Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
24.09.03
COLUMNA
El secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan,
puede e incluso debe criticar la intervención norteamericana en Irak como ayer
hizo en inequívocos términos ante la Asamblea General en Nueva York. Al fin y
al cabo, es la organización que él preside la que fue ignorada por Estados
Unidos cuando decidieron ir a la guerra para acabar con el régimen de Sadam
Husein. El presidente norteamericano, George Bush, tampoco podía ayer hacer
otra cosa que defender su línea oficial, según la cual un inmenso Ejército
norteamericano se dedica a reconstruir escuelas e infraestructuras en Irak,
actividad benefactora que simultanea con la lucha contra el terrorismo en todo
el mundo y en aquel país árabe en particular. El presidente de Francia, Jacques
Chirac, que siguió ayer a Bush en la tribuna de oradores, tampoco podía perder
la ocasión de presentarse como el adalid del multilateralismo, tan igualitario
y exquisito como inexistente, y además quimérico.
Pese a todo ello, las fichas se están moviendo con cierta
fluidez entre los grandes protagonistas del inmenso desaguisado político
generado en vísperas de la guerra de Irak. Y las mueve, como casi siempre, la
necesidad. El canciller alemán, Gerhard Schröder, ha llegado a Nueva York
advirtiendo contra "cualquier tentación de crear un bloque contra Estados
Unidos", que es precisamente lo que hizo con Francia y Rusia antes de la
guerra. El canciller alemán, aún no repuesto de la humillante derrota de su
partido socialdemócrata en las elecciones en Baviera el pasado domingo, quiere
cerrar definitivamente el capítulo de su enfrentamiento con Bush, que sólo le
produjo rédito político en la campaña para su reelección. Hoy se ven Schröder y
Bush por primera vez en 16 meses, algo sin precedentes entre los líderes de
Washington y su principal aliado continental durante medio siglo. Bush ya ha
mostrado públicamente "comprensión" hacia la postura de Schröder, en
lo que puede considerarse un gesto cordial por parte de este presidente
norteamericano. Y Chirac ha anunciado que "no está en su ánimo" vetar
una nueva resolución del Consejo de Seguridad para aumentar el papel de la ONU
en Irak sin poner en duda que el control efectivo seguirá en manos de la coalición
liderada por EE UU mientras la situación lo requiera. Ayer, ante la Asamblea,
ni siquiera recordó su "exigencia" de que el traspaso de la plena
soberanía a manos iraquíes se hiciera en el plazo de un mes, quizás porque
repetir las bromas suele ser de mal gusto. Rusia, por su parte, el tercer
miembro del efímero eje antiamericano que Schröder no quiere repetir, se ha
limitado a recordar a Washington que "ya os advertimos" de los
peligros.
A estas alturas todos saben que los peligros de un deterioro
de la situación afectan a todos. La opinión pública norteamericana comienza a
reaccionar ante la chapuza de posguerra, la interminable serie de
improvisaciones y demostraciones de ignorancia e incompetencia de sus
aguerridos planificadores civiles en el Pentágono de Donald Rumsfeld. Está
costando un lento pero continuo goteo de muertes de compatriotas y unas sumas
ingentes de dólares, a las que ahora habrá que añadir 87.000 millones más. La
popularidad de Bush ha bajado a su mínimo absoluto del 50%, y ya es también la
mitad de la población la que cuestiona la oportunidad de la intervención. Y las
elecciones presidenciales se acercan inexorablemente. Así las cosas, y al
margen de la retórica grandilocuente, todos comienzan a reconocer intereses
comunes y la necesidad de cooperar para ganar definitivamente el pulso a
quienes quieren llevar a la región a un estallido generalizado. La primera
condición para encauzar la situación, al margen de la resolución que ampare
esta cooperación en Irak, es la reactivación de la Hoja de Ruta en Palestina.
Esto requiere de la firme decisión de Bush de parar los pies a Ariel Sharon. Y
esto no es fácil en Washington en época preelectoral.
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