Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Francfort
El País Lunes,
18.10.99
FERIA DEL LIBRO DE FRANCFORT
El historiador expresa su esperanza en el futuro al recibir
el Premio de la Paz de los libreros alemanes
"Estamos al final del siglo más cruel de la historia de
Europa. Y un pasado semejante no pasa. Está presente en todos nuestros países,
pero especialmente en Alemania. Por eso tienen razón quienes advierten contra
los peligros de la desmemoria. Lo que es necesaria es la responsabilidad,
reforzada por el conocimiento de los errores y crímenes del pasado. Porque el
pasado es el que nos demuestra que el curso de la historia siempre está
abierto, que lo forjan los hombres. La creencia en el determinismo histórico es
un error peligroso". Con su profunda visión del pasado europeo, y
especialmente alemán, el historiador Fritz Stern hizo ayer un canto a la
esperanza en el futuro en su discurso al recibir el Premio de la Paz de los
libreros alemanes, el máximo galardón intelectual que se otorga en Alemania.
Su conmovedora alocución fue interrumpida varias veces por
los aplausos de los asistentes al acto en la histórica iglesia de la
Paulskirche, primera sede de la Asamblea Nacional alemana durante los
turbulentos tiempos de la revolución de 1848. Fue una intensa disertación sobre
el papel de la historia en la conciencia del hombre y una firme defensa de la
necesidad de la memoria frente a quienes claman, como hizo en una muy controvertida
intervención en aquel mismo escenario el escritor alemán Martin Walser,
premiado el año pasado, por que se imponga el punto final a la retrospección
permanente de los crímenes nazis y se comience a considerar el pasado alemán
como uno que en poco o nada difiere de los demás. El discurso de Walser fue
interpretado por muchos, entre otros por su amigo el premio Nobel Günter Grass,
como un intento desesperado de trivializar los crímenes del nazismo. Como era
de esperar, Stern, en un precioso alemán de preguerra con levísimo acento
anglosajón, hizo ayer todo lo contrario, en una bella defensa de los logros
alemanes del último medio siglo, primero con la implantación sólida de la
democracia en el Oeste y después con la unificación. Fritz Stern ha dedicado
toda su vida de profesor e historiador en la Universidad norteamericana de
Columbia a investigar el pasado de Alemania y Europa, y buscar así, como
reconoció ayer, una explicación a su propia historia vivida, a la emigración
que, con 12 años, en 1938, tuvo que emprender con sus padres para huir del
nazismo. Nacido en 1926 en la ciudad alemana de Breslau, hoy la polaca Wroclaw,
la familia de judíos asimilados y convertidos al protestantismo dos
generaciones antes tuvo la inmensa suerte o lucidez, o ambas cosas a un tiempo,
de percibir el peligro y emigrar a un país totalmente extraño, cuyo idioma no
conocían. Era Estados Unidos. Ayer recordó cómo recibían, recién llegados,
cartas de amigos y familiares que les informaban de las detenciones y
deportaciones hasta que se hizo el silencio, porque todos fueron,
inexorablemente, acabando en los campos de exterminio.
Su ópera magna es, sin duda, el libro Oro y acero, que
estudia las relaciones entre el canciller de hierro y artífice de la unidad
alemana en la segunda mitad del siglo pasado, Otto von Bismarck, y su banquero
judío Gerson Bleichröder. Pero Fritz Stern, un hombre afable que combina su
inmensa erudición con una imponente generosidad y comprensión de las
debilidades del ser humano en situaciones históricas extremas, ha escrito
decenas de libros y un sinfín de ensayos sobre la Alemania decimonónica, sobre
la República de Weimar y su trágico fin, sobre el nazismo y el nuevo papel de
Alemania en Europa. Frente a esos historiadores normalmente jóvenes que se
erigen en justicieros y condenan globalmente desde sus cómodas biografías a
quienes vivieron aquellos tiempos, Stern siempre intenta entrar en el mundo que
es objeto de su estudio no para justificar, sino simplemente para entender.
Ayer citó a Primo Levi, que relataba en su libro Es eso un ser humano cómo en
su transporte en vagones de ganado hacia Auschwitz y casi muerto de sed vio que
tenía al alcance de la mano un carámbano de hielo. Apenas lo había agarrado y,
cuando se disponía a saciar la sed chupándolo, un guardia se lo arrebató de las
manos de un golpe. "¿Por qué?", preguntó Levi en su desesperación.
"Aquí no hay porqués", le respondió su carcelero. Ese "aquí no
hay porqués" es el desprecio de todo lo humano, el exterminio verbal, dijo
ayer Stern. El por qué es la frase existencial, la que todo hombre hace a su
dios o a su destino. Si se le prohíbe la frase, si se niega la respuesta, se le
certifica al hombre su no existencia, su falta absoluta de derechos. Ese
rechazo al por qué es la expresión auténtica del totalitarismo, la negación de
la civilización occidental.
Ante el jefe de Estado, Johannes Rau, y numerosos ministros
y autoridades alemanas, Fritz Stern advirtió de que Alemania ha de asumir un
papel de gran responsabilidad en el mundo como principal potencia europea y que
Estados Unidos no podrá indefinidamente desempeñar ese papel como hizo en los
Balcanes. Esa guerra fue, según el historiador, "la primera que no se hizo
por egoísmos nacionales ni intereses económicos, sino por decisión de una
alianza de democracias de no seguir tolerando una brutal inhumanidad". Sin
embargo, también recordó que, durante casi una década, las democracias
estuvieron mirando hacia otro lado y que eso es lo que habían hecho la mayoría
de los alemanes mientras los nazis exterminaban a los judíos y a los
disidentes.
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