viernes, 28 de abril de 2017

ALARMA DE INVOLUCIÓN RUMANA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Tirana, 25.01.99

Muchos han respirado aliviados tras el acuerdo entre el presidente del Gobierno de Rumanía, Radu Vasile, y los mineros del valle de Jiu, que amenazaban con asaltar Bucarest con la misma violencia que lo hicieron en 1990 y 1991. Entonces hubo al menos un par de docenas de víctimas mortales por la violencia de este colectivo obrero, el más favorecido, más manipulado y más embrutecido que ha heredado Rumanía del régimen de Nicolás Ceausescu. Esta vez podían haber sido muchos más los muertos, a la vista de la incapacidad, real o culpable, de la policía para frenar una marcha sobre la capital, que era mucho menos una protesta laboral que un intento de golpe involucionista y antidemocrático al estilo mussoliniano. Las reformas económicas y la reestructuración industrial en Rumanía, retrasadas más de un lustro respecto a Hungría y Polonia, han sido por fin acometidas con cierto rigor por el primer Gobierno realmente reformista que tiene el país desde la ejecución del dictador, en 1989. Pero el descontento que producen son un caldo de cultivo perfecto para que los cuadros de la antigua Securitate se agiten contra unos cambios que les supondrán pérdida de privilegios y de posibilidades de retomar el poder. Estos cuadros han tomado buena nota del éxito que ha tenido el antiguo aparato comunista de la vecina Serbia en asegurar su supervivencia, utilizando el ultranacionalismo como ideología sustitutoria. Y se disponen a recuperar la iniciativa. No por casualidad los principales líderes de la revuelta minera actual, especialmente Miron Cosma, el oscuro personaje que ya dirigió los asaltos mineros a la capital a principios de la década, son hoy miembros del Partido Nacional Socialista Romania Mare (la Gran Rumanía). Este partido está liderado por Corneliu Vadim Tudor, en su día bardo de la corte de los Ceausescu y hoy un nazi que llama a solucionar los males del país por medio de la limpieza étnica contra gitanos, húngaros y judíos, combinada con la propiedad nacional de los medios de producción.

El presidente rumano, Emil Constantinescu, tenía razones para plantearse el estado de sitio. Y los miles de ciudadanos rumanos, para salir a manifestarse en Bucarest en defensa de la democracia. Porque Vadim Tudor y Cosma tienen menos interés en evitar el cierre de unos pozos de carbón o incrementar los sueldos de los mineros que en derribar al Gobierno democrático. Lo preocupante de los acuerdos entre Vasile y Cosma es que todo indica que el levantamiento de los mineros agitados por Romania Mare ha tenido al menos un éxito parcial, que debilitará al Gobierno y moverá a otros sectores a hacer frente con la misma contundencia a los planes de reforma. El golpismo en Rumanía tiene gran tradición y nadie debiera estar demasiado seguro de que la frágil democracia en aquel país es irreversible. Por lo pronto, tras varios días de un violento pulso, la democracia es más débil que antes, y los ultranacionalistas e involucionistas, más fuertes. Nadie dude de que ha ayudado mucho el éxito de la comunión entre nacionalistas y comunistas al oeste del Danubio, en Belgrado.

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