Por HERMANN TERTSCH
Enviado Especial a Antalya
El País Miércoles,
28.10.98
El acuerdo de paz con Siria no oculta la profunda crisis que
atraviesa un país aislado
Victoria rotunda han reclamado el Gobierno turco y sus
medios de comunicación en el nuevo frente abierto esta vez contra la vecina
Siria, días antes de comenzar con inmenso despliegue propagandístico sus
celebraciones del 75º aniversario de la fundación de la República. Aseguran que
la masiva concentración de tropas en la frontera siria ha convencido al régimen
de Damasco de que tiene que reprimir las actividades del terrorismo kurdo en su
territorio si no quiere verse abocado a un conflicto bélico abierto con Ankara.
El régimen de Hafez el Asad se aviene a impedir los santuarios kurdos, la
recaudación de fondos para la guerrilla y la estancia en el país de la cúpula
del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), con su líder, Abdulá
Ocalan, Apo, a la cabeza. La "capitulación siria", como han llegado a
calificar algunos en Ankara y Estambul el reciente acuerdo entre los dos
vecinos, es para el Gobierno de Mesut Yilmaz una de las escasas buenas noticias
que puede vender a su opinión pública ante unas elecciones que, aun sin fecha,
serán como tarde en abril.
La coalición gubernamental en Ankara necesita buenas
noticias para intentar evitar lo que ya se perfila como probable, y es que el
nuevo partido islamista sucesor del Refah se convierta de nuevo en primera
fuerza política y vuelva a estallar una crisis de Estado con la consabida
intervención del Ejército en la vida política y una nueva merma del escaso
crédito democrático de este siempre frustrado aspirante al ingreso en la Unión
Europea.
El trauma que provocó a la clase política y a la opinión
pública de Turquía la negativa de la UE a mencionar siquiera a este país como
candidato a la integración en su cumbre de Luxemburgo hace ya casi un año sigue
causando estragos. Aquella decisión, que muchas voces en la Comisión Europea y
en países miembros de la UE califican ya de "tremendo error", dejó
inermes y sin argumentos a los más decididos partidarios de afrontar una
reforma radical de un Estado paralizado por el tutelaje del Ejército, la
corrupción de la clase política y los anacrónicos dogmas fundacionales de la
República bajo Mustafá Kemal, Atatürk, el padre de la patria.
"Este acto de desprecio y discriminación", como
definía la actitud de la UE hace unos días el presidente de la República,
Suleimán Demirel, ante un grupo de periodistas en la ciudad meridional de
Antalya, ha hecho crecerse a aquellos que rechazan la integración en Europa, ya
desde las filas del islamismo militante o desde los reforzados círculos
nacionalistas y de extrema derecha.
El mismo día en que los turcos aseguraban haber acabado con
el apoyo de Siria al terrorismo sin disparar un solo tiro, la Comisión Europea
anunciaba que concedía a Turquía dos fondos, uno de 135 millones de ecus y otro
de 15 millones (25.000 millones de pesetas en total), que no tienen que ser
aprobados por unanimidad, sino por mayoría, y por tanto pueden esquivar el veto
griego, que sigue paralizando las sumas aprobadas en el marco de la Unión
Aduanera firmada en 1995.
Los efectos de esta actitud se han dejado ver en los últimos
meses. Pero son susceptibles de empeorar. El presidente Demirel se mostraba el
pasado miércoles "optimista" respecto a que "tarde o temprano, y
esperemos que sea temprano", se disipen los nubarrones que oscurecen las
relaciones entre Ankara y la UE.
Resulta desesperante, según algunos periodistas turcos
presentes en la conversación, que el presidente insista aún en la letanía de
que el problema kurdo no existe y que el terrorismo está plenamente controlado.
Cuando, tras años de ostracismo dictado por el Ejército, Demirel volvió primero
a la jefatura del Gobierno y después a la del Estado, simbolizaba las
esperanzas de que Turquía iba a emprender su propia perestroika, la reforma de
un Estado que pesa como una losa sobre una sociedad muy cambiada, joven y con
tanto potencial emprendedor como frustración acumulada.
Hoy, Demirel parece tan resignado y defensivo como toda una
clase política cuyos máximos objetivos parecen estar en cerrar el paso a nuevas
generaciones y evitar que los escándalos les lleguen demasiado cerca. Incapaz
de saltar por encima de sus propias sombras alargadas, los desacreditados
políticos parecen reducir su ambición a la propia supervivencia y a reducir a
un mínimo las humillaciones que les propinan los militares cuando éstos creen
llegada la hora de hablar, como sucedió en febrero de 1997, cuando impusieron
la dimisión del primer ministro islamista, Necmettin Erbakan, y forzaron la
ilegalización de su partido, Refah.
Los llamamientos a imponer el respeto de los derechos
humanos se ignoran ya abiertamente por parte de partidos dedicados vorazmente a
disputarse parcelas de influencia, poder y dinero líquido, negro o blanco.
Demirel llegó a decir hace una semana que las violaciones de los derechos
humanos existen, pero que no son responsabilidad del Estado, ya que no forman
parte de su política declarada.
Para distraer de esta situación, que cada vez enajena más a
la población del Estado turco, Ankara parece tentada tanto a la victimización
como a recurrir a las aventuras exteriores, incursiones en Irak, amenazas a
Siria o baladronadas con Rusia. Las armas no han hablado esta vez en la
frontera meridional, pero las resistencias a unos cambios imprescindibles son
tan inmensas que la próxima situación de máxima alarma puede estar muy cerca.
Occidente no debería olvidar que en su frontera suroriental,
la OTAN tiene a un miembro aquejado de una enfermedad política e institucional
muy grave. Si en vez de ayudarle se le humilla y golpea, Turquía puede acabar
siendo mucho menos que un aliado imprevisible.
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