Por HERMANN TERTSCH
El País Domingo,
04.10.98
CERCO A MILOSEVIC
Los serbios, decididos a recuperar Kosovo a sangre y fuego
Sólo faltan unos pocos días. Kofi Annan, el secretario
general de la ONU, dirá el lunes si el presidente yugoslavo, Slobodan
Milosevic, ha cumplido las resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Kosovo.
Casi con certeza dirá que no lo ha hecho. Entonces la aviación de la OTAN
atacará al Ejército yugoslavo como ya lo hizo hace tres años en Bosnia.
Anticipándose a este castigo militar el jefe de la Alianza Atlántica, Javier
Solana, declaró ayer a EL PAÍS: "El tiempo de Milosevic se acaba". En
vísperas del ataque el presidente ha convocado al Parlamento yugoslavo -se
rumorea que podría decretar una movilización general- al tiempo que alentó la
formación de un nuevo gobierno en Kosovo sin independentistas albaneses.
"Metieron a mis compañeros en grandes bidones sobre
hogueras. Estaban llenos de agua. Estuvieron hirviéndolos hasta que los esqueletos
quedaron prácticamente limpios de carne". Así describía un guerrillero que
estuvo refugiado en las montañas de Kosovo casi diez años luchando contra las
tropas de Tito las peculiares formas de ejecución a que se veían sometidos
cuando eran capturados. Ahora las fuerzas armadas serbias, bajo la atenta, pero
de momento pasiva, observación internacional, no pueden perder tanto tiempo en
dar a los combatientes kosovares lo que consideran su merecido. Por eso las
ejecuciones son mucho más prosaicas y se acometen con el muy clásico tiro en la
nuca o el tradicional degüello. La lucha entre albaneses y serbios por esa
tierra, que hoy es, una vez más, escenario de matanzas, se remonta ya a muchos
siglos atrás y está tan presente y viva en la mitología de estos dos pueblos
que no es difícil para los líderes nacionalistas utilizarla para sus fines de
agitación y movilización al odio. No es por ello casualidad que Slobodan
Milosevic recurriera a Kosovo cuando optó por sustituir con el nacionalismo
agresivo una ideología comunista en disolución en toda Europa y ya incapaz para
legitimar la continuidad del régimen.
En Kosovo hay apenas 200.000 serbios, en continuo descenso,
frente a una población de más de dos millones de albaneses en continuo aumento.
Los albaneses, que viven aún en un sistema de clanes prácticamente intacto, han
aprovechado siempre la oportunidad que el régimen yugoslavo les daba de viajar
al extranjero para trabajar en Alemania, Austria o Suiza. De los muchos
hermanos varones que tiene cada familia, ocho o nueve no son una excepción,
todos iban a trabajar fuera, salvo uno o dos que quedaban al cuidado de las
mujeres y los niños. Así, su capacidad adquisitiva era grande cuando acudían
con divisas a su aldea de origen en Kosovo a comprar terrenos para montar sus
casas, en permanente expansión hasta convertirse en grandes extensiones con
casas unifamiliares. Y compraban sus casas y sus terrenos a los serbios en las
aldeas, cada vez menos cómodos en un entorno crecientemente albanés que
desprecian. Así, los precios del terreno en Kosovo, una zona paupérrima incluso
para los Balcanes, han sido en los años ochenta de los más altos de toda
Yugoslavia. Los serbios vendían y se iban a vivir a la propia Serbia con un
dinero que muchas veces era suficiente para comprar casas en el mismo Belgrado.
Las autoridades serbias no han tenido nunca una política
viable para frenar y mucho menos revertir este proceso. Por eso, cuando
Milosevic acabó con la autonomía kosovar rompió con la representación popular
que primaba a la mayoría e impuso la racial, la de una nación serbia cuyos
derechos sobre el Kosovo no dependen de las realidades, sino de las
profundidades de una historia que define aquella región como su cuna y en la
que se hallan algunos de los más antiguos y bellos monasterios de su iglesia
ortodoxa. Aparecieron entonces los carteles de Samo za serbski (sólo para
serbios) en la universidad, en restaurantes y en el Gran Hotel Pristina, en la
capital kosovar. Era sólo el principio. Los albaneses comenzaron a ser despedidos
de la administración y de las empresas y sus huelgas por el obvio maltrato
recibieron como respuesta el despido masivo, como sucedió en las minas de
Trepca, cerca de Mitrovica. En las clases se impuso un programa de estudios
serbios que los albaneses lógicamente boicotearon. Se crearon así dos
sociedades en un proceso de segregación racial insólito en Europa desde las
leyes de Núremberg para la discriminación de los judíos. Ya separadas por un
abismo de recelo y rechazo mutuo, sin matrimonios mixtos ni mezclas fuera del
mundo laboral, al extinguirse éste último para los albaneses, las dos
sociedades se han vuelto perfectamente estancas e impermeables. Pero la realidad
es terca y las albanesas siguen "teniendo hijos como conejas", como
dicen los serbios en Pristina.
Con la miseria cada vez mayor, ciudades como Pristina, Pec,
Prizren o Suva Reka convertidas en cuarteles de una policía implacable y el
campo escenario de continuas agresiones a los albaneses, era cuestión de tiempo
el que parte de éstos pusieran fin a una política de no violencia de su
presidente, el escritor Ibrahim Rugova. Milosevic esperaba este momento y está
ahora aplicando el programa perfecto para que los albaneses no puedan volver a
sus hogares. Sus tropas han quemado las cosechas, han matado a sus animales y
destruido sus casas. El invierno está ya encima de las "montañas
malditas". Milosevic ha decidido recuperar Kosovo a sangre y fuego contra
los seres humanos que allí viven. Y de momento lo está logrando.
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