Por HERMANN TERTSCH
El País, Atenas,
17.09.99
La solidaridad por las catástrofes en ambos países crea un
clima insólito entre dos enemigos históricos
"Nuestro terremoto, señor, fue el 17 de agosto", dice
muy segura una ateniense. Al recordarle que aquel día el seísmo se produjo en
Turquía y el habido en Atenas fue posterior, respondía ayer: "Tiene usted
razón, aquí fue el 7 de septiembre, pero aquél también fue nuestro
terremoto". No hace uno en Atenas sino encontrarse en estos días con
muestras similares de solidaridad hacia quien ha sido durante generaciones el
enemigo natural de su patria. Hasta el arzobispo Christodoulos, que hace apenas
unos meses hablaba de los turcos como "la barbarie asiática", reza
ahora por "la amistad entre dos pueblos que se quieren". No había
ocurrido nunca desde que Grecia arrebató a Turquía su independencia en 1823.
Entre los griegos, los terremotos que en las pasadas semanas han sacudido a
ambos países, con millares de víctimas mortales en Turquía y decenas en la
región de Atenas, han levantado una inmensa e insólita oleada de solidaridad
hacia los vecinos orientales que los políticos ya no pueden ignorar. Y por
primera vez en décadas, se percibe en Atenas la esperanza de que puede estar a
punto de entrar en vías de solución el largo y complejo conflicto que enfrenta
a estos dos países, paradójicamente aliados en la OTAN y a punto de entrar en
guerra varias veces, la última hace tan sólo tres años.
Ayer volvió a Atenas de Ankara una delegación griega que ha
negociado con sus interlocutores turcos diversos aspectos de colaboración
regional, entre ellos la cooperación policial y antiterrorista. Parece un paso
pequeño pero no lo es si se recuerda que hasta hace unos meses estos dos países
se acusaban mutuamente de alimentar el terrorismo. El jueves pasado se había
producido una reunión similar en Atenas, en la que se estudió la cooperación en
materia medioambiental, cultural y de turismo. Y poco antes Atenas había
anunciado que dejarían de bloquear en la Unión Europea la aceptación de la
candidatura de ingreso de Turquía, así como las ayudas y créditos suaves para
afrontar las terribles consecuencias del terremoto del 17 de agosto.
Pero hay mucho más, según insisten los interlocutores en
Atenas. Por primera vez existe una constelación política y un clima que no
impiden e incluso propician cambios cualitativos en las relaciones de estos dos
países que podrían adquirir una importancia histórica para la cohesión y
seguridad en Europa, el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Es por ello
extremadamente urgente que los socios de ambos, la Unión Europea y Estados
Unidos, hagan todo lo posible por aprovechar este impulso. El primer ministro
turco, Bulent Ecevit, viajará próximamente a Washington, donde le serán
recordadas sin duda todas las posibilidades que se le abren a Turquía si
acomete unas reformas que el propio pueblo turco está exigiendo con renovada
fuerza desde el terremoto. Los turcos han visto claramente ahora que su gran problema
no son los supuestos o reales enemigos exteriores, sino un Estado autoritario,
esclerótico, corrupto e ineficaz. Un Estado al que además, tras el arresto del
líder kurdo Abdulá Ocalan y la consiguiente caída de intensidad del conflicto
kurdo se le está agotando el pretexto del conflicto del sureste para mantener
un virtual Estado de excepción que impide las reformas hacia un Estado de
derecho real.
Durante su estancia en Nueva York en la Asamblea Anual de
Naciones Unidas, Ecevit se entrevistará con el primer ministro griego, Costas
Simitis. En Grecia, el cambio de clima viene cristalizando desde meses antes de
los terremotos. El cambio de ministro de Asuntos Exteriores con el relevo de
Theodor Pangalos por Giorgio Papandreu es un cambio de talante y estilo, pero
también una adecuación considerable a los intentos de Costas Simitis de lograr
llegar al punto de inflexión en las relaciones greco-turcas. Un cambio de
Ankara en su política inmovilista en Chipre abriría muchas puertas en diversos
frentes a Turquía. Despejaría las dificultades para el ingreso de la isla en la
UE al tiempo que neutralizaría los argumentos de los principales adversarios de
dar a Ankara el estatuto de candidato al ingreso que, aunque el plazo de
admisión quedara inevitablemente indefinido, supondría un impulso serio a la
integración europea.
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