Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
23.09.98
CRÍTICA
Doce días tan sólo después de rememorar el 25º aniversario
del golpe militar del general Augusto Pinochet en Santiago de Chile y toda la
villanía por él desatada, hemos de recordar otra fecha, hace también un cuarto
de siglo y triste asimismo, que es la muerte de Pablo Neruda, uno de los
máximos poetas de este siglo. Neruda murió en Santiago el 23 de septiembre de
1973, a los 69 años, como si hubiera decidido abandonar este mundo asqueado de
la infamia que le rodeaba y no compartir ni el suelo patrio con quienes se
habían levantado en armas contra la voluntad de la mayoría de sus
conciudadanos. Con este motivo, Canal + le dedica un homenaje (22.00) en forma
de documental, con guión y dirección del chileno Antonio Skármeta. Neftalí
Reyes Basoalto, que ya a los 16 años adoptó el nombre que le haría universal,
en honor del autor checo Jan Neruda, fue un hombre extraordinario, además de un
genio de la poesía. Por ello es muy difícil penetrar en su vida, sus
sentimientos y su creación si no es por el medio por él mismo elegido -y en
parte creado- para abrirse ventanas en el alma, es decir, por sus poemas, por
su literatura.
A quienes no tuvimos la inmensa suerte de conocerle, como hombre,
diplomático, intelectual, comunista y poeta, de Neruda sólo nos queda, ni más
ni menos, que su poesía. Y sólo en ella podemos adivinar e intuir los rasgos de
una personalidad tan rica y contradictoria como la de este testigo activo y
conmovido de la historia, amigo de las mujeres y enamorado del amor y la
melancolía.
Skármeta ha debido ser consciente de ello porque el poemario
está bien presente en el documental en bellos ejemplos de sus versos cantados
por diferentes autores. E intenta, quizás con menor éxito, demostrar la
vigencia general de la obra del gran poeta chileno con escenificaciones muy
forzadas de españoles y chilenos recitando mal que bien sus versos. El hilo
conductor de toda la película, el viaje desde Chile del propio Skármeta a España
para visitar al dibujante y escultor Pepe Yagüez en Molina del Segura, en
Murcia, es sin duda una buena idea. Y mejor aún la evocación del propio Yagüez
del poeta como el mítico Minotauro, potente, sensual y misterioso. Las miradas
a la caja del pasado son bellas en las más de las ocasiones, forzadas en
algunas y algunas veces muy prescindibles.
Pero las excursiones surrealistas de Skármeta con su cabeza
de toro acaban haciéndole una faena al autor del documental y al homenaje
mismo. !!Ay¡¡ Como sucede a menudo el director y guionista parece haber ido
encandilándose con su propia presencia en la obra y haber perdido la
perspectiva del guión en general. Y su identificación con el maestro llega a
veces tan lejos que seguramente el maestro se hubiera sentido molesto. Porque
Skármeta no recita como Neruda ni mucho menos, y a veces parece olvidarlo. Y
sus amigables, en parte puros monólogos, frente al lapidario escultor murciano
son tan irrelevantes como superficiales y oscilan siempre entre la solemnidad y
el chascarrillo. Es muy cuestionable que el Pablo Neruda del Canto general se
hubiera sentido cómodo ante tanta afectación.
Dadas las bellas imágenes que muestra de Isla Negra y otras
estaciones de la vida del poeta es una pena que Skármeta no haya recurrido más
veces al archivo y menos a su presencia y a diálogos fantasmagóricos con
mujeres de Neruda, como Delia y Matilde Urrutia. Así podría haber contado más
sobre la vida del recordado, de sus relaciones literarias, de sus memorias, de
su compromiso con la España republicana y su mensaje conmovedor al recoger el
Premio Nobel y pedir "ardiente paciencia" para "conquistar la
espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres".
El documental es digno de verse porque Neruda siempre es digno de ser
recordado. Lamentablemente, no siempre se utilizan las ocasiones a fondo.
Tampoco esta vez.
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