Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
30.09.99
TRIBUNA
Las tropas internacionales bajo mando australiano han
desembarcado en Timor Oriental y han podido confirmar los peores rumores sobre
el salvajismo desplegado por las milicias anexionistas con la complicidad y
muchas veces abierta colaboración del Ejército indonesio. No hay, ni
posiblemente haya nunca, cifras exactas de las víctimas de la orgía de sangre
orquestada después de que un referéndum organizado por Naciones Unidas y
convocado por Yakarta como elemento clave en su calendario de democratización
concluyera con el incontestable resultado de más del 78,5% a favor de la
independencia con más del 98% de participación. Puede desde luego criticarse
mucho la falta de previsión de la ONU por no tomar medidas preventivas ante una
violencia que era previsible, aunque quizá no en las dimensiones adquiridas
luego. Y hay que condenar sin duda la mala fe del Ejército indonesio, que ha
armado, animado y apoyado a las milicias en vez de garantizar la seguridad tal
como el Gobierno indonesio se había comprometido a ordenarle. Es más que
probable que el Ejército y no sólo éste hayan querido dar una lección al
presidente Habibie y demostrarle quiénes mandan realmente en aquel gran país de
200 millones de habitantes, cientos de tribus y miles de islas.
La democratización de Indonesia es por naturaleza mucho más
difícil que el sometimiento por la fuerza militar de todos los pueblos que la
componen. Las decenas de conflictos potenciales en el archipiélago podrían
recibir un impulso no deseado por nadie si se impone la impresión de que las
tropas internacionales y la ONU están en Timor Oriental para defender la
independencia frente a Yakarta. No es así. Las tropas están allí, primero, para
imponer una seguridad que no existía por culpa de la conducta del Ejército
indonesio, y también para garantizar el respeto a los resultados de un
referéndum organizado por la ONU y que ya no tiene otra salida que la
independencia de Timor Oriental.
Deberían tenerlo meridianamente claro los parlamentarios
indonesios que han de votar sobre la aceptación del resultado. Cualquier
decisión contraria sería un paso más hacia el aislamiento de Indonesia. No hay
que excluir que muchos adversarios de la democracia vean en esta escalada del
conflicto una fórmula de abortar la democratización del país. Es de esperar que
no se impongan.
La ONU no pudo impedir en 1975 que Indonesia ocupara Timor
Este tras la salida de los portugueses, pero ahora ha podido evitar que las
milicias continuaran indefinidamente sus matanzas. Y también ha anunciado ya la
creación de un tribunal internacional que perseguirá a los criminales y a sus
cómplices para juzgarlos. La escuela más cínica del análisis político que
auguraba impunidad total para Indonesia por sus vínculos pasados y presentes
con Occidente y con Estados Unidos vuelve a mostrarse como una tropa de
maniqueos que tienen que forzar angustiosamente las realidades para adaptarlas
a sus viejos y simplistas mecanismos de interpretación de los hechos y la
historia.
La ONU ha sabido reaccionar con relativa rapidez ante lo
inconcebible del horror, y las potencias han sabido hacerle entender a Yakarta
que su estrategia de desprecio de tantos años lleva consigo hoy un coste
imposible de asumir. Por eso ha aceptado Indonesia no sólo las tropas, sino
también un tribunal que, tarde o temprano, tendrá muchas preguntas que hacer a
altos mandos del Ejército indonesio. Es un gran paso adelante que no evitará
todos los horrores en el futuro, pero con seguridad sí algunos.
Y es que, mal que pese a muchos, las lecciones de Kosovo y
del calvario del irredento general chileno en Londres están calando poco a poco
en el escenario internacional. Han modificado ya las conductas de quienes
persiguen los crímenes y probablemente cambien también las de muchos que los
cometen o tienen intenciones de cometerlos.
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