Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
18.07.98
TRIBUNA
Muy pocas personas en este fin de siglo combinan con tanta
brillantez, valentía, honradez, lucidez y libertad radical como Adam Michnik.
Muy pocos tan inteligentes son a la vez tan generosos con su talento y tan
implacables en la disección de las realidades. Por eso es todos los años un
lujo compartir con él una semana en los cursos de verano de la Universidad del
País Vasco, cita a la que no ha fallado nunca en los últimos diez años. El año
pasado fue testigo entusiasmado del levantamiento popular contra los asesinos
de Miguel Ángel Blanco. Este año ha asistido al incendio de la sede de la
cadena SER, un día después de que un juez considerara tener por fin las pruebas
necesarias para emprender acciones contra el diario Egin por su
implicación estelar en la trama criminal de ETA y su entorno. Precisamente de
venganza ha hablado Michnik este año en el curso de la Asociación de
Periodistas Europeos. De la venganza que no ha habido. Ha hablado del triunfo
de la razón y el civismo y de la derrota de la cultura de la venganza en
Centroeuropa. El fracaso de los voceros del odio y el resentimiento ha sido
rotundo en Polonia y en Hungría, en la República Checa y en Eslovaquia. Cuando
se van a cumplir diez años de la caída del muro se puede ya extraer una
conclusión de la evolución de estos cuatro países de Mitteleuropa y es que
aquellas sociedades han sabido negarse a toda tentación de hacer del odio y del
mito un motor de movilización social.
Pese a todos los agravios sufridos y su pasado plagado de
terror y resentimiento, con mayor o menor éxito en las soluciones para
construir unas sociedades libres y prósperas, con todos sus problemas
económicos y sociales, con sus problemas étnicos y de minorías, todos estos
países son hoy estados de derecho en los que nadie contempla la posibilidad de
recurrir a la violencia por motivos políticos y nadie la toleraría.
Aquí, sin embargo, parecen evaporarse los últimos vestigios
de un consenso que hizo posible una transición por la que fuimos ejemplo para
los países centroeuropeos. El respeto a las leyes y la confianza en la justicia
son minados a diario sobre todo por quienes más deberían defenderlos.
Dirigentes de partidos democráticos parecen pedir que se ignoren las leyes para
no irritar a quienes tienen como objetivo declarado el destruirlas. No parece
muy lógico que el cierre de una marisquería por traficar con heroína acabe
siendo tachado de ofensiva contra los langostinos. Ni que un padre de la Constitución
abogue por negociar con quienes sólo tienen la autoridad que les confieren sus
cientos de víctimas y su voluntad de asesinar a conciudadanos. Ni que un
dibujante nos eche a todos la culpa de que un grupo de asesinos matara a Miguel
Ángel Blanco el pasado año.
Pero así estamos. Michnik vuelve a Donosti a hablar del
milagro que ha sido una evolución impensable hace diez años. Cuatro países han
recuperado su soberanía y dignidad y todos han decidido construir sociedades
normales en las que los individuos puedan buscar su felicidad personal en
libertad. En todos ellos han acallado a quienes querían enfrentarlos, a quienes
querían utilizar la mitología para generar odio y movilizar los peores
instintos. Muchos más tenían que escucharle aquí en Euskadi. No ya los
asesinos, fuera del alcance de cualquier discurso. Sino aquellos que inventando
el pasado intoxican el presente y quieren condenar el futuro.
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