Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País Sábado,
16.10.99
Günter Grass deja de lado la literatura en Francfort y habla
de las energías renovables
La Feria del Libro de Francfort hizo ayer una leve concesión
a la espectacularidad con la presencia simultánea de Tom Wolfe, el legendario
autor de La hoguera de las vanidades, que presentaba su nuevo y monumental
libro, Todo un hombre, y la llegada del esperado premio Nobel Günter Grass,
preocupado en denunciar problemas medioambientales. Wolfe hizo un despliegue de
sus dotes de seductor para conquistar a la prensa alemana y no dudó en afirmar
que su nueva obra representa "el futuro de la novela".
Günter Grass habló ayer mucho menos de literatura que de los
problemas energéticos del mundo y de la falta de fe en el futuro de los
políticos, científicos y el gran capital. Incluso hubo algún momento de cierta
excitación ante la posibilidad de que Grass se topara en la sala de literatura
alemana con su enemigo declarado, Marcel Reich-Ranicki, el gran buda de la
crítica literaria alemana, que acudía a firmar su libro de memorias, esperado,
comentado y temido como todo lo que escribe su pluma, mil veces calificada de viperina.
No hubo incidentes entre los dos grandes adversarios de la literatura alemana
contemporánea. Wolfe, por su parte, con mucho menor interés por los problemas
globales de la humanidad que Grass, se dedicó, bien protegido por sus editores
de la casa Kindler, a desplegar su indudable encanto burlón con los medios
alemanes, porque es, al fin y al cabo, la edición alemana la que ha venido a
vender. Venía de Berlín, donde ya había comenzado la promoción desde su muy
lógico cuartel general, en el célebre hotel Adlon, incendiado por el Ejército
Rojo en 1945 y reconstruido en lujoso art déco después de la caída del muro.
El futuro de la novela
Nunca ha sido tímido Wolfe, en su inevitable traje blanco.
Tampoco modesto cuando asegura a la prensa alemana que su nuevo libro, Todo un
hombre, es ni más ni menos que el "futuro de la novela". Ya está
trabajando en su nueva obra, que, según asegura, no tardará en llegar tanto
como ésta. Será una novela con escenario en un campus universitario.
Si Grass dice que la novela moriría al dejar de ser
subversiva, Wolfe dice que la novela puede morir de aburrimiento, de falta de
sangre, y, desde luego, no por la competencia de las tecnologías modernas. La
letra impresa es superior a todos los otros medios, según Wolfe, al cine y a la
televisión, a la radio y a Internet, porque sólo el lector puede introducirse
en la mente de otro ser humano y experimentar pensamientos y sentimientos
ajenos, vivir en el mundo del otro. Cuando Harriet Beecher Stowe llevó a sus
lectores blancos a ver el mundo con los sentidos de un negro en La cabaña del
tío Tom había sonado la hora final para el esclavismo. Por eso también, según
Wolfe, el libro más importante de los últimos 80 años ha sido Un día en la vida
de Iván Denissovich, del escritor ruso Alexandr Solzhenitsin, porque hace ver a
través de los ojos de un prisionero el mundo de los campos de trabajo
soviéticos.
Mientras Wolfe promocionaba con exquisitez su obra, de cerca
de mil páginas, y Grass defendía, con el premio Nobel alternativo Hermann Scheer,
las energías renovables, los agentes literarios, un fenómeno relativamente
nuevo que ha asaltado el mercado y tiene aún muy confusas a las editoriales,
seguían ayer con su actividad febril y presencia multitudinaria. El pabellón de
que disponen en la feria es un hervidero en el que se trabaja, se negocia, se
especula y se intoxica con cada vez mayor profesionalidad.
En los pabellones de literatura alemana, muy concurridos, se
percibe, sin embargo, una atmósfera muy relajada, como si todo lo realmente importante
en lo que a derechos y proyectos se refiere se hubiera hecho ya antes de la
feria y los anuncios sobre novedades que se producen estos días en Francfort
fueran más anuncios que novedades. Muy distinto es el ambiente en el pabellón
de literatura anglosajona, donde sí está claro que el ejército de jóvenes
vendedores y compradores, con aires de implacables agentes de Bolsa de la City
londinense o de La hoguera de las vanidades descrita por el ilustre visitante,
trabajan con el frenesí del que piensa que le va la vida en ello.
En todos los pabellones se ha notado la concentración de
empresas editoriales y la fagocitación de los pequeños. Más posiblemente, en el
francés y en los anglosajones. Pero los alemanes están pendientes, obsesionados
cabe decir, con la amenaza del levantamiento de la unidad de precios de los
libros que muchos se temen que la Comisión Europea va a decretar tarde o
temprano. Mientras en algunos países existen posiciones enfrentadas al
respecto, en Alemania el consenso es, al menos públicamente, total. Grass y el
Gremio de Editores, pero también grandes grupos que con libertad de precios
podrían fácilmente estrangular a los pequeños competidores, se manifiestan en
contra de las supuestas intenciones del comisario responsable de Competencia en
Bruselas, Monti, al que públicamente todavía elogian en comparación con su
antecesor, Van Miert, pero al que consideran en realidad tan peligroso como
aquél. El libro no está en peligro de extinción, en eso están de acuerdo todos:
Wolfe, Grass, los editores y el propio Monti. Pero muchos piensan que la
liberalización de los precios de los libros mataría a muchos de los que hoy
viven de y para ellos.
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