Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Wiscoyol (Guatemala)
El País Viernes,
20.11.98
Un pueblo de Guatemala se recupera de los devastadores
efectos del huracán 'Mitch' gracias a la ayuda española
El alcalde de la mísera aldea de Wiscoyol, o de lo que de
ella dejaron las inundaciones provocadas por el huracán Mitch, recibe a
las dos esperadas visitas con sendos agradecimientos y una súplica. "Damos
gracias a Dios por estar vivos y a los señores europeos por su generosa ayuda.
Como sabemos que a los señores europeos no les sobra, pero tampoco les falta,
les pedimos nos ayuden a pagar la deuda de 100.000 quetzales que tenemos de
nuestro plan de traer luz eléctrica a la comunidad". Las visitas que
escuchan en silencio son Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz, y Emma
Bonino, la comisaria europea de la que depende la acción humanitaria. Aquí el
agua no bajó en torrentes desde las montañas como sucedió en otros lugares de
Guatemala, Honduras o Nicaragua. Aquí, simplemente, comenzó a subir hasta
cubrir los techos de paja de las diminutas chozas de una sola habitación, en
las que sin excepción viven familias numerosas. El agua ha bajado. Tan sólo
quedan grandes charcas en los campos en los que se pudre la cosecha de maíz, el
principal alimento de la población, y de frutas destinadas a la exportación.
Parte de las chozas han aguantado, otras no. El agua se ha llevado la tierra y
los cimientos de las pocas construcciones de ladrillo existentes y de los
caminos.
Los daños no son espectaculares como los habidos en los
poblados construidos en los barrancos en torno a las ciudades. Pero aquí
"el desastre comenzará en serio dentro de unos meses, cuando todos se
hayan olvidado de la tragedia" decía Bonino. "Me da un miedo tremendo
a que se imponga en el mundo la impresión de que la situación se
normaliza".
La cosecha está destruida, y aunque los pobres campesinos de
la aldea tuvieran alguna semilla, no podrían sembrar nada, pues la tierra ha
quedado enfangada en toda la zona. Cuando se les acabe lo poco que tienen es
cuando Wiscoyol puede comenzar a pasar hambre. En silencio y sin cámaras de
televisión ante las que pedir se mantenga la ayuda.
Primeros casos de cólera
Pero de momento, Wiscoyol ha tenido suerte. La Cruz Roja
Española, en cooperación con la de Guatemala, está realizando aquí una de sus
primeras operaciones de distribución de la ayuda familiar de urgencia. Hace ya
algunos días, miembros de la organización realizaron en este pueblo un censo y
ahora entregan un saco a cada familia inscrita. Contiene 50 libras de maseca (harina
de maíz), 12 de azúcar, 30 de frijoles y de arroz, lejía para potabilizar el
agua, jabón, aceite, un compuesto nutritivo llamado Incaparina, que sirve de
sustitutivo de la leche para los niños, y una gran garrafa. La población hace
cola paciente, resignadamente, ante los camiones de los voluntarios españoles y
ante un improvisado ambulatorio que dirige un médico cubano. Ya se han
producido en la zona casos de cólera. Lo extraño, a la vista de la situación
sanitaria, es que no haya muchos más. Las charcas de aguas fecales, repletas de
mosquitos, se extienden desde el suelo de barro de las chozas hasta las aguas
estancadas en las que beben los animales que sobrevivieron a la inundación. El
calor y la humedad son sofocantes. Los pozos están contaminados sin excepción.
"Aunque le echemos cloro, viene muy contaminada,
señores, muy contaminada", dice el alcalde. ¿Que cómo se las arreglan
entonces? "Como podemos, aguantando. Con paciencia".
Las mujeres, que son las que guardan cola, saludan a
Rigoberta Menchú, a Emma Bonino y a los "señores europeos" que han
llegado desde la ciudad de Guatemala en dos helicópteros a comprobar su
calamitoso estado. Es muy evidente que a la premio Nobel de la Paz y líder
indígena guatemalteca no le sorprende en absoluto la situación de sus
compatriotas. Ella sabe mucho de miseria, de violencia y de injusticia y de la
relación directa entre estas tres omnipresentes condiciones.
Les anima a "no resignar". De momento se trata de
sobrevivir y evitar que las enfermedades hagan mayores estragos. Después hay
que afrontar la reconstrucción. Pero no para reconstruir todo como estaba.
Porque hay poco que merezca la pena ser reconstruido.
En muchos sitios, dice la comisaria europea, los puentes
habrán de hacerse en otros puntos, porque los ríos han cambiado su cauce. Poco
sentido tiene también reconstruir las chozas en las que malviven en los
barrancos de los suburbios centenares de miles de personas. Con la próxima
lluvia torrencial volverían a desaparecer.
Pero habría que ir más lejos aún, dicen las dos ilustres
visitantes. Hay que intentar utilizar esta tragedia para afrontar las causas
mismas que obligan a la población sin tierra, trabajo ni recursos a hacinarse
en aquellos empinados barrancos de miseria y muerte. Para plantearse una forma
de desarrollo que no pase por una deforestación sistemática que acelere la
formación de torrentes en cuanto empiece a llover intensamente, algo que en el
trópico es inevitable.
Así, casi inevitablemente, la cuestión humanitaria y la
ayuda exterior a las víctimas de la catástrofe se convierte en cuestión
política. En un problema de prioridades para combatir la pobreza.
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