Por HERMANN TERTSCH
El País Viernes,
01.10.99
TRIBUNA
"Martin Walser ha sido uno de los primeros en
felicitarme, lo que me ha alegrado muy especialmente". Esta frase de
Günter Grass durante su conferencia de prensa tras el fallo de la Academia
Sueca que le otorgaba ayer el Premio Nobel de Literatura no es una frase cortés
más en el ambiente de lógica alegría que se respiraba en Lübeck durante la
comparecencia del autor ante los medios. Grass nunca se ha sentido mínimamente
inclinado a mayor cortesía que la que desprende con naturalidad su bonhomía. Sí
era el reconocimiento a un colega, otro grande de las letras alemanas, con
quien ha mantenido una tremenda polémica, casi podría decirse que reyerta
intelectual, en los últimos tiempos. Y todo en torno a la idea que obsesiona a
Grass sin duda más que a Walser, la idea de Alemania y del pasado. Walser se
declaró poco menos que harto de la insistencia en la culpa del pasado de
Alemania. Lo hizo en la Paulskirche, la iglesia de Francfort, símbolo de la
Asamblea Nacional alemana, al recibir el Premio de los Libreros, el más
importante de Alemania. En el mismo lugar, Grass había pronunciado un discurso
diametralmente opuesto un año antes. Las diferencias entre ellos son insalvables.
Su respeto mutuo, incuestionable, por implacable que fuera el intercambio de
golpes y reproches. Grass acusa a Walser de defender una
"normalización" imposible del pasado alemán. Imposible y
dañina. Porque a Grass siempre le ha dolido Alemania. Unas veces, esta pasión le
ha llevado a la ira, y otras, a cierta melancolía. En una ocasión le indujo a
emigrar nada menos que a Calcuta. Pero regresó y nunca ocultó que, también
rodeado del espanto de la miseria de los más miserables de la India, nunca dejó
de palpitar en él aquel "Denk ich an Deutschland" ("Cuando
pienso en Alemania") que formuló el poeta Heinrich Heine.
Decía ayer Walter Jens que hoy mismo todos los alemanes,
incluso aquellos -posiblemente la mayoría- que desde hace años consideran a
Grass un viejo chiflado cada vez que habla de política, historia o ética, se
apropiarán de él como gloria propia. Probablemente sea inevitable. El canciller
Gerhard Schröder dijo ayer que todos los alemanes se sienten orgullosos de su
premio Nobel. Desde ayer, cabe añadir. Schröder jamás habría pedido consejo a
Grass tal como hacía el canciller Willy Brandt, el político al que más ha
admirado el escritor. Y es que en la Alemania actual, como recordaba ayer el
propio premiado, los sesentayochistas, hoy en todos los partidos, no parecen
considerar necesaria esa interacción entre políticos e intelectuales que Brandt
tanto apreciaba.
Grass observa con paternal preocupación a Alemania, porque
él es posiblemente el más alemán de los escritores vivos en esta lengua. A
través de su vida y de su obra, de su implacable independencia de todas las
corrientes, ha clamado en defensa del recuerdo y de la conciencia, últimamente
con frecuencia en el desierto. El anterior premio Nobel alemán, su gran amigo
Heinrich Böll, aún tuvo hasta su muerte un entorno, unos seguidores de su obra
y de su persona. Grass, mucho más joven, ha tenido tiempo de ver una
unificación alemana que no le gustó por esas actitudes tan alemanas como la
prepotencia y la obediencia irreflexiva, que él combate desde su germanidad
díscola, crítica y profundamente reflexiva. Pero añade a su discurso y a su
obra un infinito espectro de percepciones del mundo que van desde lo grotesco a
lo tierno, desde la ira al humor y a la ironía.
Universo
Con su talento, su mirada generosa y su inmensa energía,
este hombre ya casi anciano ha forjado un universo maravilloso a partir del
alma de un joven intoxicado de odio que vestía el uniforme de las juventudes
hitlerianas en su Danzig natal. Los españoles pueden entrar en él gracias a un
traductor, Miguel Sáenz, que merecería, de haberlo, el Premio Nobel de
traducción por su Thomas Bernhard, por su nuevo Kafka y por supuesto por Günter
Grass. Es una obra literaria, una vida al fin y al cabo sin concesiones. Y una
persona maravillosa a la que le gusta mucho regañar a sus compatriotas. Ayer
concluyó la conferencia de prensa con una reprimenda a los informadores por
haber empujado y atropellado a una compañera en sus ansias por coger los
mejores puestos en la sala. "Esto, comprenderán, es intolerable". A
diferencia de otras muchas veces, sus compatriotas presentes le dieron la
razón.
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