Por HERMANN TERTSCH
El País, Berlín,
20.04.99
La inmensa pasarela espiral que ha ideado el arquitecto
Norman Foster para el interior de la cúpula de espejos y cristal del nuevo
Reichstag hubiera sido tan impensable en el edificio original como el
fascinante espectáculo que la misma brinda al visitante. Desde el balcón de la
historia de nuestro siglo que es el nuevo y viejo Reichstag ahora reabierto, se
observa la magnífica visión del renacimiento de la capital de una gran potencia
en un paisaje donde hace muy pocos años sólo se veían ruinas, escombreras en
tierra fronteriza y de nadie, el vergonzoso muro de hormigón, torres de vigías
y alambres de espino.
El gran edificio construido por Paul Wallot entre 1884 y
1894 estaba destinado a ser la sede del Parlamento del nuevo imperio alemán
constituido gracias al genio militar y político de Otto von Bismarck después de
la victoria sobre Francia y la unificación de los reinos y principados
alemanes, más o menos forzosa pero acorde al espíritu de los tiempos. El
emperador Guillermo I puso la primera piedra en 1884 y muy pronto se enfadó al
comprobar que la cúpula del Parlamento superaba en siete metros la altura del
tejado del palacio imperial. No le gustaban las ostentaciones del poder
popular.
Lo inauguró en 1894 Guillermo II, quien, en privado, lo
llamó la Casa de monos imperial (Reichsaffenhaus). El desprecio imperial al
Parlamento no se debía sólo a cuestiones arquitectónicas. Hasta que el
emperador no se vio en la necesidad de buscar una reconciliación con su pueblo,
tardía e inútil, en plena Guerra Mundial en 1915, no permitió que se instalara
sobre la entrada principal el lema que la domina y dedica el edificio: Dem
deutschen Volke (Al pueblo alemán). Las letras, fundidas de cañones de
campañas napoleónicas, fueron un obsequio al pueblo alemán de la familia de
industriales Loevy, judíos a los que el patriotismo no salvó de las cámaras de
gas nazis años más tarde.
Odio y dinamita
El odio del emperador al edificio no era irracional. En
1919, el socialdemócrata Phillip Scheidemann proclamaba desde un balcón del
mismo la República. También los nazis volcarían en los años siguientes su odio
sobre este edificio. Goebbels siempre dijo que sólo acudirían al mismo para dinamitarlo.
Y en 1933 lo incendiaron para acusar a los comunistas y socialdemócratas e
imponer un estado de excepción que pronto sería de terror absoluto y no dejaría
de existir hasta su derrota final en 1945. Y en ese año en que Alemania estaba
en ruinas, el Reichstag ardía de nuevo y unos soldados soviéticos se
encaramaban el 2 de mayo a una de sus torres laterales para colocar la bandera
con la hoz y el martillo. Hoy, el Reichstag es un edificio con grandes
cristaleras que evocan la transparencia de la democracia pero que mantiene en
sus pasillos interiores las inscripciones, ingenuas, entusiastas, melancólicas,
hechas por los soldados soviéticos que lo tomaron en su día, saltando por
encima de cadáveres víctimas del fanatismo propio o ajeno.
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