Por HERMANN TERTSCH
El País Jueves,
17.06.99
TRIBUNA
La retirada de las tropas serbias se produce sin mayores
contratiempos por el momento, y el despliegue de las fuerzas de la OTAN no se
está topando con mayores dificultades que algún incidente aislado. Rusia
llegará a un acuerdo con la Alianza para resolver la situación creada por la
rocambolesca entrada de un pequeño grupo de soldados rusos en el aeropuerto de
Pristina. Nadie quiere ignorar el amor propio de Moscú, negarle un consuelo ni
recursos para desactivar la propaganda de los enemigos de la democracia en
Rusia. Pero todos están de acuerdo en que una zona de control exclusivo ruso
llevaría a la división de Kosovo. Los Balcanes, en tal caso, volverían a arder
en Kosovo, Bosnia, Macedonia o Montenegro. Y todo parece indicar que europeos,
americanos y rusos tienen la firme decisión de que esta guerra sea la última en
la región. Están de acuerdo en que no se puede permitir allí otro conflicto
armado. Los costes son excesivos y el riesgo inasumible. La construcción de la
paz y la estabilidad en los Balcanes ha entrado ya en una nueva fase. La
inevitable y muy comprensible huida de los serbios de Kosovo por miedo a
represalias es una tragedia más por la que Slobodan Milosevic deberá responder.
La Iglesia ortodoxa, por desgracia tanto tiempo callada ante
las atrocidades cometidas en nombre del pueblo serbio, se ha pronunciado ya
contra Milosevic. Muy tarde, desde luego. Pero es un primer paso en el camino
de la sociedad serbia para integrarse de nuevo en la comunidad internacional.
En las próximas semanas y meses serán previsiblemente muchos más los pasos que
se den en este sentido. Los funcionarios del aparato político, policial y
mafioso de Belgrado comenzarán muy pronto a dudar si les compensa la defensa a
ultranza de Milosevic y sus cómplices. Comienzan tiempos duros para los
beneficiarios del aparato de extorsión, robo, pillaje e intoxicación que
Milosevic ha alimentado durante estos 12 últimos años. Las turbulencias
políticas van a ser violentas en Belgrado. Quizá sangrientas. Pero su único
final posible es la desaparición del líder supremo y su camarilla.
Cuando esto suceda, la comunidad occidental tiene que tener
ya bien definido el nuevo orden balcánico que, paradójicamente, vendrá a
parecerse mucho al de la confederación balcánica que el líder comunista búlgaro
Georgi Dimitrov propuso en su día a Stalin para neutralizar los conflictos
étnicos en la región. La caída de Milosevic es la condición pendiente para
poner en marcha un amplio plan para crear un espacio común, comercial primero,
político después. Las fronteras que los pueblos yugoslavos erigieron para
defenderse de Milosevic perderán vigencia cuando su amenaza desaparezca. Los
países vecinos saben de los beneficios de esa apertura regional que les
facilita el acceso a Europa occidental.
El primer paso en este proyecto es la imposición de un
protectorado internacional en Kosovo, ya en marcha. Pero también Albania
quedará en la práctica bajo control y protección internacional. Y, en buena
medida, Macedonia. Ambos Estados necesitan una ayuda masiva que no van a poder
administrar por sí mismos. Orden público, lucha contra las mafias y
relanzamiento económico serán, en gran medida, responsabilidad de la Unión Europea
y Estados Unidos.
Europa debe ser consciente de que si no asume el liderazgo
en la construcción de esa base de bienestar y esperanza, no debiera llorar
después si el sur de los Balcanes se convierte en una base permanente de
Estados Unidos. El desmantelamiento paulatino de las fronteras en los Balcanes
es la única forma de evitar que vuelvan a ser motivo de enfrentamiento. Costará
mucho dinero y la permanente presencia occidental en la región durante
generaciones, militar, policial, administrativa y económica. Pero que nadie
dude de que toda alternativa es más cara.
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