domingo, 30 de abril de 2017

“HABEMUS” PELEA

Por HERMANN TERTSCH
El País,  Madrid, 10.10.99

TRIBUNA

Un nuevo fantasma recorre Alemania. Ese país que muchos creían ya definitivamente sumido en problemas ordinarios (paro, deterioro de la competitividad industrial, insolvencia presupuestaria), soluciones pragmáticas (la tercera vía de Blair y Schröder) y consuelos mundanos (música tecno, televisión basura y turismo desenfrenado), vuelve a sus esencias. "Ecce gran polémica, habemus pelea filosófica", decía, sin ocultar la ironía tras el fingido entusiasmo, el semanario Der Spiegel. Las peleas filosóficas tienen tradición en Alemania. Algunas, como ésta, adquieren, precisamente por surgir en Alemania, un carácter muy especial. Todo empezó en julio, cuando Peter Sloterdijk vino a propugnar una política de intervención genética para la mejora sistemática del ser humano. Y no de su sistema inmunológico, sino de su carácter e inteligencia.
Según Sloterdijk, el género humano ha fracasado en sus intentos de mejorarse por medio del humanismo, la ilustración y la cultura. Por eso es necesaria una alianza entre la filosofía y la ciencia capaz de modificar la estructura genética humana para lograr ese salto cualitativo que haga de esta "madera torcida de la humanidad" un género humano mejor.
Ahí es nada que un filósofo alemán defienda intervenciones que recuerdan al doctor Mengele. El alma alemana necesitaba al parecer algo de profundidad, algo abismático después de tanto tiempo de debatirse entre banalidades y vanidades sobre la creación de empleo y la capacidad o incapacidad del canciller y su enemigo Oskar Lafontaine, ése que acusa en un nuevo libro a los socialdemócratas de algo tan chusco como la traición a la izquierda eterna. Pero esta propuesta de Sloterdijk supera para muchos todo lo tolerable.
La polémica estaba servida y si Sloterdijk quería debate, se ha salido con la suya. De El proyecto Zaratustra califica su colega Thomas Assheuer sus propuestas, rememorando a Friedrich Nietzsche y a su concepto del superhombre. Sloterdijk rechaza las críticas masivas como las reacciones políticamente correctas de filósofos adormilados. E insiste en su diagnóstico. El ser humano se ha convertido en su propia mascota, dice parafraseando a Nietzsche. Es ya un ser embrutecido que no puede salir con las actuales fórmulas de formación espiritual e intelectual de un vertiginoso proceso de embrutecimiento. El humanismo ha fracasado porque alimenta la violencia frente a la que en un principio se presentó como antídoto, asegura Sloterdijk. El sueño de la reanimación del humanismo que surge después de la Primera Guerra Mundial y se alimenta artificialmente después de 1945 ha fracasado. Por ello hay que buscar otro remedio que prometa mayor efectividad y éste es, dice, la colaboración entre filosofía y científicos para crear un nuevo ser humano que responda mejor a estos ideales. Las tendencias actuales al salvajismo y la bestialización cotidiana a través de los medios hacen impensable que la solución esté precisamente en una ilustración que no se produce. Si el humanismo ha llevado a la domesticación del hombre, las nuevas técnicas de manipulación genética ofrecen la posibilidad de cultivar a un hombre que trascienda al actual. Dicho de otra forma, si la educación -la ilustración- no ha tenido los resultados apetecidos hay que recurrir, y pronto, a la selección. Como primera medida, Sloterdijk propone poner fin al "fatalismo de la natalidad" en favor de una natalidad opcional y la (sic) "selección prenatal". Y ésta habría de ser dirigida por una élite. No especifica cuál.
Sloterdijk asegura que sus tesis han sido manipuladas por sus críticos. Dice que el hombre siempre ha sido creado por las reglas de clases sociales y castas. "Todo esto también son reglas de selección y combinación. Ahora tenemos además posibilidades de optimización biotécnica".

Estamos de nuevo ante el vértigo de las soluciones drásticas al pesimismo cultural, aunque terriblemente dramatizado por la propuesta de soluciones hasta ahora impensables y hoy posibles. Va a ser difícil que la filosofía, la política y la jurisprudencia se sustraigan a este debate a medio plazo. Y será aún más difícil establecer reglas que permitan evitar unos daños genéticos físicos y negar al mismo tiempo intervenciones que influyan sobre rasgos de carácter que puedan ser dañinos para la sociedad o el individuo mismo. El debate no es, por tanto, absurdo. Pero a nadie puede extrañar que las terribles certezas de este filósofo alemán al respecto provoquen en muchos un terrible escalofrío.

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