Por HERMANN TERTSCH
El País, Adapasari,
23.09.99
El terremoto del 17 de agosto ha terminado con el
recelo hacia el exterior
"Gracias, hermanos griegos, por vuestra generosa
ayuda". Este lema ha surgido en pancartas en campos de fútbol, ha adornado
casas en muchas ciudades turcas y, más extraño aún, abierto las ediciones de
los periódicos de Estambul y Ankara después del terrible terremoto del pasado
17 de agosto. Si en Grecia se ha notado un profundo cambio en la opinión
pública respecto de las relaciones con su vecino, tradicional enemigo, y sin
embargo aliado en la OTAN, en Turquía la emoción despertada por la rápida ayuda
griega a los damnificados del seísmo ha sido espectacular. Antes de que reaccionaran
las propias instituciones, equipos de salvamento griegos estaban volcados en
ayudar a la desesperada población turca afectada, a liberar a supervivientes de
su cautiverio bajo toneladas de escombro. Fueron 45 segundos de un violento
seísmo de entre 7,4 y 7,8 grados en la escala de Richter que pasarán a la
historia como una de las mayores catástrofes sufridas por Turquía en el siglo,
la peor si se excluyen las guerras. Pero también es probable que se recuerde
como un inmenso paso de la sociedad para emanciparse de la tutela permanente y
obsesiva del omnipresente Estado fundado hace 76 años por Mustafá Kemal,
Atatürk, cuyo sobrenombre quiere decir, no por casualidad, "padre de los
turcos".
El gran estadista que fue Atatürk, fiel a su tiempo, el del
estatalismo autoritario de los años veinte, ferozmente modernizador y enemigo
de toda influencia religiosa en la vida pública, nunca hubiera podido imaginar
que, 60 años después de su muerte, su imagen fuera un ídolo cuasirreligioso que
distintos sectores del Estado cultivan como argumento en contra de la
modernización y en defensa de sus privilegios.
Pero el padre Estado, que durante tanto tiempo se ha erigido
en heredero de su fundador, el "padre de los turcos", ha resultado
ser muy descuidado, como ha podido comprobar la ciudadanía después de la
catástrofe. Ejército, burocracia y aparato en general venían diciendo a los
turcos que nadie fuera les quiere, "que los turcos sólo tienen a los
turcos por amigos", como dice Mehmet Alí Kislali, un veterano periodista
de Ankara con muchos contactos entre las fuerzas militares y los servicios de
información.
Como muy tarde el 18 de agosto, los turcos se han dado
cuenta de que ni el padre Estado es tan protector ni el mundo exterior tan
hostil. El Estado no ha sabido aplicar las leyes de construcción en un país
sobre una gran falla y por ello más susceptible a sufrir terremotos que casi
cualquier otro país del mundo. Ha permitido el abuso y la corrupción
sistemática, que ahora, como pocas veces, tiene un reflejo en cifras de víctimas
mortales, heridos y damnificados. Y el supuesto enemigo externo ha ayudado como
nadie esperaba. "El terremoto ha demolido también el chovinismo
turco", dice el exembajador Cem Duna. "El país ha llegado a lo que
podíamos llamar la masa crítica. La sociedad va muy por delante del aparato. El
Estado ya no puede seguir con la retórica huera de tantos años. Ha de tomar
decisiones y pronto. No sé si serán buenas o malas, pero sí que tendrá que
tomarlas".
Todos coinciden en que el punto de inflexión no está en el
terremoto, sino en la detención del líder del grupo terrorista kurdo Partido de
los Trabajadores del Kurdistán (PKK) Abdalá Ocalan a principios de año. Ahora,
los terremotos han creado un ambiente general favorable a una política que ya
había comenzado a funcionar. El alivio que supuso para Turquía aquella
detención, que desde entonces ha creado una situación de mínima conflictividad
en el sureste turco, y la muy difícil situación que supuso para Grecia por su
más que obvia colaboración con el líder del PKK, redujeron recelos en Ankara y
forzaron un cambio en un Gobierno griego cuya máxima prioridad es la entrada en
el euro. Para ello tiene que ahorrar, en dinero y en conflictos.
En Turquía, mientras, los cuatro meses de Gobierno de Bulent
Ecevit han sorprendido por su ingente labor legislativa de reformas económicas
y ha cambiado algunas de las leyes más absurdas que suponían una inmensa carga
para el Estado. Así, ha quedado derogada la ley de pensiones que permitía
jubilarse a los trabajadores con 20 años de trabajo. Multitudes de pensionistas
de poco más de cuarenta años, que, por supuesto, seguían trabajando sin cotizar
y cobrando su pensión, habían creado una situación insostenible.
Han sido pasos con coraje político por parte del Gobierno de
coalición. Ahora le toca el turno, dicen diplomáticos y empresarios, como el
presidente de la patronal Tusiad, Erkut Yükaoglu, a las asignaturas pendientes
en la política interior como exterior.
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