Por HERMANN TERTSCH
El País, Budapest,
16.04.99
GUERRA EN YUGOSLAVIA. POLÍTICA Y DIPLOMACIA
Paradojas de la historia. Son muchos los húngaros que se
acuerdan de cuando el nombre de su vecino del sur, Yugoslavia, era sinónimo de
libertad y tolerancia. En los duros años del estalinismo, en Budapest se
ahorcaba a la disidencia, comunista o demócrata, bajo la terrible acusación de
titoísmo y de mantener relaciones con Belgrado. Budapest, Praga y Varsovia eran
calabozos comparados con Belgrado. Por Yugoslavia había una puerta entreabierta
a la libertad, al debate y a la inteligencia. Hoy, diez años después de la
caída del muro de Berlín, Hungría, la República Checa y Polonia son tres
Estados homologados con las democracias occidentales mientras la capital serbia
se halla sumida en el oscurantismo, el miedo, el odio y el racismo. Mientras
Budapest es una ciudad abierta al mundo, pujante y libre de los fantasmas del
pasado, Belgrado es rehén de Slobodan Milosevic, la mayor tragedia sufrida por
el pueblo serbio en siglos.
En Hungría crece la economía (un 5% este año), se celebran
congresos, llegan inversores y no queda compañía multinacional que se precie
por instalarse. Los comunistas son una olvidada secta extraparlamentaria. Los
ultranacionalistas de Istvan Csurka, muy civilizados si se comparan con las
huestes de Milosevic o Seselj, son 14 en el Parlamento y nadie les hace mayor
caso. El irredentismo húngaro ha quedado sumido en el pasado en una sociedad
que se ha abierto a la tolerancia y al futuro.
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