Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
09.07.99
TRIBUNA
Nunca en sus 75 años de Historia ha tenido la Turquía
moderna la oportunidad que ahora se le brinda de zanjar sus mayores cuitas
históricas. Llega además en el momento en que más se necesita, en el que la
parálisis en la creación de un Estado de derecho, acorde con la democracia
parlamentaria existente, amenaza con forzar un conflicto de culturas que podría
desestabilizar a este gran país y a Oriente Próximo, y poner en peligro la
seguridad europea. La detención de Ocalan hace unos meses, de forma harto
rocambolesca y con ayuda apenas disimulada de diversos servicios de información
extranjeros, supone ni más ni menos que Ankara ha ganado la guerra contra la
insurgencia kurda en el sureste de Anatolia. Seguirá habiendo muertos en la
región. Porque los grupos armados kurdos sólo tenían a Ocalan como punto de
referencia y pronto estarán enzarzados en luchas más o menos tribales. Y porque
la guerra ha favorecido la creación en el seno del aparato del Estado turco de
grupos político-mafioso-militares que saquean los presupuestos nacionales por
medio del conflicto y han creado zonas sin otra ley que sus intereses en el
tráfico de heroína, en la extorsión y el lavado de dinero de todo un sinfín de
oscurísimos negocios.
Son muchos los políticos y funcionarios turcos que deben su
procaz opulencia a esta guerra que tantos miles de muertos ha causado en los
últimos años. Desde alguna exprimera ministra hasta jueces, oficiales e
industriales.
Pero son muchos, y es de esperar que se impongan, aquellos
que creen en que Ocalan en la cárcel puede imponerse la conversión real desde
el terrorismo sanguinario que ha sido la divisa del Partido de los Trabajadores
kurdo al político negociador que se convierta en un factor de moderación entre
los kurdos. La guerra en el sureste ha sido en los últimos años el principal
lastre económico del Estado, pero, más grave aún, se ha convertido en el mayor
obstáculo para la evolución de Turquía hacia un Estado respetuoso con los
derechos humanos y homologable con las democracias europeas.
Los enemigos de la sociedad abierta y las libertades han
hecho de esta guerra de baja intensidad el principal pretexto para mantener
leyes y prácticas del Estado absolutamente intolerables en un país con
legítimas aspiraciones para adherirse a la Unión Europea. Por eso y pese a toda
la agitación de un nacionalismo turco creciente, y fomentado involuntariamente
por el desdén de Bruselas, parece razonable pensar que Ocalan, condenado a
muerte, no será ejecutado y servirá a Ankara para buscar una solución mediada
de la espantosa sangría del sureste.
El final del conflicto no será, por supuesto, inmediato.
Pero si en aquella región se logran unas mínimas cotas de normalización y se liquida
así el protagonismo del Ejército y de los grupos paramilitares o somatenes
auspiciados y financiados por clanes mafiosos locales y de Ankara, las fuerzas
democráticas, también las kurdas, tendrán mayores márgenes para impulsar la
imprescindible democratización y limpieza de un Estado que ha quedado en su
desarrollo ya muy por detrás de la sociedad turca.
La oportunidad es grande y la necesidad de aprovecharla aún
más. Turquía no debe perderla. Hace ahora falta que sus líderes tengan la
visión, la sabiduría y la destreza en llevarla a buen fin.
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