseño, vinculadas habitualmente a este tipo de música.
Algunas organizaciones repartían, además de condones y tapones para los oídos, unas pastillas de azúcar con el mensaje "Consume energía, no éxtasis". Algunos de los muchos que no parecían hacer caso a estos consejos y tenían ya al mediodía un aspecto más bien perjudicado se adornaban con unos cartelitos de "Drogas, no", al parecer, distribuidos por la Iglesia. Esta tampoco quiso estar ausente de una fiesta cuyo lema es el amor. Otro de los carteles colocados en las farolas a lo largo del recorrido rezaba: "Dios también es amor. Más información, en cualquier iglesia católica".

Centenares de médicos y enfermeros hacían guardia a lo largo del recorrido. Sus intervenciones a última hora se habían limitado a colapsos por calor y agotamiento, excesos en el consumo de drogas y alguna herida de poca importancia.

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