Por HERMANN TERTSCH
El País, Madrid,
10.10.99
TRIBUNA
Un nuevo fantasma recorre Alemania. Ese país que muchos
creían ya definitivamente sumido en problemas ordinarios (paro, deterioro de la
competitividad industrial, insolvencia presupuestaria), soluciones pragmáticas
(la tercera vía de Blair y Schröder) y consuelos mundanos (música tecno,
televisión basura y turismo desenfrenado), vuelve a sus esencias. "Ecce
gran polémica, habemus pelea filosófica", decía, sin ocultar la ironía tras
el fingido entusiasmo, el semanario Der Spiegel. Las peleas filosóficas tienen
tradición en Alemania. Algunas, como ésta, adquieren, precisamente por surgir
en Alemania, un carácter muy especial. Todo empezó en julio, cuando Peter
Sloterdijk vino a propugnar una política de intervención genética para la
mejora sistemática del ser humano. Y no de su sistema inmunológico, sino de su
carácter e inteligencia.
Según Sloterdijk, el género humano ha fracasado en sus
intentos de mejorarse por medio del humanismo, la ilustración y la cultura. Por
eso es necesaria una alianza entre la filosofía y la ciencia capaz de modificar
la estructura genética humana para lograr ese salto cualitativo que haga de
esta "madera torcida de la humanidad" un género humano mejor.
Ahí es nada que un filósofo alemán defienda intervenciones
que recuerdan al doctor Mengele. El alma alemana necesitaba al parecer algo de
profundidad, algo abismático después de tanto tiempo de debatirse entre
banalidades y vanidades sobre la creación de empleo y la capacidad o
incapacidad del canciller y su enemigo Oskar Lafontaine, ése que acusa en un
nuevo libro a los socialdemócratas de algo tan chusco como la traición a la
izquierda eterna. Pero esta propuesta de Sloterdijk supera para muchos todo lo
tolerable.
La polémica estaba servida y si Sloterdijk quería debate, se
ha salido con la suya. De El proyecto Zaratustra califica su colega Thomas
Assheuer sus propuestas, rememorando a Friedrich Nietzsche y a su concepto del
superhombre. Sloterdijk rechaza las críticas masivas como las reacciones
políticamente correctas de filósofos adormilados. E insiste en su diagnóstico.
El ser humano se ha convertido en su propia mascota, dice parafraseando a
Nietzsche. Es ya un ser embrutecido que no puede salir con las actuales fórmulas
de formación espiritual e intelectual de un vertiginoso proceso de
embrutecimiento. El humanismo ha fracasado porque alimenta la violencia frente
a la que en un principio se presentó como antídoto, asegura Sloterdijk. El
sueño de la reanimación del humanismo que surge después de la Primera Guerra
Mundial y se alimenta artificialmente después de 1945 ha fracasado. Por ello
hay que buscar otro remedio que prometa mayor efectividad y éste es, dice, la
colaboración entre filosofía y científicos para crear un nuevo ser humano que
responda mejor a estos ideales. Las tendencias actuales al salvajismo y la
bestialización cotidiana a través de los medios hacen impensable que la
solución esté precisamente en una ilustración que no se produce. Si el humanismo
ha llevado a la domesticación del hombre, las nuevas técnicas de manipulación
genética ofrecen la posibilidad de cultivar a un hombre que trascienda al
actual. Dicho de otra forma, si la educación -la ilustración- no ha tenido los
resultados apetecidos hay que recurrir, y pronto, a la selección. Como primera
medida, Sloterdijk propone poner fin al "fatalismo de la natalidad"
en favor de una natalidad opcional y la (sic) "selección prenatal". Y
ésta habría de ser dirigida por una élite. No especifica cuál.
Sloterdijk asegura que sus tesis han sido manipuladas por
sus críticos. Dice que el hombre siempre ha sido creado por las reglas de
clases sociales y castas. "Todo esto también son reglas de selección y
combinación. Ahora tenemos además posibilidades de optimización
biotécnica".
Estamos de nuevo ante el vértigo de las soluciones drásticas
al pesimismo cultural, aunque terriblemente dramatizado por la propuesta de
soluciones hasta ahora impensables y hoy posibles. Va a ser difícil que la
filosofía, la política y la jurisprudencia se sustraigan a este debate a medio
plazo. Y será aún más difícil establecer reglas que permitan evitar unos daños
genéticos físicos y negar al mismo tiempo intervenciones que influyan sobre
rasgos de carácter que puedan ser dañinos para la sociedad o el individuo
mismo. El debate no es, por tanto, absurdo. Pero a nadie puede extrañar que las
terribles certezas de este filósofo alemán al respecto provoquen en muchos un
terrible escalofrío.
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