Por HERMANN TERTSCH
El País Miércoles,
02.07.03
COLUMNA
"Perdón, fuimos culpables, cometimos injusticias e
hicimos daño por odio, rencor y prejuicios. Saberlo, y ante todo decirlo, nos
hace mejores a los estados, a los pueblos y a los individuos. Negarlo nos
impide ser libres. Para serlo de veras hemos de mirarnos cara a cara los
responsables del dolor del siglo XX en Europa, pero también sus hijos y sus
nietos. Nos ocupasteis, nos violasteis y nos matasteis. En cuanto pudimos os
hicimos lo mismo con todo el frenesí de la venganza y la lascivia que confiere
el odio. Casi seis décadas después podemos decir desde la lejanía que el odio
nos convierte a todos en iguales". Las heridas eran muy profundas y, sin
embargo, las promesas de un futuro común las cierran como ningún bálsamo. La
ampliación de la UE, tan arriesgada y tan costosa, ha tenido ya su primer gran
éxito moral. Dos vecinos enemigos se han dado un abrazo y reconocido ambos que
sus odios fueron una tragedia compartida. Checos y austriacos se reencuentran.
Su momento estelar, cerca de la frontera común, en Göttweig, el pasado domingo,
puede ser ejemplo para muchos. Los decretos del presidente Edvard Benes que
legitimaban la expulsión, liquidación física y expropiación de los millones de
germanoparlantes que vivían en Bohemia y Moravia son historia condenada. Desde
el domingo.
Aunque no lo crean con lo que cae por aquí en la política
nacional española, y con lo que estamos oyendo y leyendo, hay motivos para la
alegría en estos tiempos confusos cuando no angustiosos, zafios o trileros.
Pavel Kohout ha publicado una nueva novela. Si su magnífico traductor no se
despista, tendrá edición española en pocos meses. Después de La hora
estelar de los asesinos, quien no lea a Kohout tiene vocación de opaco. Su
nueva novela, que publicará Alianza, se titula La larga ola tras la
quilla. Peor para el que se lo pierda. La novela de Kohout, como el foro
europeo de Göttweig, dirigido por el legendario periodista e intrigante
centroeuropeo a favor de la democracia en nuestro continente que es Paul
Lendvai, trataban de lo mismo, de la historia convertida en lección de
convivencia y advertencia permanente, en escenario de reflexión humilde y
serena.
Mientras la prosa checa de Kohout es mecida hacia el
castellano, en el monasterio de Göttweig, fundado en el siglo noveno por monjes
benedictinos en uno de los más espectaculares tramos del Danubio, muy cerca de
Melk, donde Umberto Eco radica su novela El nombre de la rosa, políticos
actuales, nuestros y muy contemporáneos, electos además, hablaban el domingo
pasado de lo mismo que Kohout en su nueva novela y apenas con menos elegancia y
sensibilidad histórica. La crueldad ajena no legitima la propia. La miseria
moral de la venganza no es menor que la de la instigación. Porque la
instigación puede buscarse en las más remotas esquinas de la historia.
Recupera el ciudadano su confianza en la res pública cuando
escucha a políticos hacer un alarde de inteligencia, cultura y buena fe, ese
bien tan escaso, en cuestiones que arrastran historia y con ella, como siempre,
dolor. No son políticos excepcionales el primer ministro checo, Vladímir
Spidla, y el canciller austriaco, Wolfgang Schüssel. Pero existen las
"horas estelares" y no sólo para los asesinos de Kohout en la Praga
de las postrimerías de la II Guerra Mundial. También para los políticos que,
entre cizañas de la cotidianeidad más o menos miserable, ven momentos de
exaltación en sus propias posibilidades para hacer puentes por encima de los
lodazales históricos que, en Europa al menos, nos acompañan a todos.
"Quien juzgue el pasado desde el presente está emponzoñando el
futuro". Esta traducción libre de una cita no menos libre que hizo el
canciller austriaco, Wolfgang Schüssel, de una frase de Winston Churchill
resume la novela de Kohout, con sus abismos personales, pero también el
magnífico acto de concordia que Spidla y Schüssel protagonizaron en Göttweig.
Kohout hace desaparecer en su novela a los dos personajes de la guerra que, por
etnia y odio, después por comprensión, habían entrelazado sus caminos. No son
Willy Brandt cayendo de rodillas ante el monumento al gueto de Varsovia este
checo Spidla y este austriaco Schüssel. Pero saben, como el legendario
socialdemócrata alemán, que sólo esa inmensa sinceridad y elegancia humana
puede sacarte del sifón terrible de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario