Por HERMANN TERTSCH
El País Sábado,
11.07.98
TRIBUNA
Si no fuera porque las consecuencias serán trágicas, se
podría uno reír mucho con el espectáculo que, ante el conflicto del Kosovo,
ofrece ese nuevo y muy poco legítimo órgano de dirección mundial que se ha dado
en llamar el Grupo de Contacto. La reunión celebrada esta semana en Bonn por
representantes de los seis países miembros del grupo (EEUU, Rusia, Alemania,
Italia, Francia y Reino Unido) ha concluido con una muy solemne traca de
vaciedades. Slobodan Milosevic puede reírse con razón y estar muy tranquilo. El
ruido de sables de la OTAN, después de la anterior reunión del Grupo de
Contacto en junio, era sólo eso, ruido. Entonces el Grupo de Contacto exigió la
retirada de las tropas serbias de la provincia y amenazó a Milosevic con una
intervención militar si hacía caso omiso. Pues nada, aquello es agua pasada.
Esta especie de gabinete de crisis de la comunidad internacional, que actúa por
su cuenta sin mandato alguno, como muy bien acaba de recordar Felipe González,
ya no exige la retirada de tropas serbias de Kosovo, posiblemente para no
volver a sufrir el ridículo de ver cómo Belgrado replica a tal demanda
multiplicando su presencia y actividad militar en dicha provincia. Al Grupo de
Contacto se le ha ocurrido que es mucho mejor idea pedir al Ejército de
Liberación de Kosovo (ELK) que entregue las armas y a los países vecinos que se
esfuercen en estrangular las vías de suministro de armas, dinero y alimentos a
los combatientes albaneses. Ingeniosa ocurrencia. Después de un primer momento
de confusión, en el que parecían ponerse realmente duros con Milosevic, han
vuelto a la tan manida práctica de echarle la culpa del conflicto a la parte
más débil, víctima de los sistemáticos atropellos de Belgrado.
Resulta que el problema no es Milosevic ni la política
brutal de segregación racial y represión que practica en Kosovo desde que
despojó de su autonomía a la provincia hace ya casi una década. El problema son
los albaneses que, hartos de vivir en continua postración, humillación y
miseria, han decidido abandonar una política no violenta que nada,
absolutamente nada, les ha reportado en todos estos años. Por ello, se trata de
convencer a los albaneses para que dejen de molestar, entreguen las armas, se
sometan a la masiva presencia policial y militar serbia en la provincia y
esperen pacientemente a que Milosevic tenga a bien escuchar las sugerencias
humanistas de los diplomáticos y mediadores que, muy solícitamente, acudirán a
Belgrado a ver al Gran Timonel balcánico.
Pero como el Grupo de Contacto tiene muy fundadas sospechas
de que el ELK y los albaneses kosovares en general puede fumarse un puro con
esta sugerencia, como se lo fumó Milosevic con la exigencia de retirada de
tropas en junio, parece haber decidido actuar ya directamente contra los
insurrectos. El ministro de asuntos exteriores alemán, Klaus Kinkel, salió de
Bonn hacia Albania y Macedonia con el más que evidente objetivo de presionar a
estos dos países para que adopten medidas que impidan el abastecimiento a los
insurrectos kosovares.
Dicen los asistentes a la reunión de Bonn que han elaborado
un amplio plan de paz para Kosovo, pero que lo mantendrán parcialmente en
secreto. Hacen bien en callárselo, porque nos evitará a todos al menos parte de
la vergüenza. En Serbia, el régimen ya ha cantado las excelencias de esta
iniciativa, quizás porque la conozcan ya mejor que la opinión pública
internacional. Estamos una vez más cubriéndonos de gloria. Como en su día en
Bosnia con el embargo de armas, se trata de callar la boca a quien chilla
porque un matón lo apalea. Con el matón no se atreven. Como en Bosnia, será
necesaria una buena carnicería para que nuestro célebre Grupo de Contacto caiga
en la idea de que acaba siendo imprescindible enfrentarse al matón.
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