Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
27.05.99
TRIBUNA
La histeria de las pasadas semanas parece, al menos de
momento, superada en la OTAN. Aunque siga prevaleciendo en la opinión pública
de algunos países, entre ellos el nuestro, agitada como está por los éxitos
propagandísticos del régimen de Milosevic que tan obsequiosamente difunden los
medios de comunicación invitados especiales en Belgrado. Atrás parece quedar
por fin la competencia entre algunos líderes occidentales por sacarse de la
mano la propuesta más compasiva con el régimen serbio. A estas alturas de la
tragedia, los llamamientos a la suspensión de los bombardeos para que Milosevic
pueda "meditar" o "mostrar su buena fe" sólo pueden
explicarse como iniciativas populistas y oportunistas o demostración palmaria
de incapacidad de entendimiento. Toda suspensión de los ataques sería un regalo
a Milosevic, que presentaría esta medida como un triunfo y la utilizaría,
además, para reagrupar sus fuerzas en Kosovo, cada vez más aisladas,
desarboladas y desmoralizadas. Es decir, sería la perfecta iniciativa para
prolongar la guerra y el drama. Después de semanas de titubeos parece, por
tanto, de nuevo instaurada la certeza de que los bombardeos continuarán hasta
que Milosevic acepte todas las condiciones, y especialmente la retirada de sus
tropas y bandas paramilitares y el retorno de todos los refugiados bajo la
protección de una fuerza internacional liderada por la Alianza Atlántica. Por
desgracia, no todos los crímenes cometidos por el régimen de Belgrado son
reparables. De los que no lo son -muertes, torturas, violaciones- habrá de
ocuparse el Tribunal Internacional. Pero aquellos que lo son, como la
deportación de casi un millón de seres humanos, han de repararse por la fuerza,
y la comunidad internacional es consciente de que debe comenzar a hacerlo antes
de que llegue el duro invierno balcánico. El regreso de los kosovares a sus
hogares debe comenzar antes de las primeras nieves, aunque también allí se vean
obligados inicialmente a vivir en tiendas de campaña.
De ahí la intensificación de los bombardeos y la
proliferación de nuevos objetivos. De ahí el anuncio de la casi triplicación de
fuerzas terrestres a desplegarse en Albania y Macedonia que acaba de ser
anunciada. Y de ahí también la evacuación de los refugiados de las zonas más
cercanas y expuestas a lo largo de la frontera con Kosovo. Las diferencias
manifiestas entre diversos aliados sobre la posibilidad o necesidad de una
intervención terrestre van lentamente convirtiéndose en una mera cuestión
semántica. Porque si Milosevic no se aviene en las próximas semanas a la
entrada de estas tropas internacionales en Kosovo, muy pronto puede que tenga
que tolerarla sin capacidad de resistencia alguna sobre el terreno. La intervención
terrestre se produciría así sin aprobación explícita de Belgrado pero en un
entorno "libre de hostilidades" por la impotencia de las fuerzas
serbias a combatir en Kosovo más allá de alguna escaramuza.
Porque la división interna de la OTAN y la unidad incondicional
de los serbios en la defensa de Kosovo, que tanto auguraban los adversarios de
la intervención, han demostrado ser hipótesis falsas ambas. En Serbia ya sólo
hablan de lucha hasta el final los voceros del régimen y los criminales de
guerra como Arkan, precisamente aquellos que a lo largo de los 10 años de
conflicto en los Balcanes han demostrado ser mucho más duchos en matar mujeres,
ancianos y niños que en combatir contra un ejército medianamente serio.
Por supuesto que siempre será mejor que Milosevic acate las
condiciones, convencido por Víktor Chernomirdin o cualquier otro mediador.
Ahorraría en todo caso vidas y la prolongación del sufrimiento de todos. Pero
cada vez es menos necesario. La población serbia puede seguir cabalgando sobre
el nacionalismo. Pero no quiere morir por Kosovo. Y menos por Milosevic. Éste
lo sabe. Cada día que pasa son más los serbios que quieren que sea él quien
pague por la desgracia en que los ha sumido. Milosevic aún puede ceder algo.
Pero pronto sólo le quedará capitular. Se le acaba el tiempo.
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