viernes, 28 de abril de 2017

UNA VISIÓN DE LA HISTORIA DEL SIGLO XX

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Berlín, 20.04.99

La inmensa pasarela espiral que ha ideado el arquitecto Norman Foster para el interior de la cúpula de espejos y cristal del nuevo Reichstag hubiera sido tan impensable en el edificio original como el fascinante espectáculo que la misma brinda al visitante. Desde el balcón de la historia de nuestro siglo que es el nuevo y viejo Reichstag ahora reabierto, se observa la magnífica visión del renacimiento de la capital de una gran potencia en un paisaje donde hace muy pocos años sólo se veían ruinas, escombreras en tierra fronteriza y de nadie, el vergonzoso muro de hormigón, torres de vigías y alambres de espino.
El gran edificio construido por Paul Wallot entre 1884 y 1894 estaba destinado a ser la sede del Parlamento del nuevo imperio alemán constituido gracias al genio militar y político de Otto von Bismarck después de la victoria sobre Francia y la unificación de los reinos y principados alemanes, más o menos forzosa pero acorde al espíritu de los tiempos. El emperador Guillermo I puso la primera piedra en 1884 y muy pronto se enfadó al comprobar que la cúpula del Parlamento superaba en siete metros la altura del tejado del palacio imperial. No le gustaban las ostentaciones del poder popular.
Lo inauguró en 1894 Guillermo II, quien, en privado, lo llamó la Casa de monos imperial (Reichsaffenhaus). El desprecio imperial al Parlamento no se debía sólo a cuestiones arquitectónicas. Hasta que el emperador no se vio en la necesidad de buscar una reconciliación con su pueblo, tardía e inútil, en plena Guerra Mundial en 1915, no permitió que se instalara sobre la entrada principal el lema que la domina y dedica el edificio: Dem deutschen Volke (Al pueblo alemán). Las letras, fundidas de cañones de campañas napoleónicas, fueron un obsequio al pueblo alemán de la familia de industriales Loevy, judíos a los que el patriotismo no salvó de las cámaras de gas nazis años más tarde.

Odio y dinamita

El odio del emperador al edificio no era irracional. En 1919, el socialdemócrata Phillip Scheidemann proclamaba desde un balcón del mismo la República. También los nazis volcarían en los años siguientes su odio sobre este edificio. Goebbels siempre dijo que sólo acudirían al mismo para dinamitarlo. Y en 1933 lo incendiaron para acusar a los comunistas y socialdemócratas e imponer un estado de excepción que pronto sería de terror absoluto y no dejaría de existir hasta su derrota final en 1945. Y en ese año en que Alemania estaba en ruinas, el Reichstag ardía de nuevo y unos soldados soviéticos se encaramaban el 2 de mayo a una de sus torres laterales para colocar la bandera con la hoz y el martillo. Hoy, el Reichstag es un edificio con grandes cristaleras que evocan la transparencia de la democracia pero que mantiene en sus pasillos interiores las inscripciones, ingenuas, entusiastas, melancólicas, hechas por los soldados soviéticos que lo tomaron en su día, saltando por encima de cadáveres víctimas del fanatismo propio o ajeno.

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