jueves, 27 de abril de 2017

LOS VOTANTES DEL ESTE TIENEN LA DECISIÓN

Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Rostock
El País  Sábado, 26.09.98

ELECCIONES EN ALEMANIA

"Nosotros, nosotros, entre nosotros". Es difícil mantener una conversación con alemanes orientales en la que no salga en varias ocasiones este "nosotros". Cuando lo usan no se refieren a los alemanes en general, se refieren a ellos, a los alemanes del Este, a los maltratados, a los que en el resto del país se denomina con el eufemismo de "habitantes de los nuevos Estados federados". Son los 15 millones de antiguos súbditos del régimen comunista de Erich Honecker. La suerte de las elecciones y el futuro político de Alemania se decide en el este alemán.
Hace casi una década desde que celebraron entusiasmados la caída del muro y después la reunificación alemana. Sus expectativas eran grandiosas y los políticos de Bonn las alimentaron en beneficio propio. Desde entonces han sufrido muchos desengaños, muchas frustraciones y la continuada y humillante sensación de ser alemanes de segunda clase. Pero ante las elecciones federales que se celebran mañana han vuelto a ser cortejados por todos los partidos políticos porque, según todas las previsiones, serán ellos quienes decidan quién formará el nuevo Gobierno de Alemania. Cuando vivían bajo el régimen comunista, en un Estado diferente y enfrentado al de la mayoría de sus compatriotas, se consideraban ante todo alemanes. Ahora, según las últimas encuestas, hasta un 70% se declara primero alemán oriental y después alemán. Este porcentaje casi se ha doblado en los últimos cuatro años. De la exaltación pangermánica se ha pasado a la mitificación de un pasado de supuesta fraternidad, calor social y protección. No añoran el régimen comunista, pero el desengaño y tantas ilusiones desvanecidas han creado un profundo malestar hacia los wessis, hacia los alemanes occidentales.
Las reacciones son diversas. Gran parte de los jóvenes, se calculó que más de un tercio, ha volcado su frustración sobre la partitocracia corrupta y los extranjeros y se halla ya, al menos, en la órbita del neonazismo. Cuando el 26 de abril de este año, un 12,9% de los electores del Estado de Sajonia-Anhalt votaron al partido neonazi DVU, el presidente de dicho Estado, el socialdemócrata Reinhard Höppner lo dijo muy claro: "En el Este los relojes marcan otra hora". Voten lo que voten, los alemanes orientales lo harán con un talante muy distinto que sus compatriotas occidentales. En el Este no hay la lealtad de voto, la vinculación que se ha forjado entre sectores del electorado y los grandes partidos democráticos. Por eso la fluctuación de los electores será, según todos los indicios, mucho mayor que en el Oeste. Salvo el 20%, que previsiblemente votará al comunista PDS y que equivale más o menos al porcentaje de miembros del partido único SED que había en la RDA, el voto en el Este puede dar grandes sorpresas.
En el Este todos los acontecimientos políticos se perciben de forma muy distinta al Oeste. En el Estado alemán unificado creado en 1991 existen dos comunidades claramente diferenciadas en lo político, cultural y social. Será siempre un caso único para el estudio sociológico esta nación que, después de la guerra, se divide a la fuerza en dos para aplicar a cada una de las partes un sistema político, económico y educacional distinto. Medio siglo después se vuelven a unificar y poco después hay que comprobar que estaban profundamente equivocados quienes pensaban que esas pocas décadas de vida separada serían fáciles de superar.
El muro permanece en cabezas y corazones. Los occidentales consideran, en gran parte, que los orientales son un pueblo retrasado y desagradecido, que no hace sino lamentarse pese a las ingentes ayudas que le llegan desde las partes ricas del país.
Los alemanes orientales vivían en una sociedad reprimida e hiperprotegida en la que, frente al poder, se habían desarrollado unas relaciones en comunidad que, en dicha forma, no existen en la Alemania del individualismo y el capitalismo implacable.

Pasado el primer entusiasmo por la libertad, ésta se ha convertido para muchos en desamparo. Difuminadas las esperanzas alimentadas por el canciller Helmut Kohl de convertir en cinco años el este de Alemania en un "paisaje floreciente", gran parte de los alemanes orientales están sumidos en la depresión y la certeza de que no tienen futuro.

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