Por HERMANN TERTSCH
El País, Tirana,
25.01.99
Muchos han respirado aliviados tras el acuerdo entre el
presidente del Gobierno de Rumanía, Radu Vasile, y los mineros del valle de
Jiu, que amenazaban con asaltar Bucarest con la misma violencia que lo hicieron
en 1990 y 1991. Entonces hubo al menos un par de docenas de víctimas mortales
por la violencia de este colectivo obrero, el más favorecido, más manipulado y
más embrutecido que ha heredado Rumanía del régimen de Nicolás Ceausescu. Esta
vez podían haber sido muchos más los muertos, a la vista de la incapacidad, real
o culpable, de la policía para frenar una marcha sobre la capital, que era
mucho menos una protesta laboral que un intento de golpe involucionista y antidemocrático
al estilo mussoliniano. Las reformas económicas y la reestructuración industrial
en Rumanía, retrasadas más de un lustro respecto a Hungría y Polonia, han sido
por fin acometidas con cierto rigor por el primer Gobierno realmente reformista
que tiene el país desde la ejecución del dictador, en 1989. Pero el descontento
que producen son un caldo de cultivo perfecto para que los cuadros de la
antigua Securitate se agiten contra unos cambios que les supondrán pérdida de
privilegios y de posibilidades de retomar el poder. Estos cuadros han tomado
buena nota del éxito que ha tenido el antiguo aparato comunista de la vecina
Serbia en asegurar su supervivencia, utilizando el ultranacionalismo como
ideología sustitutoria. Y se disponen a recuperar la iniciativa. No por
casualidad los principales líderes de la revuelta minera actual, especialmente
Miron Cosma, el oscuro personaje que ya dirigió los asaltos mineros a la
capital a principios de la década, son hoy miembros del Partido Nacional
Socialista Romania Mare (la Gran Rumanía). Este partido está liderado por
Corneliu Vadim Tudor, en su día bardo de la corte de los Ceausescu y hoy un
nazi que llama a solucionar los males del país por medio de la limpieza
étnica contra gitanos, húngaros y judíos, combinada con la propiedad nacional de
los medios de producción.
El presidente rumano, Emil Constantinescu, tenía razones
para plantearse el estado de sitio. Y los miles de ciudadanos rumanos, para
salir a manifestarse en Bucarest en defensa de la democracia. Porque Vadim
Tudor y Cosma tienen menos interés en evitar el cierre de unos pozos de carbón
o incrementar los sueldos de los mineros que en derribar al Gobierno
democrático. Lo preocupante de los acuerdos entre Vasile y Cosma es que todo
indica que el levantamiento de los mineros agitados por Romania Mare ha tenido
al menos un éxito parcial, que debilitará al Gobierno y moverá a otros sectores
a hacer frente con la misma contundencia a los planes de reforma. El golpismo
en Rumanía tiene gran tradición y nadie debiera estar demasiado seguro de que
la frágil democracia en aquel país es irreversible. Por lo pronto, tras varios
días de un violento pulso, la democracia es más débil que antes, y los
ultranacionalistas e involucionistas, más fuertes. Nadie dude de que ha ayudado
mucho el éxito de la comunión entre nacionalistas y comunistas al oeste del
Danubio, en Belgrado.
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